Tratar de sintetizar en unas líneas la música de un país puede resultar, aparte de imprudente, una locura. Hacerlo en el caso de Brasil es, directamente, una quimera. Pero en CANINO estos desafíos son el pan nuestro de cada día. Adéntrate en la riquísima y desconocida música popular de Brasil con esta guía que te ayudará a no perderte en los primeros compases.
Brasil es uno de los dos o tres territorios más ricos, sugerentes y superpoblados –ciñéndonos al binomio calidad-cantidad- de la música popular. Me atrevería a decir que el que más, si se tienen en cuenta por contra sus atávicas dificultades económicas, geopolíticas y sociales, compensadas sin embargo con el talento, la naturalidad y la solicitud de sus innumerables propuestas artísticas, que rozan lo sobrenatural.
Y es que en Brasil la música se respira en cada esquina, se intuye prácticamente en cada conversación y se celebra en cada gesto. Hacer, por tanto, un somero resumen con la vista puesta en su aprendizaje, sin ni siquiera entrar en excesivas honduras, resulta siempre intimidante. Teniendo en cuenta, además, que cualquiera que haya penetrado en su frondosa floresta de ritmos, melodías y palabras posee su propio itinerario, muchas veces considerablemente diferente al del vecino o, cuanto menos, con un punto de vista apreciablemente dispar al abordar semejante materia.

João Gilberto
A continuación unas cuantas pistas (dejémosle la exhaustividad a los enciclopedistas) para situarse en el fascinante universo de -digámoslo ya sin cortapisas o falsa moderación- la primera potencia de la música popular.
Hay una serie de grandes corrientes procedentes del siglo XX que siguen siendo, desde luego, las más importantes e influyentes en lo que llevamos de XXI. Gracias a esa capacidad innata del brasileño para el sincretismo -ya sea desde el punto de vista religioso o musical-, que le hace conjugar con pasmosa espontaneidad –y singular voracidad- casi cualquier influjo con el que tenga a bien inmiscuirse, la música brasileña regurgita de aquí y de allá influencias, insinuaciones y hábitos, envolviéndolo todo después en un sello único y fácilmente distinguible allá por donde pasa.
1. Samba-Canção

Aracy de Almeida
Del samba (cuyo origen etimológico hunde sus raíces en los ancestrales sonidos del semba, procedente del suroeste africano, aproximadamente lo que es la Angola actual) tenemos la imagen impactante y multicolor de los carnavales, de sus bailes interminables y del desenfreno exuberante y aventurado. Sin embargo, como en toda disciplina que se precie –y el samba evidentemente lo es- hay detrás una copiosa historia de claroscuros y rivalidades a través de los nombres de compositores que ayudaron a conformar para la posteridad la formulación de un estilo fundamental en la primera mitad del siglo veinte, albergando a su vez multitud de géneros y sub-géneros para mayor gloria de su riquísimo acervo artístico.
El samba-canção supone la gran estilización de una corriente musical que aglutinó en sus inicios –añosveinte y treinta- efluvios del maxixe (tango brasileño), la modinha (su particular versión del bolero) y el compás africano. Su eclosión discográfica, sin embargo, no se produce hasta bien entrados los cincuenta –después de la denominada “época de ouro”: 1930-1945-, en grabaciones de pioneros como Ismael Silva (fundador de la primera escuela de samba), Mario Reis o Silvio Caldas, a los que se fueron sumando otros como Dorival Caymmi, Pixinguinha o Ary Barroso (autor de los clásicos tan indiscutibles como Aquarela do Brasil o Na Baixa do Sapateiro, reinterpretadas una y mil veces por innumerables artistas), que vieron gran parte de su cancionero llevado al éxito gracias al poderío de vocalistas como Orlando Silva, Elizeth Cardoso, Francisco Alves o la más furibunda a nivel estético y publicitario: Carmen Miranda.

Noel Rosa
Tres grandes nombres de la samba-canção: Noel Rosa, Wilson Batista y Aracy de Almeida
Los dos primeros protagonizaron uno de los duelos ‘a muerte’ más épicos del samba-canção: para la posteridad quedará precisamente el disco Polêmica de 1956, donde los cantantes Roberto Paiva y Francisco Egydio homenajearon todo el material surgido de los desencuentros entre Rosa y Batista, los cuales solventaban sus dimes y diretes escribiendo cada uno la canción que más pudiera molestar al otro, incluyendo el insulto personal: si Noel Rosa tenía de nacimiento un defecto físico por el cual contaba con el maxilar inferior atrofiado, Wilson Batista corría a escribir Frankenstein da Vila, osea, el monstruo de Vila Isabel, barrio de Rio de donde era originario Noel, regodeándose en la fealdad de éste:
Rosa, por su parte, le dedicaba a Batista Rapaz folgado donde, entre otros cariñosos epítetos le dedicaba el famoso “malandro” que, adaptado a los tiempos actuales, vendría a ser como llamar a alguien macarra, lumpen o alguna otra cosa por el estilo.
Bromas aparte (pero maravillosas al fin y al cabo), ambos fueron dos autores que se acabaron rindiendo mutua admiración, a pesar de los momentos tensos que vivieran a través de las partituras o en persona, como recoge puntualmente el biopic dedicado a Rosa –Noel – Poeta da Vila (2006)-. Noel está considerado autor nacional –no hay carnaval que se precie que no interprete alguna suya, como el clásico con el que irrumpiría en el panorama sambista Com que roupa?”, y su cancionero es revisitado al minuto en los songbooks dedicados a su labor por decenas de discípulos y discípulas.
Una de las primeras fue Aracy de Almeida, considerada junto a Dolores Duran y Maysa una de las principales intérpretes del género. Metódica, puntillosa y fiel a la tradición del samba-canção, su disco Samba em pessoa (Samba en persona) es crucial no solo por ver representados en él a gran parte de la plana mayor de los mejores compositores –entre ellos Rosa-, sino como muestra de ese respeto por las maneras más depuradas del género.
2. Bossa nova
El Brasil de finales de los años cincuenta está marcado en lo social por el desarrollismo y en lo cultural por la irrupción de una nueva generación de jóvenes de clase acomodada (principalmente blancos y pardos) que empiezan a copar los campus de las pujantes universidades del país y a empaparse de las influencias anglosajonas (rock’n’roll, jazz) que empiezan a colonizar las incipientes telecomunicaciones. Todo ello sin dejar de lado el acervo heredado del samba-canção que, gracias a esta nueva hornada, verá maleados sus reglamentos básicos, atenuando su ritmo y sofisticándolo con la irradiación del cool-jazz, cálido y sensible.
Carlos Lyra, la malograda Sylvia Telles o el “niño prodigio” Marcos Valle son algunos de los primeros espadas de una corriente que se alzó en el subconsciente mundial como el género más exportable y reconocible de Brasil. Muchos de ellos ya con formación de conservatorio y profundas convicciones poéticas –inevitable el influjo del escritor Vinicius de Morais: anfitrión, instigador y sparring de la escena literaria y musical en aquellos días-.

João Gilberto
Tres grandes nombres de la bossa nova: João Gilberto, Nara Leãoy Jorge Ben
Considerado el intérprete por antonomasia de la bossa nova, João Gilberto y su disco de 1959 Chega de saudade supusieron la sublimación del zeitgeist que respiraba la escena musical del momento. Había nacido un nuevo sonido que en un primer momento fue considerado como una “desviación” del samba-canção y que originaría no pocas suspicacias y recelos. Un cantante que apenas cantaba (aunque luego influiría a todo el planeta precisamente por ese tono vocal entre indolente y susurrante) además de guitarrista que a su vez retorcía los preceptos en cuestión de armonías con acordes complejos pero definitivamente mágicos, de una evocación palmaria. Sus valedores principales fueron el citado Vinicius y Tom Jobim, que le cedieron auténticas declaraciones de principios como el caso de Desafinado (una nada disimulada respuesta a la crítica más inmovilista), con estrofas como “si tú insistes en catalogar mi comportamiento como anti-musical, yo muy relajado debo argumentar, que esto es bossa-nova, que esto es muy natural”. Y más tarde Garota de Ipanema, sin duda la canción más famosa de la bossa nova, estandarte del disco Getz/Gilberto de 1963, donde se daban cita entre otros Jobim, Gilberto y el saxofonista estadounidense Stan Getz, apuntalando para la posteridad el sonido refinado, avanzado, eterno y quintaesencial de la segunda mitad del siglo XX. Todo ello mientras a nivel mediático empezaba a despuntar el sonido tosco y elemental de los Fab Four de Liverpool.
Gilberto ayudó de manera determinante a dar con un sonido mil veces saqueado, frivolizado y mal imitado, dedicando el resto de su vida –es un reconocido perfeccionista y maniático ad nauseam– a conservarlo como en formol a través de exclusivos conciertos, estudiadísimas colaboraciones y una discografía selecta de muy pocos álbumes originales pero infinidad de refritos y compilaciones ad hoc.
Considerada en un primer momento junto a Telles la musa de la bossa nova, Nara Leão apuntaló su merecido prestigio gracias a sus dos primeros discos, ambos de 1964: Nara Leão (para el distintivo sello Elenco, del cual solo su línea de diseño daría para un artículo) y Opinião de Nara, grabado con motivo de una serie de espectáculos en teatros donde en varias de las canciones incluidas en él la temática se escoraba hacia la reivindicación popular, justo en un momento en el que la dictadura militar cristalizaba tras el correspondiente golpe de estado. Dichos discos incluían canciones ineludibles como Berimbau o las explícitas socialmente Opinião y Deixa o Diz que fui por aí.
El carioca Jorge Ben fue quizá la figura más determinante a la hora de actualizar el método del samba tradicional y depurarlo hasta llevar dicha revisión a un estadio diferente, donde la negritud adquiriese un poso distintivo. No es extraño, por todo ello, que su primer álbum recibiese el nombre de Samba Esquema Novo, de 1963, con la sempiterna Mas que nada como arranque y emblema del disco.
A pesar de los exquisitos –y aventurados- efectos en la voz y de acompañarse de una más que eficaz orquesta, fue acusado de ser otro ‘desafinado’ por su forma de tocar la guitarra y la crítica no dio por él ni un duro en sus primeros pasos. Sin embargo siguió grabando discos arriesgados e inspiradores (Africa Brasil, de 1976, contiene TajMahal, saqueada literalmente por Rod Stewart en su mayor éxito), y sigue en activo para desgracia de aquellos oráculos, mientras que (super)estrellas como Gilberto Gil o Santana reconocen su influencia por activa y por pasiva.
3. Tropicalismo

Caetano Veloso
A finales de los años sesenta Brasil continúa sumergida en la dictadura militar, pero eso no será óbice –al contrario- para que la renovación de la escena musical prosiga su curso, en algunos casos acentuando su carácter de exigencia democrática, compromiso vanguardista y actitud irreverente. La psicodelia, Dylan o el incipiente interés por el reggae se incorporan a los intereses de una nueva generación irrepetible que tendrá en el disco colectivo Tropicália de 1968 su escaparate definitorio. Allí está parte de lo más granado del momento: una repescada Nara Leão (que no duda en meterse en todo fregado que tenga que ver con la protesta y la insaciable curiosidad artística), el grupo alucinado Os Mutantes o el inclasificable Tom Zé (una referencia muy presente en las (pen)últimas generaciones de artistas tipo Rodrigo Amarante), además de los tres protagonistas del siguiente apartado.
Tres grandes nombres del tropicalismo: Gal Costa, Gilberto Gil y Caetano Veloso
El tropicalismo (movimiento al que indefectiblemente recurre en exclusiva el hipster para darse un barniz cosmopolita) está marcado por la asunción de modelos anglosajones imperantes en ese momento –The Beatles, la psicodelia y el hippismo, principalmente-, por la transversalidad estilística y por una necesidad urgente de enfrentarse al régimen autoritario e incluso a parte de la izquierda de su país que, como en la de la mayor parte del mundo, relacionaba rock con alienación burguesa y marketing imperialista. La necesidad de expresarse con total desparpajo a nivel estético y moral provocó que Gilberto y Caetano fueran expulsados del país atendiendo a razones caprichosas –desprecio por la bandera en uno de sus shows– y nulamente contrastadas. Antes de eso a Veloso le había dado tiempo no solamente a participar en Tropicália, sino a demostrar de manera precoz su compatibilidad con la tradición sonora más inmediata. El disco Domingo (1967), realizado a medias con Gal Costa y totalmente escorado a la bossa nova, perfecciona ésta aún más, gracias a piezas ya clásicas de la aflicción como Coração vagabundo.
Caetano Veloso es una de las fuerzas mayores de la música popular brasileña. Como en el caso de David Bowie en Gran Bretaña, actúa como aglutinador extra-oficial de tendencias anglosajonas, clasicismos sudamericanos y, en general, casi cualquier cosa que se le ponga por delante. Destacar discos, teniendo en cuenta la dilatada y proteica trayectoria que ostenta a sus espaldas es poco menos que tarea imposible, pero ahí van algunos: el primero de sus discos homónimos Caetano Veloso (1968) -coincidiendo con el manifiesto de “Tropicalia”, entre el bolero, la bossa nova y la psicodelia-, Cinema trascendental (1979) –entre el funk tropical y el soul-, Estrangeiro (1989) –producido por el adalid de la no-wave Arto Lindsay: una feliz mixtura entre tropicalismo y vanguardia neoyorquina- o Livro (97) –con ecos de capoeira, de samba y del pop barroco al que nos tenía acostumbrados hasta no hace mucho- podrían ser, a bote pronto, algunos discos que nunca fallan para iniciarse en su legado. Su influencia no deja de ser patente en la actualidad, incluida la generación indie con grupos como Graveola e O Lixo Polifônico o Telebossa.
Gal Costa es una de las voces más deliciosas y cualificadas de la escena brasileña de todos los tiempos. La exuberancia de su registro vocal es prácticamente inigualable y sus facultades para interpretar cualquier clásico brasileño que tenga a bien cruzarse en su camino –Ismael Silva, Caetano, Jorge Ben, Tim Maia, Roberto y Erasmo Carlos…- son indiscutibles, además de una dicha segura.
Gilberto Gil, conocido en los últimos tiempos por su protagonismo político –ministro de Cultura en el gobierno de Lula da Silva-, no ha dejado de ser desde sus inicios –inevitablemente emparentados al de su “hermano” Caetano- un idealista empedernido con una capacidad innata para engarzar magistralmente samba, pop, reggae o funk nuclear con una frescura y plasticidad admirables. Escuchen Louvacão (1967), Realce (1979), el directo Unplugged (1994) o Quanta (1997) para confirmarlo.
4. Nombres ‘fora do tempo’: Tom Jobim, Elis Regina, Milton Nascimento y Chico Buarque
El compositor brasileño superdotado. El Cole Porter de Rio: Antonio Carlos Jobim. Es EL HOMBRE inexcusable para entender el paso del samba-canção y el neoclasicismo a la eclosión de la bossa nova, y su nombre está en la mayor parte de los créditos de cualquier intérprete de Brasil que quiera darle algo de empaque y credibilidad a su repertorio y, en general, cualquier artista del mundo que pretenda ir de fino y elegante. Por mucho que se quiera descafeinar su legado y arrinconarlo al paquete de la música de ascensor, casi todos los caminos nos llevan a Jobim, desde la banda sonora de Orfeo Negro (Marcel Camus, 1959) a Antônio Brasileiro (1994), pasando por sus colaboraciones con Frank Sinatra, Edu Lobo o Nelson Riddle, el álbum Wave (1967) –de cabecera para Carlos Berlanga, hasta el punto de fusilarle la portada en su Indicios-. La reconstrucción constante de un cancionero inmarchitable, increíble y harto sugerente (mayormente en comandita con Newton Mendonça), marca un antes y un después en la vinculación de la música popular con la exquisitez extrema y el encanto, con la pérdida y la sensualidad.
Los duetos de Jobim con Elis Regina forman parte del subconsciente de cualquier aficionado a estas músicas maravillosas. Pero también los que la segunda hiciese con Jair Rodrigues a través de la trilogía Dois Na Bossa entre los años 65 y 67, o la colaboración con Zimbo Trio en el esencial O fino do fino (1965), catapultando a Regina como una de las reinas de la canción brasileña de todos los tiempos, dueña de un voz poderosa y escalofriante. Prototipo de superestrella destruida por la no siempre fácil digestión de un éxito considerable, su muerte a los 36 años sirvió para escenificar conspiraciones en el marco de una dictadura agonizante (ocurre en 1982) quizá meramente especulativas.
Prototipo de artista hecho a sí mismo, Milton Nascimento fue el principal representante de una pequeña pero sustanciosa escena denominada Clube da Esquina, que finalmente diera nombre al disco homónimo en colaboración principalmente con Lô Borges –y clave tanto para sus carreras como para el devenir del rock mestizo brasileño de los setenta-, algo así como el Tropicália de Minas Gerais, lugar de origen de ambos. Milton es otro autor inagotable del que es tarea complicada recomendar discos, así que en este caso tiraré de criterio puramente personal para animar a introducirse en su obra con un directo como O planeta Blue na Estrada do Sol (1991), amén del referido Clube da Esquina (1972) que llegaría a tener una jugosa continuación unos pocos años después. Todos ellas son grabaciones complementarias, aviso. Trovador de copiosos repliegues armónicos y de un swing jazzeado inconfundible, podemos ubicarle dentro del folk barroco de infinitos –y paradisíacos- recursos.
Sobre Chico Buarque siempre parece haber una rotunda unanimidad en cuanto a reconocimiento a lo largo del tiempo. Salvando las distancias que se quieran, vendría a ser como el trasunto –generacional, que no estilístico- de Joan Manuel Serrat allá en Brasil. A nivel literario quizá sea el poeta más elocuente después de Vinícius de Morais, como demuestran textos del calibre de Construção, canción que diera título genérico a la que está considerada como su obra maestra de 1971 y que sorprendentemente pasó el escollo de la censura hablando con conmovedora precisión sobre las pésimas condiciones del proletariado.
Una canción emblemática, oscura, desafiante, dura. La cara B de la belleza exportada por el país del fútbol, el carnaval y los sambódromos. Pocos, muy pocos, han sabido retratar con tanta destreza el agobio contemporáneo como Buarque, que hiciera precisamente con Construção la transición entre una depurada pero trivial bossa nova (la que se comprende en sus primeros cuatro discos) hacia una canción de autor comprometida y sin concesiones, con la samba-canção más visceral y el pop más contenido como sostenes de su imaginario.
Los últimos ‘clásicos’: Djavan, Marisa Monte y Carlinhos Brown
Djavan es ejemplo notorio de post-tropicalismo, canción romántica sin contemplaciones, sophisti-pop en vena y, en definitiva, una sensualidad a prueba de bombas. Desde mediados de los setenta, momento en el que hace acto de presencia en la industria discográfica del país, ha dado más que sobradas muestras de un virtuosismo pop que bebe del funk, del groove africano y de la elegancia más desaforada. Cualquiera de sus discos –principalmente los que comprenden desde el debut A Voz – O Violão a Malásia (1996)- se pueden aconsejar, pero me comprometo hoy aquí a destacar Lilás (1984), y más con la portada que se gasta el protagonista, que podría ahuyentar a cualquiera:
https://www.youtube.com/watch?v=dN6SNrX-xoU
Marisa Monte personifica el mainstream deseable: inteligente olfato pop, consideración a los mayores (ya sea pulcra bossa nova ejecutada con impronta más que convincente o recuperando samba para eruditos) y la casi inevitable conexión neoyorquina –Lindsay, David Byrne-, todo ello sin dejar de ser superventas y de llenar sus recitales una vez tras otra. Espacia la publicación de sus discos –que empezó a editar a finales de los ochenta- de manera inteligente y posee la voz más dotada de su quinta. Tiene un control milimétrico de su carrera, lo que le permitirá sobrevivir a arrebatos y caprichos varios por muchos más años.
Sacar a colación el nombre de Carlinhos Brown es perfecto para hacer una completa recolección de prejuicios, ignorancia y rancio hipsterismo entre los que solo conocen los pasacalles patrocinados por determinada empresa de la telefonía móvil con la que Brown se hiciera engañosamente popular. Enfant terrible de la escena de Bahia ya desde finales de los setenta –integrante del grupo eléctrico Mar Revolto– y pieza fundamental en el Estrangeiro de Veloso citado más arriba, dominó los noventa en su país –sí, antes del circo folclórico-, primero en su etapa con Timbalada y ya después en solitario con discos apabullantes que mezclan con total naturalidad samba, electrónica, pop, funk, reggae o folk. Se trata de un compositor excelente, cuyas canciones han sido requeridas por gente como Caetano, Gal Costa, Sergio Mendes, Marisa Monte –recordemos también el grupo de un solo disco que realizara con ella y el Titãs Arnaldo Antunes: Tribalistas– o Sepultura, entre otros muchos. Carlinhos es una máquina imparable de ritmo, y es dueño de un instinto melódico y una osadía artística inigualables.