El shōnen tiene las ventas, el shōjo los clásicos y el seinen el prestigio. ¿Qué deja eso para el josei, el género enfocado hacia mujeres adultas? De eso trata la quinta entrega de nuestra guía de iniciación al manga. De cómo todo un género puede llegar a verse esquilmado por algo en apariencia tan inocuo como el público al que se dirige.
Al hablar de manga hemos incidido siempre en cómo las clasificaciones demográficas tienen poco o ningún sentido. Basados casi exclusivamente en la demografía buscada por la revista en la que se publican, ¿significa eso que no tengan ningún valor orientativo? Por desgracia, es más bien al contrario. Porque, mientras que para los artistas y críticos suelen significar más bien poco, para los lectores las demografías suelen ser indicadores exactos de aquello a lo que están dispuestos a dar una oportunidad y a lo que no.
Y si bien eso significa que el seinen es universalmente aceptado y que el shōnen y el shōjo tienen que luchar por su visibilidad fuera de sus nichos, en el caso del josei, género dirigido hacia mujeres adultas, debe luchar por la visibilidad incluso dentro de su propio nicho.
Prejuicios con base sólo a medias


Eres mi mascota, de Yayoi Ogawa
A pesar de su evidente afinidad con el seinen, el josei ha tendido históricamente a ser visto como un género menor. Como el menor de todos. Apenas si la versión más despegada, apenas si más adulta, de las historias románticas que se le suelen atribuir al shōjo. Historias sobre mujeres de treinta o cuarenta años, realizadas laboralmente, pero sin suerte en el amor, que o bien descubren al hombre perfecto o bien hacen de sus vidas un rip-off de Sexo en Nueva York.
Algo que, por lo demás, ni siquiera es mentira. Esos mangas existen. Y algunas de las series más populares de los últimos tiempos caen dentro de esa idea.
Mangas como Happy Marriage?! de Maki Enjōji, Clover de Toriko Chiya o Eres mi mascota de Yayoi Ogawa bien podrían leerse como re-lecturas más adultas, también con un acercamiento mucho más saludable, de lo que generalmente se ha considerado que es propio del shōjo. Historias románticas, con un punto humorístico, centrando la mirada en la parte femenina de la historia. Algo que también podemos encontrar bien representado en el caso de revistas como Cocohana, que oscilan descaradamente entre el josei y el shōjo de un modo que, en el caso del seinen y el shōnen, se observa con muchos menos reparos.


Happy Marriage?!, de Maki Enjōji
¿Significa eso que las historias mencionadas hasta el momento sean menores o menos dignas que el resto del josei? En absoluto. Todas ellas tienen su público, su popularidad tiene razón de ser y es innegable que, dentro de las historias románticas, están muy por encima de la media. En el caso de algunas de ellas, incluso podríamos decir que su enfoque está colindante con el feminismo. O que es enteramente feminista.
Porque no debemos olvidar una cosa. Si bien el josei también tiene historias que replican formas poco deseables del amor romántico heteronormativo, eso no significa que la totalidad del género lo haga. Ni lo hacía el shōjo ni lo hace el josei. Por eso, incluso considerando que hay una parte significativa del género que es «estereotipada», sería absurdo considerar que todas sus historias más enfocadas hacia un público consumidor de romances, o ausencia del mismo sin amargura, han de ser, necesariamente, calcos mal hecho de patrones socioafectivos cuestionables.
También porque el josei, como el seinen, es muy diverso.
Revistas, diversidad e incluso un poco de Steve Jobs

Princess Jellyfish, de Akiko Higashimura
¿Significa eso que, como el caso del seinen, en el josei no haya ninguna revista de referencia? Sí y no. Es cierto que la mayoría de revistas de la demografía tienen unas ventas muy similares, sin grandes diferencias entre ellas, pero también que una de ellas ha tenido la fortuna de dar de forma bastante regular una sorprendente cantidad de series que han logrado atravesar la barrera de su propio nicho. Y esa es la revista Kiss.
Es la revista que ha publicado clásicos como Princess Jellyfish de Akiko Higashimura, que trata sobre una otaku cuya vida cambia por completo cuando conoce al hijo ilegítimo de un importante político que resulta ser un crossdresser; Nodame Cantabile, de Tomoko Ninomiya, que es la historia de ¿amor? entre dos aspirantes a músicos clásicos; Perfect World de Rie Aruga, sobre el romance entre una decoradora de interiores y un chico en silla de ruedas; o la ya mentada Eres mi mascota, sobre una mujer que decide adoptar a un chico más joven que ella como su mascota. Su nómina de obras y autores es tan notable como el de las mejores revistas de seinen. Algo que siguen demostrando con la actual publicación de Tokyo Tarareba Musume, de Akiko Higashimura, sobre un grupo de chicas de treinta años que toman la determinación de casarse antes de las olimpiadas de Tokyo, aunque por el camino se preocupen más por divertirse todas juntas; o con la recientemente concluida biografía en formato manga de Steve Jobs por parte de Mari Yamazaki, la cual ha sido celebrada tanto dentro como fuera de las fronteras de Japón.
Esto último es significativo no sólo por la aparente ruptura que supone con respecto de los demás mangas -porque sea una biografía, por su marcada personalidad en el dibujo y su aparente sobriedad-, sino también porque Yamazaki es la autora detrás de Thermae Romae, un manga sobre viajes en el espacio-tiempo entre las termas del Imperio Romano y los baños japoneses contemporáneos, con un gran énfasis en la arquitectura. Una obra que, además, fue publicada en la revista seinen Comic Beam.

Steve Jobs, de Mari Yamazaki
Al final, si algo pertenece a una u otra demografía viene más determinado por donde se publica que por su contenido. Es algo evidente cuando tenemos en consideración una de las revistas importantes de publicación más reciente: la Monthly Comic Zero Sum.
Con especial interés por las obras de género -entendiendo por género la fantasía, la ciencia-ficción y el terror-, Zero Sum es, probablemente, la revista de referencia para cualquiera interesado en las obras de esta clase. Casa de las adaptaciones al manga de los videojuegos Fire Emblem y Xenosaga, y habiendo publicado clásicos de culto como Saiyuki de Kazuya Minekura -reinterpretación muy libre de Viaje hacia el oeste– o Dolls de Yumiko Kawahara -muy interesante recopilación de historias cortas que giran alrededor de las muñecas y los cuentos clásicos-, la revista ha ido enfocándose con el tiempo en un espacio que, de no saber de antemano que es josei, pensaríamos que es una revista shōnen por la clase de mangas que publica. Ya sea con la recientemente concluida Amatsuki de Shinobu Takayama, sobre un chico encerrado en una reproducción virtual del periodo Edo, Loveless de Yun Kōga, un romance donde hay involucrados conspiraciones y misterios sobrenaturales, o la más reciente Battle Rabbits de Yuki Amemiya y Yukino Ichihara, sobre una organización que busca proteger la tierra de ataques demoniacos, toda la revista tiene un distintivo sabor que generalmente asociaríamos con el shōnen. Es decir, elementos sobrenaturales, peleas over the top y un marcado sentido de la camaradería entre los personajes.
O lo haríamos si las demografías no patearan nuestros prejuicios sobre su contenido una vez tras otras.
Diversidad, pero ni ventas ni revistas

Battle Rabbits de Yuki Amemiya y Yukino Ichihara
A pesar de ese patear inmisericorde que ha dejado nuestros prejuicios, a estas alturas, hechos unos zorros, debemos admitir que el josei tiene unos cuantos problemas de base. En el sentido literal de la palabra. Porque su base de lectores, prácticamente sólo lectoras para vergüenza de todo un género, no puede competir con ninguna de las otras demografías. Ni siquiera con las más denostadas.
Igual que vimos que el shōnen es el rey en lo que corresponde a las tiradas máximas, con el shōjo con picos notables y el seinen con cifras relativamente modestas en general, pero muy similares en un océano interminable de revistas, el josei tiene la maldición del seinen, pero al cubo. Todas sus revistas tienen unas ventas similares, sin ninguna revista acaparando de forma notable el mercado, pero todas ellas con cifras más bien pobres para la industria editorial japonesa. Todas ellas, incluso las más grandes, tienen hoy muchos problemas para sobrepasar los 100.000 ejemplares. Todo ello siendo la demografía con menos revistas diferentes en circulación.

Nodame Cantabile, de Tomoko Ninomiya
Como ya hemos señalado, eso puede sumar una cifra bárbara. Y lo es, en términos occidentales y japoneses. Pero eso significa también que, ni apilando la tirada de todas las revistas josei de un mes, puede igualarse la de una única tirada semanal de la Shōnen Jump. Algo que sí puede hacer, e incluso puede que llegue a superar, el shōjo y muy especialmente el seinen.
¿Cuál es el problema? Que aunque el josei es tan diverso, rico y vibrante como el seinen, su público tiene en mente una consideración: el seinen es neutro, para hombres y mujeres, mientras que el josei es sólo para mujeres. Es decir, ocurre exactamente igual que con cualquier otro medio. Las mujeres leen igualmente obras enfocadas para hombres o mujeres, pero los hombres sólo leen aquello que está claramente enfocado a ellos.
Eso crea no sólo una evidente disonancia en ventas, sino que también hace que muchas obras se pierdan por el camino o se intente obviar el hecho de que son publicadas en revistas josei. Pero mal que les pese a algunos, el josei tiene en su haber algunas de las obras más interesantes que ha dado nunca el manga.
(¿Extraños?) Compañeros de cama: la relación del josei con el spokon

Chihayafuru, de Yuki Suetsugu
Una de las cosas más interesantes del josei es cómo ha sabido rescatar el spokon, los mangas de deportes, del absoluto dominio masculino. Pues si bien el shonen está plagado de mangas de deporte, tanto el seinen como el shoujo nunca han sido fuerzas especialmente destacadas dentro de una pelea que parecía enfocada exclusivamente a los hombres jóvenes.
Pero no ocurre lo mismo con el josei. Aunque el deporte femenino no se lleve portadas y generé un interés comparativamente menor, algunas autoras han encontrado en el deporte el lugar desde donde hacerse oír. ¿Pero qué clase de deportes? Aquellos por los cuales los hombres no suelen tener interés: los minoritarios.
Chihayafuru, de Yuki Suetsugu, sigue todos los tropos clásicos del spokon. El deseo competitivo, los enemigos que se convierten en amigos, los amigos que se convierten en rivales y el espíritu del compañerismo por encima de la victoria o de la derrota, incluso si sabemos que, tarde o temprano todo acabara con la victoria. Pero la peculiaridad aquí es que la protagonista, Chihaya Ayase, es una chica. Y lo que es más sorprendente: que no quiere ser la mejor jugadora de fútbol, baloncesto o baseball, deportes mayoritarios en Japón, sino de karuta.

Chihayafuru, de Yuki Suetsugu
El karuta es un juego competitivo donde se colocan sobre la mesa dos juegos cien cartas ilustradas con un tanka -poemas similares al haiku, sin rima, de composición silábica 5-7-5-7-7- escrito en ellas, con una baraja diferente delante de cada uno de los jugadores. El juego en sí consiste en que una tercera persona, el recitador, lee el poema en voz alta y, cuando los jugadores identifiquen de que poema se trata, deben coger la carta donde está inscrito el poema. Pero aquí viene la dificultad: no deben hacerlo de su territorio, sino del contrario. De ese modo, gana quien consiga hacerse con más cartas del territorio rival.
Con un puñado de reglas más complicadas -se pueden bloquear con la mano el acceso, pero no tocar las cartas en sí; si se toca una carta incorrecta, se sufre una penalización; si un jugador toca la carta incorrecta y el otro toca la correcta, entonces la penalización es doble-, para entender la belleza, pragmatismo e increíble capacidad memorística y atlética de los jugadores de karuta es necesario ver una partida entre profesionales. Porque como nos explica Chihayafuru, los jugadores profesionales de karuta no necesitan nada más que entre la primera y la cuarta silaba de cada poema para reconocerlo.
Algo que Suetsugu transmite a la perfección en duelos tensos, muy vívidos y perfectos en su capacidad de transmitir la acción, acompañados de un desarrollo de personajes ejemplar. Chihayafuru es, le pese a quien le pese, uno de los mejores spokon que hay ahora mismo en publicación.

El león de marzo, de Chica Umino
En el mismo campo, aunque con otros méritos particulares -dibujo más personal, fabuloso análisis psicológico de personajes complejos- además del perfecto retrato de una disciplina deportiva poco conocida, está El león de marzo de Chica Umino. Siguiendo la vida de Rei Kiriyama, un jugador profesional de shôgi, y su relación con las tres hermanas Kawamoto, Akari, Hinata y Momo, el manga, además de ser un éxito de ventas, es una excelente historia sobre la depresión, los cuidados de uno mismo y de los otros, además de, por supuesto, un brillante vistazo al mundo del shôgi, el considerado ajedrez japonés. Un juego cuya complejidad nos obliga a desistir de intentar hacer un resumen de cualquier clase.
¿Qué es lo más irónico de todo esto? Que la obra de Umino se considera un seinen. Aunque mantiene el estilo de dibujo de su anterior obra, Honey and Clover, que era un shôjo, por publicarse en la revista Young Animal se considera un seinen. Incluso si muchas personas creen que, de hecho, es josei o si la experiencia dicta que, de haberse publicado en una revista josei, no hubiera conseguido un éxito tan fulgurante.
De clásicos, feminismo y temas espinosos

Paradise Kiss, de Ai Yazawa
Saliéndonos ya del mundo del spokon, el josei tiene mucho que ofrecernos todavía. Por ejemplo, clásicos modernos. A este respecto nos conformaremos con nombrar la autora de josei más conocida en nuestro país, siendo prácticamente referencia única del género durante muchos años. Hablamos, cómo no, de Ai Yazawa.
Habiendo horadado los terrenos del shôjo y el josei por igual, aunque sus trabajos más infantiles como Gokinjo Monogatari y No soy un ángel han tenido cierto eco, serían sus dos últimos trabajos hasta el momento, Paradise Kiss y Nana, los que destacarían de forma más notable entre todas las obras de Yazawa. Con especial énfasis en la amistad entre mujeres, la moda y un marcado interés por las relaciones románticas y sexuales no convencionales, sus obras están circunscritas dentro del drama, desarrollando con ingenio e interés todo un grupo de personajes con problemas que van más allá de lo meramente romántico. En ese sentido podríamos decir que el josei es un género privilegiado. Es difícil encontrar un género, en ningún medio, con tantas obras reflexionando sobre el papel de la mujer en la sociedad.

Blue, de Kiriko Nananan
Un ejemplo de ello sería la autora Kiriko Nananan. Obsesionada con los detalles, la psicología de los personajes y los límites (literales) de la composición de página, comenzó publicando en la revista Garo para encontrar finalmente éxito de crítica y público a través de dos obras de apariencia sencilla y etérea como son Blue y Strawberry Shortcakes. Dos ejemplos de introspección, más cerca del cine indie que de la mayor parte de los mangas que hemos nombrado aquí, y que le han valido un discreto reconocimiento internacional.
En un registro similar, pero más comercial e incluso más camp, encontraríamos dos autoras que es difícil separar por las similitudes existentes no sólo en las temáticas de sus obras, sino también en el estilo que han desarrollado: Moyoko Anno y Kyoko Okazaki.
Con todo, si bien ambas tratan los temas de la madurez, las dificultades de las mujeres en el mundo del trabajo y la familia o el delicado equilibrio existente entre querer ser percibida como una mujer femenina sin por ello ser considerada un mero objeto, cada una de ellas, con el tiempo, ha ido escorando hacia terrenos muy diferentes. Mientras Anno ha ido variando su estilo a la par que encontraba su mayor éxito en Sakuran, una historia sobre cortesanas -es decir, prostitutas- en el siglo XVII, cambiando radicalmente en obras posteriores como Sugar Sugar Rune (magical girls típicamente shôjo) o Insufficient Direction (obra auto-biográfica en las que narra su vida con su marido, Hideaki Anno, director de Neon Genesis Evangelion), Okazaki se ha mantenido dentro de un estilo duro. Siempre ha tratado temas muy delicados como el deseo, la belleza y cómo todo ello se circunscribe a ciertas relaciones de poder económicas y sociales, que se hacen evidentes en su opera magna sobre una chica que se mete a call girl para poder mantener como mascota a un cocodrilo, Pink, y de forma aún más descarnada en una de sus últimas obras, la excelente Helter Skelter.
Lo que se nos ha quedado en el tintero

Shirokuma Cafe, de Aloha Higa
Nos hemos dejado muchas obras en el tintero. El josei es, a fin de cuentas, tan rico y extenso como el seinen. Igual que tenemos dramas sobrenaturales tratando problemas tan complejos como la infidelidad desde un punto de vista femenino (Angel Nest, de Erica Sakurazawa) también podemos disfrutar de la adorable historia de un grupo de animales que se juntan para hablar de sus vidas en un café regentado por un monísimo oso polar (Shirokuma Cafe, de Aloha Higa), la historia sobre un joven que en los años cincuenta descubre al mismo tiempo las bondades y amarguras del jazz y el amor (Kids on the Slope, de Yuki Kodama), el misterioso pasado de un intérprete teatral de monólogos que dice haber matado a su compañero y rival tras haberse hecho cargo de su hija durante veinte años (Shōwa Genroku Rakugo Shinjū, de Haruko Kumota) o un encantador slice of life del subgénero «hombre se encuentra solo de repente criando a una niña adorable» (Bunny Drop, de Yumi Unita), del cual el seinen tiene varias docenas actualmente en publicación.
Esa es la trampa, lo que ya hemos señalado: el josei no se lee por publicarse en revistas enfocadas a las mujeres, incluso aunque el contenido tienda a ser similar al del seinen. Muchas veces, ni siquiera se pone un foco especial en el ámbito femenino, aunque suela ser así.
Por eso tampoco debería extrañarnos que las autoras más conocidas y reverenciadas actualmente por crítica y público se circunscriban a otros géneros, pero mayoritariamente al seinen. Autoras como Natsume Ono, Ryōko Kui, Q Hayashida, Kohske, Asumiko Nakamura, Kore Yamazaki o las CLAMP. Todas ellas autoras excepcionales, de gran interés, pero que, para encontrar el éxito, han tenido que moverse a otras demografías de lectores más prestigiosas. Si el shonen tiene las ventas, el shoujo puede alardear de clásicos y el seinen es el terreno donde conseguir prestigio, el josei es el lugar donde tienes que trabajar tres veces más duro de lo normal para que siquiera reconozcan tu existencia.

Not Simple, de Natsume Ono
Como hemos repetido veinte veces, josei y seinen son géneros gemelos. Es difícil encontrar verdaderas diferencias entre ellos. Y, cuando no se sabe de qué revista proceden, es fácil confundir el uno con el otro. Pero mientras el público siga teniendo prejuicios infundados hacia el género, pensando en el seinen como un género neutro y en el josei como un género femenino, será imposible que florezca del modo del cual podría hacerlo. Algo que será negativo tanto para las autoras, como para las editoriales y para nosotros, los propios lectores.
Breve guía de lectura para despistados
I. Clásicos del josei
Paradise Kiss de Ai Yazawa
Nana de Ai Yazawa
Princess Jellyfish de Akiko Higashimura
Nodame Cantabile de Tomoko Ninomiya
Happy Mania de Moyoko Anno
Suppli de Mari Okazaki
Kids on the Slope de Yuki Kodama
II. Josei como extensión del shōjo
Happy Marriage?! de Maki Enjōji
Clover de Toriko Chiya
Eres mi mascota de Yayoi Ogawa
Tokyo Alice de Toriko Chiya
III. Deportes con otra perspectiva
Chihayafuru de Yuki Suetsugu
El León de Marzo de Chica Umino
IV. Feminismo, drama y las vicisitudes de ser mujer
Strawberry Shortcakes de Kiriko Nananan
Blue de Kiriko Nananan
Sakuran de Moyoko Anno
Pink de Kyoko Okazaki
Hana de Fumiko Takano
V. Una breve muestra de la diversidad del josei
Shirokuma Cafe de Aloha Higa
Bunny Drop de Yumi Unita
Shōwa Genroku Rakugo Shinjū de Haruko Kumota
7 Seeds de Yumi Tamura
Kiiroi Hon de Fumiko Takano
VI. Obras que no son josei, pero cuyo trabajo no se reconocería tanto si se las denominara así, aún siendo excelentes
House of Five Leaves, de Natsume Ono
Ristorante Paradiso, de Natsume Ono
Land of the Lustrous, de Haruko Ichikawa
Tragones y mazmorras, de Ryōko Kui
Dorohedoro, de Q Hayashida
Gangsta., de Kohske
Utsubora, de Asumiko Nakamura
La respiración de Copérnico, de Asumiko Nakamura
The Ancient Magus Bride, de Kore Yamazaki