Jaime Martín publicó Las guerras silenciosas en 2014, un cómic en el que relataba la mili de su padre, realizada en Ifni, al suroeste de Marruecos, en el año 1962. Allí ya nos presentaba a su abuela, una mujer que a los dieciocho años burló a la muerte en Melilla. Salió de su ciudad por la noche, huyendo por los tejados de las casas, tras recibir un chivatazo que le aseguraba que la iban a fusilar por anarquista. Ahora, en Jamás tendré 20 años, la protagonista es ella. Ella y su marido Jaime.
Jaime Martín tenía poco más de veinte años cuando empezó a colaborar como autor en El Víbora con las series Los primos del parque y Sangre de barrio. Esta última acabó recopilada en un álbum gracias al editor de la revista, Josep María Berenguer, y con ella consiguió un premio, el de autor revelación del Salón del Cómic de Barcelona en 1990. Pasaron los años, el El Víbora cerró y Jaime empezó a trabajar para el mercado franco-belga con la editorial Dupuis. Allí es donde ha publicado todos sus últimos títulos, desde Todo el polvo del camino (2010) hasta Jamás tendré 20 años, editados posteriormente en España por Norma Editorial.
Jaime Martín publicó Las guerras silenciosas en 2014, un cómic en el que relataba la mili de su padre, realizada en Ifni, en el año 1962. Allí ya nos presentaba a su abuela, una mujer que a los dieciocho años burló a la muerte en Melilla. Salió de su ciudad por la noche, huyendo por los tejados de las casas, tras recibir un chivatazo que le aseguraba que la iban a fusilar por anarquista. Ahora, en Jamás tendré 20 años, la protagonista es ella. Ella y su marido Jaime.
Roser Messa (RM): El cómic empieza con una introducción en la que explicas cómo descubriste, casi por casualidad, lo que supuso la Guerra Civil para tus abuelos, Jaime e Isabel. Jugabas con tus primos a la guerra y no entendisteis por qué os riñeron de esa forma…
Jaime Martín (JM): Estábamos grabando una película de guerra en Super 8; éramos 8 críos disfrazados con cascos, botas y escopetas; entonces, en un momento dado, nos salimos del guión y un grupo fusila a otro. La verdad es que no reparamos en mi abuela, que estaba bastante incómoda pero sin llamar la atención. Fue mi abuelo el que hizo que nos diésemos cuenta que algo estaba pasando, se levantó enfadado y nos mandó a paseo, dando por concluida la película. Evidentemente no sabíamos que habíamos traído de vuelta la peor pesadilla de mis abuelos, eso lo supimos muy pocos años después. La segunda película que rodamos fue de vikingos, esa no dio problemas.
RM: Esta es la segunda vez que hablas en un cómic sobre la memoria histórica y, en ambos casos, sobre las experiencias de familiares directos. Personalmente, creo que se aprende más historia dando voz a personas anónimas que a través de los manuales.
JM: Opino igual. Normalmente suelo desconfiar de la historia con mayúsculas, porque se suele presentar a la medida de aquellos que precipitaron los hechos. Las personas anónimas que sufren los grandes acontecimientos de la humanidad son los que enriquecen lo que llamamos “historia”, porque le dan una dimensión humana y nos sitúan ante los hechos libres de prejuicios. Esos testimonios nos permiten conocer los hechos despojados de épica, mostrando la cara más absurda, el sinsentido, los pequeños detalles que dan forma a las cosas y que nos permiten comprender aquello que la épica trata de ocultar. La épica ha hecho mucho daño. Yo me cago en la épica.
RM: ¿Cuándo decidiste explicar esta historia? En Las guerras silenciosas ya lo introducías un poco… ¿fue entonces?
JM: Fue mucho antes. Yo ya conocía desde adolescente la barbarie de la que fueron víctimas los amigos de mi abuela. Ella siempre lo recordaba entre lágrimas. Cuando ya trabajaba como dibujante en la revista El Víbora, alguna vez se me pasó por la cabeza empezar a escribir algo, no con la idea de hacer un guión, pero sí para recopilar información. Antes de trabajar en Las guerras silenciosas ya sabía que la historia de mis abuelos acabaría convirtiéndose en realidad, no es algo premeditado, simplemente un día crees que ha llegado el momento. Aún así lo dejé para después de Las guerras, primero quería ver qué tal me desenvolvía representando el ambiente militar de Ifni de principios de los sesenta, o la Barcelona de los cincuenta y sesenta. Cuando acabé ese álbum me sentí más seguro para afrontar Jamás tendré 20 años.


‘Las guerras silenciosas’
RM: ¿Todo lo que cuentas es totalmente cierto? ¿Has dejado espacio a la fabulación o es una historia exhaustiva y totalmente real?
JM: Siempre hay que inventar, porque hay que hacer hablar a los personajes y eso obliga a ponerse en su cabeza y fabular. Aún así, está prácticamente todo basado en las vivencias de mis abuelos. Sin embargo, cuando mis tías no conseguían ponerse de acuerdo en algunos hechos, he tenido que escoger la opción que mejor me iba o inventarla según lo que me dictaba la lógica. Fue complejo porque yo recordaba cosas contadas por mi abuela y otras por mi madre, pero como ambas fallecieron ya solo podía consultar a mis dos tías. Así que decidí grabarles una serie de entrevistas. Pero lo que yo recordaba haber oído a mi madre, mi tía la mayor decía que fue de otra manera, mientras que la pequeña daba otra versión distinta.
RM: Entonces, cuando pasaba esto ¿con qué versión te quedabas?
JM: Con la que mejor me iba para la historia. En cambio, la parte que a priori se presentaba más difícil, la de la guerra vivida por mi abuelo, fue la más fácil. Mi abuelo nunca hablaba de la guerra, apenas unas pocas anécdotas, sin embargo tuve la suerte de que uno de mis hermanos grabó una entrevista a mi abuelo pocos años antes de su muerte. Y él, que nunca quiso revelar sus miserias en el frente, empezó a hablar y hablar hasta tal punto que la cinta de cassette se gastó por las dos caras y mi hermano tuvo que volver a grabar encima de la primera cara, borrando parte del audio inicial. En esa cinta explicó todo su paso por la guerra, desde la salida de Barcelona hacia el frente de Lérida, con la columna Carlos Marx, hasta el fin del conflicto y buena parte de la posguerra. Fue un auténtico regalo.
RM: Suele ser habitual que, quienes han vivido la guerra directamente hablen poco de ello, como tu abuelo. ¿Qué recuerdos tienes de Jaime e Isabel?
JM: Los recuerdo como dos personas a las que les arrebataron los mejores años de sus vidas y aún así lucharon lo indecible para que las siguientes generaciones no viviesen bajo la opresión fascista. Lamentablemente no lo consiguieron y perdieron la guerra. Eran conscientes de ello y siempre tuvieron muy presente lo que se hizo a su generación y a su país. Por eso se revolvían cuando, ya en democracia, veían en televisión a todo el desfile de viejos buitres fascistas disfrazados de demócratas.
RM: ¿Ellos alguna vez te llegaron a explicar directamente algo de lo que cuentas en el cómic?
JM: Claro, mis abuelos murieron cuando yo tenía entre 35 y 40 años. Mientras viví con mis padres mis abuelos habitaban el piso de abajo, hablábamos prácticamente a diario. Cuando mi abuela empezaba a hablar no paraba. Se remontaba hasta su infancia, como cuando explicó que un día escapó de la escuela y rompió a pedradas buena parte de los cristales de las ventanas porque una profesora les pegaba si no sabían la lección. Ya nunca volvió por allí y no acabó de aprender a leer y escribir.
RM: Ahora, sabiendo lo que sabes… ¿los ves de forma diferente?
JM: Sobre todo a mi abuelo. Mi abuela era muy transparente y hablaba de todo abiertamente. Él era un tipo peculiar, en el barrio le llamaban «El boig». Era muy bruto y alguna vez se cruzó con un desconocido que estaba gritando a su mujer en medio de la calle, entonces mi abuelo le llamaba la atención, pero si el tipo no hacía caso lo tumbaba de un puñetazo.
RM: Un puñetazo de boxeador… es decir, profesional.
JM: De adolescentes, mis hermanos y yo lo llevábamos de cabeza. Los tres llevábamos el pelo largo y vestíamos chupas de cuero. Aquello lo sacaba de quicio (aunque llevaba peor las crestas de los punkis) hasta el punto de discutir con mi madre por permitir que sus hijos fueran con esas pintas (mi abuelo llegó a ofrecernos bastante dinero para que nos cortásemos el pelo, pero ni así). El caso es que, a raíz de descubrir la grabación de audio que hizo mi hermano y ser consciente de todo lo que vivió, no puedo dejar de pensar en él. Cómo no iba a ser un tipo raro y estar medio loco con todo lo que pasó… Imagínatelo al acabar la guerra, en su casa, a medianoche: unos falangistas lo sacan a punta de pistola y se lo llevan a un descampado a 700 metros de su casa, lo van a asesinar junto a otros republicanos porque alguien los ha delatado; en el último instante, uno de los que forman el pelotón lo reconoce, porque entrenaba en el mismo gimnasio antes de la guerra y lo saca del grupo; los demás caen bajo las balas y mi abuelo vuelve a casa medio alucinado.
RM: Supongo que, desde entonces, cada vez que pasara por allí debería pensar en esa noche.
JM: En aquel descampado había un cercado donde se compraban animales muertos y desechos de todo tipo, se cocían y hacían abonos para el campo. El olor era nauseabundo. Allí quedaban medio muertos muchos de los republicanos que asesinaban. Las mujeres que entraban a trabajar a las 6 de la mañana tenían prohibido acercarse a socorrer a aquellos desdichados. Morían como perros. Pues bien, en aquel lugar espantoso, ya en democracia, se montó el centro de asistencia médica del barrio, y mi abuelo, que vivió toda la vida en el mismo lugar, cuando acudía al médico para ser curado volvía al mismo lugar donde lo habían intentado asesinar y donde tanta gente murió de la forma más indigna. ¿Cómo alguien puede llegar a casi cien años con la cabeza en su sitio habiendo pasado cosas como esa? Es imposible.
RM: Tengo la impresión de que hay una parte del relato donde das más importancia a las vivencias de Jaime como combatiente en la guerra que a las de Isabel en l’Hospitalet. Sin embargo, el papel de ella en ese instante es tan importante (o incluso más) que el de él.
JM: Estructuré el álbum en tres capítulos: el golpe, la guerra y la posguerra. En el primer capítulo, el golpe de Estado en Melilla, mi abuela es la protagonista. En cambio, en el segundo trato más la Guerra Civil desde el punto de vista del frente de batalla con mi abuelo. Y en el tercero explico cómo vivieron mis abuelos la posguerra. Ahí es donde ella lleva el peso de la historia, porque, tal como indicas, es el cerebro y la que saca a la familia adelante. Mi abuelo sólo aportaba la fuerza bruta.
Para mí era importante trabajar el segundo capítulo desde el punto de vista de mi abuelo, porque mi abuela protagoniza el primer y tercer capítulo. También porque las grabaciones donde explica su paso por el frente eran muy jugosas y me pareció un documento histórico importante.
RM: De no ser por Isabel, seguramente Jaime lo habría pasado peor en la vida. Ella, a pesar de no saber leer, era astuta, decidida y arriesgada. Una persona capaz de hacer lo que fuera para salir adelante. Tenía un instinto de supervivencia muy desarrollado.
JM: Exactamente. En cierta forma, el álbum es un homenaje a ella.
RM: Cuando hace un par de años te entrevisté en mi blog sobre Las guerras silenciosas tú ya estabas trabajando en Jamás tendré 20 años y me dijiste que no era una continuación, pero es inevitable no relacionarlos… De hecho, ésta sería una precuela.
JM: Claro, son dos álbumes totalmente relacionados. Uno habla de la generación de mis padres y el otro de la de mis abuelos, los personajes de una historia aparecen en la otra y viceversa, porque es un relato familiar. Sin embargo los dos libros han sido concebidos como unidades independientes, y por lo tanto no hay ninguna obligación de seguir los dos, salvo que el lector sienta interés en ir más allá.
RM: A diferencia de Las guerras silenciosas, que estaba narrado desde tu punto de vista y en el que reflejabas el proceso de elaboración del cómic, aquí has escogido otra forma convirtiendo a tus abuelos en los únicos protagonistas. ¿Te llegaste a plantear hacerlo como en el caso anterior?
JM: No. En aquella ocasión surgió así, pero en esta historia no. Aquí tenía claro la división en tres capítulos muy definidos. No había lugar a otra cosa.
RM: ¿Te ha costado mucho hilar el entramado de la historia?
JM: En un principio sí. Tenía mucha información de todo tipo y no sabía muy bien qué hacer con todo ello. ¿Qué contar cuando tienes toda una vida entera como material de trabajo? Al final siempre tiendo a simplificarlo todo a la mínima expresión, lo que me permite visualizar el recorrido que quiero hacer. Y la cosa se podría resumir en: una mujer sobrevive a la guerra y tras el desastre trata de formar un hogar para criar a sus hijas. A pesar de ser analfabeta logrará remontar una situación adversa y crear un entorno confortable para los suyos.
RM: ¿Cuánto tiempo te ha llevado el proceso de elaboración?
JM: No lo sé exactamente, pero calculo que unos dos años.
RM: ¿Has tenido libertad para hacer el libro tal cual querías o has tenido que seguir algunas indicaciones de tu editorial francesa?
JM: Total y absoluta. Nunca dejaré de agradecer el trato exquisito y la total libertad de la que disfruto en la colección Aire Libre de Dupuis. Me siento un privilegiado.
RM: Quizá habrás tenido que descartar cosas que te ha sabido mal tenerlas que dejar de lado…
JM: Muchas, demasiadas. Daría para otro álbum.
RM: ¿Y has pensado en hacerlo?
JM: Tengo suficiente material, por supuesto. Mis abuelos pasaron tantísimas cosas en aquellos años que yo sabía de antemano que sería imposible explicarlo todo en un solo tomo. Y a pesar de todo lo que ha quedado fuera, en estos momentos, no tengo intención de continuar. Durante el tiempo que trabajé en el álbum mi estado de ánimo iba alternando entre el enfado y la tristeza. No fue agradable, y tampoco tengo una idea clara de cómo debería encarar el proyecto.
RM: Según las escenas que describes, domina una paleta de colores u otra. ¿Cómo lo decides?
JM: A mi modo de ver, el color es una herramienta narrativa, de manera que trato de usarlo siempre como tal. Mediante su uso intento reforzar el mensaje que proyecto con el guión y con el dibujo. Por ejemplo, si quiero potenciar la sensación de calor y sequedad en un paisaje pinto el cielo amarillo en lugar de azul.
RM: En Las guerras silenciosas retratabas muy bien la sociedad española de la época y aquí vuelves a hacer lo mismo. Vemos cómo Isabel lucha por desenvolverse en un mundo donde las mujeres solo sirven para tener hijos y ocuparse de la casa.
JM: Es cierto, siempre se las ha relegado a ese segundo plano y aún así, tras la guerra, la reconstrucción del tejido social fue obra de las mujeres. A pesar de sufrir mayor índice de analfabetismo que los hombres, herencia histórica cuyo fin era relegarlas al papel que comentabas, fueron ellas las que levantaron las familias y las que humanizaron la vida en los barrios. Mi abuela siempre explicaba que en los años cuarenta y cincuenta, una gran parte de los hombres se dedicaban a emborracharse y pelearse. Un ambiente embrutecido, seguramente causado por la miseria de la guerra y la posguerra, con el que la mujer tuvo que lidiar a diario.
RM: Otra vez publicas antes en Francia que en España. ¿Cómo ha sido la acogida allí?
JM: Muy buena, la mejor hasta la fecha. Ha tenido eco en todos los medios, los libreros comentan que están encantados con el libro y en las sesiones de firmas no ha habido un momento de descanso. Tengo programadas una serie de charlas en institutos franceses porque muchos profesores están utilizando el cómic para explicar la Guerra Civil a sus alumnos.
RM: En Francia los profesores utilizan tu libro para explicar la Guerra Civil… Pues los maestros españoles deberían tomar ejemplo de sus colegas franceses. Aquí hay muy buenos cómics sobre la guerra y, en cambio, están bastante desaprovechados.
JM: Sí que estaría bien que se utilizasen los cómics como herramienta educativa, seguramente ayudaría a muchos alumnos a adentrarse en materias que, a priori, les pueden resultar un poco espesas o faltas de interés. En Francia incluso invitan a escritores o autores de cómic a dar charlas a sus alumnos de instituto sobre la materia que han tratado en sus obras y del proceso creativo. Yo lo he hecho en varias ocasiones y es un currazo, te has de preparar bien la intervención, ordenando y verificando la información, preparando las imágenes y vídeos, etc. Y luego está la parte del idioma, que no siempre es fácil estar una hora hablando de la Guerra Civil y la Dictadura en una lengua que no es la tuya. En las escuelas francesas son muy conscientes del tiempo y esfuerzo que esto requiere para el autor, así que en sus presupuestos suelen tener prevista una partida para estas actividades. Pero como te decía antes, simplemente con que los profesores hicieran una selección e introdujesen los cómics oportunos para facilitar el interés de los alumnos por la historia, ya sería un gran paso. Despertar el interés de quienes que consideran que el pasado no tiene nada que ver con ellos no es ninguna tontería, hay que saber bien de dónde venimos para saber a dónde vamos.
RM: Y para terminar… ya debes estar pensando en lo siguiente que vas a hacer. ¿Volverás a indagar en el pasado de tu familia?
JM: Creo que no, aunque siempre tomo notas y grabo audios de lo vivido por mis familiares más mayores. Me parece importante recoger el testimonio de las generaciones precedentes, lo de menos es si vamos a hacer algo con ello. Ellos vivieron una guerra y una dictadura, y pronto nadie se acordará de eso.
Uf, no he podido seguir leyendo a partir de la defensa del relato personal que hacen tanto el autor como el entrevistado sobre la historia basada en evidencias y análisis. Luego nos quejamos del relativismo, posmodernismo, posverdad…
No quito valor a la memoria histórica ni al comic, pero el personalismo de esa memoria hay que superarlo para tener una visión histórica.
Particularmente, y esto es una opinión personal, creo que autor y entrevistadora analizan esa opción, pero no la postulan como única. Tampoco afirman que sea la única forma de hacer tebeos basados en hechos reales, sino de cómo se ha hecho este. Creo yo!!
El basarse en vivencias personales para hacer un cómic sobre nuestra historia es solo una de las tantas opciones que puede escoger un autor. Jaime, en este caso, tenía una historia muy potente entre sus manos y es totalmente comprensible que quisiera explicarla. A veces, si no hacemos caso a la memoria histórica de personas anónimas como Isabel y Jaime nos podemos perder detalles importantes que sirven para ahondar más en la historiografía. Pero esa es una opinión personal mía, claro.