Se cumple una década del estreno de una de las películas más importantes del cine de ciencia ficción en lo que va de siglo, Hijos de los hombres. Alfonso Cuarón rodó con ella un recorrido de pocas metáforas y mucho realismo que nos llevó directamente a un futuro muy real.
El cine cambia y se transforma a pasos agigantados. Su ritmo de evolución y cambio es tan frenético como corta su historia. Dos años separan el nacimiento del vitáfono de Bell, que nos permitió escuchar a Al Jonson, de los primeros rodajes a completo Technicolor. Y apenas una década separa éste de la normalización del acetato de celulosa como sustitutivo del nitrato. En 16 años el cine podía pasar de ser proyectado en un blanco y negro silente altamente inflamable a ser a todo color, con sonido y sin los molestos incendios que acechaban constantemente a rodajes y salas.
Por eso entiendo que decir “de lo que va de siglo” puede parecer exagerado, pero también podría haber dicho “de lo que va de milenio” y no hubiera pasado nada. Hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos en qué ha sido de la ciencia-ficción desde que entramos en el siglo XXI. ¿Tan osado parece afirmar que Hijos de los hombres es una de las películas más interesantes, en múltiples aspectos, que nos ha dado el género desde el año 2000?
Con ella, el realizador mexicano Alfonso Cuarón estampó su firma en un ejercicio de cine que agarraba al espectador de la mano para arrastrarlo por el barro físico y moral de una sociedad a punto de irse al traste. Un mundo en el que la especie humana ha perdido, no se sabe muy bien por qué, la capacidad de procrear, y se ve abocada a una inminente extinción. En medio de un caos total, el Reino Unido es el único país que sigue en pie como tal. Allí empezamos nuestro viaje.
El reino xenófobo
Antes de convertirse en una de las grandes damas de la novela policíaca británica, Phyllis Dorothy James había trabajado cuatro décadas al servicio de las instituciones públicas de su país. Funcionaria e hija de funcionario, vivió una infancia marcada por un padre de estricta y tiránica moral que nunca compartió mesa ni con ella ni con su madre. Su progenitor fue un hombre frío cuya vesania llevó a la madre de Phyllis a ser internada en distintos hospitales psiquiátricos.
La niña que era entonces sabría bien como eran estas instituciones mentales públicas y cómo era el trabajo de quienes cuidaban de aquellos pacientes. Años más tarde volvería a dejar a un ser querido en sus manos, cuando su propio marido volviese desequilibrado de su estancia en la India sirviendo a Su Majestad.
La autora en 1992 de la novela de Hijos de los hombres se convirtió en la funcionaria que su padre habría odiado: preocupada por ayudar al ciudadano de a pie y no al sistema, trabajó primero en la Seguridad Social y después en el Ministerio del Interior. A los 42 años escribió su primera novela y desde entonces no pudo parar.
Una vez, su amigo y columnista del Daily Mail Andrew Wilson dijo que había sido siempre “alguien que entendía las necesidades y deseos de los británicos ordinarios y estaba dispuesta a luchar por ellos”. Y por británicos consideró siempre a cualquier persona que allí viviese y trabajase.
Tanto es así que en 1992 y a la edad de 72 años, P.D. James, después de convertirse en una de las escritoras de novelas policíacas más exitosas del país -en gran medida gracias a la popularidad de las protagonizadas por Adam Dalgliesh- decidió cambiar. Cansada de cadáveres y misterios que resolver, dio un paso decidido hacia la distopía y la ciencia ficción con una novela que nos trasladaba a un mundo en el que la humanidad a una Inglaterra sumida en una dictadura xenófoba en la que se perseguía al extranjero por el simple hecho de serlo.
Hablamos de Hijos de los hombres, una novela en la que James puso todo su esfuerzo por transmitir un discurso alarmista sobre un ser humano cada vez más individualista. Una mirada con conocimiento de causa hacia un país, el suyo, que en 2021 podía verse transformado en un monstruoso sistema blindado por sus fronteras. Quién sabe que hubiera dicho P.D. James si hubiese escuchado hoy a la conservadora Theresa May amenazar a sus empresas nacionales con pedirles listas de trabajadores extranjeros. O qué hubiera escrito al ver que, desde el Brexit, los delitos de odio han aumentado en un 57% en cuestión de meses. 2021, amigos. ¿Les parece imposible?
Una ficción terrible por verosímil
Así definía Manhola Dargis la adaptación de aquella visión tan parecida a una realidad que hoy está fraguándose. Después de dirigir Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004) con el sello de autor más personal de cuantos han pasado por la saga, Alfonso Cuarón había comprobado con sus propias manos las posibilidades que le podía ofrecer un gran estudio si creía ver cifras de oro detrás. Dispuesto a seguir tirando del hilo, llegó a sus manos el guión basado en la novela de P.D. James.
El resultado se percibe exactamente como lo describió la crítica del New York Times: Hijos de los hombres se reveló como una suerte de bomba de relojería para la ciencia-ficción sucia. La que se siente real, cercana, sin más artificio que el que te escupe en la cara para dejarte al borde de una visión de la que no quieres ser testigo.
Hijos de los Hombres presentaba un recorrido por la bajeza moral que se distanciaba conscientemente de la corriente pirotécnica del género por aquel entonces. Hacía poco que Will Smith vacilaba de Converse en Yo, robot (2004), Roland Emmerich destruía todo lo que encontraba a su paso en El día de mañana (2004) y Vin Diesel repartía estopa en Las crónicas de Riddick (2004). Y menos aún había pasado desde que Spielberg matase aliens con resfriados en La guerra de los mundos (2005) o Michael Bay clonase a Ewan McGregor y Scarlett Johansson -quién no lo haría- en La isla (2005).
Muchos no supieron encajar la perspectiva de Cuarón: una ciencia-ficción del aquí y el ahora, cuya principal baza discursiva era la constante revelación de lo peor del ser humano. Desde el arranque, con el asesinato del hombre más joven del mundo y la bomba en la cafetería, hasta el secuestro del protagonista -un convincente Clive Owen, quién lo iba a decir-, la única perspectiva que se ofrece al espectador es que nos hemos ido a la mierda.
En mitad del caos, aparece la luz: una mujer embarazada. Pero pronto descubriremos que ni en ese asomo de esperanza hay posibilidad de redención. Los Peces, la organización que protege a la mujer, no es más que un grupo de terroristas que secuestran a punta de pistola por doquier y no dudan en asesinarse y traicionarse entre ellos en la lucha por el poder interno.
La única salvación planteada por el filme, no es sino el sacrificio a una causa. P.D. James no dudaba en considerar Los hijos de los hombres una novela religiosa. ¿Por qué? Porque en un mundo en el que no hay niños, un bebé podría ser una señal divina, incluso cuando este no es engendrado por el amor entre un hombre y una mujer (en ese sentido es clave una conversación que parece casual en la película). Aunque incluso la llegada del “elegido” se torna oscura y sucia y vehicula la revelación de su protagonista. Hete aquí la escena de contemplación devota y mística que deviene cuando la existencia del bebé es revelada al mundo que le rodea. El sacrificio, el suyo por el bebé, el de la humanidad por un futuro mejor, es la única vía para la expiación del pecado capital. Si hay que morir por salvarlo, se muere. Aunque Hijos de los hombres es tan cabrona que es capaz de plantar una última duda: ¿valía la pena nacer en un mundo así? Una niebla y un barco a la deriva no ofrecen respuesta.
Proezas técnicas y narrativas
Años después de su estreno, Hijos de los hombres ha quedado como la película que nos dejó alguna de las proezas visuales más interesantes de su época. Y aún siendo algo más que eso, es imposible obviar que algo hubo en ella que la hizo trascender.
La técnica sin un propósito narrativo suele llevar hacia montañas rusas o callejones sin salida. La primera se vive muy fuerte mientras se está montado en ella, pero la sensación no perdura demasiado cuando te apeas de la atracción. La segunda, se ensimisma caminando hacia delante constantemente, sin una dirección clara, para descubrirse atrapada y frívola. Un ejemplo de la primera sería Gravity (2013), el film de Cuarón posterior al que nos ocupa: una proeza técnica en muchos sentidos que, en definitiva, no era más que una experiencia que duraba sólo el tiempo que uno la vivía por primera vez. Un ejemplo de la segunda sería Birdman (2014), una película cuya técnica no tiene propósito alguno y de tanto hacerse notar termina encerrada en su propio lenguaje, devorando a la trama y su desarrollo.
Pues bien: manteniendo las distancias, los hallazgos formales de Hijos de los hombres se someten por completo a su evolución narrativa, sin por ello dejar de ofrecer un celebrado virtuosismo técnico que no tiene otro objeto que acercar al espectador a la pantalla, meterlo dentro y hacerle sufrir. Es imposible no sentirse pasajero de ese coche, abrumado por cuatro minutos en los que el cielo y el infierno se tocan en cuestión de segundos.
Después de haberle granjeado a Warner 250 millones de dólares con el joven Potter, Universal apostó por dar libertad a la visión técnica de Cuarón pero, como suele pasar con películas que no encajan en su tiempo, éstas no evitaron que pasase bastante desapercibida en la taquilla mundial con unos discretos 35 milloncetes de dólares de recaudación. Pero alguien sí se percató de lo que significaba Hijos de los hombres, y no tardaron los ejecutivos de Warner en volver a darle un proyecto a Cuarón. Aunque pareciese que esta vez le susurraron: “pero olvídate de eso de la trama currada, ¿vale?”. El resultado son los 274 millones de dólares de Gravity.
Entre la fe y el azar
Aproximadamente a mitad de su metraje, la película de Cuarón se describe a sí misma. En boca del personaje de Michael Caine, se narra a sí misma como una batalla interior que la escritora de la obra original vivía día a día. La vivimos todos, en realidad. Incluídos Julia y Theo, los dos verdaderos protagonistas y arquitectos de Hijos de los hombres. Ella es la líder de una banda de terroristas que hará lo posible por proteger a la mujer embarazada. Él, un ácrata que se verá obligado a creer para salvar al bebé.
“Todo es parte de una batalla cósmica entre la fe y el azar. El ying y el yang, Shiva y Shakti, Lennon y McCartney, Julia y Theo”, cuenta Caine. “Se conocieron por azar en una manifestación. Pero estaban allí por sus creencias, por su fe en cambiar el mundo. La fe les mantuvo juntos y por azar nació Dylan, era su fe llevada a la praxis. Un sueño hecho realidad. Pero en 2008 vino la pandemia de la gripe y por azar, murió. La fe perdió contra el azar. Así que ¿para qué molestarse si la vida toma sus propias decisiones”.
La fe en ser diferente a su padre impulsó a P.D. James a escribir a sus 42 años y la guió para defender su pensamiento contra viento y marea. La fe llevada a la praxis se convirtió en una película. El azar ha querido que su distopía sobre un Reino Unido xenófobo se vuelva cada día más real. La vida sigue tomando sus propias decisiones.
Para que conste, "Y menos aún había pasado desde que Spielberg matase aliens con resfriados en La guerra de los mundos" todo eso no es idea de Spielberg, sino del original literario. Que si el relato tiene final de mierda, culpen a Herbert George Wells. Por otro lado, es una de las últimas pelis de Spielberg que mas me flipa y gusta (y es bastante amoral, especialmente en ese segmento a lo "Shyamalan".
También es cierto que quizás, "Hijos de los Hombres" sea una película mucho mas redonda.
Quizá???