La adaptación televisiva de la saga fantástica de George R.R. Martin, cuya última temporada finalizó recientemente, ha dejado de tomar el material original como punto de partida, y se ha propuesto sorprender tanto a lectores como a no-lectores. Sin embargo los showrunners han acabado convirtiendo a la serie en una ficción que, por primera vez, se presenta bastante previsible.
Actualmente, pocas series poseen la relevancia mediática de Juego de Tronos (2011-), que corre paralela a un respeto tanto entre la crítica como entre el público y que parece no dejar de crecer con la emisión de su sexta temporada. Ya llegada a su fin, los showrunners David Benioff y D.B. Weiss deben respirar tranquilos: esta última etapa se revelaba decisiva al no contar, por primera vez en toda su historia, con la guía de las novelas de George R.R. Martin –éste aún se halla inmerso en la redacción del sexto volumen, Vientos de Invierno, que ni siquiera es el último planeado–, y los seguidores no le han dado la espalda. Es más, estos últimos capítulos han tenido más giros –es decir, más muertes– que nunca, y los guionistas han conseguido dotar a prácticamente cada uno de ellos de algún tipo de suceso que pueda ser tema de conversación al día siguiente. Bastante lejos, en ese sentido, de la irregular temporada anterior, y más cerca de ese supuesto final al que la serie llegará inevitablemente dentro de tan sólo dos temporadas.
Sin embargo, ¿conserva Juego de Tronos la capacidad para sorprender de años anteriores? Dado que el devenir de estos últimos episodios resultaba una incógnita no sólo para los ajenos a la obra de Martin, sino también para sus lectores más aplicados, todo apuntaba a que sí lo haría, y a que incluso más que antes. Benioff y Weiss tenían toda la libertad del mundo para llevar la ficción por el camino que ellos prefirieran, jugando con las expectativas de los fans y acometiendo una narrativa paralela a la que, teóricamente, experimentaríamos en las novelas dentro de algún tiempo. En lugar de eso, ¿qué es lo que han optado por hacer? A continuación, tormenta de SPOILERS.
Un divorcio anunciado
La relación del serial televisivo con los libros originales -cuyo compendio, no debemos obviar este detalle, responde al título de Canción de hielo y fuego (1996-), siendo Juego de Tronos sólo el nombre de su primer volumen-, ha sido prácticamente desde el principio algo complicada, sabiendo captar a la perfección el tono de éstos –a lo que ha ayudado enormemente tanto que George R.R. Martin fuera guionista de televisión como a que él mismo co-produjera la serie, e incluso tuviera tiempo de escribir el guion de algún capítulo que otro–, pero granjeándose esporádicamente ciertos encontronazos con los fans más comprometidos con la integridad del material literario.
Es la historia de siempre, pero de justos es decir que los showrunners han tenido presente en todo momento que la serie debía funcionar como producto audiovisual independiente, sacrificando por ello las correspondientes tramas y personajes que harían de Juego de Tronos un show aún más complicado de seguir de lo que ya es. Resulta modélica en ese sentido la adaptación que pasaron a realizar, aproximadamente a mediados de la cuarta temporada, de Festín de cuervos (2005) y Danza de dragones (2011), cuarta y quinta novelas en las que, por muy hondo que haya calado en el respetable su imagen de genio maquiavélico y calculador, lo cierto es que Martin empezó a perder el control de su propia saga. En este punto asistíamos a una multiplicación desmedida de personajes, y a derivas de la trama difícilmente justificables; en este punto debió ser cuando Weiss y Benioff empezaran a comprender que su serie no podía depender exclusivamente de la visión creativa del novelista.


David Benioff y D.B. Weiss
Sin embargo, los creadores de Juego de Tronos no habían ido nunca a ciegas, y su empeño se presentaba por entonces menos arriesgado de lo que parecía inicialmente. Quizá preocupado por esa muerte que Internet teme de manera tan macabra que le sobrevenga de un momento a otro, el mismo Martin le había contado a los showrunners los planes que tenía para la saga, incluido un esbozo de su desenlace del que éstos podrían llegar a socorrerse si tenían necesidad. Esta información privilegiada fue su brújula a la hora de realizar los primeros retoques -sabiendo que cierto personaje no tendría demasiada relevancia en el futuro, ¿por qué no matarlo, y consolidar la fama de serie “imprevisible y sangrienta” que tan célebres los estaba haciendo?-, y la que justificaría ciertas decisiones que hicieran de la adaptación de los problemáticos libros 4 y 5 algo tan vertiginoso y espectacular como, a estas alturas de su trayectoria televisiva, se antojaba imprescindible.
La estrategia favoreció que la serie siguiera yendo como un tiro, al menos en su mayor parte -todo lo concerniente a Dorne es bastante doloroso-, pero a cambio se fue ganando, comprensiblemente, las iras de los lectores, que habían empezado el show queriendo ver en imágenes su novela favorita y se sorprendían súbitamente “spoileados” con sucesos de los que aún no habían leído nada. Una situación que fue progresivamente agravándose hasta llegar a los últimos episodios de la quinta temporada, los cuales significarían, a la postre, la superación definitiva de las páginas de Martin. Todos convienen en situar este punto en torno al asesinato de Jon Nieve (Kit Harrington), cliffhanger que clausuraba tanto Danza de dragones como esa misma quinta temporada, pero el momento en que Weiss y Benioff decidieron apartarse totalmente de las novelas tuvo lugar un poco antes.
Un episodio antes, concretamente. El noveno, titulado Danza de dragones no por casualidad, y dirigido por David Nutter. En él, Stannis Baratheon (Stephen Dillane) decidía sacrificar a su única hija y heredera, Shireen (Kerry Ingram), con la intención de ganarse el favor del Dios Rojo y, bendecido por él, salir victorioso de su conquista de Invernalia.
Daba igual que dicha decisión contradijera totalmente al personaje -no sólo al de las novelas, sino también al monarca progresivamente más humanizado que nos habían ido mostrando los últimos capítulos-; con este golpe de efecto los showrunners se aseguraban nuevamente que la serie fuera la comidilla de las redes sociales. La ficción sacrificaba de esta forma toda coherencia narrativa en pos de la lógica televisiva y el tuit, y se mantenía como ese show “en el que no podías encariñarte con ningún personaje”; en el que, simple y llanamente, “morían todos”. Juego de Tronos acababa de convertirse en una caricatura de sí misma, pero eso no tiene por qué ser algo malo.
Cambio de estrategia
Este giro argumental sucedía poco antes de que Benioff y Weiss dieran por finalizado su seguimiento de las novelas -el propio Stannis, que aún vive en ellas, también la palmaría en el siguiente capítulo-, y no hacía otra cosa que augurar que, en las próximas temporadas, ocurrirían cosas realmente locas. Sin libro alguno en el que fijarse, ¿qué detendría ahora a los showrunners? ¿Qué impediría que Juego de Tronos se convirtiera del todo en ese culebrón absurdo, interminable e innegablemente divertido que ya algunos se venían oliendo? ¿Qué evitaría, en fin, que los futuros capítulos fueran todo lo que los espectadores ajenos a los libros estaban esperando?
Situémonos de una vez en la temporada recién finalizada, rodeada de la expectación acostumbrada y asediada por la certeza de que la fiesta llega a su fin. En un escenario donde Juego de Tronos y Canción de hielo y fuego son cosas eminentemente diferentes, y en el que lo primero ha acabado convirtiéndose en algo así como un fanfic de gran presupuesto con la posibilidad de ponerlo todo patas arriba y destruir el canon con patente de corso. Un escenario muy prometedor… al que quizá la citada proximidad del desenlace ha acabado haciendo más mal que bien. Porque resulta que hay que cerrar tramas, solucionar misterios, acabar proveyendo de sentido al eterno vagar de todos esos personajes.
Y Weiss y Benioff lo han llevado bien. De una manera hasta correcta. Y, contra todo pronóstico, lógica. Algo convencional, incluso. De hecho, la sexta temporada se ha desarrollado en su mayor parte de una manera tan ordenada y coherente, sin grandes salidas de tono, que estos showrunners parecen haberse domesticado, y su manera más llamativa de cerrar tramas se ha ido reduciendo -algunos dirían que siempre se redujo a eso- a matar unos pocos personajes: algunos irrelevantes, otros que tenían los días contados desde hace mucho. Con muchos fuegos de artificio, ocasionalmente motivando cierto escepticismo por lo oportuno de ciertas casualidades y lo fulminante de varios viajes -como es el caso de Arya o el incombustible Meñique, sin que tampoco sus oportunos retornos hayan conseguido sorprender medianamente-. E, irónicamente, todo esto pasa justo en el momento en que podían desmelenarse del todo, y arriesgar y jugar con todos estos personajes como nunca. Dando la apariencia de que eran más valientes cuando tenían los libros como coartada, y sus desvíos eran escasos, pero más ruidosos.
Lo cierto es que la mayoría de grandes sucesos con la que nos ha proveído esta temporada no se han apartado mínimamente de las teorías que los fans habían ido elaborando tras una atenta lectura del manuscrito de Martin, y que resolvían algunos de los misterios principales. Teorías que, por venir de fanáticos estudiosos de la materia, estaban perfectamente documentadas, que a buen seguro daban en el clavo -el mismo Martin no se ha molestado en desmentir la mayoría de ellas-, y que conducían a un desenlace orgánico y, según se intuye, carente de sobresaltos. Efectivamente, Melisandre acabó resucitando a Jon Nieve. Efectivamente, Manosfrías -aunque su aparición haya sido muy diferente a la de los libros- resultó ser el desaparecido, y para muchos olvidado, Benjen Stark. Efectivamente, el Perro está vivo. Por no hablar de lo de R+L=J, representado en el último episodio de una manera absolutamente perezosa. El asunto de Hodor y la puerta fue algo más llamativo en su momento pero, según han confirmado los propios Benioff y Weiss, ya había sido concebido de este modo por el propio Martin.
De hecho, la maniobra de ir confirmando teorías no sería despreciable de por sí, si no fuera porque éstas también parecen adscribirse a todo lo planeado por el novelista para sus esperadas novelas. Con lo cual, de pronto, Juego de Tronos perdería automáticamente su prometedora condición de fanfic desarraigado, y nos arrebataría a todos la posibilidad de disfrutar de la serie y los libros como dos objetos culturales totalmente distintos. Volvería a ser -algunos dirían que nunca dejó de serlo- un engañoso hervidero de spoilers para los pobres lectores que siguen viéndola; y continuaría saboteando el plan inicial de Martin, al tiempo que destruiría cualquier posibilidad de que las novelas por publicar sorprendieran medianamente, y de que la relevancia de éstas se midiera en un futuro desde un prisma ajeno a la monstruosa trascendencia que ha acabado adquiriendo el show de Benioff y Weiss.
Lo más enervante de esta especie de autodestrucción profetizada es que resulta muy complicado identificar culpables. Podríamos dejar caer toda nuestra rabia sobre el pobre Martin -tal y como hicieron muchos lectores, de manera bastante pueril, una vez éste confirmó que el sexto libro no sería publicado antes de la emisión de la última temporada-, pero pecaríamos de falta de empatía ante alguien que ama el medio televisivo -confió sin reparos en Benioff y Weiss, al fin y al cabo-, que quiere entregar un final de saga digno por mucho tiempo que deba invertir en ello, y que estaba lejos de intuir cómo llegaría a complicarse la situación. Resulta más tentador, por otro lado, defenestrar a los propios Benioff y Weiss, aunque no dejen de ser unos guionistas medianamente talentosos -no tanto, en cualquier caso, como ellos mismos se creen-, que simplemente se toparon con un éxito demasiado grande. Un éxito que no han sabido gestionar del todo, y en torno al cual han hecho varios amagos de rebeldía con respecto al material de referencia que, en aras de otorgar el desenlace satisfactorio que un fenómeno como Juego de Tronos requiere, han quedado finalmente en eso. En amagos. Y en una muestra de, sí, cierta cobardía.
Sueño de primavera
Parecía que ciertos protagonistas nunca se reunirían. Parecía que ciertos secundarios nunca regresarían ni se harían garantes de la importancia que muchos les asociamos hace años. Parecía que nunca iba a haber una gran batalla en el Norte que acabara vengando, por fin, la maltrecha memoria de los Stark. A lo largo de la sexta temporada los guionistas se han dedicado, casi con exclusividad, a mostrarnos todo esto.
Claro que habrá más muertes que nos hagan dignos de protagonizar esos vídeos tan divertidos de reacciones post-Boda Roja. Claro que habrá nuevas revelaciones que provoquen que los neófitos se tiren de los pelos. Claro que Bran y su reciente descubrimiento de los “viajes” en el tiempo -a, recalcamos, dos temporadas escasas del final- acabarán proporcionando, como ya han empezado a hacer, suficientes situaciones descabelladas como para que la serie siga siendo estimulante, pero nunca lo será tanto como podría haberlo sido independizándose totalmente de la obra de Martin, y esta misma obra nunca se recuperará de la perniciosa memoria de la ficción televisiva. Todo acaba reduciéndose, pues, a una complicada simbiosis entre adaptación y novela original por la cual cada una es inexorablemente afectada por lo que le suceda a la otra. Y, más concretamente, al grave daño que acabará por infligirle la primera a la segunda en base a todas las mencionadas improvisaciones.
Por supuesto, cabría recurrir a la siempre socorrida solución de decirles a los lectores cabreados que “si no os gusta lo que pasa en la serie, nadie os obliga a verla”, pero antes de hacerlo deberíamos asumir que estos showrunners no han jugado limpio. No, al menos, habiendo prometido una serie tan fiel, legítima y honesta como la que preconizaban las primeras temporadas. Proponer a ciertos lectores -ya perdidamente obsesionados con el devenir de Poniente tanto en el medio escrito como en el audiovisual- que se olviden de la serie pasaría a estas alturas por un ejercicio de flagrante cinismo.
Al final, más que el enfado, la sensación que predomina es la de tristeza, que nos asaltará con mayor facilidad cuando recordemos esas primeras temporadas que auguraron tantas cosas, y tan buenas. Cuando aún el punto crítico que supondría alcanzar a las últimas novelas publicadas se antojaba lejos, y el salto al vacío -o algún tipo de salto, por lo menos- podía postergarse indefinidamente gracias a un ritmo contemplativo, exquisito, en el que primaban los diálogos reflexivos antes que los óbitos a destiempo. Como aquella conversación entre Cersei (Lena Headey) y Robert Baratheon (Mark Addy), inexistente en las novelas -en éstas la acción nunca llegaba a ser narrada bajo el punto de vista del segundo-, en la que ambos reyes reflexionaban sobre su trágica vida matrimonial, dando la justa medida de los personajes magníficamente escritos que habían sido desde el principio. En ese momento, en esa escena -que los propios Benioff y Weiss han considerado reiteradamente como su favorita-, hubo una serie de entidad propia. Justo cuando más fiel estaba siendo, sin serlo del todo. Justo cuando fue la mejor adaptación posible.
Un análisis tan meduloso como cauteloso. A mi modo de ver, se está imponiendo el vil comercio en la producción de la serie con la complicidad de Martin. El agregado de personajes y situaciones que ni siquiera había imaginado el autor va en desmedro de la calidad total aunque se intente "corregir" con más sangre.
Además y a contramano de lo anterior se recortan procesos como por ejemplo la súbita aparición de Aria para su asesinato programado muy lejos del lugar en que se hallaba y la super-veloz organización y preparación de la flota que se encamina a Westeros, lástima, acá había material para desarrollar un poco más.
Una vez que Daenerys arribe y reconquiste su corona ya no habría mucho más que contar salvo continuar "ad infinitum" los conflictos internos de los 7 reinos y caer en el olvido.
Naturalmente, el enfrentamiento definitivo podría ser (no está claro cómo) entre el Hielo y el Fuego, o sea contra los caminantes blancos y las fuerzas del gran frío del norte.
Como sea la séptima podría ser la última temporada o, estirando otra vez más la trama arribar exhaustos a la octava y final.
Tragicómico y comercial a la vez: Los tomos de los libros faltantes se publicarían solo después.
Como salvavidas sugiero ir preparando una "precuela"… secuelas no!! por favor!!