Alfonso Zapico es uno de los autores más exitosos de la novela gráfica española reciente. En Los puentes de Moscú, un “cómic documental”, como él mismo lo ha llamado, aborda el conflicto vasco a partir de una conversación entre Fermín Muguruza y Eduardo Madina. Hablamos con Zapico sobre todos los temas que trata en el libro.
Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981), ganador del Premio Nacional de Cómic por Dublinés (2011), actualmente está embarcado en su obra más ambiciosa, una saga de tres volúmenes sobre la revolución de Asturias en el 34: La balada del norte (2015-). En el camino hacia la conclusión de esta historia, Zapico ha hecho una parada técnica para dibujar Los puentes de Moscú. Estas son sus impresiones sobre sus temas y proceso de realización.
Gerardo Vilches (GV): ¿Cómo surge este proyecto? ¿Se trata de un encargo o es idea tuya?
Alfonso Zapico (AZ): Empieza con algo que me proponen. A Eduardo Madina se le encendió la bombilla, y propuso a Jotdown publicar una conversación entre él y Fermín Muguruza. Creo que se hizo a principios de diciembre de 2016, en Irún. Y Madina me propuso acudir con mi cuaderno, para hacer dibujos mientras hablaban. Pero en un principio no iba a hacer ningún libro; la idea era simplemente que estuviera con ellos y compartiera la jornada, mientras hacía algún dibujo. Lo del libro vino después de ese día, y surge como complemento a esa entrevista.
GV: Entonces, ¿la idea de hacerlo fue tuya, se lo propones tú a Astiberri?
AZ: Sí, cuando volví de Irún estuve mirando qué hacer con todos los dibujos que había hecho, y hablé con la gente de Astiberri. Les dije que ya que aquella entrevista había sido algo bastante excepcional -en Jotdown tuvo más de un millón de visitas, con opiniones positivas y negativas- e interesante, podría ser buena idea profundizar con un libro. Astiberri, desde el primer momento, sin saber muy bien qué iba a salir, se lanzó a la piscina. El tema, además, les tocaba directamente.
GV: En el momento en el que te planteas hacerlo, supongo que tiene mucha influencia a nivel formal el hecho de que empezara como un cuaderno: que no tenga viñetas, que tenga una estructura más flexible…
AZ: Aquel día yo hago varios dibujos en una Moleskine, en plan sketchbook, ya en esa línea que luego llevará el libro, sin viñetas. Edu Madina me decía cuando lo vio que era muy guay que los hubiera dibujado liberados de las viñetas, con los dibujos al aire… Parece muy metafórico, pero, en realidad, no lo pensé: me salió así. Como este trabajo lo hice en un parón en mi serie de novelas gráficas La balada del norte, que me está llevando mucho tiempo, me apetecía cambiar de estilo.
GV: Entrando en el contenido de la obra, vemos que, por un lado, está la conversación en sí entre Madina y Muguruza, pero, por otro, hay una parte importante de sus biografías. ¿Eso lo haces a partir de otras conversaciones con ellos o se trata de una labor de investigación por tu parte?
AZ: Sobre todo viene de hablar con ellos. Cuando estaba trabajando en las páginas y necesitaba información los llamaba para preguntarles cosas. Y según iba avanzando en el libro, les enviaba las páginas para que las fueran complementando. Ha sido casi un trabajo a seis manos. Y eso me vino muy bien. Por un lado, como hay muchas cosas que explico en el libro que yo obviamente no he vivido, porque yo no soy vasco -toda la parte musical, por ejemplo, me queda muy lejos-, ellos ayudaron a complementarlas. Por otro, hay cosas que yo no sería capaz de defender, pero sí puedo darles voz a ellos; que cuenten cómo se sienten, cómo lo vivieron. Es más un cómic documental que una novela gráfica al uso.
GV: Además, tú pocas veces expresas una opinión directa, sino que, como comentas, les das voz a ellos. Pero, al final, estáis tratando un tema que, pese a que felizmente es cosa del pasado, todavía levanta ampollas. ¿Esto te ha influido, has tenido la conciencia de que el libro podía generar polémica?
AZ: No lo sé. Creo que no es lo mismo hablar de este tema hoy que hace quince años, por ejemplo, cuando se estrenó La pelota vasca (Julio Medem, 2003), una película documental que, vista ahora, no parece tan polémica. Es un relato colectivo en el que hay una serie de voces que hablan cada una desde su perspectiva. Pero en su momento fue muy escandalosa y afectó seriamente a la carrera de su director. Hoy creo que es verdad lo que se dice en el libro: el lenguaje pesa menos. También es verdad que yo asumo que no va a gustar a todo el mundo, que puede estar en desacuerdo. Creo que hay gente que puede ver la idea de dar voz a personas que piensan diferente entre sí como una especie de equidistancia. Como un lavado de cara de un pasado, pelillos a la mar y borrón y cuenta nueva… Pero yo creo que es justamente lo contrario: la memoria histórica es importante. Y Los puentes de Moscú es un intento de preservar la memoria de estas dos personas.
GV: Yo creo que, sobre todo, haces un esfuerzo por entender a ambos. Por entender sus trayectorias y, a través de ellas, qué fue el conflicto vasco.
AZ: Es que, si no, no tiene sentido. Si yo tuviera una idea preconcebida de todo lo que pasó en Euskadi y de ellos dos, incluso, antes de conocerlos, el libro me sobra. Pero, en el fondo, el libro parte de una perspectiva forzosamente ingenua por mi parte. Yo no conozco bien el tema ni tengo en la cabeza la estructura de las historias que vivieron: lo que quiero es que me las cuenten desde el principio. Por eso empezamos casi en los años treinta con la Guerra Civil. Ahí empieza el hilo de la historia, de forma que el lector puede tener una perspectiva más general. Y creo que este libro tiene una ventaja: los dibujos permiten viajar hacia atrás y hacia delante y que el lector no se pierda entre la información, entre tantas fechas y personajes.
GV: En la organización de la información creo que te ayuda el dominio que tienes, a estas alturas de tu carrera, de las herramientas propias del cómic. Por ejemplo, llaman la atención los momentos en los que tú, como narrador, alertas al lector de lo que se va a encontrar más abajo en la página, o poco después… es un tebeo muy autoconsciente de serlo, ¿no?
AZ: Este cómic es un artefacto narrativo a priori muy simple, que tiene la mayor complejidad en la información que se transmite al lector y en los viajes hacia delante y hacia atrás, que son constantes. Me permito jugar un poco con el lector, y me reitero mucho en lo de “aquí este personaje no lo sabe, pero dentro de dos páginas pasará tal cosa…” o “Edu no podía saber esto, pero Fermín Muguruza no sé qué más…”. Es una forma de conectar unos personajes con otros y es la constatación de que una gran parte de lo que nos pasa en la vida es casual.
GV: Es una realidad complejísima, que quizás cueste explicar. Muguruza, por ejemplo, en un momento de su vida tuvo cercanía al entorno etarra, y Madina, por su parte, sufrió un atentado: sin embargo, son capaces de sentarse a hablar y examinar su propio pasado. Eso me ha resultado muy enriquecedor y positivo por su parte.
AZ: Es positivo para ellos y para los demás. El momento que se vive ahora en el País Vasco creo que pide eso. La gente allí lo demanda. Al final, hay que convivir. Cuando estuvimos presentando el libro en Asturias, Madina y yo hablábamos de que, a veces, se confunde la convivencia con la reconciliación. Mucha gente piensa que ésta no es posible porque no se ha perdido perdón, aún hay heridas abiertas, etc. Lo que plantea Madina es que la reconciliación y el perdón es un estadio al que no se ha llegado todavía, pero en el País Vasco a lo que se aspira es a tener espacios comunes de convivencia. Es algo menos ambicioso, y creo que es lo que demanda la gente.
GV: Yo creo que la manera en la que se plantea el problema creo que es muy maniquea. El perdón es algo íntimo; sin embargo, el concepto de convivencia es cívico.
AZ: Creo que sí. El perdón es algo muy personal. Cuando Madina y Muguruza hablan de convivencia en el País Vasco actual creo que están pensando menos en ellos mismos y más en sus hijos, los vascos que llegan ahora y van a crecer en un Euskadi que no tiene nada que ver con la que Madina y Muguruza conocieron de jóvenes. El dolor es demasiado complicado, y entiendo que puede haber gente que no quiera perdonar, y no tiene por qué. Pero aquí hablamos de algo diferente.
GV: ¿Qué crees que puede pensar una víctima del terrorismo de ETA que lea el libro, al ver los discursos de Muguruza y Madina?
AZ: Hay de todo, como en botica. Creo que hay víctimas que se identifican mucho con Madina y entienden que lo que conviene ahora para el futuro colectivo es pasar página, vivir y convivir. Pero hay gente que pensará que ETA les arruinó la vida y no están dispuestos a pasar esa página. Cada caso es diferente, y es lo que más me puede preocupar del libro. Yo estoy hablando de este tema desde la distancia, pero entiendo que para gente que ha perdido seres queridos y que ha vivido años muy duros no es tan fácil. ¿Qué les voy a decir yo? No tengo ninguna lección que darles. En general, creo que sí hay una predisposición colectiva de ir a mejor, de no dejarse llevar por los instintos fáciles. Soy optimista.
GV: Quizá hoy a la gente joven le resulte difícil entender cómo puede llegarse a un contexto en el que haya gente a la que le parezca razonable que exista una banda armada que luche por la independencia mediante atentados.
AZ: A mí esto me parece lo más difícil. Yo pertenezco a una generación posterior a la de Edu y Fermín, y además no soy vasco. Crecí en un ambiente completamente diferente. La cuestión de la identidad, de pertenecer a uno u otro grupo, es algo que me cuesta entender. De hecho, lo explico en las últimas seis páginas del libro: ahí se ve que la distancia es casi como la de un planeta a otro, cuando descubro que Fermín y Edu, hablando de lo mismo, hablan en idiomas diferentes. El lenguaje que usan cambia. Pero esa distancia que parecía insalvable en otra época ahora se acorta. Lo que tú decías: ahora es muy difícil comprender y justificar determinadas cosas que antes se hacían. Por ejemplo, en cierta época se podía llegar a entender un caso como el del general Galindo, y que el Estado pudiera matar de forma ilegal, pero eso hoy es más difícil. Es curioso, porque hablamos de los años ochenta y noventa, pero parece que hablemos de los años veinte. Parece algo que nos queda muy lejos.
GV: Las diferencias en el lenguaje que comentabas se ven muy bien en unas páginas que titulas “El definiciómetro”, y también en el epílogo, en el que apareces tú dibujando mientras ellos te llaman por teléfono. Desdramatizas mucho todo este tema del lenguaje, y lo abordas de una forma más ligera.
AZ: Bueno, igual si hubiera hecho el libro hace doce años, se vería de otra manera y no haría tanta gracia. Se ha desdramatizado un poco, con cosas como la película de Borja Cobeaga, El negociador (2014). Según la tragedia se va alejando se pueden tocar los temas con más humor. En mi libro lo hay, aunque se hable mucho de la tragedia. Y el tema del lenguaje sigue vivo: es la batalla que queda por librar.
GV: Sin embargo, obras como Fe de etarras (2017) del mismo Cobeaga, todavía generan cierta polémica, no sé si lo recuerdas…
AZ: Sí, recuerdo la publicidad, que era algo provocadora y hubo gente ofendida. Pero creo que, en el mundo abertzale, donde había más solemnidad con el lenguaje, sí se ha perdido un poco y hay espacio para el humor.
GV: ¿Se siente uno más relajado cuando trata un tema como la revolución de Asturias del 34, que puede ser polémico, pero sucedió hace ochenta años?
AZ: Claro, la distancia temporal influye. Los puentes de Moscú no lo habría hecho si no hubiera tenido detrás a Madina y Muguruza. Son mi parapeto no ya contra la crítica, sino contra las equivocaciones propias. Ellos me prestan sus vivencias y a través de ellos es como puedo meterme en este jardín tan complicado. Sin eso, no me habría atrevido.
GV: Los puentes de Moscú ha sido muy diferente a tus cómics anteriores. ¿Crees que te va a influir en futuros trabajos?
AZ: El libro me va a influir, porque ha sido un descubrimiento para mí. Me he dado cuenta de que con este estilo de sketchbook puedo contar muchas cosas de un modo muy rápido, y tocar temas complejos y profundos sin un alarde técnico. Y esto me gusta. Me gusta cambiar el chip, y más cuando estoy trabajando en La balada del norte que, gráficamente, es todo lo contrario. Este estilo más suelto, además, es muy legible, permite al lector entender bien esta clase de temas. Voy a seguir por esta línea seguro.
GV: Además del tercer libro de La balada del norte, ¿tienes algún otro proyecto para el futuro?
AZ: La verdad es que no. La balada del norte ocupa todo mi tiempo, porque quiero tenerlo terminado para el año que viene. Pero seguro que lo siguiente que haga se parecerá menos a La balada del norte que a Los puentes de Moscú.