[Entrevista] Servando Rocha: “A los revolucionarios también les llamaban herejes”

"Algunos libros tienen una extraña manera de alimentar su propia existencia", me confiesa Servando Rocha (Santa Cruz de La Palma, 1974) sobre La Horda: Una revolución mágica (La Felguera, 2017), su monumental “novela trampa” donde la ficción se mezcla con el ensayo, y viceversa, hasta convertirse en un objeto autónomo. "Cuanto más profundizas en una historia, a menudo terminas por alejarte de ella de manera aparentemente azarosa. Escribir consiste en desentrañar los misterios inesperados que te vas encontrando por el camino y que terminan generando una narración dentro de tu cabeza".

[Foto de cabecera de LETICIA HUEDA]

El resultado es un peculiar mapa del tesoro encuadernado en tapas negras que acaba de agotar su primera edición, compuesto por decenas de entradas de diario, ensayos o epistolarios acordes con el sentir de una editorial, La Felguera, que opera bajo la apariencia de una sociedad secreta. También un retrato de la Vieja Europa, sumida en el caos y la destrucción provocados por la Guerra de los Treinta Años, donde varias facciones de revolucionarios, usando armas mágicas y un extraño libro llamado Arcadia, han decidido fundar el reino de Dios en la tierra y combatir al Papa, al que consideran el Anticristo.

La Horda de Servando Rocha

-DAVID BIZARRO: ¿Cómo se afrontan más de quinientas páginas de intrigas y conspiraciones que abarcan cuatro siglos de legado revolucionario? 

-SERVANDO ROCHA: Pues en mi caso leyendo los libros de Frances A. Yates, donde se desvelan algunos de los secretos más maravillosos del iluminismo rosacruz y el ocultismo en la época isabelina. La obra de Yates me resultó doblemente inspiradora por su capacidad para trascender el ámbito de la divulgación puramente académica. Su estilo a la hora de relatar hechos históricos invita a cuestionarse si realmente ocurrieron así. A quien también tuve muy presente fue al Grant Morrison de Los Invisibles, de la que esta novela aspira a ser una especie de making-of. O William Blake y Alan Moore, claro, pero hay otras lecturas que me influyeron y que no son tan obvias, como John Steinbeck y su novela A un dios desconocido, que habla de una naturaleza misteriosa. Y también El péndulo de Foucault de Umberto Eco, que es una novela que me gusta más por lo que cuenta que por cómo está escrita. No me gusta que utilicen la ficción para escribir ensayos.

-DB: ¿Eres consciente de que tus detractores podrían alegar lo mismo?

-SR: Sí, claro. Pero La Horda no es, ni de lejos, una novela para eruditos. En mi caso, la excusa argumental del manuscrito encontrado obedece a una necesidad narrativa. Por un lado, me permite aportar datos sobre el contexto histórico sin ponerlo en boca de los personajes, que es algo que no soporto; y por otro, evita que las notas a pie de página afecten al ritmo de lectura.

-DB: ¿Entonces no se trata de un subterfugio estético para esquivar la aburrida etiqueta de novela histórica?

-SR: ¡En absoluto! Antes que nada, se trata de una novela de aventuras, puro divertimento. La coartada apócrifa justifica la apariencia física del libro, construido a partir de los materiales más diversos y alternando diferentes tipografías e imágenes. El reto estaba en crear voces distintas. Evidentemente se trata de la misma mano, pero el libro no lo ha escrito Servando Rocha, sino que es obra de un editor que ha compilado los textos originales y que terminará siendo un personaje más de la trama.

-DB: Como el propio lector, al que involucras desde la primera página con «voy a contarte un secreto«.

-SR: Puedes interpretarlo como un compromiso, o mejor aún, como una alianza. No he llegado hasta aquí para contarte un cuento, sino para mostrarte tu historia, esa que siempre has soñando que fuera cierta. Porque tu árbol genealógico se remonta mucho más atrás de lo que imaginas. Y no importa que los héroes de esta novela vivan o mueran, ni siquiera que salgan victoriosos. Se trata de contribuir en la medida de lo posible a difundir un misterio que ha hecho correr ríos de tinta y que siglos más tarde sigue sin resolver. Por ejemplo, todo apunta a que los rosacruces comenzaron siendo un bulo y que los manifiestos y el mito de Christian Rosenkreuz fueron obra de un teólogo luterano del siglo XVII llamado Johannes Valentinus Andreae, en el que se inspira el héroe de mi novela. Circulaba el rumor de que, si mostrabas interés y te consideraban merecedor de ello, los Jefes Superiores contactarían contigo mediante la telepatía. Descartes y los demás hicieron méritos para ingresar en la orden. ¡Naturalmente nadie los conoció nunca! Pero la segunda generación de rosacruces realmente existió. Ahí tienes el Colegio Invisible del Reino Unido, una sociedad de corte aristocrática vinculada a la masonería a la que pertenecieron Robert BoyleJohn Wilkins y Christopher Wren entre otros.

-DB: ¿Tuviste claro desde el principio que sería una novela?

-SR: Supongo que fue a partir de mi viaje a Bruselas a finales de 2014. Se acababa de publicar la traducción al francés de Nos estamos acercando: la historia de Angry Brigade en 2008 y me invitaron a participar en un documental sobre el fenómeno rave desde una perspectiva clandestina y bastante politizada. La mayor parte de los testimonios venían de gente que formó parte de los inicios del punk y que vivieron la explosión del acid techno con el mismo espíritu. Recuerdo que me citaron en un sótano oscuro, en los bajos de un antiguo cine abandonado; un espacio ruinoso, pero muy bonito que utilizaban como plató de rodaje. Durante la entrevista, surgió la famosa frase que dos años más tarde se convertiría en el leitmotiv del libro: «No podéis detenernos porque no existimos«.

-DB: Como consigna invisible, el lema de la Angry Brigade me parece maravillosa.

-SR: Para mí, es uno de los hallazgos poéticos más hermosos de la literatura de los grupos armados y, a medida que avanzaba en la escritura, fue cobrando una mayor relevancia, hasta el punto de sobrevolar las páginas como una sombra, que, sin quererlo, se volvió omnipresente. Esa amenaza invisible ya rondaba mi anterior novela, Mirad a vuestros verdugos (2009), cuyos protagonistas encarnaban dos visiones opuestas del terrorismo: por un lado, el activismo más radical, que ansía llevarse al mundo por delante, y por otro una perspectiva moral, que se plantea dudas sobre las consecuencias de sus actos.

-DB: Ya que hablamos de terrorismo, explícanos en qué medida puede aplicarse a la “revolución mágica” a la que alude el título.

-SR: Su origen reside en ese impulso oculto tras La invisible insurrección de un millón de mentes de Alexander Trocchi, quien a su vez lo retomó de William Burroughs, a quien no en vano llamaron “el hombre invisible” durante su estancia en Tánger. Esa apuesta por un gran ejército en estado de incubación, siempre latente y dispuesto al ataque, perfeccionando el definitivo asalto a la sociedad de clases, dispuesto a filtrarse por cada rendija del sistema; a inocularse en nuestro organismo por el virus de la palabra. Ese fue mi verdadero objetivo con La Horda: llevar a otro plano de realidad nuestras propias utopías y fantasías.

-DB: ¿Y de paso contribuir a hacerlas un poco más reales, como en el caso de Bakunin y Nechayev?

-SR: La supuesta conexión con Eliphas Lèvi forma parte de las pequeñas licencias que me tomé para refrendar la ilusión de la novela. Aunque la mayoría de los datos históricos que manejo son rigurosamente ciertos (y salvando las distancias) es como cuando Grant Morrison hizo que King Mob viajase al pasado para conocer al Marqués de Sade, revelándonos que él también era un Invisible. Por más que los anarquistas pretendan borrar los vínculos con su pasado ocultista, el propio Bakunin reconoció haberse inspirado en las sociedades secretas a la hora de acuñar expresiones como “dictadura invisible” o “legión invisible”, que certifican esa obsesión por lo invisible entre los movimientos revolucionarios.

-DB: ¿Te refieres a los Iluminados de Baviera, a quienes los jesuitas responsabilizaron de instigar la Revolución Francesa?

-SR: En cada época el poder ha estigmatizado a los disidentes de una determinada manera, ya sea tachándoles de rosacruces, milenaristas, protestantes o magos. A los revolucionarios también les llamaban herejes, como a Giordano Bruno, quien por cierto vuelve a estar de rabiosa actualidad gracias al descubrimiento de exoplanetas. Al igual que Copérnico, rechazó que la Tierra fuera el centro del cosmos; incluso fue un paso más allá, al sostener que vivimos en un universo infinito repleto de mundos donde seres semejantes a nosotros podrían rendir culto a su propio Dios. Por eso, no es de extrañar que la Iglesia católica tardase cuatro siglos en pedir perdón por quemarlo vivo, ni que se resista a rehabilitar su figura como filósofo y librepensador.

"¡Viva Giordano Bruno! ¡Iglesia infame!"

«¡Viva Giordano Bruno! ¡Iglesia infame!»

-DB: Visto así, resulta doblemente simbólico que la NASA bautizase en su honor un misterioso cráter situado en la cara oculta de la Luna.

-SR: ¡En su reverso invisible, ni más ni menos! (risas) Las ciencias actuales forman parte de un legado mistérico cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Si la alquimia es la madre de la química y la astrología anticipó la astronomía, entonces las matemáticas y la geometría ya estaban presentes en la cábala y demasiado a menudo la historia se confunde con la religión y la mitología. Pero conviene recordar que Bruno fue excomulgado no sólo por los católicos, sino también por calvinistas y luteranos, debido a la dureza de sus ataques contra la Reforma protestante. En realidad, sus posiciones no estaban tan alejadas de las catolicismo, salvo en su postura contra el Papa de Roma. Más que una guerra religiosa, se trataba de una lucha por el poder. Basta con comprobar hasta qué punto se popularizó la quema de brujas en aquellos lugares donde triunfó el protestantismo. Por otra parte, a Lutero los acontecimientos de Munster y la doctrina milenarista le horrorizaban. Era una persona profundamente conservadora dentro de su radicalismo.

-DB: Tanto que los personajes de tu novela le acusan de «mojigato y cobarde» por no atreverse a llevar la Reforma hasta las últimas consecuencias.

-SR: Hay que diferenciar que entre la constelación de grupos que conforman La Horda, los Invisibles serían la facción más anarquista. No se conforman con sabotear al sistema, además quieren dinamitarlo. Piensa en los grandes atentados que asolaron Francia y Rusia a finales del siglo XIX. Toda Europa vivía bajo el miedo a las “máquinas infernales”. Simples obreros, con escasísima formación y prácticamente analfabetos, eran capaces de fabricar sofisticadísimos artefactos explosivos. En sus memorias, August Strindberg cuenta cómo los anarquistas eran enviados a la guillotina, mientras él destilaba cócteles explosivos en su laboratorio secreto. En un contexto de guerra abierta, los alquimistas se posicionaron en el bando de quienes lucharon contra el fanatismo católico.

-DB: En cambio otros, como John Dee, pusieron sus conocimientos científicos al servicio de la Corona. Sin demasiada fortuna, dicho sea de paso.

-SR: Isabel estaba en contra de las guerras de religión y le interesaba la filosofía oculta. Es cierto que mantuvo a Dee como su consejero, pero le pegó la patada en cuanto se asoció con el infame Edward Kelly. En la Antigüedad, otros monarcas supieron sacar mejor partido a sus hechiceros, como el “fuego griego” atribuido a Arquímedes, que es como el antepasado del napalm. Un agente incontrolable convertido en arma de destrucción masiva por obra y gracia de los alquimistas, que desapareció cuando sus propios enemigos se hicieron con la fórmula y crearon algo todavía peor. Supongo que esa clase de secretos conllevan una especial dosis de responsabilidad.

[La Horda: una playlist musical por Servando Rocha]

-DB: ¿Acaso no es precisamente esa la misión de La Felguera, «revelar los mejores secretos de su tiempo»?

-SR: Para que el Secreto cobre fuerza, necesita ser alimentado de manera inconsciente para convertirse en un cuerpo ajeno que obre según su propia voluntad, transformando nuestra realidad para siempre. Porque «nombrar algo es hacerlo retornar, lo mismo que soñarlo o evocarlo a medianoche«. Es una idea que me fascinó de American Gods, donde Neil Gaiman sostiene que los dioses de la Antigüedad existen por el mero hecho de que una vez alguien creyó en ellos. Y luego está, claro, ese poder mágico que Alan Moore atribuye a las palabras. ¿Acaso importa si Arcadia realmente existe? Lo que le da verdadero valor al sacrificio de Andreas es que desapareciendo, alimenta el misterio. Si yo mismo me hago invisible…

-DB: …hago visible la presencia de los Invisibles. «Si dices que no existen, existen; si dices que existen, no existen«, que diría Confucio.

-SR: Hacía tiempo que todo este asunto de la materialidad de las ideas me rondaba la cabeza. Desde el mismo momento en que la concibes como tal, esa idea existe, sin necesidad de formularla siquiera. Al menos existe para ti. ¿Sabías que cuando las carabelas de Cristóbal Colón arribaron al Nuevo Mundo, los indios no alcanzaban a verlas? Para ellos no existían porque no podían concebir una embarcación de semejantes dimensiones. Era algo sobrenatural, que estaba fuera de su alcance. Hasta que de repente, el chamán de la tribu empezó a ver las ondas que se formaban en el agua. El rastro de espuma que dejaban a su paso sí que era una referencia asumible desde su propia experiencia y, al preguntarse por qué se producía, poco a poco el velo se retiró y pudieron verlas.

-DB: Otro de los temas candentes que toca la novela es, precisamente, la capacidad que tienen los poderosos para manipular nuestra realidad. ¿Puede interpretarse en términos de posverdad el siglo XVII?

-SR: Lo que llamamos posverdad no es una mentira cualquiera. Es mucho peor que eso, una mentira que ansiamos creer porque confirma nuestro punto de vista. Por eso estamos tan dispuestos a aceptarla y nos resulta tan difícil reconocer el engaño. A todos nos cuesta dar el brazo a torcer y más aún aceptar verdades incómodas y exigentes. Desde el principio de los tiempos nos hemos inventado y contado historias que nos reconfortan, cada país ha construido sus mitos nacionales sobre hechos seleccionados y engrandecidos, y líderes terribles han surgido de mentiras bien fabricadas y promesas imposibles. Cuando los panfletos rosacruces desataron el pánico en el París de 1623, las fuerzas del orden emprendieron la persecución de sus supuestos responsables, despertando un conato revolucionario entre las clases populares. Al descubrir que no podían contener aquella ola, prefirieron reconducirla. Fíjate en mi libro: las notas al pie de página que te remiten a las diferentes versiones que existen de los mismos hechos, los pasajes tachados, alterados o malinterpretados… ¡porque los Despiertos también cuentan con sus propios agentes infiltrados en las editoriales, cuya misión es distorsionar la realidad!

La Horda de Servando Rocha

-DB: La historia de La Horda es también la de dos ciudades, París y Londres, que comparten un destino marcado a fuego y sangre. Resulta inevitable pensar Historia de un incendio (2007) y London Noir (2015).

-SR: En realidad, mi París es un escenario fantasmagórico a propósito: un laberinto lleno de peligros, pasadizos y territorios ocupados. Una ciudad arrasada, que naturalmente ya no existe, y que reconstruí a partir de las descripciones de Víctor Hugo. Yo me la imaginaba como un decorado expresionista, con edificios que se caen y extraños recovecos. Hay un ensayo maravilloso, El perfume o el miasma de Alain Corbin, en el que se describen los olores y la podredumbre en París con un lenguaje tan evocador que te embarga una repugnancia absoluta y a la vez te resulta poético.

-DB: En la novela, «la ciudad tiene sus propios planes, su particular tablero secreto» a modo de itinerario psicogeográfico. Otra de tus constantes temáticas que, en esta ocasión, adquiere tintes casi sobrenaturales.

-SR: Lo que pretendía era reflejar cómo se relacionaban sus habitantes con la ciudad, moviéndose al margen de la ley en barrios donde podían cobijarse de sus enemigos. Al principio del XVII todavía no existía la policía y París estaba dividida en diferentes zonas autónomas, reguladas por sus propias leyes y custodiadas por sus guardias privadas. Pero al sugerir esa visión de la ciudad como campo de batalla mental, El Arte de la Memoria de Giordano Bruno desempeña un papel importantísimo. Originalmente se remonta a tiempos de Cicerón, pero fue Bruno quién lo desarrolló en su acepción más poética. Para mí es otra forma de magia, quizá la más pura que existe, y que tiene que ver esa escritura invisible de la que forman parte nuestras ciudades. Igual que perviven esos dioses en los que alguna vez creímos, lo que ha sucedido en ellas permanece ahí, impregnando determinados lugares que al visitarlos nos transmiten algo, como ocurre con las casas encantadas. Y aunque el elemento sobrenatural no llegue a materializarse de manera concreta, tanto los Invisibles como los Despiertos juegan con potencias muy por encima del hombre, como los Mazikim.

-DB: Esas “hienas del mundo invisible” me han recordado bastante a los Perros de Tíndalos.

-SR: Porque son arquetipos, lo mismo que las larvas, los cuervos, el águila o el león. Hay quien los considera una especie de demonios de la tradición judía pero, en un plano más simbólico, representan las tendencias naturales de cada persona, que pueden destruirte desde dentro, ya sean enfermedades mentales, fobias, ansiedad, baja autoestima… En realidad, se me ocurrió haciendo yoga (risas). Pensé que si la meditación te permite viajar con la mente, alguien -o algo- podría estar contigo en ese otro lugar que existe, en esa interzona. Incluso podrían dañarte. O tú a ellos.

-DB: ¿Te refieres a lo que los teósofos llaman el plano astral?

-SR: Al menos estaremos de acuerdo en que nuestra percepción del mundo que nos rodea es superlimitada. Mientras tú y yo estamos aquí hablando, nuestros respectivos cerebros han desechado toneladas de información que no pasaron el filtro, igual que los indios no vieron las carabelas. Los niños reciben estímulos que los adultos pasamos por alto, del mismo modo que una lechuza solo ve en blanco y negro. Nuestro queridísimo Colin Wilson escribió varios libros sobre lo que llamaba la Facultad X, en los que se decantaba a favor de una explicación extrasensorial.

-DB: El propio Descartes creía que el puente entre el mundo material e inmaterial se encontraba en nuestra glándula pineal. H.P. Lovecraft lo utilizó como punto de partida para uno de sus relatos, Desde el más allá, donde planteaba la existencia de realidades alternativas que conviven con la nuestra ocupando nuestro mismo espacio, aunque imperceptibles al ojo humano.

-SR: ¿Lo ves? ¡Por mucho menos Giordano Bruno ardió en la hoguera! (risas)

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