Entre danzas y zombis: 7 películas de San Sebastián 2019 a reivindicar

Un año más el Festival de Cine de San Sebastián, en su 67ª edición, citó a más de 200 películas en la ciudad vasca. Algunas, películas a descubrir que quedaron ocultas bajo un palmarés conservador; otras, brillantes promesas llegadas de otros festivales y desperdigadas entre las secciones del festival. Entre ellas rescatamos siete grandes títulos que han podido pasar bajo el radar.

Algo está sucediendo en el Festival de San Sebastián. Como los dos mundos, tan separados, de París y Haití que se contaminan gradualmente según avanza Zombi Child (en Sección Zabaltegui-Tabakalera), o los mundos separados de la inocencia y de la corrupción en la sorprendente A Dark-Dark Man (en Sección Oficial) cuyo contacto redime al protagonista, los límites entre secciones del Festival de San Sebastián comienzan a confundirse.

Aunque las dos principales secciones del festival con estreno internacional siguen siendo la Oficial y New Directors, uno se pregunta qué separa a una de otra cuando la mitad de la programación de la Sección Oficial de esta 67ª edición también lo formaban directores que debutaban en el largometraje u ofrecían su segunda película (Belén Funes, Ina Weisse, David Zonana, Paxton Winters y Gonçalo Waddington). Por otro lado, si en la sección Zabaltegui-Tabakalera se proyectan títulos tan esperados tras su paso por otros grandes festivales y tan distintos entre sí como lo último de Betrand Bonello, de Diao Yinan y de Takashi Miike, ¿qué la diferencia de Perlas, la recopilación anual de grandes éxitos, más allá de que sus títulos no suelan tener en el momento de la programación una distribuidora y fecha de estreno confirmada? ¿Dónde queda la línea de programación? ¿Cómo afecta a la sección New Directors que los debuts más fuertes concursen en su hermana mayor? ¿No se está convirtiendo Perlas en una sección de preestrenos, con demasiadas concesiones a la alfombra roja y con la mitad de los títulos con su lanzamiento programado para ya mismo u octubre?

A Dark-Dark Man

En este panorama de secciones que se difuminan, un palmarés encaprichado con dos únicas películas no sirve para separar el grano de la paja. Avalada por la producción de Darren Aranofsky y ganadora de los premios a mejor película, mejor actor y mejor fotografía, Pacificado, el segundo largometraje del director Paxton Winters es una película con un bello final sobre la dura vida en las favelas de Brasil. Por lo demás, es un film sin sorpresas, al que se han dedicado (con éxito) muchos medios para aparentar la inmediatez de títulos parecidos como Baixo Centro (2018; en Filmadrid) o Baronesa (2017; en DocumentaMadrid). La trinchera infinita, de los directores vascos Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, acaparó los premios a mejor director y mejor guión, el premio de la critica FIPRESCI, el Feroz y mejor película y guión de cine vasco… y eso que su mayor virtud es no preocuparse tanto como Alejandro Amenábar de no ofender a los herederos de Franco. Una película con muchas prótesis, mucha complacencia por su original dispositivo (se narra el franquismo desde el punto de vista de un topo, oculto en casa durante décadas), mucho acento más andaluz que los andaluces y mucho Antonio de la Torre

Frente a esto, lo que sigue a continuación son Perlas sin fecha de estreno, olvidos del palmarés y grandes títulos que cayeron en la cada vez más interesante sección “alternativa” Zabaltegui-Tabakalera.

A Dark-Dark Man (Adilkhan Yerzhanov, 2019)

Por más thrillers que uno haya visto A Dark-Dark Man le seguirá sorprendiendo. A medio camino entre el thriller local de Memories of Murder (Bong Joon-ho, 2003) y el policiaco rural con toques de transcendencia y de extravagancia de Bruno Dumont (La humanidad, 1999; El pequeño Quinquin, 2014), la última película del kazajo Adilkhan Yerzhanov ha sido lo mejor de la Sección Oficial y el olvido más flagrante. En ella, un niño es asesinado y otro ─un adulto ingenuo y simplón, con algún grave deterioro cognitivo─ es designado como culpable por la policía local y un siniestro poder en la sombra. La misión del detective Bekzat es fácil, como tantas otras veces: aceptar un sobre, cerrar el informe y asegurarse de que el culpable se suicida. Sin embargo, la llegada de una periodista en busca de ese gran reportaje que la pondrá en el mapa le obliga a cambiar los planes y fingir una investigación de verdad.

Es entonces cuando Yerzhanov demuestra su visión personalísima del género policial, con un baile inolvidable incluido. Por un lado, los vastos paisajes bellos y desolados de Kazajistán y las particularidades de una sociedad desperdigada por la llanura transforman los códigos de un género tradicionalmente urbano o ligado a comunidades bien delimitadas en algo nuevo. En Kazajistán el noir es también una road movie. Por otro lado, el encuentro del mundo del crimen y de la corrupción rural con dos personajes tan ingenuos, casi de una película de Jacques Tati, como el falso acusado y su novia produce un estimulante choque de temporalidades y tonos contrarios. Y es que estamos ante una investigación que no gira en torno a quién es el verdadero culpable, que pronto descubre el detective, sino sobre el precio violento de sacar la verdad a la luz.

The Audition (Ina Weiss, 2019)

Nina Hoss es una severa profesora de violín a la que un inalcanzable nivel de exigencia le está ocasionando problemas con su marido, su hijo, su amante, sus padres e incluso ella misma y su carrera. Un día, en una audición, detecta el talento en bruto de un chaval y pese a los recelos de sus demás colegas decide prepararle para hacerlo brillar en el examen parcial.

Es muy difícil clasificar un film como The Audition. Sobre el papel, podría ser una película para señoras que quedan para ir al cine y beber descafeinado (“de sobre, y la leche templada por favor”) o una nueva revisión del perfeccionismo patológico ligado a la música clásica de La pianista (Michael Haneke, 2001). No es, sin embargo, ninguna de las dos cosas. Ina Weiss se mantiene fiel al retrato de la protagonista sin ceder ni al tema ni a la sensiblería para mostrar las dinámicas de una mujer que vive en una audición constante a sí misma y a quienes la rodean. Y lo hace con un ejercicio de contención y tensión capaz de combinar el clímax de pérdida de control con un cortaúñas sin caer en el tópico, aun conservando su violencia. Al fin y al cabo, y de esto va The Audition, las pérdidas de control y las sutiles perversidades con que se recupera el equilibrio son violentos fracasos morales de graves consecuencias sin necesidad de hacer un espectáculo.

Les enfants d’Isadora (Damien Manivel, 2019)

Una danza no pertenece a nadie, cada uno debe encontrar sus gestos”, recuerdan en un momento de la hermosa película de Damien Manivel que decía la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan. Les enfants d’Isadora es, sencilla y llanamente, una honesta puesta en escena de esta idea. Tres personajes femeninos se suceden sin otro vínculo que la fascinación por los movimientos que Isadora Duncan creó para la pieza de Scriabin (Etude, Op. 2, No. 1 – Mother) tras la muerte trágica de sus hijos. Esta fascinación común hermana a una joven estudiante de danza, a una chica con síndrome de Down y su profesora y a una anciana negra con problemas de movilidad a la que interpreta el icono de la danza africana y contemporánea que es Elsa Wolliaston. Cada de ellas ensayará con naturalidad los gestos con que Isadora trató de sublimar el dolor por la pérdida de sus hijos en un compasivo gesto de desprendimiento, de dejarlos marchar tras haberlos cuidado amorosamente por última vez. En esa apropiación e interiorización del mismo gesto a cada caso, a cada cuerpo, a cada psicomotricidad, se encuentra, si no la mejor, sí la película más bella del festival.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (José Luis Torres Leiva, 2019)

Como en la danza clásica o la escultura antigua, el cuerpo es el protagonista de Les enfants d’Isadora sin serlo. Está idealizado por los movimientos, por los gestos, por cierto ideal de armonía. En realidad, pocas veces y en muy pocas películas vemos los cuerpos en lo que tienen de cosa, desnudos de las proyecciones y deseos que los animan. A menudo, cuando esto sucede -si acaso esto es posible-, uno siente que se encuentra en un hospital. La inapreciable virtud de una película como Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (abierto homenaje a Cesare Pavese) es mostrar los cuerpos, y en especial el rostro, como la cosa que son: con las escamas de la piel, las imperfecciones y los poros, amplificados en pantalla grande como si fueran un territorio inexplorado, más allá incluso de los límites de la cara y del pudor; y hacerlo sin la mirada clínica y cruel que disfruta sometiendo los cuerpos al escalpelo de la cámara (Touch Me Not, p.e.). Aquí en cambio el referente más inmediato sería Ingmar Bergman.

Dos mujeres amantes deben enfrentar el hecho de que una de ellas se muere. Ha renunciado a tratar lo incurable y ambas marchan a una casa en el bosque a esperar a la muerte disfrutando del amor y la intimidad que desde hace años comparten. En cierto modo, este regreso al rostro y al cuerpo de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos tiene como única meta recuperar lo que de verdad importa y que ya anuncia al título: el amor y la muerte. Pues los cuerpos son cosas, pero no pueden dejar de ser cosas que mueren y se desean.

Los consejos de Alice (Nicolas Pariser, 2019)

Con la surrealista y muy francesa premisa de un alcalde que contrata a una filósofa en su gabinete para que le ayude a pensar, Los consejos de Alice aparenta ser una comedia verbal amable y convencional de las que tanto abundan en Francia, pero para quien esto escribe ha sido la sorpresa más agradable del festival.

Nicolas Pariser ofrece una comedia sofisticada que gira perfectamente engrasada sobre los engranajes de dos personajes opuestos: una persona con vocación pero que no piensa y otra que piensa mucho pero carece de la vocación. Él es el alcalde socialdemócrata de Lyon; ella, una intelectual francesa con estudios de filosofía. Él actúa como un autómata empujado por la maquinaria de su gabinete y las presiones del partido, sin cuestionarse nada; ella conversa de política y sociedad con colegas que hablan en el vacío. Los dos están interpretados magníficamente. Fabrice Luchini crea un alcalde en constante verborrea y frenética actividad que se quiebra momentáneamente en un rictus de fragilidad y desorientación. Logra lo más difícil, realizar una sátira que conserve la dignidad del personaje. Igual de sutil es Anaïs Demoustier transmitiendo la ironía y el progresivo respeto y reconocimiento que le produce el alcalde. A ello ayuda también un guion elegante que modela las emociones de sus personajes mediante el contacto con su entorno (el gabinete, el ir y venir para quién sabe qué y a donde, los actos políticos, las reuniones y conversaciones…), que va desgastándoles poco a poco, en lugar de mediante acontecimientos dramáticos; y una puesta en escena que sugiere todos los matices con economía narrativa. El resultado, pese a un final agridulce, es un momentáneo y utópico rearme político ante a la “crisis de crédito moral de la democracia”, como dicen en la película, y un elogio de la modestia como respuesta a las limitadas posibilidades de actuación en que vivimos y a los gestos grandilocuentes y vacíos y las pretensiones ridículas bajo las que se esconden.

El lago del ganso salvaje (Diao Yinan, 2019)

¿Por qué nos gusta tanto el cine chino? Porque es la combinación perfecta de la herencia neorrealista con la estilización más extrema y el juego de géneros de, digamos, Nicolas Winding Refn a partir de Drive (2011). Tal vez por la violencia con que la modernización radical y capitalista se ha implantado en un país con una tradición milenaria, la cinematografía china desde Jia Zhangke (Naturaleza muerta, 2006; La ceniza es el blanco más puro, 2018) hasta la nueva generación de Bi Gan (Largo viaje hacia la noche, 2018) y Diao Yinan (Black Coal, 2014) ha dado los más estimulantes ejercicios de género y estilo partiendo de los materiales de “lo real”, pues es lo real, con sus luces de neón, su tecnología, la gentrificación, la desigualdad social y la destrucción del medio, lo que se ha vuelto marciano.

En El lago del ganso salvaje, Diao Yinan ofrece una brillante película de cine negro puro que es, al tiempo, un fiel retrato del lugar del título: un lago en torno al que se organizan, de manera no muy diferente, la policía y las mafias en todas sus caras: el robo y el crimen, la prostitución y la organización violenta del trabajo y de los negocios locales. Por este entorno transita una historia arquetípica de lealtades y traiciones a varias bandas movidas por el interés y el amor, con su héroe romántico y descreído y su femme fatale. Todo ello cobra vida propia, como si se viera por primera vez, gracias a los toques de humor y de melodrama y a la atmósfera que Yinan introduce en su puesta en escena. La historia de amor entre el delincuente trágico y la prostituta se va filtrando poco a poco por alucinantes set-pieces de acción y persecuciones ─una fascinante coreografía grupal con zapatos de neón deriva en tiroteo─ hasta culminar en una bellísima escena de sobreentendidos y reconocimientos durante una última cena.

Zombi Child (Bertrand Bonello, 2019)

El nuevo año cinematográfico pertenece a los “no muertos”. Los muertos no mueren, de Jim Jarmuch, inauguraron el festival de Cannes y la temporada, y ya en San Sebastián Atlantique y Ghost Town Anthology han reformulado sus géneros ─el drama social y las “vidas cruzadas”─ hibridándolos con zombis, pero la propuesta más interesante la ha traído Bertrand Bonello. Zombi Child es la película de internados malditos que podría haber filmado un Dario Argento obsesionado por Yo anduve con un zombi (1943) y Picnic en Hanging Rock (1975).

Dos tiempos se cruzan magistralmente marcados por la música que compuso el director mientras escribía el guion. A un lado, los años sesenta de François Duvalier en Haití, donde un hombre es zombificado por la dictadura para hacerle trabajar como un esclavo en las plantaciones de azúcar; a otro, en el presente, en un internado femenino para las élites fundado por Napoleón, una joven haitiana es aceptada por un grupo de amigas que matan las horas entre clase y clase, otra clase de zombis nihilistas, también suspendidos en el tiempo, como los que protagonizaron Nocturama. Como en las películas de Argento es la música y la puesta en escena lo que sugiere una presencia maléfica y ambigua que, a medida que ambos tiempos se contaminan sin llegar nunca a tocarse, acaba desplazando la maldición zombi por el espacio y el tiempo.

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