Miguel Gallardo se autodefine como un francotirador en el sentido de que tira por aquí o por allá según le apetezca y que publica cómics cuando tiene algo que contar. El año pasado vio necesario explicar que María, su hija autista, había llegado a la mayoría de edad y ahora acaba de sacar Turista accidental, un libro de viajes gestado más o menos en paralelo con el de María pero de signo muy distinto. Hablamos con Gallardo de este nuevo cómic, sus viajes, su carácter despistado y de su forma de expresarse mediante el dibujo.
ROSER MESSA (RM): ¿Turista accidental surge por iniciativa propia o bien fue una propuesta de Astiberri?
MIGUEL GALLARDO (MG): Hacía tiempo que tenía en la cabeza hacer algo así pero no se lo había comentado a ninguna editorial. Fue Javi de Astiberri quien, después de María cumple 20 años, me dijo que querían hacer otro libro conmigo y que le enseñara cosas que tuviera por ahí. Fue entonces cuando le conté mi idea, que era un tipo de libro arriesgado por ser a base de bocetos realizados en los lugares que he visitado, pero a Astiberri les gustó y nos pusimos a trabajar en él. De todos modos, como ya te he dicho, mientras estaba metido de lleno en María cumple 20 años, ya pensaba en este e incluso trabajé un tiempo en paralelo con los dos. María lo empecé convencido de que era el momento adecuado para hacerlo mientras que este ya lo tenía muy bien definido.
RM: María cumple 20 años salió a la venta hace justo un año, más o menos.
MG: Sí, pero no soy una persona de sacar un libro al año sino que lo hago cuando tengo algo que contar.
RM: Parece que Turista accidental sea el producto de mezclar una serie de viajes realizados que ya estaban dibujados en varios cuadernos distintos.
MG: Sí, es así. Desde que hice Tres viajes: Tel Aviv, Buenos Aires y Turín (Ponent, 2006) y luego María y yo (Astiberri, 2007), me he acostumbrado a llevar siempre conmigo un cuaderno distinto en cada viaje que realizo, de modo que cada uno de ellos se corresponde con un solo viaje. Así que tengo un montón de libretas empezadas y ninguna terminada. Pero sí, el libro es un compendio de diversos cuadernos.
RM: Habrás tenido que hacer una selección de todas esas libretas, ¿no?
MG: Sí, claro. En una tenía lo de Nueva York. Frankfurt, Varsovia y los países del Este estaban juntos en otra y, para hacer el libro, he tenido que revisarlas todas y escoger un bloque de cada una de modo que las historias me fueran bien para componer una narración con continuidad. Continuidad que es, básicamente, un poco mi personalidad, que me acuesto en un sitio y me levanto en otro diferente sin tener ni idea de cómo he llegado allí.
RM: ¿Te ha costado hacer la criba?
MG: Decidir y escoger siempre cuesta y, para ello, utilizo un método que me va muy bien y que uso desde mi época en la revista Makoki, en que me hacía listas de lo que quería que saliera y luego iba descartando lo que menos me interesaba o lo que menos ligaba con el número en cuestión. Desde entonces uso este sistema para escoger y seleccionar.
RM: Yo también hago algo parecido.
MG: Lo malo es que después también uso esas libretas para tomar apuntes de lo que se habla en las reuniones a las que asisto y, al final, acaban tan llenas de notas y dibujos que es difícil aclararse.
RM: Me lo imagino porque a mí también me pasa. Tomo notas de todo y luego no me aclaro.
MG: Pues publicarlo también está bien.
RM: ¿Te refieres a publicar tu libreta de apuntes?
MG: Sí (risas). El otro día vi una muy graciosa que era la lista de la compra de Miguel Ángel, el pintor, y era una lista con dibujitos al lado del nombre de cada producto.
RM: Así pues, Turista accidental es un compendio de libretas de viajes hechas siempre in situ…
MG: Sí, luego te lo enseño. Tengo una estantería llena de libretas y a veces no me entero de cuál es una y cuál es otra. Además, ahora empiezo a reaprovecharlas. Por ejemplo, la de México. Hace cinco o seis años fui a Jalapa y luego la reutilicé para ir a Guadalajara y así llenar las páginas que me dejé en blanco.
RM: Ahora que hablas de reutilizar pienso que igual hasta las puedes usar como guía turística para ti mismo en caso de que tengas que volver a algún lugar en el que estuviste hace años y ya no te acuerdas de lo que viste ¿Lo has hecho alguna vez?
MG: No… (risas). Lo bueno de la ilustración es que cuando ya has hecho el dibujo se te queda en la cabeza. Igual con la escritura es igual, no sé…
RM: Tu estilo ha cambiado mucho con los años. Desde María y yo, y quizá hasta un poco antes, tiendes a simplificar los dibujos.
MG: Es que esta es mi forma de expresarme, no necesito hacer nada más bonito. Para mí, lo importante de un relato es que la historia y el dibujo cuadren. No puedo hacer un cuaderno de viajes escrito a posteriori, que no sea inmediato. Yo lo hago en el momento. Lo que sí es cierto es que muchas veces me pongo a ello en el hotel, por la noche y de memoria, de forma que voy montando el relato a medida que voy dibujando. Lo que ocurre es que esto lo pienso ahora pero cuando eres joven y empiezas en el mundo del cómic lo que quieres es demostrar que eres el mejor, el “puto amo”. Por eso tiendes a hacer cosas complicadas y a poner en práctica todo lo que sabes. En cambio, con los años acabas por limpiarte e ir a lo estricto.

Imagen de ‘Perro Nick’ (1991)
RM: De todas formas, la simplicidad de tu estilo actual puede que no esté tan lejos de tus inicios…
MG: Es posible… Al principio no estaba tan coartado por la estética. Yo cogía un Rotring y me ponía dibujar y eso es lo que hago ahora. Además, cuando dibujas con un bolígrafo sale lo que sale y no lo puedes tachar ni borrar. Por eso en el Turista, al principio, he dejado las equivocaciones… Las viñetas tachadas son lo que no me salió.
RM: El texto lo has rotulado a mano, ¿no?
MG: Sí, a mano y en el sitio, exceptuando las cabeceras de los capítulos que fueron hechas luego con letra tipo. Mis libros anteriores –María y yo y María cumple 20 años– los volví a rotular con una tipografía mía, pero este no. Aquí he preferido que el lector se esfuerce en leerlo aunque le cueste. Cosa que me ha llevado a discutirme, en el buen sentido, con la gente de Astiberri pero al final llegamos al acuerdo de que no lo iban a corregir a no ser que hubiera una pifia ortográfica muy grave. Pero si había palabras que me había inventado o signos de admiración solo al final, que es algo que suelo hacer, no lo tocarían.
RM: El libro empieza con una mala experiencia, un viaje a las Canarias que se complica de mala manera…
MG: Es un prólogo para explicar que cuando viajo es un desastre porque tiendo a perderme y a despistarme, cosa que también me sirve para convertirlo en una historia y que sea divertida. Es decir, que convierto el drama en comedia y lo hago en el momento.
RM: Viajas continuamente y eso te debe proporcionar infinidad de anécdotas por contar.
MG: Muchas… Y no solo por viajar sino también por mis características especiales. Siempre digo que tengo un TDA distinto del Trastorno de Déficit de Atención, que es el Trastorno del Despiste Absoluto. Lo que significa que, en mi entorno, hay una serie de elementos que pueden causar distorsión en la realidad. Por ejemplo, la pérdida de billetes, dejarme el iPad en un avión en México… Hoy mismo, he ido al mercado ¡y en dos paradas distintas me han intentado cobrar de más! Con esto lo que quiero decir es que siempre hay un poco de caos a mi alrededor. Continuamente me pasan cosas pero a mí, en parte, ya me está bien ya que luego se convierten en anécdotas para explicar. Y si no me pasa nada, me lo invento, como en Praga.
RM: Da la impresión que allí te aburriste soberanamente.
MG: Mis libretas de viajes no son diarios forzados en el sentido de que tenga planificado de antemano lo que voy a explicar en ellos sino que son completamente improvisados. Incluso a veces el viaje en avión me lleva más tiempo que el relato de lo que me ha pasado. En Praga se dio la circunstancia de que fui solo y no me hicieron ni puto caso. Me invitó el Instituto Cervantes y acabé más solo que la una, así que me inventé lo del espía por aburrimiento aunque Praga es una ciudad muy bonita.
RM: ¿Perdiste la chaqueta de verdad o también te lo inventaste?
MG: ¡Era verdad! En Frankfurt fui a cenar con la gente del Instituto Cervantes a un local típico de esos en los que sirven salchichas. En el restaurante había unos bancos donde la gente se sentaba y también dejaba los abrigos. Cuando salí, me equivoqué y me puse otro en lugar del mío y me fui tan tranquilo al hotel sin darme cuenta. ¡Y eso que mi abrigo era nuevo, lo acababa de estrenar! Al día siguiente, me percaté de que me iba gigante… ¡Y me tuve que ir con el puto abrigo a Berlín!
RM: Antes hablábamos del principio del libro en que relatas una situación rocambolesca durante un viaje a Canarias yendo a buscar a María, pero supongo que habrás vivido más percances en los aeropuertos.
MG: Por supuesto que sí. Verás… Yo soy el típico maniático que se presenta en el aeropuerto dos o tres horas antes para evitar sorpresas de última hora. En cambio, cuando fui a México el año pasado decidí salir de casa justo a la hora. Llegué al aeropuerto, metí la maleta en facturación y el tío del mostrador va y me pregunta por el billete de vuelta. Y yo… “Pues no tengo, aun me lo tienen que sacar porque voy a través de varias organizaciones y aún no me lo han hecho”. Y él: “Pues no puede volar”. ¡Faltaba media hora para que saliera mi vuelo y me las tuve que apañar en treinta minutos! El rollo era que los mexicanos no te dejan viajar a su país si no se aseguran de que te vas a ir, en el sentido de salir de México. Es decir, que te puedes largar a 20 quilómetros de distancia cruzando la frontera hacia cualquier parte, a donde sea… El tío me decía que me sacara un billete de autobús. Pues bien, al final lo tuve que hacer y comprar un billete a El Salvador que al final no utilicé y que todavía estoy intentando que me devuelvan.
RM: Con el Turista me he reído a carcajadas varias veces. Además, es una guía de viajes perfecta para los que nos fijamos en todo aquello que suele pasar desapercibido a la mayoría de las personas. Así que lo tendré bien a mano por si alguna vez voy a Berlín, Praga, México, Japón o a cualquier otro lugar de los que hablas en él.
MG: Aprendí a ver la realidad de una forma diferente gracias a María y, para mí, todas esas cosas en las que ahora me fijo son más divertidas. Me gusta observar las diferencias culturales de los lugares y cuestiones de la vida cotidiana.
RM: También, cuando vas a los países del Este se nota lo mucho que te gusta la imaginería socialista visitando museos como el DDR (Deutsche Demokratische Republik), que reproduce cómo era la vida diaria en esos tiempos.
MG: ¡Sí, me encanta! Cuando estuve en San Petersburgo y en Moscú iba loco por ir a mercadillos de este tipo.
RM: Y a museos raros también… ¿Cuál era el museo ese de San Petersburgo que estaba lleno de animales disecados?
MG: Si… El de Historia Natural. Era alucinante porque lo disecaban todo. ¡Había hasta un mamut!
RM: Has viajado por un montón de países presentando María y yo y dando charlas sobre el autismo. La mayoría, a través del Instituto Cervantes y una cosa que he descubierto con tu libro es la cantidad de sedes que hay repartidas por el mundo: 76.
MG: Y eso que ha habido muchos recortes, pero sí… E incluso he contactado con algunas sucursales mediante otras en las que ya había estado. Cuando entré en contacto con la de Moscú, descubrí que el chico que la llevaba era fan mío desde la época de Makoki… ¡Imagínate! Hay fans de Makoki en los lugares más insospechados.
RM: ¿Me podrías decir en cuantos países se ha publicado María y yo y en cuantos idiomas?
MG: Pues mira… Creo que son ocho: catalán, vasco, gallego, francés, italiano, portugués, polaco y ruso aunque las tiradas que se han hecho no son muy grandes. Ahora mi editor ruso quiere publicar María cumple 20 años y hacer un pack con los dos libros pero aún está por ver porque Rusia es un mercado complicado para los cómics. No hay tradición.
RM: Tú que has viajado por casi todo el mundo ¿Cuál es el lugar que te ha sorprendido más? Tanto si es en positivo como en negativo.
MG: Tokio. En Japón hay tema para rato. ¡Y eso que no salí de la ciudad! Estuve dando una clase en el Departamento de Manga de la universidad.
RM: Que en Japón haya un Departamento de Manga en la universidad es envidiable. ¡Aquí esto no pasa! Yo estudié Historia del Arte y en todos los años de carrera tuve asignaturas sobre historia del cine, del teatro y de la música pero nada de cómic…
MG: Es que allí el cómic es algo serio. Piensa que las cifras de ventas de manga son espectaculares. Los del Instituto Cervantes me presentaron a un historiador del cómic que su padre había sido cartelista durante la Segunda Guerra Mundial. Era cartelista pro Imperial…Es decir, como si aquí fuera pro Falange. Era muy curioso… En todas partes, básicamente cuando voy a un sitio lo que más me sorprende es la gente, más que el lugar en sí.
RM: Ahora que ha salido el tema de Japón, en el libro cuentas que fuiste poco después del accidente nuclear de Fukushima. A pesar de todo, desoíste los consejos de todos los que te decían que no fueras y te marchaste.
MG: Karin, mi pareja, no quería que fuera y yo, como no sabía hasta qué punto estaba mal la cosa, empecé a recabar información. Al final, conseguí hablar con una tatuadora del barrio que hacía poco que había vuelto de Japón y me contó una historia de terror. Que si te tenías que duchar con agua mineral, que si solo podías comer alimentos enlatados… ¡Terrible! Al final, decidí pasar de todas esas advertencias espantosas e irme al Japón. Es jodido decirlo pero para mí era una época buena porque no iba nadie… ¡Además fui en primera clase! Es algo que repito mucho en el libro.
RM: Sí, insistes mucho en que es la primera vez en tu vida en que viajas en primera clase.
MG: Iba invitado por el Instituto Cervantes para una exposición que se llamaba Viaje con nosotros y en la que también participaban otros dibujantes como Mauro Entrialgo y Max. Cada uno de nosotros teníamos la opción de ir a un sitio diferente y, cuando ocurrió lo de Fukushima nadie quiso al Japón. Solo yo, que me ofrecí enseguida voluntario.
RM: Debiste pensar «¡Esta es mi oportunidad!»
MG: Además de lo de viajar en primera, cuando hicimos escala en Helsinki tuvimos la oportunidad de ir a la zona Vip del aeropuerto. Era un sitio donde podías comer. ¡Y hasta te podías duchar! No es que lo hiciera pero tener esa posibilidad y luego volver a coger un avión en primera… ¡Que te dan champán cuando entras! Comparado con otros viajes que me he cascado como a México o a Argentina…El último que hice era el perfecto modelo de una situación autista: te meten en un puto asiento estrecho y pegado al de delante, tienes una pantalla enfrente que no puedes dejar de mirar, no te puedes levantar a no ser que sea para ir al lavabo y la comida te la traen. Tienes que comer con un tío al lado que no conoces de nada y luego duermes pegado a él. Por tanto, la diferencia en un vuelo entre la clase turista y primera es abismal.
RM: En primera te podías tumbar en un amplio butacón y dormir a pierna suelta sin que nadie te molestara… Al menos así es como lo dibujaste.
MG: Sí, es que era así. Exceptuando una vez que fui a Argentina, ya hace años, en que pillé unos asientos que delante tenían como una mampara y me pude tumbar en el suelo a dormir…
RM: ¿Habrá más libros de viajes de Gallardo?
MG: Yo soy un francotirador. Es decir que lo que me gusta es tirar ahora por aquí, luego por allá… En fin, trabajar en proyectos distintos. Ahora lo próximo serán un par de cosas que me hacen mucha ilusión. Una de ellas es un libro de ilustraciones sobre Barcelona, de la colección carnet de voyage, que se centrará en el barrio de Gracia, el Coll, la Salut y Vallcarca y que editará el ayuntamiento de Barcelona.
RM: ¡Es una noticia excelente! Tendrás que hacer trabajo de campo: patearte el barrio de Gracia.
MG: Ya lo he hecho una vez pero tendré que ir más y ejercer de turista en mi ciudad.
RM: Ahora que hablas de hacer de turista, yo venía con la intención de hacerte una petición muy concreta. Me gustaría leer un Turista accidental en Barcelona. Además, sé que tienes la libreta dibujada.
MG: Siempre he pensado que me gustaría hacer un libro sobre ver Barcelona como si fuera un turista. Estaría bien y es algo que se me ocurrió cuando vivía en el gótico y nos implicamos en un movimiento de guerrilla antiturístico. De hecho, en el Turista accidental, ya lo introduzco un poco en una historia en que los guiris son zombis y yo me tengo que convertir en uno de ellos para saber lo que hacen.