Hacer el zángano en bicicleta: ‘Los Goonies’ y el cine de niños aventureros

Existen películas generacionales que, cuando somos niños, nos marcan de una manera especial, ya sea por aquello que nos cuentan o bien por la manera en que lo hacen. Por eso, cuando se crece con una película así, incluso ya de adulto, pase el tiempo que pase se sigue recordando con cierta añoranza y siempre hay un sentimiento de querer volver hasta ese punto, todas las veces que sea posible. Y vaya si volvemos a Los Goonies.

Este pasado mes de agosto nos volvimos a reencontrar con unos viejos amigos de nuestra infancia. Con una nueva y deslumbrante tecnología 4K de la que no había gozado hasta ahora, en las pantallas de cine podríamos volver a ver -o ver por primera vez para muchos niños y no tan niños de generaciones posteriores- Los Goonies (1985), dirigida por Richard Donner con un guion de Chris Columbus basado en una historia de Steven Spielberg. Con semejante trío dando forma a esta película no era de extrañar que se convirtiera en una película generacional para los años ochenta y para el género de aventuras infantiles protagonizadas por un grupo de niños, referente desde entonces para muchas otras películas, series, libros y cómics.

La concepción que tenemos de la década de los ochenta en cuanto a grupos de amigos preadolescentes se basa quizás en la idea en la que nos mostraban en este tipo de película donde el plan sencillamente era quedar para jugar fuera, en la calle, y pasar la tarde. El principal impulsor de cualquier juego era la imaginación, capaz de transportar a cualquier niño al lugar que quisiera, y el principal medio de transporte era la bicicleta; dos puntos fundamentales que este tipo de cine recogió a la perfección.

La premisa de la que parte Los Goonies es bastante sencilla: grupo de niños envueltos en una aventura donde deben lidiar con trampas y enemigos hasta conseguir una recompensa fantástica. Sin embargo, todo parte de un motivo fuera de un mundo de fantasía, como es el desahucio de la urbanización en la que nuestros protagonistas viven por la inminente apertura de un campo de golf, y cómo estos intentan evitarlo. Aquí la separación entre adultos y niños nos llega haciéndonos ver que toda la fantasía que se genera es exclusivamente para el espectador, ya que para los niños protagonistas toda esa aventura es real. Esto es un resumen perfecto de lo que supone la infancia para todos nosotros: mientras los problemas de los adultos son abogados y acreedores, los problemas de los niños son los piratas y sus trampas.

La fantasía toma forma, no como fantasía o parte de la imaginación de los niños, sino como toda una vivencia, una aventura de la que somos testigos. Quizás del mismo modo que ya vimos en E.T. el extraterrestre (1982) unos años antes, donde de nuevo la fantasía no está en la imaginación de los niños, sino que es real. Los problemas de los adultos pasan por el gobierno y los federales, pero los problemas de los niños, principalmente de Elliot, es poder ayudar a su amigo extraterrestre a regresar de nuevo a su casa. Bicicletas incluidas, por supuesto.

Chavalería al rescate

Cuenta conmigo

Con esta premisa parece que, si vamos a ser testigos de las aventuras de un grupo de chavales, la fantasía va a ser aquello que prime en la película. Se da rienda suelta a mil posibilidades en las que los niños, en grupo, montados en sus bicicletas y apoyándose unos en otros, conseguirán solventar cualquier problema y enfrentarse a todo lo que se ponga por delante desde piratas al mismísimo Drácula, como vimos, unos años después, en Una pandilla alucinante (1987). De nuevo somos transportados a una pequeña ciudad de Estados Unidos, a una aventura fantástica, y a un grupo de amigos capaces de enfrentarse hasta con fuerzas sobrenaturales y vencerlas, mucho antes de que el ejército pueda intervenir, como vemos en la escena final. Sin embargo, y este ya fue el primer ramalazo, las aventuras iban a dejar de ser amables poco a poco, recrudeciéndose algo más. El año anterior podría ser un buen ejemplo de ello, ya que pudimos ver Cuenta conmigo (1986), basado en la novela corta El cuerpo (1982) de Stephen King.

Aquí no hay piratas ni tesoros enterrados. Tampoco amables extraterrestres, ni talismanes mágicos, ni vampiros. Si siempre se habían mantenido separados los problemas reales, problemas de adultos, de los problemas que podrían tener un grupo de preadolescentes, todos con un tinte fantástico y no demasiado cruento, aquí se abre una puerta que da pie a todo lo contrario. No sólo sus protagonistas se enfrentan casi de manera literal al concepto de la muerte, ya que la aventura principal que los guía a todos es poder encontrar el cadáver de un chico de su edad, sino que además cada uno de los protagonistas tiene su propio conflicto personal como depresión, delincuencia o abusos físicos. Conforme avanza la década, los problemas de los niños pasan de ser aventuras fantásticas y amenas a ser cruentas y propiciadas por sus propios demonios.

No todas las aventuras con niños en bici de los ochenta fueron tan emotivas y luminosas como LOS GOONIES, que cumple 30 años. Revisamos los grandes hallazgos del género, de CUENTA CONMIGO a IT.

Tuitea esto

El caso más evidente de esto lo tenemos justo en la entrada de la década de los noventa, cuando llega a la pequeña pantalla It (1990), en forma de miniserie basada en la novela homónima de Stephen King. Aquí sigue habiendo bicicletas, y sigue habiendo un grupo de chavales enfrentándose a una fantasía irreal que para ellos no lo es y que tiene forma de payaso; pero el tono ha cambiado. Ya los protagonistas no se hacen llamar Los Goonies por vivir en los Muelles de Goon, ni tampoco se llaman a sí mismos The Monster Squad porque están muy seguros de sus habilidades para enfrentarse a Drácula y al Hombre Lobo. Aquí son, literalmente, El Club de los Perdedores, y el terrorífico payaso Pennywise utiliza los miedos y traumas de los niños para crear horrendas fantasías a las que deben enfrentarse cara a cara. El miedo a la muerte, el miedo a ser un inadaptado, el miedo a la enfermedad, el miedo a sufrir la menstruación… Los pánicos y traumas más reales de nuestras vidas son los que ahora forman esta fantasía, esta aventura de pesadilla.

It

Los noventa: el final de las bicicletas

La década de los noventa se encrudece y con ella crecemos. Dejamos de ser niños o preadolescentes para pasar a ser adolescentes de pleno derecho. Si ya películas como Cuenta Conmigo o It nos ponían en preaviso de que las aventuras a superar iban a pasar de ser divertidas a ser un reflejo de nuestros temores y miedos, esto hace también que el subgénero desaparezca de alguna forma, o incluso evolucione y dé paso a otro tipo de cine. Al igual que muchos espectadores entraron en la adolescencia y juventud, los grupos de amigos de las películas también crecieron, dejaron atrás la inocencia y la imaginación. Y esos seres fantásticos y sacados de la imaginación tomaron una nueva forma con la que acosar a nuestros protagonistas: el psicópata, psycho-killer o asesino en serie.

Ya no hay bicicletas, hay coches en los aparcamientos del instituto. Y ya no hay fantasía ni aventuras, tan sólo hay asesinos acosando a los protagonistas. Desde Scream (1997) hasta Sé lo que Hicisteis el Último Verano (1997), recuperando franquicias como Los Chicos del Maíz (1998). Y si nos encontrábamos algún elemento fantástico eran tan solo una herramienta más para acercarse al slasher de moda, como pudimos ver en The Faculty (1998) o Destino Final (2000).

Scream

Durante todos estos años, las ganas de aventura y la inocencia de la imaginación se han perdido por el camino, probablemente asesinadas por el psicópata de turno. Casi como un reflejo de lo que es la adolescencia en muchas ocasiones, entramos en una etapa mucho más oscura dejando atrás las despreocupaciones de la niñez y preadolescencia. Sin embargo, de vez en cuando se recuperaba parte de aquel espíritu donde un grupo de amigos se enfrentaba a criaturas fantásticas al más puro estilo de Una pandilla alucinante, aunque por supuesto en etapa adolescente y con el instituto como telón de fondo, como Buffy Cazavampiros (1997-2003) o incluso Power Rangers (1993-1996).

Finalmente pasa la década de los noventa, y con ella, la época en la que poca cosa encontramos que recordara a aquellos grupos de amigos, más allá de unos cuantos libros de Pesadillas (1992-1999) de R.L. Stine o incluso nuestro propio intento nacional con El niño invisible (1995), al servicio del grupo de música infantil Bom Bom Chip. Muchos espectadores se hicieron adultos, echaron la vista atrás y recordaron aquellas tardes de niñez con añoranza. Es así como surgió Super 8 (2011). 

Super 8

Todos los elementos vuelven a resurgir de aquellas cenizas olvidadas: el pequeño pueblo, el grupo de niños, las bicicletas, la década de los ochenta (o casi) y, de nuevo, en lugar del mapa del tesoro de Willy el Tuerto, el plano del recorrido del tren que acaba de descarrilar. La aventura comienza de nuevo. Aunque aún queriendo volver a ciertos orígenes, las formas de la narrativa han cambiado y ya no funcionan del mismo modo que antes. Vemos explosiones, vemos muertos y vemos algo de sangre, pero da la sensación de que nada ha cambiado: ese grupo de niños recuerdan a Los Goonies y ese alienígena fugado de una base militar que quiere volver a su hogar no es más que una nueva versión de E.T. 

No deja de resultar curioso que, conforme los años avanzan, las ganas de volver a recrear una historia en la que unos pequeños héroes tengan que lidiar con todo el peso de una aventura que en principio les sobrepasa pero que bien pueden con ello se acentúa. Pero no contentos con el quién y el qué, nos importa mucho el cuándo. Necesitamos constantemente volver a los orígenes, a donde empezó todo. 

Stranger Things

De este modo, y prácticamente con el pistoletazo de salida que se produjo gracias a Super 8, es en esta década actual en la que estamos regresando una y otra vez al pasado para vivir nuevas y viejas historias: Stranger Things (2016-), el remake de It (2017) o la más reciente Historias de miedo para contar en la oscuridad (2019), que aunque no transcurra en la década de los ochenta bien refleja la esencia y el espíritu de ese grupo de amigos, niños o preadolescentes viviendo la aventura de sus vidas. A fin de cuentas, con el transcurso de los años, los espectadores, al igual que el cine, echan la vista hacia atrás y encuentran la necesidad de volver a aquellas historias treinta años después, la necesidad de volver de nuevo a aquellos Muelles de Goon.

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