Se cumple el 25 aniversario del primer libro de Jesús Palacios. Goremanía, la primera guía del cine sangriento en España, y probablemente también la primera exhaustiva de cine de terror. El autor dio una charla sobre la creación del libro, el papel del gore y la crítica, cine de terror y la evolución del estudio del mismo y esto es lo que contó.
Aunque la fecha de la edición es de 1995, Jesús Palacios ha tenido a bien celebrar con anticipación los 25 años de una publicación que a muchos les cambiaría la vida y a otros, como poco, les aclararía mucho las ideas en cuanto a las categorías de cine violento y cercano al terror. Goremanía ampliaba los límites del género y nos hacía ver, por primera vez, su vasta extensión más allá de la programación de la televisión y el videoclub del barrio. Más de dos décadas son suficientes para poner distancia y visualizar una etapa en la que internet estaba en sus albores pero no había llegado. Muchos pasamos esos años sin ni siquiera un ordenador personal en casa. El único mapa para no perderse en el género era el papel y los únicos cartógrafos y exploradores de esos límites eran escritores como Palacios o Jordi Costa, a los que se llegaba husmeando en librerías, catálogos de Discoplay o Tipo.
Prologore
En un tiempo en el que los libros funcionaban como enciclopedia y la información se acumulaba en las estanterías surgieron muchas guías de cine y una buena cantidad cercana al terror y el fantástico. Puede que el más importante de todos ellos sea Goremanía, que tendría una secuela unos años más tarde y que sirvió como biblia a una buena cantidad de aficionados que, incluso teniendo acceso o conocimiento a todas esas películas por otras vías desperdigadas, vieron en esta recopilación de más de 800 films todo un compendio para ordenar, clasificar y tener acotadas las principales obras, que podían estar disponibles o no, con un sistema de calificación comprensible y que hablaba de tú a tú a la gente que iba buscando ese tipo de contenido. Porque, efectivamente, en aquella etapa el gore expresaba disensión y servía como catarsis contra el cine pulcro y cada vez más comedido que reinaba en el mainstream. Era la época del contrabando, del fanzine y el interés en lo oscuro como forma de expresión. Para hacernos una idea, todavía se veían pandillas de góticos por las calles e incluso la música heavy metal más extrema asociaba su iconografía con la sangre y el gore más extremo.
Pero es el propio escritor quien mejor puede poner en contexto la necesidad de una guía como la que escribió, y para ello hizo una presentación en su imprescindible ciclo de charlas en el bar Mongo de Madrid, en las que suele diseccionar —un jueves de cada mes, aproximadamente— temas relacionados con el cine acompañando sus presentaciones con exquisitas selecciones de tráilers que comenta con su sagaz dardo y una erudición que realmente asusta, para acabar la fiesta con una pinchada de música relacionada con todo lo expuesto. En la celebración de su Goremanía, Palacios recuerda la presentación del libro en la FNAC «cuando la persona que oficiaba todas estas cosas era Lucía Etxebarría, y fue junto a Santiago Segura, que por aquellos días era una figura del cine canalla español y del gore, por supuesto, con aquellos cortos de Evilio que aparecían en el libro y que he tenido oportunidad de volver a ver no hace mucho y me volvieron a gustar, por lo que parece que la enfermedad no se cura con los años sino que va a peor».

La enfermedad del gore
La mención a Santiago Segura no es baladí, ya en su día el ahora conocido director de Torrente, el brazo tonto de la ley (1997) tuvo su papel en el tejido contracultural que se dibujó en los noventa, en los que su vídeo recopilatorio de cortos gore Jistory, con Evilio (1992) y Perturbado (1993) le convirtieron en un icono. A ello se suma también su papel en Killer Barbis (1996) de Jess Franco, en la que protagonizaba el póster ilustrado por Miguel Angel Martín, el equivalente en cómic a un héroe del gore, con sus durísimos Psychopatía Sexualis (1990) y Snuff 2000 (1998). Estos comics le convirtieron en la cara visible de Subterfuge, con la Línea Tremenda de cómics de Ladrón, Enrique y Borja Crespo comandando todo el movimiento con sus fanzines. «En los noventa el gore estaba en un momento dulce en lo internacional y lo nacional, y eso me decidió a poner mi granito de arena. Fue el mismo año que se iba a estrenar El día de la bestia (1995) y tenía buena relación con Álex de la Iglesia, que ya era padrino del gore con Acción Mutante (1993), también con Santiago y toda la panda que estaba en sus inicios, de ahí el apéndice extra del libro con algunos dibujos originales e información que no era de acceso público».
La demanda de violencia y casquería hizo que las tiendas de música alternativa ampliaran sus ventas con VHS de Manga Films, el anime brutal, el terror italiano de Lucio Fulci, el infame ultragore alemán, todo ellos sumado por supuesto a las leyendas del cine snuff, que iban desde el caso Alcàsser a la historia de Charlie Sheen denunciando a un amigo suyo al encontrar en su casa un vídeo de la saga Guinea Pig (1985-1988). Puede que la mejor representación del goremaníaco de la época sea el representado por Fele Martínez en Tesis (1996), para el que, a buen seguro, Alejandro Amenábar se documentaría gracias al libro de Palacios. «Algunos de los factores que iban empujando la creación de la guía eran fenómenos de la época como el fanzine 2000 maníacos que en su momento era un absoluto referente, el rey de los fanzines. Otro factor fue el La Semana del terror de San Sebastián, que empezó en 1994, y por aquel momento lo llevaba Sara Torres, lamentablemente ya fallecida y que era una super fan de Herschell Gordon Lewis, el padrino del gore».

Fue en esos años cuando empezó a sonar más aquello del gore. A los críticos de cine del momento, todavía haciendo méritos para encajar en esa visión que tenemos del crítico de cine señor, no les entraba en la cabeza algo como Mal gusto (1987). El término gore no sonaba, y como explica Palacios, «hablaban de películas de hachazos, de casquería, te preguntaban que cómo te podía gustar esa mierda, que si era un enfermo. Salvo eso, que soy un enfermo, todo lo demás eran gilipolleces. Aunque es verdad que términos como friki, splatter, body count, no tenían ningún sentido en nuestro país. Por eso creí que era el momento de hacer la primera compilación de cine de ‘higadillos y tripas’ como se decía por aquí, despectivamente, en España». Sin embargo, el trabajo de recopilación fue algo más abierto porque la coyuntura permitía que fuera al mismo tiempo una introducción al cine de terror con muchas películas que no eran estrictamente gore o no especialmente sangrientas, pero «me apetecía hablar de ellas porque era terror, fantaterror, un cine que en aquella época estaba huérfano de una crítica especializada, que no fuera seria pero se lo tomara en serio y que le gustara lo que hacía«.
La explosión de la videoguía. Los precedentes.
El vídeo es algo que nos parece superado gracias al videoclub virtual que hay en la red. Puedes ver una película sin moverte de tu casa, ya ni siquiera moviéndote al armario o la estantería a buscar el blu-ray de turno. En la época alquilar una película se combinaba con la programación de televisión, pero cuando lo hacías también había un gasto y limitaciones de tiempo. Solo podías alquilar si la ibas a ver en 24 horas. Más si la alquilabas para el fin de semana. Pero surgía la necesidad de encontrar un filtro para descartar aquellas menos interesantes. O aquellas que no tenían ni gota de sangre. Dinero tirado a la basura. Como siempre, en el extranjero iban adelantados a nosotros. «Los dos volúmenes de Official Splatter Movie Guide (1989) de John McCarthy y la Guía del Video-Cine (1985) de Carlos Aguilar fueron las dos inspiraciones para el libro. La de Carlos fue la primera que se editó en España. Al menos una que pretendía y conseguía abarcar todo el espectro cinematográfico de todos los géneros y dar una pequeña nota de todo junto a una calificación. En el extranjero había muchas, como la de Roger Ebert, un gran odiador del gore al que luego le gustaban las pelis de Russ Meyer. No había ninguna otra manera de tener esos datos y recopilarlos, acumularlos, pero al verla tan genérica y observar cómo ignoraba el cine gore y salvaje, o tenía juicios despectivos sobre los mismos, daba un margen grande para trabajar ese terreno«.

Las guías de McCarthy estaban específicamente dedicadas al cine con sangre y eran una consolidación del trabajo de fanzines como Gore Creatures (1969) de Gary Svehla o Deep Red (1988) de Chas Balun, un prolífico goremaníaco también detrás de la versión más fuerte de Fangoria (1979-), la Gorezone Magazine. Un referente fundamental fue The Psychotronic Video Guide (1996) de Michael Weldon, secuela de la primera The Psychotronic Encyclopedia of Film (1983), que eran recopilaciones de su fanzine Psychotronic Video (1980), en el que hablaba de cine de serie b y z con grandes reportajes, críticas y entrevistas. Toda esa información fue recopilada en este libro que introdujo esa nueva palabra-concepto en el mundo de la crítica cinematográfica, lo psicotrónico. «Para muchos de nosotros fue toda una revelación, yo las compré en algún viaje al extranjero, porque la única manera de encontrar estas cosas era cogerlas allí o que te lo trajera alguien, librerías especializadas que empezaban a traer material de importación en Madrid o Barcelona y a cambio de tus buenos dineros ibas viendo lo que se hacía por ahí. Ahora podíamos conocer las películas aunque no las pudiéramos ver, al menos leíamos y sabíamos de su existencia y a veces por imágenes las encontrábamos en los video clubs con títulos cambiados»

La génesis
Mientras en el mundo anglosajón era bastante común encontrar publicaciones relacionadas con el cine de horror en todos sus ámbitos, en España se sucedían los intercambios de información, películas y fanzines en el rastro y la cuesta de Moyano de Madrid, en donde Jesús Palacios conoció a Alberto Santos, otro miembro de la sociedad española de ciencia-ficción en la capital, que hacía un fanzine junto a Pedro Calleja. Había un fandom bastante potente de fantasía y ciencia-ficción en España durante los ochenta, que se trasladaría a los noventa. «Por allí veías de todo, desde Alaska comprándose un fanzine de terror o cambiándolo por uno de música, un montón de productores modernos, neorrománticos, postpunk, gente con cresta hablando con un señor que parecía el hombre de los caramelos, profesor de escuela con gafas de pasta que hacía el Fan de fantasía, un fanzine exquisito de literatura fantástica y ciencia ficción, era un espectáculo muy divertido».

El club de ciencia-ficción solía acabar aquellas reuniones en un restaurante chino cerca de la puerta de Alcalá en donde se iban forjando proyectos y alianzas. Alberto Santos ya había sacado Star Trek. La Nueva Generación (1994) una guía de episodios de la saga galáctica y planeaba entrar en el mundo de Marvel o Star Wars. «Cenando en el chino salió el tema de Carlos Aguilar, que hacía el fanzine Morpho, y se me ocurrió hacer una guía de cine de terror fuerte y él se ofreció a editarla casi como un desafío. Todo muy a lo loco, no eras muy consciente de dónde te estabas metiendo porque en aquella época no había fuentes de información y aún trabajaba con una Olivetti Lettera, usábamos tipex y papel carbón. Para este trabajo particular era un rollo, así que conseguí que Paco Arellano, otro miembro del club que editaba la revista de relatos pulp Marginalia me dejara un ordenador. Con un teclado con una pantallita pequeña en un extremo, que se levantaba, de color verde. Creo que ahí perdí la vista».
El parto y su repercusión

El proceso de hacer una videoguía puede parecer tortuoso de por sí, pero con los medios con los que se contaba en la época el autor recuerda que debía volcar todas las fichas manuales de todas las películas según las veía, anotando, puntuando y clasificando hasta tener 30 o 40 para después «sacrificarme y pasarlas a limpio en ese diabólico ordenador que a veces me llevaba a festivales de cine cargando con él porque, a pesar de todo, nos parecía un gran progreso, cuanto te equivocabas borrabas, algo que nunca hubiéramos soñado los que hacíamos fanzines aquella época». El complicado proceso de ir consiguiendo las películas también era tremendamente lento y tedioso. Muchas de las películas gore raras, extrañas y perdidas de aquella época no existían ni en la televisión ni en ninguna nube digital. Podías encontrar gente en el rastro vendiendo copias de copias e incluso había distribuidoras piratas como Imagen Death, Gorgon Video, Psychotronic Kult Video, que «literalmente pirateaban casi por encargo todo lo que se les pedía. Costó sudor, bastante dinero y sufrimiento, más pisotearte todos los puñeteros videoclubs de Madrid, de Fuenlabrada a Cuatro Caminos o donde me dijeran que tenían muchas de terror«.
El libro supuso un fenómeno contracultural —incluso hubo una colección de fascículos con VHS en todos los kioskos de España— porque logró aunar toda la información desperdigada y darle una forma coherente, siendo aún una referencia para el cine más turbio del siglo XX. Además, llama la atención que dentro de una guía dedicada al terror pudieran encontrarse títulos que hoy por hoy nadie asociaría al género, como Indiana Jones y el templo maldito (1984), espacio para los cortos de Martin Scorsese, De la Iglesia, Jaume Balagueró, Nacho Cerdá o Manuel Romo y un montón de rarezas inencontrables, que en aquellos días eran el Santo Grial y ahora, o bien se han perdido, o están disponibles en la red pero nadie les presta ya demasiada atención. Además, incluía un pequeño diccionario donde explicaba los términos que se utilizaban en la escena gore como body count, el splatter o el splatstick. «Funcionó bastante bien para lo que era una editorial pequeñita. Goremanía no sé si sería el primero, pero desde luego se adelantó a muchas otras guías que empezaron a sacar la valenciana Midons, dirigida por Manuel Valencia, o Glénat con La biblioteca del Dr. Vértigo que dirigía Jordi Costa«. Es cierto que, por influencia del tomo o por convergencia, esas editoriales se convirtieron en auténticas factorías de guías, desde cine de Hong Kong a desnudos de actrices, pasando por ciencia-ficción, mad doctors, porno, manga, justicieros urbanos… Palacios sacaría incluso otra de la guías más cotizadas de la época en Midons, la imprescindible Planeta Zombie (1996), en la que también llegaría a sacar una videoguía Paco Plaza, Asesinos de cine (1998), donde el futuro director de cine echaba mano de todos los slashers del mundo y los valoraba incluso por la capacidad mortífera de sus asesinos.

Goremanía 2 y más allá
Fue tal la explosión y avalancha de las videoguías en tan poco tiempo que pronto empezaron una fase reiterativa que fue perdiendo fuelle conforme la lectura no daba para descubrir todo lo que estaba en el papel. La funcionalidad de esos libros era limitada y poco a poco el gore como tal no estaba tan de moda. «La videoguía empezaba a ir empobreciendo un poco el discurso de la crítica especializada en el género, nos estábamos dejando llevar demasiado por la complacencia de opinar y poner estrellitas y, precisamente por eso, creí que hacía falta otro tipo de libro, además de que no había tantas películas en el histórico como para hacer otro volumen exclusivamente de fichas, a mí ya no me apetecía. Si sacaba otro debía ser más enjundioso, con material que habíamos ido sacando en fanzines y revistas, que se van perdiendo, y por otra parte que profundizara más cinematográfica y filosóficamente en la materia. Por eso, tenía otro formato de compendio de ensayos además de otra minivideoguía con todas las películas gore cercanas y próximas desde la finalización del primero al inicio del segundo». Retrospectivas por las figuras del género como Gordon Lewis, George A. Romero, Sam Raimi, el splatterpunk, la Troma, entrevistas a cineastas como Jörg Buttgereit, Michele Soavi o un sesudo megaensayo de la iconografía católica y el gore hicieron de este volumen un complemento ideal para entender el anterior.

Jesús Palacios lleva escribiendo sobre cine y literatura de género desde el éxito de su primer libro, que le llevó incluso a ser uno de los especialistas que aparecía en Crónicas Marcianas, pero no ha vuelto al formato de guía ni tiene intención de recuperar el cine de las dos últimas décadas para hacer un tercer volumen, por mucho que sus fans le insistan. «En mi cabeza, todos los libros que voy escribiendo con relación al tema son Goremanía 3, porque nunca he dejado de interesarme por el fantarerror en su vertiente más visceral, sangrienta y brutal. Pero lo cierto es que el gore, tal y como lo vivíamos, ya no existe. Su potencial transgresor ha desaparecido, desde hace ya bastante tiempo el gore está en televisión y no me refiero a los telediarios sino al hecho de que cualquier producción televisiva adulta tiene un componente de violencia gráfica y splatter muy alto, que ha curado en salud a todos los espectadores e incluso se ha convertido en algo tópico, ineficaz y repetitivo, sin su potencial para incomodar«
El fin del cine gore
Tras una etapa aséptica en el cine de terror, con multitud de películas de psycho killers con el reparto en la portada y asesinatos con gotitas de sangre sobre la ropa, los noventa dieron paso a una respuesta salvaje en la que el gore se puso al servicio de los crudo, de violencia humano a humano, de una herencia de los setenta más evidente. Remakes como La matanza de Texas (2003) o Amanecer de los muertos (2004) fueron las primeras versiones de gran presupuesto abiertamente gore. Había traspasado la barrera de nuevo. «La evolución del horizonte de soportabilidad del espectador ha llegado muy lejos, ya que en el momento en el que se vio que el gore y la sangre tenían un impacto comercial a lo grande, pasó a formar parte del lenguaje narrativo más institucional, más cotidiano, más normativo. Hoy todo el mundo se indigna mucho con las cosas hasta que dan dinero, y en ese momento la gente que las rechazaba, aunque lo siga haciendo personalmente, las va a utilizar para sacarles provecho. Por eso, a la hora de cenar llegabas a ver episodios de House, C.S.I, Bones, cualquier serie, no necesariamente las más radicales de ahora de HBO y Netflix, sino series de Telecinco y Antena 3 a las diez de la noche a la hora de cenar y empezaban ya directamente con un cadáver putrefacto, o dividido en fragmentos, o un asesinato muy brutal que diez años antes solo se hubieran permitido en una película de esta categoría».
«Como dijo Santa Teresa de Jesús, las peores plegarias son las atendidas y como está pasando con los superhéroes, el cómic y otra serie de cosas, una vez pasan al fluido industrial, al tejido comercial de lo que gusta a todo el mundo, pierden aquella esencia de la que disfrutaban y que nos hacía disfrutar. Precisamente ahora cuando cualquiera ya puede decir, ‘Jo, tío, que gore’ te das cuenta de que has terminado hasta cierto punto tu trabajo y ahora lo que toca es llevar las cosas a su lugar, quizá llevar la contraria y estar en desacuerdo con la gente que ahora dice que le gusta el gore, los superhéroes y el terror. Que te hablan de terror elevado«. Palacios sigue analizando en nuevos libros fenómenos como el eroguro, o el nuevo extremismo francés, por ejemplo, en donde trata de explicar por qué en el país que menos cine gore o de terror ha hecho en los años de apogeo del género en toda Europa, de repente en los 2000 aparecen unos directores jóvenes y les da por hacer un cine ultraviolento y gore durante tres o cuatro años.
Cosas que Goremanía nos enseñó
Para Palacios ya no vale con un libro de fichas porque la información que antes era tan difícil de localizar está a golpe de clic. Sus ensayos actuales toman forma de ensayo, y trata de explorar en profundidad por qué aparecen ciertas modas como el folk horror, o como fue el falso documental de terror en su momento. Pero lo cierto es que siendo una recopilación de películas que tiene una coherencia filosófica que trata de esclarecer la naturaleza de las propias obras que trata. Goremanía explicaba que hay un cine gore, con vocación de serlo y de mostrar el horror físico, la violencia, las heridas, intestinos, los procesos de degeneración del cuerpo, de enfermedad, con humor o sin humor, con un fin transgresor, o de explotación comercial, para aprovecharse del morbo. «Pero también existe el gore como adjetivo, con películas como Alien, el octavo pasajero, Grupo salvaje, de otros géneros pero que contaban con elementos de splatter. El porno es muy afín al gore: de hecho muchos cineastas que tocaron el gore empezaron con el porno o el erótico subido de tono, los nudies, como Gordon Lewis, Wes Craven, Russ Meyer, o Joe D’Amato«.

Esta diferencia entre la película gore o con gore se ejemplificaba bien en el sistema de puntuaciones del compendio. Era una especie de parodia de los libros en los que se daban estrellitas pero con la subversiva idea de aclarar que el cine gore, como cualquier otro género tiene su propio sistema de valoración, lo cual nos lleva a la lección más importante de Goremanía, que era la pérdida del miedo a saborear el cine más inmundo como auténticos gourmets. El concepto de cinefagia como antídoto del esnobismo y entender que «hay muchas formas de hacer y ver cine y por lo tanto muchas formas de clasificarlo. Una película puede ser muy mala pero tener mucho y buen gore y si a ti te gusta el gore no quiere decir que seas imbécil y que no te des cuenta de que la película es mala, es que te da exactamente lo que quieres ver, simple y llanamente. Stephen King, que es uno de los grandes pensadores del siglo XX, lo expresó muy bien con una metáfora, cuando quieres ir de paseo por el campo en bicicleta y disfrutar viendo las mariposas y el sol de verano, aunque te metas en una limusina no lo vas a pasar bien y cuando quieres ir en limusina porque te apetece ir a tus anchas tomándote un champán, no vayas en bicicleta. Pero la bici y la limusina valen igual, son igual de buenas, solo que una te lleva a unos sitios y otra a otros y eso es algo que en la tradición occidental cuesta mucho, de alguna manera, llegar a entender. Todo lo que hago gira en torno a lo mismo, que es intentar acabar con la tendencia mental a construir de forma piramidal que tenemos en la cultura y en una sociedad en la que nos han enseñado desde pequeñitos que hay cosas muy buenas y que están, por tanto, en la cúspide y que según van siendo mejores van estrechándose, siendo más selectas y lo que está en la base es lo peor».