Este mes, además del guión en español de la obra de teatro Harry Potter y el legado maldito (el próximo día 28), se publican hoy tres novelas cortas sobre Hogwarts, protagonizadas por personajes secundarios de la saga del Niño Mago. Si a esto le añadimos el guión que ha firmado para Animales fantásticos y dónde encontrarlos, la precuela cinematográfica que dirige David Yates, daría la impresión de que J.K. Rowling nunca ha conseguido despegarse del universo que la hizo tan rica y famosa. Lo cual, sin embargo, no es del todo cierto.
A Joanne Rowling se le ocurrió lo de la escuela de magos en 1990, durante un viaje Manchester-Londres. Diecisiete años más tarde, reutilizaba un capítulo que había escrito poco después de dar forma a esta idea para concluir Harry Potter y las reliquias de la muerte, y al mismo tiempo una saga de siete libros que le había transformado en la responsable de la saga literaria más famosa del planeta. Tras casi dos décadas de trabajo duro, bloqueos creativos, y una asfixiante exposición mediática, Rowling podía respirar tranquila sabiendo que había finalizado su obra magna, aquélla por la que sería recordada por las generaciones venideras. La pregunta que ahora tomaba cuerpo, sin embargo, no dejaba de ser angustiosa: ¿y ahora qué?
En busca de la gran novela inglesa
Hay quien, tras un vistazo superficial a la prosa de J.K. Rowling, llegaría a la conclusión de que el fenómeno de Harry Potter es uno que debe estrictamente su razón de ser, más que a una habilidad literaria sin parangón, al acierto con que su autora supo conjugar ciertos temas universales que calaran hondo en el mayor número posible de personas. Y en efecto, la escritura de Rowling no es proclive a devaneos estilísticos, ni siente la más mínima curiosidad por jugar con la técnica: por no cambiar, ni siquiera cambia –salvo en la séptima entrega, y sin demasiada fortuna– el esqueleto de la narración: Harry va a la escuela, conoce a nuevos compañeros y profesores, se presenta un misterio, dicho misterio es resuelto, hay una confrontación en la que Harry salva la vida gracias a otro personaje, y se acabó el curso. No hay más.
Es por esto que la saga de Harry Potter podría pasar por el exitoso proyecto de una gran emprendedora que, al tenerlo todo cuidadosamente planeado desde el principio, ni quiso ni oír hablar de improvisación durante esos diecisiete años. ¿Por qué arriesgarse dentro de un plan maestro que te iba a hacer multimillonaria? Sin embargo, cuando fue publicado Harry Potter y las reliquias de la muerte, la escritora se mostró tajante: no habría más libros del personaje, lo sentía, pero Harry Potter era historia para ella. Y claro, hubo quien se tomó esta iniciativa con franco escepticismo. ¿Hablaba en serio? ¿Qué sería de J.K. Rowling sin su milagrosa criatura? ¿Acaso se limitaría a vivir de todo el dinero ganado? ¿O, por el contrario, trataría de construirse una carrera literaria al margen del Niño Mago? Quienes entonces consideraron Harry Potter como el producto estrella de una mente perspicaz y lúcida, pero en absoluto artística, ni siquiera se plantearon esta última opción.
Cuando se conocieron los primeros detalles de Una vacante imprevista (2012), su siguiente novela, hubo quien tiñó su escepticismo de cierto desdén. La misma Rowling publicitaba la obra como “un libro para adultos”, y como un cambio de registro radical con respecto a su trayectoria anterior. Parecía que necesitaba ser tomada en serio más allá de los círculos en los que se había hecho un nombre: círculos que nunca gozarían de un gran prestigio crítico, círculos en los que se movían grandes cantidades de dinero, pero de los que deseaba apartarse.
Lo cierto es que la mera descripción del argumento, tenida en cuenta la carrera de su autora -era imposible no tenerla en cuenta-, causaba sonrojo. Una narración de corte realista cuyo desencadenante era la repentina muerte de un concejal, la cual movía a muchos de los habitantes del pueblo de turno, Pagford, a competir entre sí por hacerse con su plaza en el ayuntamiento. Y, adornando el tablero de este campechano Juego de Tronos, tenemos drogas, malos tratos, corrupción urbanística, adolescentes marginados, sexo sin protección, pedofilia. Todo, como se puede apreciar, muy tremendista. Especialmente si eres J.K. Rowling.
Una vacante imprevista obtuvo un éxito considerable de ventas: ya fuera por curiosidad o por una mínima esperanza de reencontrar a Potter cinco años después de su última aventura, todos acudieron a las librerías a hacerse con un ejemplar. Las críticas, por su parte, fueron bastante mixtas. Hubo quien apreció el esfuerzo de la autora por no encasillarse, hubo quien se mofó de la ingenuidad con la que ésta abrazaba todos los clichés de las novelas de cierta ambición social: en cualquier caso, la sensación general fue de una enervante condescendencia. Unas palmaditas en la espalda, implícito el “sabemos que acabarás volviendo a Hogwarts”. El citado éxito comercial atraería sin embargo la atención de la BBC, y en 2015 sería emitida una miniserie tan mediocre y olvidable que ni siquiera llegaría a encender la ira de aquéllos que sí habían disfrutado la novela. Que algunos había, por supuesto, pero ninguno lo suficientemente apasionado.
Es, en efecto, una obra a la que acaba afectándole para mal su vocación de producto comprometido, retrato social, y al mismo tiempo prolijo estudio psicológico de las miserias humanas. Sus ambiciones son tan grandes que en ocasiones la acción resulta exagerada, poco natural y cargada de clichés, sin que cueste mucho que el lector acabe considerando ciertamente increíble que exista tal cantidad de gente desalmada, estúpida y deleznable en un pueblo con tan pocos habitantes
El intento de J.K. Rowling por convertirse en una escritora “realista”, así pues, fracasa, al tiempo que sale fortalecida, sin embargo, su insultante habilidad para la construcción de sus protagonistas. Porque, aunque no cabe duda de que Una vacante imprevista supone una mala novela costumbrista, no es menos cierto de se trata de una magnífica novela de personajes. Cada habitante de Pagford está descrito con un cuidado extremo y, aunque en ocasiones lo efectista de la acción pueda convertirlos en meros peleles contra los que arrojar la avalancha de tragedias, el libro acaba y seguimos recordándolos. A la pobre Krystal Wheedon. Al taimado Howard Mollison. Al patético Gavin. A la vitriólica Samantha.
Ninguno de ellos es precisamente admirable -si acaso Tess Wall, y solo por contraste-, pero se revelan tan melodramáticamente imperfectos que el lector no puede más que interesarse un poco por sus vidas. Incluso aquéllos que sólo querían una dosis a destiempo de química potteriana también pueden encontrar algo de eso en Una vacante imprevista: las desventuras de Andrew Price, Sukhvinder Jawanda y Stuart Fats Wall –una actualización de Holden Caulfield más cabrona y pendenciera– dan forma por sí solas a una tragicomedia adolescente igualmente cercana, pero mucho más sucia de lo que Rowling nos tenía acostumbrados.
La citada habilidad para construir personajes que salten más allá de las páginas no era, por cierto, algo nuevo en la obra de la británica. Sólo hay que reparar en la cantidad de magos y brujas con entidad que pueblan las siete novelas de Harry Potter: cientos y cientos de ellos, y cientos y cientos de ellos que seguimos recordando con una sorprendente persistencia a medida que pasan los años. Porque, en efecto, J.K. Rowling es una talentosa e inteligente novelista que, de haber ajustado sus ambiciones en aquel momento, podría habernos provisto de auténticas obras maestras… en lugar de optar, simplemente, por divertirse un poco.
Hora de jugar
Joanne Rowling tuvo que ver su firma transformada en “J.K. Rowling” debido a que, según la editorial, los nombres de mujeres no vendían. Ése fue el inicio de su peculiar relación con los pseudónimos: una imposición, de trasfondo algo pueril, tras la que ocultarse para alcanzar el estrellato. Más tarde, en 2003, afirmó que prefería seguir trabajando con pseudónimo, aun sabiendo que muy probablemente la prensa le descubriría en seguida. Ese mismo año acababa de publicar Harry Potter y la Orden del Fénix, un libro que tardó mucho más de lo previsto en escribir, al lidiar con la presión de medirse con El cáliz de fuego -a día de hoy, su mejor obra-, y superar un bloqueo creativo que ya venía arrastrando meses.
La tibia recepción de Una vacante imprevista debió ser un golpe bastante duro para Rowling. Su huida hacia adelante, su intento de convertirse en una escritora adulta, compleja, existencialista, se había topado con unos críticos burlones que no veían más allá de los fallos y, lo que era peor, con una gran parte de su público decepcionada ante el camino que había tomado su carrera. Que incluso prefería, quizá, que siguiera dedicándose, si no por completo al Niño Mago, sí a anecdóticos spin-offs como Los cuentos de Beedle el Bardo, Quidditch a través de los tiempos, o Animales fantásticos y dónde encontrarlos. Desde luego, era la opción más fácil.
En 2013, J.K. Rowling pareció decantarse por ella, y consiguió encauzar su carrera. Corría el mes de septiembre cuando Warner Bros. anunció que la célebre autora sería la guionista de, precisamente, Animales fantásticos y dónde encontrarlos, una serie de películas cuya trama tendría lugar en el mismo universo que la saga de Harry Potter pero que, al desarrollarse en la Nueva York de los años veinte, no tendría ningún personaje en común con ella.
De esta forma, Rowling se mantenía fiel a su promesa de no volver a escribir un libro protagonizado por su personaje fetiche, al tiempo que se las apañaba para seguir siendo relevante dentro del panorama cultural. Algo que podría haber sido considerado como una derrota para todos aquellos que siempre vieron a Rowling como una escritora one hit wonder, si no fuera porque la británica había vuelto a aparecer en la lista de los libros más vendidos unos pocos meses antes, sólo que sin utilizar inicialmente su verdadero nombre. La novela era El canto del cuco (2013), y el nuevo pseudónimo que salvaría su carrera, Robert Galbraith.
Según trascendió posteriormente, la escritora había enviado un manuscrito firmado con este nombre a varias editoriales, sufriendo todo tipo de rechazos -al igual que antaño ocurriera con un pequeño libro titulado Harry Potter y la piedra filosofal– hasta que pudo publicarlo, y recibir desde entonces un considerable respaldo crítico, acompañado de las primeras ventas. Una vez fue desvelado el misterio, El canto del cuco escaló posiciones, y se convirtió en un éxito económico que respaldó el inmejorable estado de salud en el que, de pronto, se encontraba su carrera.
¿Y qué hay del libro en sí? Pues es una novela de detectives. Ni más ni menos. Un Sherlock Holmes cojo, malhumorado, veterano de guerra, y producto del idilio de una grupi con una estrella de rock –Cormoran Strike, para más señas–, y un John Watson mujer, secretaria, inteligente, guapísima, que no puede disimular lo mucho que le apasiona la profesión del jefe ante un celoso prometido: os presentamos a Robin Ellacott, álter ego de la autora del mismo modo que antes lo fuera Hermione Granger. Una novela entretenida, ágil, que se lee tan rápido como se olvida, y que refuerza otra de las características básicas de la obra de Rowling: la sencillez con la que construye misterios directos, asequibles, para toda la familia.
En este nuevo empeño, la escritora quiso apartarse de cualquier ínfula intelectual, y efectivamente no encontramos en El canto del cuco más transgresión que cierta mala uva en la descripción del famoseo londinense, del que se extrae la víctima mortal, Lula Landry, sobre la que orbita la trama. Vuelve a resultar más interesante, en cambio, el cariño que se percibe en el dibujo de los personajes principales, en este caso sólo dos, y bastante más mundanos –paradójicamente– que lo visto en Una vacante imprevista. Así, Cormoran Strike es un personaje encantador en cuanto a la escasez de carisma que atesora su figura; no es más que un buen tío que trata de hacer bien su trabajo y que tiene una ex loca que le pone constantemente de los nervios. Y, por otra parte, Robin es alguien que resulta asimismo encantador, pero por otros medios: simplemente, es perfecta en todo, y es consciente de ello en la justa medida para no caer mal.
Este cuidado en perfilar a los protagonistas no enmascara lo más mínimo, sin embargo, el hecho de que El canto del cuco sea un mero juguete literario. Un pasatiempo que J.K. Rowling parece haber escrito con oficio pero sin el menor esfuerzo, tirando automáticamente de las estrategias que ha ido aprendiendo a lo largo de los años. Algo que se nota aún más en El gusano de seda, la segunda aventura de Strike, publicada en 2014, igual de conseguida, pero algo más pesada en su desarrollo. Y es que, según parece, la escritora –que volvió a firmar para la ocasión, simbólicamente, como Robert Galbraith– tiene la intención de expandir la historia de Cormoran y Robin hasta siete novelas, algo que sin duda habrá quien celebre –sobre todo los que sueñan con el día en que ambos protagonistas acaben juntos–, pero que no deja de resultar una lástima de cara a una carrera tan interesante y a la que unas novelitas de misterio habrían de aportar, finalmente, tan poco.
El peso de las raíces
Sobre el papel, la citada El gusano de seda podría haberse erigido como la novela más interesante de la autora. En esta ocasión, el truculento asesinato se enmarca en el mundillo de los autores, las editoriales y los críticos, siendo el difunto un escritor maníaco y de poco talento que en su última novela -acaso la causante de su muerte- ha puesto de vuelta y media a todos los colegas de la profesión. En lugar de aprovechar para cargar ella misma contra quienes antes la impidieron convertirse en una escritora considerada “seria”, J.K. Rowling opta por diseñar otro entretenimiento divertido e inofensivo. No parece tener necesidad de más, ni es probable que haya hecho algo distinto en la siguiente entrega, Career of Evil, aún inédita en España.
Y tampoco podemos culparla. Estos últimos años han mostrado a una autora que ha tomado consciente y documentadamente la decisión de que su carrera no tenga más brújula que el pasárselo bien. Sin grandes, y muy probablemente inalcanzables, metas literarias. Simplemente, escribiendo lo que quizá siempre quiso escribir: novelas de detectives de usar y tirar, mientras su personalidad conserva hoy el mismo impacto mediático del que hacía gala a principios de siglo, y sus coqueteos con la marca Harry Potter, que tanto ama, cada vez se revelan más descarados. Es cierto que, técnicamente, no ha faltado a su palabra y no ha escrito más libros protagonizados por el niño que vivió, pero sí ha ideado el argumento de una monumental obra de teatro que sirve como octava parte del canon, tiene previsto firmar los libretos de las secuelas de la película protagonizada por Eddie Redmayne que se estrena este 18 de noviembre, y su dedicación a la web Pottermore nos trae hoy tres nuevas obras: Poder, política, y poltergeists pesados; Agallas, adversidad y aficiones arriesgadas y Hogwarts: una lista completa y poco fiable. En efecto, parece que los días de Rowling como novelista adulta y ambiciosa han quedado, de momento, atrás, y es algo que en base a las mejores páginas de Una vacante imprevista no podemos sino lamentar. De manera matizada, y deseando que no pase mucho tiempo antes de que esta escritora tan obscenamente inteligente vuelva a reinventarse.
Entretanto, disfrutemos con gusto tanto de Animales fantásticos y dónde encontrarlos como de la siguiente novela de Cormoran Strike. Así como de, sobre todo y ni que decir tiene, Harry Potter y el legado maldito. Porque J.K., la buena de J.K., la que nos conoce tan bien, sabe lo que hay. Y siempre lo ha sabido.
Hay una cierta esquizofrenia en esta crítica a toda la obra de Rowling. Un deseo de que Harry Potter estuviera mejor escrita y hubiera sido una obra maestra de la literatura universal en vez de ser entretenimiento (quien piense que son compatibles, que empiece La Divina Comedia).
Un deseo de que Rowling hubiera seguido con los magos.
Un deseo de que no hubiera seguido, pero que hubiera hecho mejor su trabajo con su crecimiento hacia ¿el Nobel? de la justicia social (Una vacante imprevista, con cuyos fallos concuerdo).
Y lo que más injusto me parece: criticar las novelas de Cormoran Strike, varios niveles por encima de un hipotético cóctel del Sherlock Holmes de Moffat y Black Mirror, cuando es una vuelta al puro entretenimiento que es lo que fue Harry Potter y nunca debió ser otra cosa.
A ver, que me habéis borrado el correo anterior (no tengo web personal, será por eso; voy a poner una cualquiera, a ver si cuela). Una obra de teatro es una obra, un texto teatral, una obra literaria, pero no un "guión"; un "guión" es la descripción detallada del desarrollo de una película, o similar, o un resumen de un texto. Qué, ¿vamos a leer a partir de ahora los "guiones" de Valle Inclán? Qué manía con la neolengua, con lo bien que se entiende la vieja.
En efecto, esquizofrenia es la palabra, pero mi intención no fue en ningún momento defender algún tipo de tesis definitiva sobre la totalidad de la obra de J.K. Rowling, más allá del hecho de que disfrute y respete, a su modo, cada cosa que haga. Lo que se extiende, por cierto, a las novelas de Cormoran Strike, las cuales no tienen nada malo por ser meros divertimentos (yo estoy deseando a que llegue a España la siguiente entrega, de hecho).
En lo que respecta a la saga de Harry Potter, no se me ocurre cómo podría estar mejor escrita, y no quise dar a entender que lo considere un entretenimiento menor (aunque sí superior, por ambición, temática y complejidad más que nada, al ciclo Strike). Muchas gracias por leerme y comentar.