Émile Bravo: “Con mis cómics de Spirou quiero responder a las preguntas que me hacía de niño sobre la serie”

Émile Bravo (París, 1964) es un autor de cómic de orígenes españoles que, tras realizar varias series infantiles y juveniles, se ha convertido en el responsable de la revitalización de uno de los personajes más icónicos de la BD: el botones Spirou. Hemos aprovechado su reciente visita para promocionar la publicación de La esperanza pese a todo (2019), y hemos hablado con él sobre su trabajo con este personaje.

Gerardo Vilches: ¿Cómo surge la oportunidad de trabajar con un personaje de la BD tan importante como Spirou?

Émile Bravo: La verdad es que no es algo que yo haya buscado; me lo plantearon desde Dupuis, la editorial que siempre ha publicado Spirou. Eran los años 2000, y acababan de poner en marcha una colección titulada Una aventura de Spirou y Fantasio… En ella pedían a un autor que hiciera su propia visión del personaje, que estaría fuera de la serie madre, que lleva cincuenta y cinco álbumes. Tuve carta blanca.

GV: Pero imagino que aunque fuera así esa carta blanca tendría sus claúsulas, ¿no?

EB: No, no es lo primero que te dicen. Me preguntaron si había leído Spirou cuando era niño, si significaba algo para mí. Y sí, claro, yo había crecido con el personaje. La segunda pregunta fue si tenía algo que decir sobre él, pensando justamente en mi infancia. Yo al principio me quedé sorprendido, no me esperaba algo así. Para mí, Spirou es una serie con su canon, sus normas… Pero me dijeron que si el personaje tenía valor para mí, tenía carta blanca, siempre que me quedara en el espíritu de Spirou. No era para contar sus historias sexuales, claro, sino para contar lo que significa, lo que representa este personaje. Yo pensé en mi infancia, en las muchas cosas que me preguntaba sobre él; me gustaba la idea de, ahora que soy adulto, responder al niño que fui esas preguntas que se hacía. ¿Por qué lleva el traje de botones si nunca se le ve trabajando en un hotel?, por ejemplo.

También me intrigaba lo de la ardilla, de pequeño no sabía cómo interpretarlo. A Milú lo veíamos con sus globos de pensamiento a veces; yo tenía un perro, y para mí pensaba: reaccionaba y me miraba cuando le hablaba y demás. Pero tenía amigos que tenían conejillos de indias o hámsters… Y no parecía pasar nada cuando les hablabas [risas]. ¿Por qué la ardilla de Spirou piensa? ¿Y por qué el Marsupilami no? Porque tiene un comportamiento completamente animal y en los momentos que habla lo hace como un loro de la Amazonia. Ese tipo de cosas son las que quería explicar. Luego también me extrañaba que había muy pocas chicas. Estaba Seccotine, pero cuando yo era un preadolescente me extrañaba su papel… ¿de dónde salía, cómo la veían los demás personajes? Te dabas cuenta de que Spirou tenía cierta distancia con ella. Para Fantasio era una chica, con todo lo que eso conllevaba, pero Spirou no decía nada. Quizás no era que no le interesaran las chicas, sino que en su cabeza solo había sitio para una que no conocíamos, una chica que le abrió los ojos en su pasado, y que hizo que pasara de ser un botones a un aventurero. 

GV: ¿Es difícil dotar de todo este trasfondo a un personaje juvenil pensado para entretener? Porque, por un lado, estás intentando explicar cosas que los autores originales seguramente ni se planteaban, que eran así porque les resultaban divertidas y poco más, pero, además, está todo el trasfondo histórico que le das. 

EB: No, porque pienso que alguien como Franquin, si hubiera vivido en esta época habría hecho algo parecido. En su momento, cuando hacías historias para niños era imposible hablar de todo eso. Pero notas cosas no explícitas. La humanidad de Spirou, por ejemplo… es superhumano, y ves sus valores a través de las aventuras que vive. Hoy puedes explicar mejor su psicología, tenemos más libertad para profundizar en los traumas, en el origen de su manera de ser… Nos interesa mucho más y pienso que también a los niños. En el fondo, ¿qué es lo que hago yo? Me han dejado tres marionetas: Spirou, Fantasio y la ardilla Spip. Con ellas, hago historias desde nuestra época, nuestra mentalidad. Las historias previas no son un peso para mí. Si sintiera ese tipo de responsabilidad, no lo haría. Es mejor disfrutar y reír con los personajes, y quedarte con el espíritu infantil, pero con la distancia del adulto, para poder tener diferentes niveles de lectura. Yo he disfrutado mucho haciéndolo, y, por ello, supongo que los lectores disfrutarán de la misma manera.

GV: ¿Tienes en cuenta que estos cómics pueden llegar tanto a antiguos fans como a nuevos lectores infantiles? ¿Trabajas en ese doble nivel?

EB: Claro. Yo digo muchas veces que hago cómics para gente que no lee cómics. Eso incluye tanto a la gente que los leyó en la infancia como a nuevos lectores. Conozco a muchos de mi edad que leían Spirou pero luego dejaron de hacerlo, y que ahora lo han retomado con estos álbumes, porque les recuerdan ese Spirou de antes, con su manera de ver las cosas, con esa ligereza. Me gusta que los niños puedan compartir estos cómics con los adultos, para generar una relación intergeneracional, para suscitar preguntas sobre nuestro mundo, sobre lo que somos… Que un adulto pueda encontrar algo que lo llene.

GV: Eso me resulta muy interesante porque estás tratando un tema que no sé si puede ser conflictivo en Bélgica hoy: ¿cómo se trata todo lo referente a la ocupación nazi y el colaboracionismo? No sé si es un tema tabú aún, y si cuando tú lo tratas en los cómics de Spirou lo haces con intención de romperlo.

EB: Sí, pero también es porque soy consciente de lo que pasa hoy en día. Por eso cuento lo que ha pasado antes, aunque no tengo intención de contarlo de manera política: explico los hechos. Cómo los nazis dividieron a los belgas racialmente. Pero lo que no hay que perder de vista es que los peores colaboracionistas, como los peores nacionalistas flamencos de hoy, son una minoría. Pero como gritan muy fuerte se les oye mucho. Es una cuestión de educación… El problema en Bélgica entre flamencos y valones es histórico, sobre el poder económico. Durante mucho tiempo han sido los valones quienes lo han tenido, porque los sectores del carbón y el acero estaban en sus manos, mientras que en la parte flamenca solo había agricultura. Ahora eso ha cambiado porque la industria valona se ha derrumbado, y ahora son los flamencos los que lideran, porque controlan el puerto de Amberes, el sector de las finanzas… Han sabido adaptarse. Ahora son ellos los ricos y se lo quieren hacer pagar a los valones de hoy en día. Pero es una venganza estúpida, no tiene sentido. Los propios belgas dicen que Bélgica no tiene sentido, es un estado muy reciente formado por valones y flamencos con un rey alemán, pero hay que aguantarse porque todos somos humanos. La idea nacional de Bélgica es muy débil, como país no tiene historia: se forma en 1830. No puede creerse ningún cuento nacionalista, pero los nacionalistas son gente que se encierra en su habitación a pensar que son los mejores… Es una cosa muy pueril. Son como niños.

GV: Al hilo de esto, me resulta interesante de Diario de un ingenuo cómo, a veces, las discusiones ideológicas las muestras a través del grupo de niños amigos de Spirou. ¿Estás intentando subrayar eso, que en el fondo son discusiones pueriles?

EB: Y, sobre todo, son ideas inculcadas por sus padres. Ellos son niños que juegan juntos, no discutirían de no ser por eso. Es como la cuestión racial en Estados Unidos: los niños blancos jugaban con los niños negros en los pueblos, son los padres quienes no querían que eso fuera así. Cuando yo era pequeño, uno de mis mejores amigos era negro, pero nunca me había dado cuenta de la diferencia hasta que otro lo llamó “Blancanieves” para reírse de él. Recuerdo que el padre de ese niño había hecho la guerra en Argelia, y era superracista: había sido él quien le había metido esas ideas en la cabeza a su hijo. Es la influencia de los adultos lo que adoctrina a los niños, igual que sucede con la religión. Pero es una cuestión de azar: si naces en España vas a ser católico, pero si hubieras nacido en Arabia Saudí serías musulmán. Esto es algo que mucha gente no tiene en cuenta.

GV: Me interesa preguntarte también por la parte gráfica. Spirou lo dibujas en tu estilo habitual, y es curioso, porque está muy alejado de Franquin…

EB: Se parece más al de Hergé [risas].

GV: ¡Claro! Y es curioso, porque siempre ha habido una especie de guerra entre Tintin y Spirou, son dos escuelas diferentes.

EB: Sí, efectivamente. Mi estilo está adaptado a lo que cuento. En Diario de un ingenuo (2010), como lo que narro es, en el fondo, un chiste —que Fantasio tiene la culpa de que comience la Segunda Guerra Mundial—, el dibujo es más caricaturesco. En La esperanza pese a todo (2019) evoluciona y se vuelve más sobrio… A mí siempre me ha gustado el estilo de Hergé, pero encuentro que Franquin dotaba de vida a sus personajes. Sin dármelas de nada, a mí me gustaría encontrar un equilibrio entre los dos, dotar de más vida al estilo de Hergé, pero no lo hago conscientemente: me doy cuenta después, analizando mi trabajo. También sucede que quería conseguir el ambiente de los álbumes de Tintin que se hicieron en esos años. Y que, por cierto, ya hablaban de estos temas históricos, solo que de otra forma. Por ejemplo, si lees La estrella misteriosa (1941-42), te das cuenta de que habla del fin de mundo que ha sucedido en Bélgica. El meteorito que cae es las tropas alemanas que han asolado el país. Pensabas que ibas a morir pero sobrevives, y tienes que decidir qué hacer. Tintin colabora con gente del Eje y de países neutrales en una expedición… ¿contra quién se enfrenta? En la versión original, contra un barco de Estados Unidos, en una expedición financiada por un judío, dibujado de manera muy estereotipada, que quería el meteorito porque pensaba que podía hacer mucho dinero con él. Nos está hablando de toda una época, por tanto… Yo hago lo mismo, cuento la historia de la ocupación pero quizás con gente que tienen un poco más de conocimiento y humanismo.

GV: Tú venías de hacer una serie juvenil, Una asombrosa aventura de Jules (2013), que bebía mucho de esa BD clásica de aventuras. ¿Hasta qué punto te sirve lo que has desarrollado en esa serie para luego hacer Spirou?

EB: Es lo mismo, en el fondo [risas]. Jules es un chaval vestido de rojo, con un roedor como animal de compañía. A Jules lo meto en un mundo de ciencia y filosofía, mientras que Spirou está más bien en el mundo de la historia. Pero en ambas explico cosas que creo que son importantes y que hay que saber. En Jules muestro cuestiones científicas que creo que aplastan un poco el ego humano, que nos está perdiendo. Cuando cuentas a los niños cosas de clonación, de relatividad… Les explicas que no somos nada, que no somos el centro del universo en absoluto. Que ni del tiempo te puedes fiar, porque depende de la velocidad. Spirou es un poco lo mismo, pero con nuestra historia. Con nuestro pasado: si no lo conocemos, no podremos avanzar. Eso es lo que nos muestra, además, lo que somos capaces de hacer, hasta dónde podemos hacernos daños a nosotros mismos. Porque los nazis eran humanos. Y eso es lo terrible. Como dijo Hannah Arendt tras el juicio de Eichmann, no son monstruos. 

GV: El primer cómic tuyo que leí fue Mi mamá está en América y ha conocido a Buffalo Bill (2013), que hiciste junto con Jean Regnaud, en el que experimentas mucho con el lenguaje, aparecen bocadillos con imágenes en lugar de palabras, etc. ¿No tuviste la tentación de jugar con este tipo de cosas para innovar en una narración tan clásica como la de Spirou?

EB: ¿Qué es el cómic realmente? Es una narración dibujada con diálogos. Cuando hay una conversación complicada es difícil decirla con pictogramas. Aunque a veces es tan complicado que vale más poner pictogramas para que cada uno lo interprete a su manera. Pero, en el fondo, es lo mismo. Poner dibujos o poner letras… Lo que hice en Mi mamá… se debe a que en ese momento pensé que se podía contar en ese estilo. El cómic universal sería así, solo con imágenes. Ha habido más ejemplos, claro. Pero hacer eso con Spirou… no lo veo, es más tradicional. Y a mí me gustan mucho los diálogos, dar vida a los personajes haciéndoles conversar. Como ves, me gusta mucho hablar [risas]. La escritura es algo bonito, me gusta mucho. Creo que los experimentos vale más hacerlos con otras historias. 

GV: Por último, ¿cuál es el plan que tienes de cara a Spirou?

EB: Ya mismo aparecerá el segundo tomo de La esperanza pese a todo en Francia, y me quedan otros dos por hacer, aunque ya sé lo que va a pasar en cada uno, la historia completa ya está proyectada. Solo me falta ordenarla y traducirla en las páginas dibujadas. 

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