[Celebramos Halloween como hacemos con todo en CANINO: sobredimensionándolo. Estiramos la noche de las brujas todo un mes: cada día, aquí, durante todo noviembre, tendrás una minireseña de una película, comic, videojuego o libro relacionados con el terror y que quizás no conozcas. Si te gusta descubrir cosas, nuestro Halloween dura un mes te va a encantar. Eso sí, ojo: algunas están muertas.]
¿Sabéis? Yo estaba allí. Tenía apenas 13 o 14 años, pero el Padre Berriatúa pasaba a mi lado por Madrid. Y todos conocíamos a algún “Josemari” metido hasta el cuello en los últimos coletazos de la escena jebi del sur de Madrid. Más aún, también seguía los programa de telerrealidad que tenían a Pepe Navarro como trasunto del bizarro Profesor Cavari. Detrás de esa capa de cine fantástico, que se instigó originariamente como un guion serio, se escondía una radiografía precisa de la capital de España.
Eran los años televisivos, también, de Nieves Herrero transmitiendo pelos y señales (¡sin metáfora!) de Alcasser, de Pérez-Reverte pensándose Rambo en medio del Vietnam yugoslavo y del miedo a los atentados de ETA. Los medios proyectaban una violencia brutal, las canciones eran siniestras y la ciudad era fea, bakala y franquista. Es decir, a diferencia de ahora, tenía carácter.
Madrid es el verdadero protagonista de ese docudrama que es El Día de la Bestia. El filme, argumentalmente, no deja de ser un remake de La ciudad no es para mí (1966) con diablo al fondo. ¿Falaz? Más bien preciso, y esto resulta su principal virtud. A diferencia de las payasaditas sobre esa ciudad de Amenábar, Alex se sumergió en la sordidez de las pensiones azconianas, los abuelos yonkis, los jesuitas con mala hostia y los ejecutivos agresivos importados de Italia.
Y resultó testimonio de un tiempo y un país: el Madrid de los noventa, tan diabólico, repleto de asociaciones de nueva era que escondían ultraderechistas de aúpa. Bases Autónomas, pionero partido de la llamada Tercera Posición, suponía un conciliábulo de condenados al futuro que visualizaban un Imperio Blanco camuflado de medicina natural, retórica magufa y panfletos mal fotocopiados con esvásticas disimuladas.
El asesinato de la inmigrante Lucrecia, en el año 92, es el gran síntoma de una ciudad donde en cualquier barrio, en cualquier lugar, había trifulcas y te podían robar las zapas Air Max. Los rapados sanos, nuestros particular ejército de la noche bajo la divisa LIMPIA MADRID, dominaban la Plaza de los Cubos, Moncloa, Castellana, y resultaban garantes “oficiosos” del orden en los estertores del felipato. Ochaíta y El Cadenas, héroes de Ultra Sur, ejercían entonces como arcontes del diablo y heraldos de un futuro ario.
Una sociedad en el abismo, con tasas de paro galopantes y sin empresas, que recibió su particular Boulanger con la victoria de Aznar en el 96.