El glitch es ruido, algo inarticulado y confuso. Lo inútil que deteriora lo útil. Una interrupción de la forma y el contenido lógicos. Una grieta en el sistema. El glitch es, en resumen, dar por culo a las estructuras, al control y a las normas.
La forma más sencilla de definir qué es un glitch es decir que es un error tecnológico. No obstante, no se trata de un problema intrínseco del hardware o software, sino de un fallo pasajero de origen desconocido que surge por sorpresa. Un archivo dañado o un códec perdido pueden provocar un glitch que un minuto antes o después no se hubiese producido, o se hubiese producido de otra manera. Un glitch es siempre efímero y misterioso.
El glitch viene de una dimensión paralela en la que las leyes tecnológicas son mágicas. Un universo accidental en el que podemos escapar de un mundo digital eficiente, predecible y aséptico hacia lo abyecto y aberrante: el error. Aunque el origen del término no está claro, se cree que su uso actual procede de un comentario del astronauta John Glenn. Glenn explicaba en 1962 que cuando surgía un problema en el Programa Mercury lo describían como «glitch», una palabra que anteriormente solo se usaba para referirse a un cambio de voltaje repentino que hacía saltar, o quemaba, los fusibles. A partir de ahí, el glitch se convirtió en cualquier tipo de sobresalto tecnológico.
Los orígenes del glitch: antes del ordenador doméstico
En 1978, Raul Zaritsky, Jamie Fenton y Dick Ainsworth creaban Digital TV Dinner, el «arte digital casero más barato del mundo«, manipulando una consola de videojuegos llamada Bally Astrocade, que costaba unos 300 dólares. Unos diez años antes, Steina y Woody Vasulka comenzaban a experimentar con imágenes electrónicas distorsionadas usando sintetizadores de vídeo, moduladores, secuenciadores y demás cacharrería. Mientras, Nam June Paik ponía un imán encima de un televisor, generando retroalimentaciones visuales inesperadas.
Ya por aquel entonces, el glitch daba miedo al sistema. En 1979, el cómico Andy Kaufman fue contratado para hacer un programa –Andy’s Funhouse– para la cadena estadounidense ABC. Uno de los números incluía un momento en el que en la pantalla del televisor se veía exclusivamente ruido, como cuando se interrumpe la emisión. Los ejecutivos de la ABC lo censuraron porque les daba miedo que los espectadores pensasen que la interrupción era real y cambiasen de canal. El glitch no es estética, es política, incomoda a las estructuras de control.
Pero antes de todo esto, ya había artistas rompiendo otras tecnologías. A principios de los años cuarenta, Pierre Schaeffer puso en su tocadiscos un disco de Edith Piaf que estaba tan estropeado que empezó a saltar y atascarse. En lugar de tirarlo, Schaeffer se puso a jugar con él y terminó creando un collage de glitches. En los cincuenta, Len Lye creaba su obra más famosa –Free Radicals– rascando una tira de película negra. Este tipo de manipulaciones entre lo tecnológico y lo manual se siguen utilizando hoy en día, ahí tenéis a Yasunao Tone a sus 82 años haciendo conciertos de noise con CDs sucios y rayados.
El boom del glitch
A pesar de que la historia siempre va más allá de lo que nos imaginamos, muchos no conocimos el glitch hasta los años noventa, gracias al auge de la música electrónica y el net.art. El glitch contemporáneo es, en parte, una reacción contra el hiperrealismo, las imágenes de alta definición y el retoque fotográfico. Como ejercicio contestatario en contra de la perfección, el glitch se entrega a la abstracción, el defecto, la incomodidad o incluso al feísmo. Lo corrupto no es el archivo glitcheado, son las imágenes falsas de la publicidad y los telediarios.
En ese marco surgía la música glitch a finales de los noventa, explotando la estética del error a través de dispositivos estropeados o hackeados, fallos de software y errores del sistema. Autechre, Alva Noto, Ryoji Ikeda, Oval y muchos otros productores de música electrónica se entregaban de lleno a chasquidos, pitidos y crujidos. Nada de notas ni melodías, a veces ni siquiera ritmo. De repente, la música electrónica perdía ese aura prejuiciosa de ser cosa de pastilleros y raves. Artistas del glitch como Alva Noto y Ryoji Ikeda saltan directamente del festival de música al museo de arte contemporáneo.
Por otro lado, estaba el net.art, una disciplina que nunca llegó muy lejos, pero que nos dejó a grandes como JODI (Joan Heemskerk y Dirk Paesmans). JODI venían de la fotografía y el videoarte, pero a mediados de los noventa empezaron a experimentar con Internet para terminar en el software art y la modificación de videojuegos. Se hicieron famosos por crear una página web sin pies ni cabeza.
A esas modificaciones de videojuegos se apuntaron pronto desarrolladores de juegos reales que utilizaban el glitch para crear experiencias extrañas y desorientadoras. Un buen ejemplo es Memory of a Broken Dimension, un paseo por ruinas fragmentadas y transmisiones de datos congeladas. Un juego en el que ya no es que sea complicado jugar, es complicado hasta empezar a jugar. Tampoco podemos olvidar la pantalla 256 de Pac-Man, quizá para muchos su primer encuentro con el glitch.
Glitches provocados: Circuit bending, data bending, datamoshing y no-input
Aunque el glitch suele entenderse como algo que sucede sin que lo provoques, el arte no es tan inocente y casual como eso. La mayoría de glitches artísticos son provocados, y algunos de los subgéneros del glitch no lo han escondido nunca.
El circuit bending hackea dispositivos electrónicos, desde juguetes infantiles a pedales de guitarra, para crear imágenes y sonidos nuevos. Como su propio nombre indica, esto se consigue modificando los circuitos. Es provocado, pero eso no significa que sea una ciencia exacta, los resultados son inesperados.
El circuit bending surgió en los años sesenta de la mano de músicos como Reed Ghazala. Ghazala explica que llegó al circuit bending por casualidad, cuando después de oír unos sonidos insólitos saliendo de un cacharro estropeado pensó que podría estropear otros dispositivos para generar algo parecido.
El data bending es una manipulación similar, pero en lugar del hardware utiliza el software. Se trata de deteriorar los datos usando métodos como abrir un archivo de audio en un editor de imagen. Aunque suene a algo muy digital, Oskar Fischinger ya estaba experimentando con él en los años treinta (con medios analógicos, obviamente). De hecho, en el cine experimental hay una larga tradición de leer imágenes como sonido explotada sobre todo en los años setenta por cineastas como Norman McLaren y Lis Rhodes.
El datamoshing es otro proceso basado específicamente en la compresión o, mejor dicho, los artefactos que a veces provoca. Seguro que os habéis encontrado más de una vez con alguna película descargada comprimida con algún códec antiguo que al reproducirla se traduce en un amasijo de píxeles irreconocibles. Eso es un datamosh.
El datamosh, como otras muchas de estas técnicas digitales, ha pasado de ser algo que hacían los adolescentes aburridos en sus casas a pasto de galería de arte de la mano de fotógrafos como Thomas Ruff. Ruff explica que un día viendo una imagen muy pixelada descargada de Internet pensó que lo que se suele considerar una imagen fea y de poca calidad es en realidad bonita. Otros artistas, como Kyle F. Williams, se han dedicado a recopilar glitches de fuentes como Google Maps para demostrar que el error es estético.
Volviendo otra vez al terreno de lo sonoro, no podemos olvidarnos del no-input, un subgénero del noise que consiste en conectar la salida del equipo de audio a su propia entrada. Esto genera una retroalimentación equivalente a lo que hacía Nam June Paik con un imán y un televisor.
El glitch fuera de la máquina
Aunque el glitch no existe sin electricidad, eso no significa que no exista fuera de la máquina. La estética del glitch se ha filtrado al mundo real, a la publicidad, al packaging, a los cómics… Hace unos años, el diseñador Rob Sheridan manipulaba escenas de La red social (2010) con data bending para crear el packaging de la banda sonora de la película. Lo que hizo fue editar las imágenes con un editor de texto. Sí, es posible, y fácil, aunque los resultados no suelen ser atractivos de buenas a primeras porque es como editar con los ojos cerrados.
El año pasado, el cómic Still Life de Luis Bustos nos recordaba que es posible hacer humor glitch, como ya auguraba Andy Kaufman hace casi 40 años. El glitch sirve para todo, desde contar chistes a tejer bufandas, una idea de artistas como Phillip Stearns que terminó en las pasarelas de moda.
El glitch no es solo atractivo por su potencial como generador de patrones, visuales o sonoros, inesperados, lo realmente fascinante es que, incluso cuando es provocado, nunca sabes qué va a provocar. Es un ataque contra las estructuras ajenas, pero también contra las propias.
Como no todo va a ser teoría, te animo a abrir ahora mismo cualquier archivo de sonido en Audacity. Expórtalo como RAW (en «Otros archivos sin comprimir»), ábrelo en Photoshop y vuelve aquí a explicarnos qué ha pasado.