[Entrevista] Juarma, dibujante y escritor: «Damos bastante asco en general; nos odiamos muchísimo unos a otros»

Dibujante, colaborador de El Jueves y una de las firmas más reconocibles del mundo del fanzine, Juan Manuel López, Juarma (Deifontes, Granada, 1981), publicó hace pocos meses Al final siempre ganan los monstruos. Hablamos con él sobre su primera novela.

Foto de cabecera: Rocío Martínez

Villa de la Fuente es un enclave ficticio, marginal y sureño, en el que conviven desempleo y droga. Aquí conocemos a Lolo, Juanillo, Jony… que han crecido juntos y que salen adelante como pueden, hacia un futuro poco definido, mientras las adicciones convierten la amistad que les unía en una peligrosa cadena de cinismo y trampas. Al final siempre ganan los monstruos es una historia de antihéroes inolvidables, seres humanos devastados e ilusionados, personajes que se autodestruyen, se enamoran, se divierten y sufren y que son tan imperfectos e impredecibles como la vida.




Artesanal y fiero como el trabajo de Juarma, y fiel al estilo hazlo tú mismo que le caracteriza, el libro se gestó en un club de lectura secreto en Facebook al que se unieron pocas decenas de personas y finalmente salió a la luz gracias a Camping Motel, un pequeño sello autogestionado y de alcance limitado. Autor subversivo cuyos trazos y colorismo son inconfundibles, Juarma pasa de la viñeta a la prosa con una novela coral y dramática que no renuncia al humor. Agridulce y nada complaciente, Al final siempre ganan los monstruos supuso tal éxito que se agotó al poco de ser lanzado. Sin embargo, esta pequeña obra de culto cuya cubierta fue diseñada por Ana Müshell ahora espera ser reeditada y el autor trabaja ya en un spinoff de Villa de la Fuente.

ROCÍO MARTÍNEZ (RM): ¿Quién es Juarma?

JUARMA (J): Un tipo que dibuja y escribe para soltar la rabia.

RM: Y si no pudieras escribir o dibujar, ¿qué harías?

J: Hacer esto me ha aportado un orden, una estabilidad, un equilibrio… Es lo único que he tenido en la vida que me ha durado tanto tiempo. Si no lo hubiese hecho estaría dentro de un nicho. Y te lo digo sin heroísmo o misticismo alguno.

RM: ¿Desde cuándo escribes?

J: Desde los catorce o quince años. Hacía poesía en secreto. El año pasado edité Poemas escritos a navajazos, recopilando todo el material inédito que conservaba (quemé en un caldero la mayor parte de lo que escribí). También hacía cuentos y me gustaba mucho escribir cartas. De esa época conservo una novela rara e inédita (Maricón) y otra inconclusa (Peces). Dejé de escribir con veintiuno y me puse a dibujar. Volví a escribir en octubre de 2017. Me estaba dando la hostia de mi vida, no tenía nada a lo que agarrarme y me puse a escribir Al final…, sin saber qué estaba haciendo ni qué era ni si lo que escribía iba a acabar en algún lado.

RM: Cuéntame sobre Camping Motel.

J: Nació para editar Al final…y fue una iniciativa de Jorge B. [Ortiz, periodista] y Enrique [Rodríguez, escritor]. Les gustó la novela, sabían que no la iba a mandar a ningún concurso ni editorial porque no creo en eso y no querían que la editara por mi cuenta, así que se ofrecieron para ayudarme desinteresadamente. Les estaré siempre agradecido por hacer algo tan bonito y generoso por mí. La idea era hacer una primera edición y buscar una editorial que reeditase el libro. Jorge B. sigue intentando encontrar algo porque confía mucho en la novela y espero que haya suerte, porque muchas personas se han quedado con ganas de leerla. Además, lleva un tiempo ayudándome para tomarme la parte artística más en serio y no ser tan visceral y desordenado. Ahora van a editar el primer disco en solitario de Molina González, un músico que hace folk y blues y que va un poco al margen de todo.

Colaboraciones con Davín.

RM: ¿Cómo ha sido tu experiencia como escritor novel?

J: Llevo ya muchos años publicando cosas, editando todos los años un tebeo con Davín [dibujante, recientemente fallecido], vendiéndolo todo y sacando otro. Para mí escribir y dibujar es lo mismo, así que no ha sido muy diferente a otras veces. Me ocupé de los pedidos por Internet, acabé agotadísimo y ni me dio tiempo a disfrutar de la acogida tan estupenda del libro, que se agotó en poco más de un mes. Ha sido una experiencia maravillosa e irrepetible. Y todo rapidísimo. En octubre empecé a escribir textos en Facebook, le puse fin en diciembre, terminé de corregir en febrero después de acabar la campaña de la aceituna, en marzo lo mandamos a imprenta, a finales de abril salió el libro y a primeros de junio ya estaba prácticamente agotado. Las reacciones de los lectores han sido increíbles. Personas que te escriben contándote su experiencia personal, que se han visto reflejados a sí mismos o a gente que conocen… No sé, ha sido precioso todo lo que ha pasado.

RM: Creo que no te gustan las comparaciones entre tu libro y Fariña… ¿Por qué?

J: Como una parte del libro aborda el tema de las plantaciones de marihuana en las zonas rurales y el negocio que se crea alrededor de ella, supongo que la comparación va por ahí. Pero en Al final… no hay datos, no hay cifras, no hay rigor periodístico ni investigación alguna. Es solo un retrato emocional e impulsivo de un ambiente concreto, por eso supongo que está en las antípodas de Fariña, que por otro lado no he leído. También me fastidia cuando lo comparan con Trainspotting o cualquier libro donde aparezcan drogas. Si hay alguna influencia en este libro serían algunos relatos de Knockemstiff, de Donald Ray Pollock. Me lo regaló Jorge B. y me leí medio libro mientras trabajaba en la recolección de la cereza en el sur de Francia durante el verano, unos meses antes de comenzar a escribir.

RM: ¿Crees que la precariedad rural es desconocida en este país, hoy, o vista como si fuera un problema anacrónico?

J: Cada vez es más visible esta realidad, o al menos de unos años a esta parte quienes vivimos en sitios parecidos somos más conscientes de lo que hay. Otra cosa es que miremos para otro lado, como hacen las instituciones. Si lees un periódico, casi todas las noticias de sucesos tienen que ver con esto. Incluso otras noticias que aparentemente no están relacionadas: cualquier agresión, cualquier robo, cualquier acto violento… En muchas comarcas del sur la situación económica, educativa y laboral deja mucho que desear, nos tienen abandonados a nuestra suerte y no queda otra que buscarse la vida, porque nadie te va a solucionar tus problemas ni te va a pagar las facturas.

RM: Cuando empezaste a escribir, ¿sabías que harías un libro trágico?

J: Cuando empecé, solo quería escribir. Cuando tenía tres o cuatro textos pensé que podría hacer un libro de relatos. A raíz de crear el “club de lectura” secreto y ver que los lectores se encariñaban con los personajes, decidí unir todas las historias y contar algo con principio y fin. Pero no había guiones ni nada planificado y todo fue surgiendo sobre la marcha. Es decir, no sabía qué pasaría y cada capítulo era una improvisación tras otra. Aunque haya partes trágicas, porque no podía ser de otra forma, también hay mucho humor negro. Como escribía en Facebook y dejaba con la intriga hasta el siguiente capítulo a los lectores, me divertía mucho manipulándoles y jugando con sus emociones. Me gusta pensar que el libro puede leerse como una comedia un poco macarra.

Foto: Lidia Burgos

RM: Villa de la Fuente parece ser un lugar del que todos quieren escapar. ¿Te ha pasado algo similar con Deifontes?

J: Supongo que a todos nos pasa igual, queremos escapar de un sitio porque creemos que ahí residen nuestros demonios. Pero los demonios los llevamos dentro y vienen con nosotros a todas partes. Estoy muy orgulloso de haber nacido en Deifontes, de haber aprendido a trabajar allí y de tener a mis mejores amigos, a mi familia, a mi madre y a mi abuela en el pueblo. Pero mi salud física y mental es mejor cuanto más alejado esté del sitio donde nací.

RM: ¿Estás orgulloso de tus orígenes?

J: Para entender lo que hago tienes que tener en cuenta el contexto. Siempre insisto mucho. Hacer cosas artísticas ha sido mi forma de ir a contracorriente y de rebelarme contra una vida que no quería tener y un entorno difícil. Y me ha costado muchísimo llegar a donde estoy y hacer las cosas que hago, porque todo han sido trabas, zancadillas y puñaladas. Por ejemplo, ahora me menosprecian mucho en Internet por el trazo de mis dibujos. Y yo de mi trazo estoy muy orgulloso. Es innegociable, es mi seña de identidad. Dibujo a mano. Y tengo las manos reventadas porque trabajo en el campo, en la construcción, en la hostelería o en lo que sale desde que cumplí catorce años. Y porque he vivido de un modo, digamos, autolesivo. Mis manos tiemblan siempre y desde hace muchos años. Me despierto por las noches con las manos rígidas y con calambres. Muchas veces no puedo ni mover los dedos. Para mí poder hacer lo que hago es maravilloso. Me gusta que mis manos reflejen la vida que he tenido y que se expresen así sobre un papel. Claro que estoy orgulloso, porque tengo muy claro de qué lugar vengo.

RM: Esta novela presenta a personajes sin más expectativas que sobrevivir como pueden en un entorno deprimido. ¿Cuánto de vivencia personal hay en el libro?

J: Esa falta de expectativas, esa resignación y esa derrota asimilada de antemano en muchos de los personajes se refleja en todo lo que hago, porque llevo toda la vida viviendo así. No tengo mucha confianza en el presente ni en el futuro; me ha tocado vivir al día. Y me gusta reírme de eso, porque llorar no sirve de nada. Sobre qué hay de vivencia personal en el libro, creo que no tiene ninguna importancia. Es una historia que te están contando unos mentirosos enganchados a la coca. Que intentan manipularte, chantajearte emocionalmente, darte lástima… No tiene mucho sentido buscar mentiras o verdades en un relato de este tipo.

RM: ¿Y cómo los has creado?

J: Casi todos son partes de una misma persona llevadas al extremo y exageradas.

RM: También encontramos un ingrediente importante en la novela, la música. ¿Eres melómano?

J: Sí, suele estar en casi todo lo que hago y siempre hay algo sonando en casa. En diciembre Ondas del Espacio nos editó Historia inventada del punk, un tebeo que hice a medias con Jorge B., y ahora suelo dibujar una vez al mes unas viñetas sobre algún grupo para la web de El Jueves. Todas las canciones significan momentos, personas… Hay un componente emocional en la música que escuchamos y me gusta siempre jugar con eso.

RM: Escribir como un buscavidas más también da una dimensión más realista a la historia. ¿España es clasista?

J: Yo qué sé. Damos bastante asco en general porque nos odiamos muchísimo unos a otros. Desde mi punto de vista lo puedo ver clasista: muchas veces me he sentido menospreciado por ser de pueblo, por trabajar en cosas temporales, o por no tener un currículum serio o haberme tomado mi labor artística a broma, porque nunca he entendido cómo funciona esto. Pero cada uno cuenta la misa según le va. Las minorías nos tiramos piedras unas a otras para determinar qué lugar ocupamos en el ranking de la opresión mientras los opresores se reparten los billetes y se ríen de nosotros. Que somos un país machista, clasista, racista, paleto… no sé si puede ser un juicio objetivo. Pero qué hostias, a mí me lo parece. Y me da vergüenza.

RM: ¿Qué crees que tendría que cambiar para devolverles las expectativas a los que no tienen oportunidades?

J: Habría que incendiarlo todo y esperar a que de las cenizas surgiera algo nuevo y esperanzador para los que no tenemos nada.

RM: Los protagonistas del libro se apoyan entre ellos y buscan refugio en la droga…

J: Esa es quizás la mayor mentira del libro, ya que en un entorno de consumo habitual de cocaína no hay lugar para una amistad así y se la jugarían por la espalda los unos a los otros. La cocaína convierte a los amigos en comebolsas y quitaturulos. En personas de las que no te puedes fiar, aunque te hayas criado con ellas. Una de las premisas de las que partía al escribir era pensar qué pasaría en determinadas situaciones si una persona adicta fuese noble y capaz de respetar la amistad en determinadas situaciones.

RM: ¿A qué te has agarrado tú si alguna vez has visto el futuro negro?

J: En esos casos, que ha sido siempre, me he agarrado a cosas que me han complicado más todavía y de las que intento curarme, con ayuda de profesionales y personas cercanas. Porque solo eres incapaz de hacerlo.

RM: ¿El humor sin filtro es una de las claves de tu independencia como artista?

J: Para mí el humor es catarsis. Si una maldita enfermedad me quita a alguien, necesito reírme de esa enfermedad. Si he sufrido de pequeño, necesito ver el dolor por el que he pasado desde el filtro del humor. Si te hago gracia o no, me la suda. Para mí lo importante es lo que siento cuando dibujo, soltar la rabia y cerrarme las heridas. Hay cosas que he hecho que te pueden parecer una salvajada, pero que a mí me han aliviado mucha tristeza. Porque riéndome tomo algo de distancia respecto a muchas cosas y alejo de mí a los monstruos. Y también a muchos tontos del culo, dicho sea de paso.

RM: ¿Cuáles son los monstruos que siempre ganan en este país? ¿Y a qué monstruo no le dejarías ganar nunca?

J: Ganan siempre los mismos: los que tienen dinero. El mundo está hecho para ellos. Ojalá revienten. No les dejaré que me vuelvan a ganar nunca a los míos.

RM: ¿Cuáles son tus proyectos a corto plazo?

J: Me gustaría escribir una segunda novela, que se va a titular Punk, ambientada parcialmente también en Villa de la Fuente. Estaría genial tener algo de suerte y encontrar un editor espabilado que reeditase Al final... Acabar Poemas de la casa cuartel,  un libro de chistes del que tengo ya alrededor de la mitad. Me gustaría estampar más camisetas y seguir dibujando. Y sobre todo, ser feliz. Este septiembre, Davín y yo íbamos a editar con Ediciones En La Higuera, su nuevo sello, Quemaría la Fiscalía por verte sonreír. Me gustaría poder sacarlo algún día, tal como habíamos pensado.

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