La ciencia en ocasiones nos maravilla y en otras nos devuelve al suelo. En unas declaraciones recientes, el físico y divulgador Brian Cox ha asegurado que el Gran Colisionador de Hadrones demuestra que los fantasmas no existen. Te explicamos por qué y reflexionamos sobre si queda algo de magia en el mundo.
La puesta en marcha del Gran Colisionador de Hadrones (GCH) en 2008 disparó nuestro sentido de la maravilla colectivo. Este acelerador de partículas de mas de 27 kilómetros de circunferencia y que descansa a 200 metros bajo los suburbios de Ginebra fue construido y diseñado por un enorme consorcio de países con el objetivo de aumentar nuestro conocimiento del reino subatómico y revelarnos los secretos del universo. Su descubrimiento más sonado hasta la fecha ha sido el hallazgo del Bosón de Higgs, una partícula fundamental, conjeturada décadas atrás por el físico británico ganador del Nobel Peter Higgs, que es en parte responsable de otorgar masa a la materia.
Como decíamos, los diez años que duró la construcción del GCH y su inminente puesta en marcha hicieron zumbar nuestros más cervales sentidos de fascinación y miedo. En teoría, existía la posibilidad de que el colisionador creara pequeños agujeros negros que podían dejar al país alpino como un queso gruyere e incluso devorar nuestro planeta entero. También era posible que el GCH produjera unas partículas llamadas strangelets, entidades de materia extraña -cuya existencia está aún por demostrar- con consecuencias devastadoras para la vida en la Tierra. La ficción no tardó en inspirarse en estas posibilidades. Así Ángeles y Demonios (2000) de Dan Brown se articulaba en torno al plan de los Iluminati de destruir el Vaticano usando el GCH (sic). Y en el último de los posibles escenarios del fin del mundo que se repasaban en el estupendo y muy recomendable docudrama de la BBC End Day (2003) -dirigido por un entonces novato Gareth Edwards– un strangelet convertía nuestro mundo en un pedazo de exótica materia. Llegó incluso el punto en el que la ficción se coló en la realidad y se aventuró que los repetidos problemas técnicos en la puesta en marcha del GCH se debían a crononautas enviados desde el futuro para impedir que el acelerador se completara y así evitar el apocalipsis.

Brian Cox, un descreído.
Pero es probable que el GCH se haya cobrado nuestra deuda con él por habernos regalado tanto asombro e inspiración. La razón es que el colisionador podría haber demostrado de forma concluyente que los fantasmas, y por tanto el alma, no existen. Así lo afirma el físico y divulgador Brian Cox. Ya hace un año, en su podcast The Infinite Monkey Cage y en presencia ni más ni menos que de Neil deGrasse Tyson, el británico aseveró que ya no podía haber ningún debate sobre si los fantasmas existen o no porque el GCH lo había zanjado. El argumento puede resumirse en lo siguiente: si entendemos el alma como una forma de energía que es parte de nuestro ser y es responsable de nuestra identidad (y por tanto contenedora de información) y de lo que hacemos, esta debería interaccionar con la materia de nuestro cuerpo. El alma debería poseer cierta frecuencia o estar basada en alguna partícula que le permitiera mover nuestros brazos o piernas, accionar nuestras células y pensamientos, a su vez conformados por átomos y moléculas. Por tanto, esa forma de energía, que debe ser persistente y ocurrir, digamos, a temperatura ambiente, debería haber sido detectada ya por el GCH. Pero no lo ha sido.
La aseveración de Cox no fue del gusto de muchos, que la encontraron prepotente y presuntuosa. Por ejemplo, el profesor de física en Berkeley Bob Jacobsen contraatacó diciendo que Cox se había pasado tres pueblos porque existen muchas partículas que el GCH aún no ha detectado, como por ejemplo el axión -una hipotética partícula elemental sin carga y sin apenas masa que conformaría la materia oscura y que interacciona de forma débil con la materia-. Y aunque la lista de las propiedades del axión se parezca mucho a la descripción de un fantasma, Cox ha replicado en una reciente entrevista durante la promoción de su nuevo libro que los axiones y otras partículas de materia oscura interaccionan con la materia solo a niveles energéticos muy altos. Nada que ver con lo que sucede en nuestra común existencia.

El alma, representación.
Después de todo esto es normal quedarse con la actitud de aquel personaje que en el Stalker (1979) de Andréi Tarkovski sentenciaba “El mundo es demasiado aburrido. Por eso no hay poderes mentales, ni fantasmas, ni platillos volantes. Nada de eso puede existir. El mundo se mueve por leyes rígidas como el hierro y eso es muy aburrido.” No nos hacía falta el GHC para sospechar que las almas desencarnadas probablemente no existen. Campos electromagnéticos, hongos e incluso infrasonidos pueden también explicar sus apariciones. Incluso existe la intrigante teoría de que los gemidos que caracterizan a los fantasmas del imaginario infantil se originaron en los jadeos que escuchaban los niños cuyos padres estaban teniendo sexo en la habitación continua y que estos negaban haber oído a la mañana siguiente.
¿Dónde queda entonces la magia, la maravilla? Tarkovski desautorizaba a su propio personaje en la última escena de Stalker porque en realidad el director ruso creía que el mundo no es aburrido. Que unas esporas o unos sonidos inaudibles puedan hacernos ver un espectro no deja de resultar fascinante a su modo. “¿Hay magia en el mundo?”, preguntaba con escepticismo el niño de Boyhood (2014) a su padre, que le responde “¿Y si te contara que bajo el mar vive un mamífero gigante que usa el sonar y canta canciones para comunicarse y cuyo corazón es del tamaño del coche, y que podrías gatear por dentro de sus arterias? Seguro que pensarías que eso es bastante mágico, ¿verdad?”.