Cien años después de la Revolución Rusa, hemos seleccionado 16 cómics para trazar un recorrido desde el final del Imperio Ruso hasta la caída de la URSS.
El centenario de la Revolución Rusa no es un aniversario cualquiera. Si bien el siglo XX fue generoso en sacudidas históricas de dimensiones planetarias, pocas (quizá ninguna) marcaron su devenir como el nacimiento de la Unión Soviética. Aunque se coció a fuego lento, la agenda marca el 25 de octubre de 1917 como el día en que los bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno en Petrogrado, que es como entonces se llamaba la ciudad que luego sería Leningrado y que hoy conocemos como San Petersburgo. Este baile de nombres según la fecha no es el único a tener en cuenta porque el denominado Octubre Rojo sucedió en noviembre. La aparente contradicción la explica una cuestión de calendarios: el oficial en la Rusia de 1917 era el juliano y no el nuestro, el gregoriano, y eso convierte aquella fecha en 7 de noviembre. Aun así, qué diantres: ¿tiene sentido dejar para otro día algo que se puede celebrar hoy? En CANINO creemos que no, y si el Soviet Supremo hablaba de la Revolución de Octubre, pues lo dejamos en octubre mal que le pese al papa Gregorio XIII.
Aclarada la cuestión, para recordar que hace cien años dio inicio la Revolución Rusa hemos preparado una selección de cómics, suculenta y extensa, sobre aquel suceso histórico y sus consecuencias. La lista ha salido amplia y variada por doble motivo. Uno: que no se limita estrictamente a los sucesos de 1917 sino que abarca el antes y el después, desde los últimos años del imperio regido por la Dinastía Romanov hasta el final, abrupto e inesperado, de la URSS. Dos: que se incluyen tanto crónicas más o menos fieles de los hechos reales como ucronías con superhéroes, sin olvidar las habituales aventuras de ficción con ambientación histórica. Por haber, hay hasta una novela gráfica de autor ruso (no ha sido fácil). Optar por un criterio de selección tan grande no tiene nada de gratuito: el impacto de lo que empezó hace cien años es tan amplio como la taiga siberiana y tan inabarcable como el alma rusa.
¿Cuánta tierra necesita un hombre? (Martin Veyron)
Iniciamos nuestro recorrido tres décadas antes, en 1886, año en que León Tolstoi publicó el relato breve homónimo cuya brillante adaptación al cómic es reciente: en Francia apareció en 2016 y aquí lo ha editado Norma a principios de 2017. A su autor, Martin Veyron, lo teníamos casi olvidado pese a frecuentar la primera época de El Víbora con su personaje más célebre, Bernard Lermite, cuyas aventuras aunaban sátira urbana, comedia de enredo y humor absurdo. Además de para mostrar cómo ha estilizado una línea clara antes tosca, el reencuentro destaca por el impresionante despliegue de recursos que llenan la historia de matices narrativos: viñetas horizontales cuando el vodevil es coral, secuencias encadenadas para el detalle individual y el gag, ya sea directo o sutil. Todo al servicio del cuento original, una parábola satírica sobre la codicia humana perfecta para poner contexto previo, el retrato de una Rusia congelada en el tiempo y anclada en lo rural donde apenas había otro vínculo social que el establecido entre campesinos y aristócratas latifundistas.
Muerte al Zar (Fabien Nury y Thierry Robin)
Rusia vivió en 1905 una revolución previa a la de 1917 y este cómic es una estupenda aproximación. Aquí lo acaba de publicar Norma como un integral que reúne los dos álbumes franceses donde repite el dúo Fabien Nury y Thierry Robin tras el éxito de La muerte de Stalin (del que hablamos más adelante), y aunque no sea tan redondo como aquel, merece bastante la pena. La trama reconstruye el asesinato del Gran Duque Serguëi Aleksándrovich, hijo de Alejandro II, hermano de Alejandro III y tío del entonces zar Nicolás II. Aleksándrovich ejercía de gobernador general de Moscú cuando murió, en 1905, víctima de una bomba arrojada por un terrorista.
La historia se explica desde dos puntos de vista contrapuestos, uno por álbum. El primero, y mejor, es el del Gran Duque, un hombre apesadumbrado ante su anunciada muerte. Ha sobrevivido a dos atentados, pero nadie apostaría por su vida e incluso él mismo ha asumido su destino. Para hacerse una idea de lo cierto de esa situación, el cómic toma como base del relato la novela El gobernador de Leonid Andreiev, que se centra en esos últimos días de su vida y que, atención, fue escrita antes del asesinato. Quienes lo llevaron a cabo protagonizan el segundo álbum, que se narra bajo el punto de vista del jefe de aquella célula terrorista. La base también es literaria, El caballo amarillo de Boris Savinkov, y de nuevo lleva sorpresa de propina. La mayoría de ediciones incluyen un subtítulo, Diario de un terrorista, que no tiene nada de gratuito: su escritor fue el organizador real del atentado.
Petrogrado (Philip Gelatt i Tyler Crook)
Excelente novela gráfica sobre otro asesinato de los muchos que jalonan la historia rusa, el del oscuro monje Rasputín, sucedido el 30 de diciembre de 1916 (no sabemos si en fecha juliana o gregoriana). El responsable fue el príncipe Félix Yurupov, marido de la sobrina del zar, con el respaldo de un grupo de nobles y políticos conservadores. Hoy se sabe que en la conspiración participaron agentes de los servicios secretos británicos que veían la influencia de Rasputín sobre la zarina Alejandra un riesgo para la continuidad del imperio ruso en la 1ª Guerra Mundial. El cómic tiene su momento álgido en la escena del crimen, narrada de manera violenta y brutal, pero se toma su tiempo en llegar a ese momento porque, básicamente, es un relato de espionaje muy al estilo Le Carré, lleno de informaciones falsas, contraespionaje, engaños y traiciones en un contexto donde la revolución es inminente. Aquí lo editó Norma en 2013.
Lo que el viento trae (Jaime Martín)
Seguimos en 1916, a las puertas de una revolución que en este estupendo cómic de Jaime Martín es más contexto que paisaje principal; a cambio ofrece una gran aproximación al desolado paisaje de los Urales. Un joven cirujano que simpatiza con los bolcheviques es enviado como nuevo responsable de un hospital rural, en una zona que vive aterrada por una bestia asesina que aparece cuando por la noche arrecia la ventisca. El retrato que ofrece de los aldeanos es más que notable: tipos ásperos que mantienen su fe en lo tradicional, aunque siendo superchería, mientras desconfían del progreso médico y no respetan la autoridad de un gobierno que saben muy lejano. Fue en ese contexto, y no otro, donde triunfó la revolución. Cómic de autor español realizado para el mercado francófono, aquí lo publicó Norma en 2008.
Ibicus (Pascal Rabaté)
Impresionante. Es bueno dejarlo claro desde el principio. Impresionante en lo gráfico por el poderoso uso de negros y grises aguados que multiplican la expresividad, poderosa, de sus figuras alargadas y secuencias silenciosas (que acuda solo a los diálogos, prescindiendo de recuadros de texto, es otro acierto energético). Impresionante también en lo relatado, que adapta la novela Aventuras de Nevzórov, o Íbikus escrita en 1924 por Alexéi Tolstói (más conocido por su faceta de pionero de la ciencia-ficción rusa por Aelita). La historia recorre el agitado periodo que se inicia con la revolución de febrero de 1917 (preámbulo de la de octubre), prosigue durante la Guerra Civil Rusa y llega hasta el nacimiento de la URSS, en 1923, y lo hace a través de un personaje protagonista despreciable. A lo largo de esos siete años, mientras el viejo imperio ruso se desmorona a su alrededor, el contable Simenón Nevzorov se enriquecerá y arruinará en diversas ocasiones, será falso conde, ladrón, traficante, pordiosero, cocainómano, propietario de casinos, proxeneta, refugiado o agente del contraespionaje blanco. Enorme como retrato de un superviviente sin moral sometido a los vaivenes del destino, Glénat lo edito aquí primero en cuatro álbumes (2000-2002) y luego en un integral de 2011 (reducido al tamaño de novela gráfica) que es posible encontrar saldado por ahí (si se topan con él, no lo dejen escapar, merece mucho la pena).
Corto Maltés en Siberia (Hugo Pratt)
Una de las mejores y más conocidas aventuras del personaje creado por Hugo Pratt (la primera que se convirtió en largometraje de animación). En 1918, Corto Maltés y su singular colega Rasputín son contratados por las Linternas Rojas, singular triada china femenina de Shangai, para hacerse con el oro del zar que el almirante Aleksandr Kolchak, principal mando del ejército blanco y la contrarrevolución, protege en un tren blindado que recorre la línea transiberiana. No son los únicos en una caza del tesoro multitudinaria donde hay señores de la guerra, aliados del imperio cada vez más reticentes (aquí estadounidenses o japoneses), la legión checoslovaca y, sobre todo, personajes históricos tan fascinantes como el general cosaco Gregori Semionov o el barón Ungern von Sternberg, el “Barón Loco”, que conquistó Mongolia y se creyó reencarnación de Gengis Khan. Más allá de la aventura (más trepidante de lo habitual en Hugo Pratt), es una crónica estupenda de la disgregación del ejército blanco en medio de un caos de bandos y disputas.
Las auténticas aventuras de Aleksis Strógonov (Jean Régnaud y Émile Bravo)
El siempre brillante Émile Bravo realizó esta serie de tres álbumes entre 1993 y 1997, y aunque aquí solo interesa el primero, merecen mucho la pena. Por apuntar, el segundo transcurre en el Berlín de los años 20 y tiene los estudios cinematográficos de la UFA como escenario principal mientras el tercero nos lleva a los Balcanes de entreguerras. La entrega inicial transcurre en febrero de 1919 y tiene por escenario la región de Bielorrusia (entonces rusa, luego polaca, alemana, soviética y hoy nación independiente). En plena Guerra Civil y en una zona rural cuyo control pasa de un bando a otro según el día, Aleksis Strógonov es un soldado del ejército rojo encargado, junto a su joven hermano y un teórico de la revolución, de montar un soviet en una aldea hasta entonces bajo la autoridad de una joven duquesa. La historia es mucho más cruel y violenta de lo que aparenta la deliciosa línea clara de Bravo, y sobre todo impera el humor negro y dosifica bien la bondad, maldad y ambigüedad de los personajes. Entre estos, además de algunos campesinos, es especialmente memorable el mezquino teórico de la revolución que los arenga. Ponent Mon publicó aquí, en 2014, un integral con los tres álbumes que, insisto, son muy buenos.
Rusia en llamas (Guido Crepax)
Una de las dos colaboraciones de Crepax para la colección Un hombre, una aventura del editor italiano Sergio Bonelli, y una de las contadas ocasiones para ver al creador de Valentina alejado de su personaje o del cómic erótico, y encima a color. Titulada originalmente L’uomo di Pskov, la acción transcurre a finales de 1919 y su protagonista es un teniente del ejército blanco cada vez más crítico con la brutal represión llevada a cabo contra los campesinos alzados en armas. La historia no va más allá, pero en lo gráfico es una absoluta gozada. La única edición española data de 1980, dentro de la colección Súper Tótem de Nueva Frontera.
Noche en blanco (Yann y Olivier Neuray)
Una de las especialidades del mercado francófono es llevar al cómic el modelo del best-seller literario y de manera especial, dentro de éste, la novela de género histórico. Esta serie de cinco álbumes publicados entre 1989 y 1997 tiene por protagonista a un oficial del ejército blanco y recorre sus peripecias a lo largo de la guerra civil rusa (tres entregas) y acabada ésta (dos). Centrándonos en las que aquí interesan, la historia se inicia en verano de 1918, reconstruye la ejecución de la familia real rehén del ejército rojo, prosigue en el frente de los Urales, muestra la consecuencias del apoyo de la legión checoslovaca, la derrota de las tropas del Almirante Kolchak, y culmina en la decadente Vladivostok de 1920, último emporio de la contrarrevolución, donde cosacos, japoneses y lo poco que queda del ejército zarista piensan más en salir de allí que en defender la ciudad del asedio soviético. Aventura histórica con elementos dramáticos de culebrón (dos hermanos, uno en cada bando, enfrentados por la misma mujer) y las inevitables traiciones e intrigas, el guión es de Yann, todo un profesional en estas lides, mientras el dibujo de Olivier Neuray ofrece un curioso híbrido entre la tradición realista francobelga y el neotebeo de línea clara. Aquí lo publicó Glénat en 2009 como integral con formato reducido de novela gráfica. Seguro que anda saldado por ahí.
Tintín en el país de los soviets (Hergé)
La primera aventura del célebre reportero creado por Hergé se comenzó a publicar en 1929 dentro del suplemento juvenil del diario ultracatólico Le Vingtième Siècle. Es, de largo, el peor cómic de Tintín, tanto que hace buenas sus posteriores (y más conocidas) peripecias en el Congo y América. Con la perspectiva de lo que vendría después, se puede perdonar lo primitivo de su dibujo y su humor simple y tontorrón, pero no su condición de vehículo propagandístico anticomunista. Que el régimen soviético cometió crímenes terribles es indiscutible, pero eso se diluye cuando lo que prima es facturar un exagerado panfleto de eso que hoy llamamos posverdad donde, por ejemplo, Tintín descubre que las fábricas rusas son solo decorados de teatro. El cómic es tan malo que Hergè se negó a que fuera reeditado hasta que no tuvo más remedio que claudicar, en 1973, ante la proliferación de ediciones piratas.
Battlefields: Las brujas de la noche (Garth Ennis y Russel Braun)
Como ejemplo de la participación de la URSS en la 2ª Guerra Mundial hemos seleccionado este cómic de nuestro admirado Garth Ennis. Al margen de que no se debe desaprovechar ninguna ocasión para reivindicar su faceta de escritor de tebeos de género bélico (y no solo por Predicador o su memorable etapa en The Punisher), el episodio que aquí le inspira es especialmente interesante. Las Brujas de la noche o Nacht Hexen, que es el término original que les dieron los alemanes, era un escuadrón de aviadoras soviéticas que, al mando de endebles biplanos, asediaban a las tropas del Tercer Reich con diarias incursiones nocturnas. El cómic cuenta dos historias paralelas ambientadas en el frente ruso: la de un soldado alemán crítico con la brutalidad de sus compañeros y la de una de esas aviadoras. También es interesante como reflejo de cómo la igualdad entre hombres y mujeres que tanto proclamaba la propaganda soviética, en realidad dejaba mucho que desear. El tebeo, que brillaría mucho más si lo hubiera dibujado Steve Dillon, lo editó aquí Aleta en 2015.
La muerte de Stalin (Fabien Nury y Thierry Robinn)
Antes de Muerte al zar, Fabien Nury y Thierry Robin realizaron un remarcable (mucho) relato de la muerte de Stalin y las posteriores disputas internas para sucederle como máximo mandatario de la URSS. Los autores insisten en que se trata de un trabajo de ficción, que la documentación es poca y contradictoria mientras son varias las teorías al respecto; pero aún así te lo crees. No es lo que pasó pero lo que pasó no debió ser muy diferente. Referencias a la purga de médicos previa; a la falta de asistencia que recibió Stalin; a la inacción del Comité Central del PCUS, que lo dejó morir; a las disputas entre sus miembros por sucederle en el poder, con Nikita Kruschev y el siniestro Lavrenti Beria como principales rivales; al papel de los hijos de Stalin. En definitiva, un tremendo cóctel de intrigas y traiciones cuya lectura es de esas que enganchan y se hacen del todo verosímiles, y eso no solo es mérito de tener una buena historia en la que basarse.
Laika (Nick Abadzis)
Con Nikita Kruschev ostentando el máximo poder, la URSS inició la carrera espacial en competencia con EEUU y rápidamente la encabezó con el lanzamiento del Sputnik (octubre de 1957) o el primer vuelo orbital tripulado (el de Yuri Gagarin, en abril de 1961). Buena parte del éxito debe atribuirse al ingeniero jefe del programa espacial soviético, Serguei Korolev, cuya historia (estuvo preso en un gulag de Siberia antes de sus logros) se relata en esta novela gráfica en paralelo a la de Laika, la perrita que viajó al espacio dentro del Sputnik II, lanzado solo un mes después del mítico primer satélite ruso. El objetivo, como se cuenta, era propagandístico y no científico, orden directa de Kruschev para celebrar el 40 aniversario de la Revolución, y el precio a las prisas y precipitación condenó a muerte a su tripulante canino. La novela gráfica del británico Nick Abadzis no es una maravilla, sus 160 páginas quizá sean excesivas, más si tenemos en cuenta que juega con un diseño de muchas y pequeñas viñetas por página dentro de un formato de tamaño reducido que, si bien queda bonito en lo visual, hace agotadora la lectura. También adolece de un exceso de sentimentalismo perruno, encarnado no solo por Laika sino también por un personaje de ficción: la veterinaria del programa soviético, mientras se desaprovecha la figura de Korolev, que sin duda daba más juego. Aquí fue editado por Glénat en 2009 y, de nuevo, se puede encontrar saldado con facilidad.
Partida de caza (Pierre Christin y Enki Bilal)
Un título clásico sobre la Guerra Fría publicado en 1983 que el tiempo convirtió en profética ficción sobre el fin de la URSS. Punto álgido de la colaboración entre el guionista Pierre Christin y el dibujante Enki Bilal, forma con Las falanges del Orden Negro un díptico de lectura, pero es completamente independiente: si aquel lo protagonizaban fascistas, en este se trata de comunistas. La historia gira alrededor de Vassili Alexandrovic, ficticio veterano de la Revolución y personalidad destacada en el engranaje soviético que habría sobrevivido a las sucesivas purgas de Stalin, Kruschev y Brezhnev. Envejecido y sin capacidad para el habla, pero aún poderoso, a su alrededor se reúnen en unas aparentes jornadas de caza un grupo de estrechos colaboradores, miembros destacados del partido comunista en los países del bloque soviético: Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y Alemania del Este. La reunión saca a relucir fragmentos y rencillas del pasado relacionadas con los diferentes momentos de tensión y desafío al sistema comunista (como la Primavera de Praga, por ejemplo); pero el encuentro también busca la muerte de uno de ellos. Brutal en muchos aspectos, quizá el más relevante es esa idea de un grupo de altos cargos que llevan años conspirando y moviendo los hilos tras las bambalinas del régimen soviético.
Superman Hijo Rojo (Mark Millar, Dave Johnson y Kilian Plunket)
Si hasta ahora todos los títulos seleccionados parten de sucesos o contextos verídicos, envueltos con más o menos ficción, en este caso se trata de pura fantasía superheroica. No solo eso, sino que encima se adscribe a la variante ucrónica del genero conocida como What if, donde se juega con un relato alternativo a partir de la premisa “qué habría pasado si…”. Aquí, esa ruptura con la continuidad y con la historia parte de proponer que el cohete lanzado desde Kriptón, donde viajaba el niño que será Superman, en lugar de caer en Kansas lo hace en la estepa rusa y sus padres adoptivos, también granjeros pero ahora rusos, lo educan en más puro ideal soviético.
Los superhéroes nacieron con Superman, en 1938, y lo primero que hicieron fue liarse a tortazos con Hitler y sus aliados, así que era lógico que la Guerra Fría impactara de lleno en sus argumentos. Con el tiempo hubo superhéroes soviéticos como Guardian Rojo, Dinamo Escarlata o Natacha Romanoff, alias Viuda Negra, que pronto cambiaría de bando. El trato que se les dio a menudo fue amable, respetuoso y hasta ambiguo, pero la perspectiva siempre era occidental. Mark Millar siempre es una garantía y aquí, secundado por el dibujante Dave Johnson (aunque su faceta como portadista es más relevante), sabe jugar muy bien con el supuesto de que, con Superman como héroe del proletariado, el régimen soviético se dulcificaría mientras los EEUU entrarían en decadencia económica y social. También que el propio ideal comunista llevaría al superhéroe a liderar y tutelar a la humanidad, jugando con la típica distopía de un futuro idílico de paz y armonía a cambio de sacrificar la libertad. Es ese juego de contrastes entre realidad, ficción y subtextos ideológicos lo que explica que la presencia en nuestra lista de una fantasía con superhéroes no sea, ni mucho menos, una locura sin sentido.
Los hijos de octubre (Nikolai Maslov)
El criterio de ordenar los títulos seleccionados siguiendo la cronología de los hechos históricos que narran ha dejado para el final el único con autoría rusa. De hecho, quizás sea la única novela gráfica publicada en España cuyo creador tenga esa nacionalidad (no lo hemos comprobado, pero parece probable). Nacido en Siberia en 1954, Nikolai Maslov se ganaba la vida como vigilante nocturno. Durante las largas y solitarias jornadas laborales se refugió en el dibujo y así fue como acabó convirtiendo en historieta su desencanto con la Perestroika y los cambios políticos y económicos que se sucedieron en su país. El resultado entusiasmo al editor ruso de Astérix y fructificó con la edición en 2005 de esta novela gráfica (que aquí publicó Norma en 2009). Compuesta de una serie de historias cortas que es difícil situar en un tiempo inmediatamente anterior o posterior al fin de la URSS, lo que emana de ellas es el duro retrato de una sociedad rota, fracasada y solitaria. También alcoholizada hasta extremos trágicos. Maslov quizá no sea un gran narrador gráfico, pero saca provecho del realismo estático de sus lápices, de la formación autodidacta labrada en el dibujo de retratos y paisajes, y de los silencios como recurso narrativo para expresar desolación. El alma rusa visualizada con áspera crudeza en un relato íntimo sobre el fin de la URSS y de un sueño revolucionario que. como todos, no tardó en darse de bruces con una realidad que no permite más color que el triste gris del desencanto.
Muy buena selección, no conocía algunos y tengo por ahí pendiente la lectura de ¿Cuánta tierra necesita un hombre? Me gusta mucho el Tolstoi de los relatos, cuando vi su adaptación, no lo pensé ni dos veces. Por cierto, las novelas de vampiros de Aleksei Tolstoi, también son muy buenas.
Y si me permite una recomendación más, Cuadernos Ucranianos de Igort, en la que hace un recorrido estremecedor por toda la historia de Ucrania desde los tiempos de la revolución.
Un saludo.
Hola. Gracias por el comentario. Cuadernos Ucranianos estaba en la lista, junto a Cuadernos rusos. No los había leído previamente y el préstamo bibliotecario no llegó a tiempo. 🙁