Aprovechando los azotes de un verano que, al menos en el corazón de Madrid, se promete tan desgarrador y mortal como una tormenta de estrellas ninja, entrevistamos a Mercedes Cebrián, una autora ya consagrada que acaba de publicar en Alpha Decay un particular y muy personal análisis de la serie de Televisión Española Verano azul, obra imperecedera y paradigmática del sin par Antonio Mercero. FOTO: Carolina Cebrino.
Todos los que en su momento disfrutamos de La nueva taxidermia (2011) sabemos que Mercedes Cebrián es una de las voces más inclasificables, sólidas y personales de la narrativa actual española. Lo malo –y bueno, me atrevo a decir- de Mercedes es que no para y aunque parezca risueña e inofensiva, cuando toma aire, pega fuerte, sorprende y arrasa. Su biografía nos descubre una debilidad por la traducción, por la poesía, por el relato corto, cortante y sintético, una prolongada serie de artículos en diversas publicaciones y un devenir tan azaroso como, supongo, enriquecedor por lugares tan variopintos como Londres, Roma y Pennsylvania, donde ha ido espolvoreando sus miguitas de talento. Supongo que España a veces, se le queda pequeña. Peor para nosotros.
Lo mejor de Cebrián es que nunca ha pretendido hacer de su sexo, o su género, un emblema o una bandera, demasiado ocupada en retratar con honestidad el discurrir de sus historias y el sentir, a veces palpitar, de sus personajes, y combinándolo todo con un perfeccionamiento en su estilo con el clavicémbalo. El caso es que Alpha Decay publica ahora Verano Azul. Unas vacaciones en el corazón de la Transición (2016), un ensayo sobre la mítica serie de Mercero que es mucho más de lo que parece a simple vista y nos revela a Cebrián no sólo como la estupenda narradora que es, sino como una ensayista mordaz, muy observadora, todavía más hábil y conmovedoramente tierna. CANINO la entrevista entre unas jarras de cervezas veraniegas con limón que, en realidad, nos sobran y puede que ni tan siquiera existan, como el etéreo y escurridizo concepto de la nostalgia.
PABLO VÁZQUEZ (PV): Querida Mercedes, voy a empezar poniéndome serio: ¿crees que la nostalgia es pop, que mirar hacia atrás sin ira forma parte de una moda y en estos momentos más que nunca crea un vínculo de complicidad generacional? ¿Por qué nos gusta tanto revolver el pasado y lo necesitamos tanto en este momento histórico hasta el punto de que pueda llegar a considerarse una de las claves de aquellos que nacimos en los setenta y tantos?
MERCEDES CEBRIÁN (MC): He pensado sobre esto a menudo y no logro decantarme por ninguna de estas dos opciones: la de considerar la nostalgia como algo propio de nuestra generación, o la de concebirla como un fenómeno inevitable a medida que se va envejeciendo. Mi duda es: ¿sentirán nostalgia de su juventud aquellos que vivieron guerras?
PV: Supongo que cada uno vive la nostalgia a su manera, que la nostalgia no tiene por qué tener siempre esa connotación positiva y entrañable que le damos ahora. Es más bien una manera de unificar vivencias comunes.
MC: Lo lógico sería pensar que bajo ningún concepto es así, pero de repente me acuerdo de esas reimpresiones de El florido pensil y de esos libros que enseñaban a las niñas españolas de los años cincuenta a ser futuras madres y señoras respetables e intuyo que esos libros, publicados en los años noventa, también son un claro fruto de la nostalgia, un Yo fui a EGB (2013) de aquella generación. Lo mismo pensé al visitar el Museo de la RDA de Berlín, que se vende como un lugar pop aun cuando expone los aparatos empleados para espiar a los disidentes antes de la caída del muro…
PV: Voy a hacerte una confesión. De pequeño recuerdo leer las historietas de La alegre pandilla (1963) y La panda (1969) y lloriquear porque no tenía un grupo así a mi alrededor. ¿Fuiste tú una chica solitaria o tuviste la suerte de contar con un grupo similar al de Tito, Piraña y los suyos?
MC: Fui también de las que lloriqueaba por no tener un grupo como ese. Hija única, urbanita, cuatro ojos y acomplejada: tenía todas las papeletas para ser solitaria, me parece. Así que aquí llega el estereotipo, que en ocasiones es verdad: al menos nos quedaba la imaginación, no solo para inventar hermanos o amigos sino también archienemigos; yo al menos sigo obteniendo gran placer en tener encendidas discusiones imaginarias con gente, conocida o no.
PV: ¿Qué supone para ti publicar en una editorial como Alpha Decay? O mejor dicho, volver a publicar. El catálogo de Alpha Decay es muy bueno, prácticamente intachable, pero también muy atento a las nuevas tendencias y al mismo al análisis de lo cool. Es decir, abiertamente hipster, dicho incluso con orgullo y sin remordimiento. Pero tú eres cualquier cosa menos una moderna, y lo digo como el mayor de los halagos. ¿Cómo surgió el proyecto? ¿Tenías claro desde el principio cómo querías estructurar el libro?
MC: El proyecto fue en un principio una tesina académica, de un master en estudios culturales hispánicos que hice en Birkbeck (Universidad de Londres). Los estudios culturales están un poco denostados en según qué ambientes, especialmente a la hora de abordar textos literarios desde ese enfoque. Pero yo tenía claro que mi perfil pertenecía a esa corriente, donde se estudian desde el valor ideológico de muñecas como Mariquita Pérez hasta los heterónimos de Lope de Vega, que parece que los tenía. Mi interés principal estaba en el veraneo playero como un fenómeno de mucho peso simbólico para España, pues fue en las playas donde, durante el franquismo, se daban los primeros y tímidos encuentros con los «otros» de Europa del Norte. Al ser el turismo (y en concreto el ligado al sol y a la playa) un motor tan claro de la economía española, ha sido representado con mucha frecuencia en cine, literatura y otros productos culturales. Entre las muchas posibilidades que tenía -por ejemplo, haber dedicado mi atención a los chistes veraniegos de Forges, que también me tentó-, me decanté por Verano azul, que para mí tenía un valor sentimental enorme.
PV: Creo que la parte más personal del libro, es decir, que todo suceda en torno a tu visita al tour de Verano azul en la ciudad de Nerja afianza su estructura y le da muchos matices y capas de profundidad y personalidad. Habría sido mucho más fácil hacer un ensayo convencional, pero también menos arriesgado y confesional por tu parte…
MC: Había que encontrar la manera de meter ahí mi «yo», y para ello hice el trabajo de campo de ir a Nerja en agosto a la excursión que organiza Tito (Miguel Joven). Eso fue definitivo. La idea era también mostrar los satélites de Verano azul, es decir, todo el discurso de la época que alcanzaba a los niños de mi edad por vía de la publicidad, la televisión etc.
PV: Me gustaría que profundizaras en uno de los aspectos que más me fascinan y atrapan de tu libro: la idea de Verano azul como serie bisagra entre la España oscura que se dejaba atrás y la modernidad que acechaba. Un tema muy querido por Mercero, también presente en una película tan olvidada como La próxima estación (1982).
MC: En todo producto transicional -y me refiero ahora a cualquier transición, no específicamente a la española tras el franquismo- se detectan continuidades y rupturas con la época anterior. Incluso en los movimientos artísticos, por ejemplo. Sería una fantasía pensar que se puede hacer borrón y cuenta nueva tan fácilmente con el pasado. Además, si tuvo tantísimo éxito es porque no resultaba ajena a nadie. Todo resultaba familiar, con algunos toques que sorprendían. El ejemplo más claro de esta bisagra para mí es el planteamiento del personaje de Julia, que no es ni una viuda enlutada (pero viuda es, ojo) ni tampoco una mujer soltera y alegre, porque esta segunda opción habría resultado difícil de representar en esa época. El guión se escribió a finales de los setenta, eso no hay que olvidarlo.
PV: En el libro te atreves a cometer ciertas licencias, para mí deliciosas, que hace algunos años hubieran sido consideradas osadías por la crítica más viejuna. Hablo por ejemplo de mentar a Ozu para relacionarlo con el capítulo del enfado y la rebelión de los niños. ¿Existe un grado de provocación en todo esto o la síntesis entre la cultura popular y oficial te parece algo natural?
MC: La idea de mentar a Ozu fue de Ana Pareja, la editora de Alpha Decay, a la que enseguida se le vinieron a la cabeza los dos hermanos japoneses, Isamu y Minoru, en su huelga de silencio similar a la de los chicos de la pandilla de Verano azul. Para mí de verdad es natural la síntesis entre cultura popular y «alta cultura». Sobre todo porque son otros quienes deciden qué entra en cada nicho, y a veces deciden que un producto ha de pasar de un espacio a otro, así es que no podría estar pendiente de sus decisiones. Desde niña he pedido en los bares vasos de leche acompañados de pulgas de chistorra y he recibido miradas de extrañamiento y burlas. También el hecho de estudiar publicidad y relaciones públicas como licenciatura y compaginarla con estudios de clavicémbalo y música barroca en el conservatorio me ha ayudado a no tener prejuicios en ese sentido.
PV: Gracias a tu libro me he vuelto a ver un par de capítulos de la serie, y supongo que seguiré con ella estos días. Supongo que ese era uno de tus objetivos y por mi parte, lo has cumplido sobradamente. Los niños me siguen dando un poco igual, como de pequeño, cuando lo que me fascinaba era la extraña relación entre Chanquete y Julia. El retrato de Julia, y muy particularmente, la verdad que hay en la interpretación de María Garralón, me parecen algo muy adelantado a su tiempo y aun a día de hoy sus diálogos y sus actos siguen causando cierta sorpresa porque son de una actualidad asombrosa.
MC: Animo a los adultos a verse un par de capítulos o tres, pero enteritos, sin levantarse de la silla. Me doy cuenta de que mucha gente de mi generación solamente recuerda la escena de la regla de Bea, la huelga de silencio y de responder solamente «a lo mejor» y el «Chanquete ha muertooooo» que gritaba Pancho por la playa. Pero hay mucho más, y es fascinante ver el costumbrismo veraniego en la serie, el sacrosanto respeto por la hora de la siesta, el cine de verano y sus comedias clásicas, las conversaciones de los padres en la playa al untarse crema de coco… Pero, como dices, Julia es lo más sorprendente de la serie, precisamente porque su personaje está más bien abocetado y no tan dibujado con rotulador grueso. Es decir, entendemos que Julia está sin pareja y que es atractiva, pero ella, ¿está interesada en echarse un novio? ¿Está aún de luto por la muerte de su marido y de su hija? ¿Es una pintora profesional? Parece que esto último no, y en ese caso, ¿cuál es su profesión? Todo eso queda sin responder, pero es que la serie no nos da respuestas claras: para eso ya estaban Franco y sus secuaces, para transmitir directrices sobre la identidad del país y de sus habitantes. Verano azul tiene la misión de abrir las ventanas para que entre un poco de brisilla.
PV: Como ya te comenté en su momento yo fui un niño más bien de Valle secreto, de Ana, Ciro y Compañía, de los Gemelos Edison y de Segunda enseñanza, donde, por cierto, como en Verano azul o Física o química, los adultos tenían tanta importancia como los niños. ¿Crees que las series de nuestra infancia definen de alguna forma los adultos que somos?
MC: Claramente. También las lecturas propias de una época, que eran series pero en versión impresa. Los Hollister, Puck y Los cinco serían un buen ejemplo: los mayores no salen demasiado bien parados. La paradoja de todo esto es que los productos culturales infantiles siempre los elaboran los adultos. Supongo que harían memoria y tratarían de recordar qué querían ellos en la infancia, que detestaban de los mayores y de su entorno.