F is for Family, la nueva serie de animación de Netflix, parece otro ejercicio de ensimismamiento nostálgico y una sitcom familiar del montón. Creada por el cómico norteamericano Bill Burr a partir de sus propias vivencias y por el guionista de Los Simpsons Michael Price, corre el riesgo de que pases por alto su primera temporada, pero merece la pena echarle un vistazo y te contamos por qué.
Los Murphy son una familia de clase baja que vive en los años setenta en una zona residencial norteamericana, y aunque la premisa de sus aventuras están sacadas del manual estándar de las comedias de situación, es su desarrollo y desenlace lo que distinguen a F is for Family de sus obvias competidoras.
F de frustración
Después de ver el primer episodio de F is for Family, estuve tentado de no ver ninguno más. El personaje principal, Frank Murphy, está basado en el padre de Bill Burr y, al contrario que Homer Simpson o Peter Griffin, no es lo bastante estúpido ni carismático como para que le perdonemos su mezquindad. «¿Por qué iba a querer nadie seguir sus aventuras?», pensé. Para colmo, la animación, algo limitada y con un estilo limpio, no juega a su favor.
Tras el segundo episodio, deduje que no se trata de querer, sino de entender: se le aprecia, a él y a su familia no por un puñado de historias inconexas que pongan en relieve sus virtudes y defectos, que les conviertan en un caricaturesco saco de hostias y otras en inesperados virtuosos, sino por el arco completo de esta primera temporada. Y aunque la animación sea limitada, basta y sobra para transmitir los sentimientos de sus personajes.
La magnífica intro de la serie perfila al padre, un hombre al que la vida se le escurre entre los dedos como si intentara hacer una pelota con mermelada: de soñar con ser piloto a mozo de equipajes para una aerolínea, cualquiera diría que ser ascendido sería lo único que necesitaba para animarse un poco. Nada más lejos de la verdad, pues la promoción se convierte pronto en un atolladero en el que debe equilibrar su apego por sus compañeros de trabajo, a punto de convocar una huelga, y la lealtad a sus jefes. También es machista y de temperamento explosivo, pero en el fondo no es más que otro tipo confuso: como mínimo, llegarás a sentir lástima por él.
A de agridulce
Aunque el foco sea Frank, los seis episodios nos muestran que nadie en la familia Murphy lo tiene fácil.
Vaya derechazo te cuela la serie con Sue (voz de Laura Dern), un ama de casa que se niega a seguir siéndolo (la vemos llorar, encerrada en casa, en una escena desoladora) y que es mucho más progresista que su marido: a veces es una conversación directa, otras una sugerencia que parece otro gag verbal y esconde mucho más, como cuando la niña pregunta a sus padres si podrá ser astronauta algún día. Mamá cree que sí, pero papá replica que no mienta a la pequeña. La sociedad de la época no se lo ponía fácil a nadie, ni poseía aún la cultura de lo políticamente correcto, donde las puñaladas se esconden en la retórica o la omisión avergonzada.
Mientras tanto Kevin, el hijo mayor, al que da voz Justin Long, tiene un arco de lo más discreto al hablar de la conflictiva relación con su padre y su vida como estudiante y la hermana pequeña, Maureen, se limita a ser, como mucho, detonante de alguna trama. Es Bill, el mediano, el que se ve convertido en un saco de boxeo, caminando hacia la edad adulta de la forma más dolorosa posible: con un trauma tras otro. Crecer no es fácil, pero lo de este chico es una ordalía, aunque el primer episodio intente colarle como una versión moderada de Bart Simpson. Sus aventuras provocan ese tipo de risa nerviosa en la que das gracias porque a ti no te ha pasado.
Es curioso que, poniendo tanto énfasis en crear una familia corriente, la serie esté llena de secundarios excéntricos, como Vic (nada menos que Sam Rockwell en la versión original), un chuloputas cuya coraza de superhombre parece desvanecerse sólo un segundo en toda la temporada, o los hermanos hillbillies que vendrían a ser una versión del Nelson simpsoniano. Esta variedad, más que algo intencionado, parece fruto de la indefinición de la propia serie.
I de indeciso
La magia de F is for Family se produce al verla al modo Netflix, es decir, zampándose episodios como si fueran caramelos. Acostumbrados a arcos de como mucho un par de episodios (perdonad mi insistencia sobre Los Simpsons, pero son el patrón-oro para este tipo de ficciones), la continuidad otorga relieve a sus personajes. La cuestión es que un visionado continuado no sólo revela virtudes, también saca a la luz sus defectos, que tienen mucho que ver con el tono.
No tengo el placer de conocer las rutinas de monologuista de Bill Burr, pero la serie es capaz de saltar de la comedia zafia al humor negro, y de repente visitar Villa Drama. En ocasiones, el cambio se produce de forma orgánica, por norma cuando se retrata la cotidianidad de los Murphy, pero otras viene a golpe de secundario y la narración se transparenta, mostrando a un equipo de guionistas que lucha por llegar a los veinte minutos de duración. En casi todos los episodios, salvo el último, se traduce en una falta de ritmo que acentúa la simplona música de fondo.
Hasta el sexto episodio, es como si jugara a parecerse a sus hermanos mayores, para luego indagar en lo que puede ofrecer y acabar siendo capaz de seguir su propio camino. El último episodio, F is for Family descubre el equilibrio entre drama y comedia y que su punto fuerte es la serialidad. El mundo no se reinicia para el siguiente capítulo: sigue, con consecuencias realistas y sin soluciones de última hora como en episodios anteriores.
L de luctuoso
Esta serie es, hasta cierto punto, una versión malhablada y dibujada de Cuéntame: el retrato costumbrista fagocita la crítica sobre la época, siendo uno mismo el que extrae un comentario al contrastarlo con nuestro presente. Y el mensaje está muy claro: cualquier tiempo pasado fue peor. Coincide además con nuestra popular serie en reflejar un país que se percata de que no se parece a la imagen idealizada que se había hecho de sí mismo.
Cuando terminé los seis episodios que componen esta primera temporada, me alivió un poco no haber crecido en esa época y lugar. También sentí que, si hemos recorrido todo ese camino en cuanto a moralidad en cuarenta años, el odio y la discriminación deberían disolverse aún más con el paso del tiempo.
Un consuelo, dado que el trago completo de la serie me dejó abatido, porque a los Murphy no les sirven los argumentos estereotipados de sitcom: lo suyo es estrellarse, no aterrizar de pie (volvemos a la cabecera), y por motivos que no quiero destripar, la segunda temporada se plantea muy interesante.
Con F is for Family, Netflix se especializa en la producción propia de animación bajonera. Si de verdad continúa con el tacto de su tramo final, si sacan provecho a ese potencial que se le vislumbra, pueden explorar la cultura americana desde el pasado y formar un díptico de lo más curioso con Bojack Horseman. No son historias bonitas, pero sí queda claro que alguien tenía que contarlas.