‘Historias de miedo para contar en la oscuridad’: las ilustraciones prohibidas

Historias de miedo para contar en la oscuridad es una serie de antologías de cuentos de terror que ahora lleva al cine Guillermo del Toro en una producción basada en gran parte en las ilustraciones originales de la obra. Sin embargo, la edición de los libros en España para la ocasión es una versión dulcificada con ilustraciones menos problemáticas. Un movimiento de censura encubierta que destroza la integridad de la obra original de Stephen Gammell, el matrimonio perfecto con los textos de Alvin Schartz

El estreno de la película Historias de miedo para contar en la oscuridad (2019) ha despertado un lógico interés por las leyendas incluidas en los libros que inspiran la película. Donde un nombre tan genérico puede parecer una recopilación cualquiera de una editorial de relatos de horror tradicionales o una amalgama arbitraria de historias cortas de autores clásicos consagrados, en realidad define un hito muy importante en la cultura popular americana. Las Scary Stories To Tell in the Dark son el libro infantil de terror de culto por antonomasia. Para ponernos en situación, en los años ochenta y noventa, el autor Alvin Schwartz, un reputado folklorista académico, autor de más de cincuenta libros, recopiló cuentos populares y leyendas urbanas y escribió tres antologías de terror para niños: Scary Stories to Tell in the Dark (1981), More Scary Stories to Tell in the Dark (1984) y Scary Stories 3: More Tales to Chill Your Bones (1991). Sin embargo, eran mucho más oscuros que otras historias de terror infantil y tenían detalles como decapitaciones, arañas que nacían en la mejilla de una niña y unos cuantos detalles demasiado intensos para ese sector del público. Cada cuento venía acompañado por el arte del ilustrador Stephen Gammell y en su conjunto los volúmenes dieron forma a toda una generación de fans del terror, de la misma manera que R.L. Stine hizo en los años noventa con su serie Pesadillas

La edición española de Historias de miedo

Para muchos lectores americanos, la obra de Schwartz sirvió de bisagra entre los relatos de miedo tradicional y el material ya para adultos. Sin embargo, en España nunca han sido una parte especial de la educación o han tenido la popularidad que tuvieron, por ejemplo, los libros de Stine. De hecho, la única edición íntegra en España fue ya de 2007, por parte de la editorial Everest, por lo que se encuentran casi descatalogados. La edición que ha aparecido coincidiendo con el estreno de la película producida por Guillermo del Toro es una compilación de los tres volúmenes que aparecieron por separado en 2017, en un solo tomo y con la portada correspondiente al póster de la película. Hasta aquí todo bien, salvo el pequeño detalle de que esta edición, la única disponible en España en los momentos del estreno de la película, tiene un detalle particular. Las ilustraciones de Gammell han sido sustituidas por las de Brett Helquist, un prestigioso ilustrador cuyo trabajo sucio ha consistido, básicamente, en crear imágenes más accesibles y dulcificadas para la reedición de los libros en 2012, en su 30 aniversario. Un detalle que, para el traductor y editor del volumen no tiene ninguna importancia. 

Ante la información de que la edición de Gran Travesía tiene este arte suavizado en redes, el editor español contesta que «Helquist es un artista reputadísimo y con una amplia trayectoria artística y las nuevas ilustraciones fueron hechas, como ocurre con muchísimos libros clásicos que son reeditados al cabo de los años, para relanzar los libros en Estados Unidos en el año 2012, mucho antes de que Guillermo del Toro se hiciera con los derechos cinematográficos. Es erróneo decir que las ilustraciones de Helquist están dulcificadas. Leyendo las historias, la interpretación visual de Helquist es totalmente acertada. Se trata de folclore popular, no es nada gore ni extremo, lo importante es la labor filológica que realizó Alvin Schwartz al recopilar estas historias y ponerlas por escrito». Y, efectivamente, tiene mucha razón en el hecho que Hellquist es un dibujante espectacular, pero eso no justifica que la única opción de conseguir el producto traducido, hoy por hoy, sea con sus ilustraciones. Y esto es por la sencilla razón de que son los dibujos de Gammell los que han convertido estos libros en el fenómeno social que son ahora. 

Escándalo en las bibliotecas públicas

Historias de miedo para contar en la oscuridad fue prohibido por la American Library Association, llegando al número uno en la lista de libros más denunciados de 1990-1999 y el séptimo desde 2000-2009. El libro fue cuestionado por primera vez por una junta escolar en Michigan debido a las quejas de los maestros de la Escuela Primaria Liviona. Los maestros se preocupaban por los niños que leían el libro, se tomaron el asunto en serio y se quejaron al director, quien les dio la razón. Desde luego, hay un tratamiento ligero de Schwartz hacia la muerte y los cadáveres con descripciones de descomposición o gusanos, pero la Oficina de Libertad Intelectual de la American Library Association lo catalogó como “Demasiado aterrador, violento y morboso para los niños. Muestra el lado oscuro de la religión a través del ocultismo, el diablo y el satanismo. Hay canibalismo. Hace que los niños teman a la oscuridad y tengan pesadillas» y por ello muchos padres exigían que se retiraran de las bibliotecas del colegio, algo que lograron en muchas ocasiones. Para saber más sobre el impacto de la obra en Estados Unidos, es muy recomendable el documental Scary Stories (2018), de momento algo difícil de conseguir. 

Pero en todo este embrollo había un tema que daba forma a todas esas quejas, las ilustraciones morbosas y grotescas. Los paisajes de cementerios, pantanos, casas encantadas, monstruos, cadáveres, fantasmas en blanco y negro o escenas como nidos de arañas explotando debajo de la piel aterraron a un par de generaciones de niños con sus lápices y acuarelas bicolor. Son composiciones que tienden a la deformidad, el abstracto y la descomposición figurativa través de fugas y degradados de tinta. Son hermosos, espantosos y cautivantes. Pero en su falta de mesura es precisamente en dónde reside el elemento indivisible con los textos de Schwartz. Por eso, la edición del 30 aniversario es un destrozo sin precedentes. No es el mismo caso, pero a nadie se le ocurriría comprar un Donde viven los monstruos (1963) con otras ilustraciones que no sean de Maurice Sendak. De la misma manera, Brett Helquist es un magnífico ilustrador, pero a nadie se le ocurriría sustituir su trabajo en Una serie de catastróficas desdichas (1999-2006) por nadie que no fuera, en última instancia un Edward Gorey, pero desde luego no con las pinturas de Gammell. No es tan difícil de entender. 

Censura maquillada en reedición

Sí se puede comprender, claro, que los editores traten de llegar a un grupo demográfico más joven con el cambiazo. Pero si un niño no puede asimilar las ilustraciones originales, tampoco les convienen las historias sobre guisos de dedos del pie, espantapájaros que desuellan vivos a granjeros o novias recién casadas que acaban resecas tras morir dentro de un baúl. El arte de Gammell es parte integral de la serie, es la iconografía asociada a cada una de las historias, son su carnet de identidad. Alvin Schwartz escribe sobre un fantasma y el dibujo muestra un rostro horrible, sin cuencas, hecho polvo, y automáticamente es lo que vas a imaginar al relacionar el título. En el cuento de La casa encantada, sin embargo, Helquist propone un fantasma más convencional, evitando esa sensación de inmersión profunda en lo desconocido, creando una pregnancia infinita en la mente de muchos niños, ya sean traumatizados o no. 

Las ilustraciones eran horripilantes y puede que impactantes para ciertos niños, pero nunca cruzaban la línea hacia el puro mal gusto, viven en una zona gris en la que resultan grotescas pero no excesivamente gráficas, tienen un aura de ficción, que las separa a un mundo con su propia lógica, pero que causan un terror que puede traspasar las páginas. Un ejemplo perfecto de ese poder es el dibujo de la dama pálida de la historia El sueño, uno de los modelos que ha dado vida los fragmentos de la película. Una mujer extrañamente sonriente, deforme y obesa con pequeños ojos. La nueva versión podría decorar cualquier relato victoriano en un banco de imágenes. 

También hay una gran diferencia de estilo empezando por el contraste del blanco y negro del trabajo de Gammell, que crea más frío y suciedad, generando extrañeza, mientras que Helquist equilibra todo, delimita y rompe la línea de irrealidad. Las originales no te permiten mantener la distancia, son capaces de meterte dentro a tocar, ver y sentir casi la humedad que se intuye en sus composiciones. Hasta un simple garfio sustituye los restos deshilachados y venosos unidos a la copa por una más convencional tela rasgada. Todos tienen este tipo de detalles en principio imperceptibles pero que llevan el nuevo trabajo a un lugar seguro, para el lector y los editores.

Las comparaciones son odiosas, pero es que hay casos que claman al cielo. En la historia Algo cayó de lo alto, la tenebrosa escena de un fantasma agarrando a un ser vivo, algo que ni siquiera muchas películas de terror son capaces de imaginar con ese aspecto de disolución, fue sustituida por una estampa del barco de la historia que podría estar en cualquier libro infantil de aventuras navales e ilustra a la perfección la mojigatería de la operación.

Respecto a las afirmaciones de editores y editoriales sobre si las ilustraciones están suavizadas o no, si los anteriores ejemplos no son suficientemente elocuentes, tan solo hace falta mirar a las páginas con historias como La nueva mascota de Sam en la que un niño consigue una especie de perro que resulta ser una rata de alcantarilla rabiosa. La versión de Helquist es un animalito casi simpático, podría ser un personaje de Ratatouille (2007), mientras que la de Gammell, bueno, es un engendro tumoroso e informe que parece salido del laboratorio de Seth Brundle. O en la historia El cerebro de un hombre muerto, en la que Helquist dibuja un cuenco cubierto de tela con algo de sangre, mientras que Gammell presenta sin pudor la cabeza, con vapor saliendo por la parte superior, llevada por una dulce abuelita.

 Las sustituciones son un problema importante para la identidad de Historias de miedo para contar en la oscuridad. Cambia el producto, cambia la intención y cambia la entidad de la obra en conjunto. Para un niño, los libros de Schwartz eran objetos prohibidos, lecturas que estaban dirigidas para ellos pero que no se supone que debían tener. Algo así como lo fueron los cromos de La pandilla basura (1985) para muchos españoles. La edición que existe ahora mismo en España nunca es suficientemente macabra como para preocupar a los padres. No es un libro tabú que fue en su momento, pero no porque se haya superado sino porque se ha tratado de cubrir con una pala y tapar con una alfombra. Actualmente no es difícil conseguirlo sin traducir en internet, pero los niños españoles tienen derecho a un libro que no les esté permitido leer, para dudar, para sugestionarse sin llegar a abrirlo nunca o mearse de miedo en la cama tras hacerlo. Borrarlo del mapa lavándole la cara es una atrocidad mayor que cualquiera de las tétricas representaciones de Gammell. 

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