El humor contra el fascismo: 40 años de la bomba de ‘El Papus’

El Papus fue una de las revistas de humor político más salvajes de todas las que se publicaron durante la transición española. Hoy, con motivo del cuarenta aniversario del atentado que sufrió por parte de la extrema derecha, recordamos los hechos, el proceso judicial posterior y el compromiso de la revista en la lucha por la democracia.

El Papus fue una revista satírica publicada entre 1973 y 1987, en cuyas páginas autores como Ja, Ivá, Óscar Nebreda, Carlos Giménez o Ventura & Nieto desarrollaron un humor ácrata y salvaje, que hoy no pasaría el filtro de lo aceptado socialmente: el término shitstorm se quedaría corto para describir lo que pasaría si cualquiera de sus números se publicara hoy. Sin embargo, la revista siempre mantuvo un compromiso claro con la libertad de expresión, y señaló los abusos del poder en todas sus formas, sobre todo en lo que respecta a la pervivencia del franquismo tras la muerte de Franco.




Cuando la revista volvió a los quioscos en julio de 1976 tras una suspensión administrativa de cuatro meses la sanción más dura que contemplaba la Ley de Prensa-, ya con Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, lo hizo con la clara intención de criticar el proceso político y señalar sus déficits. Y, entre ellos, tiene un lugar especial la impunidad con la que la extrema derecha actuaba, tanto la institucional -principalmente, la Fuerza Nueva de Blas Piñar– como la alegal, lo que en la época se denominaban “comandos incontrolados”: grupos como Batallón Vasco Español, Partido Español Nacional Socialista, Guerrilleros de Cristo Rey o la Guardia de Franco, que realizaban ataques, siguiendo un modus operandi rudimentario, con el fin de influir en la situación política y generar tensiones que pudieran desembocar en una involución. Y todo ello, siempre con la sospecha -o la evidencia probada en tribunales en muchos casos- de que existía una connivencia entre los cuerpos de seguridad del Estado y estos grupos, además de una incapacidad por parte del Gobierno para acabar con ellos.

El Papus no dudó en burlarse de estos comandos y sus caducos ideales, y por ello encontró un peligroso enemigo en la extrema derecha de Barcelona durante 1976, sobre todo a partir de noviembre, cuando publicaron un número dedicado a los “Comandos incontrolados” y otro a la primera conmemoración del 20-N, que incrementaron hasta niveles alarmantes la hostilidad de determinados grupos hacia el semanario: Ivá incluso se atrevió a dibujar a los ultras como un puñado de muertos vivientes levantándose de sus tumbas.

La redacción de El Papus recibió anónimos, que en el mejor de los casos advertían y en el peor amenazaban con tomar medidas violentas contra la revista. En el documental Anatomía de un atentado de David Fernández de Castro (2010) se muestran algunas de ellas con amenazas explícitas: «La próxima vez que en vuestra podrida revista veamos la más leve insinuación al poder nacionalsindicalista os visitaremos con la escopeta recortada y nos joderemos a toda la masa judeico-masona que trabaja en tu revista» (ALIANZA Sexto Comando ADOLF HITLER – GUARDIA AZUL y Comité de Lucha Antimarxista).

Alberto Royuela con el famoso ejemplar de El Papus.

Los colaboradores de la revista se hacían eco en sus secciones de la recepción de estos anónimos, que a veces no se tomaban demasiado en serio. Pero El Papus tuvo amenazas más serias: conocidos ultraderechistas visitaron la redacción en esas fechas, por ejemplo, Alberto Royuela, secretario general de la Guardia de Franco. Carlos Navarro, gerente de El Papus, recuerda especialmente una visita, que debió de tener lugar en los primeros días de 1976, tras la publicación de la portada del número 133, en la que dos colaboradores de la revista aparecían disfrazados de ultras ancianos, con uno de ellos haciendo el gesto de unos cuernos en lugar del saludo fascista, por tener “reuma deformante”. Acompañado de dos matones, Royuela advirtió a Xabier Echarri, el director de la revista, de lo que podía suceder si la revista insistía en su línea editorial. A partir de entonces, las amenazas se repitieron, incluso en forma de pintadas en las paredes del edificio donde estaban las oficinas de la revista, que llegó a tener vigilancia policial durante una temporada.

Lejos de moderar sus ataques a la extrema derecha, las firmas de El Papus golpearon con más saña. En el número 124 (11 de diciembre de 1976), justo tras la visita de Royuela, leíamos en su editorial: “Nunca aceptaremos cambiar nuestra manera de hacer un periodismo crítico, satírico y mordaz porque no vaya a favor de unos cuantos que, dicho sea de paso, disponen de numerosas publicaciones en las que expresar su ideología”.

La bomba del 20 de septiembre

Finalmente se cumpliría la amenaza: el 20 de septiembre de 1977, cuando la revista ya había dejado de tener protección policial, un artefacto explosionó en las manos de Joan Peñalver, portero del edificio. El explosivo se activó en la puerta de las oficinas, justo antes de que Peñalver la abriera para hacer entrega del correo del día. El dibujante Lluís Recasens, más conocido como L’avi, relata los hechos: «Le dieron al portero el maletín para que lo entregue. Entonces, ¿qué hace? Sube, y va bajando piso por piso entregando la correspondencia en cada oficina. Cuando llega a la entrada de la de El Papus, es cuando explota la bomba. La onda expansiva alcanzó a la telefonista [Rosa Lorén], que estaba embaraza, y rompió el cristal de la ventana, cayó encima del toldo del bar de abajo, y de ahí cayó sobre un Seat 600, al que abolló la chapa. Gin, que estaba en el despacho más cercano a la puerta, oye la explosión y se abraza con su secretaria, y se tapan detrás de una cortina. Adolfo Usero estaba dibujando en el momento de la explosión, y se le rompió la mesa, y el armario que tenía detrás, que casi le cae encima. Al fondo de las oficinas, donde estaban los despachos de Echarri y Navarro, casi no hubo desperfectos«.

Peñalver murió en el acto, convirtiéndose en la única víctima mortal del atentado. Debido a que el artefacto explotó antes de tiempo, se evitó una masacre que, por lo demás, sólo provocó heridos leves -incluida, milagrosamente, Rosa Lorén- y cuantiosos daños materiales, que incluso obligaron a la revista a mudarse a otras oficinas.

El atentado fue reivindicado por la Triple A, Alianza Apostólica Anticomunista, unas siglas que, según el historiador especializado en extrema derecha Xavier Casals (La transición española. El voto ignorado de las armas -2016-), fueron empleadas por diversos grupos aislados, sin conexión entre sí; no se trataba de un comando organizado que respondiera a ese nombre. Según relata el periodista Mariano Sánchez Soler (La transición sangrienta -2010-), el proceso judicial no fue una excepción entre gran parte de los relacionados con la extrema derecha, y estuvo lleno de irregularidades. En un principio fueron detenidos trece sospechosos, pero en breve todos ellos fueron saliendo en libertad condicional. El proceso judicial se alargó durante cuatro años, y finalizó con una sentencia en la que sólo uno de los imputados fue condenado a pena de cárcel por delito de terrorismo: Juan José Bosch Tàpies, conocido por la policía por sus frecuentes acciones violentas y promotor de Juventud Española en Pie. Al margen, solamente hubo condenas menores por tenencia de explosivos, ya que el deseo de los imputados de «defender España» se consideró un atenuante.

Ni siquiera se concedió indemnización a la familia del único fallecido, ya que se alegó que había sido un accidente laboral, y no se consideró víctima del terrorismo. En el sumario, de forma vergonzosa, incluso se le acusó de negligencia, aunque, más bien, la negligencia estuvo en la investigación, llena de irregularidades, inhibiciones y elementos extraños. Las víctimas del atentado tienden a pensar, incluso hoy, que tantas irregularidades se debieron a conexiones entre la ultraderecha y miembros de la policía, aunque tal extremo nunca ha sido demostrado. La documentación sobre el juicio sigue aún bajo secreto de sumario.

Las consecuencias del terror

En un primer momento, hubo una reacción espontánea de la profesión periodística en apoyo de El Papus, con jornadas de huelga y un editorial de rechazo publicado en la mayoría de medios. También se convocó una manifestación que culminó su recorrido en la Capitanía General de Barcelona, donde Ivá y Ja hicieron entrega de una carta. El número posterior al atentado, cuyo titular de portada fue “La visita del rencor”, incluía fotografías que documentaban el estado en el que había quedado la redacción. Poco después, se publicó un especial de apoyo a El Papus con el fin de recaudar fondos, en la que participaron muchos de los dibujantes humorísticos del momento, en el que, entre metáforas de lápices y pinceles como las armas de los dibujantes -lo que recuerda, inevitablemente, a las reacciones tras el ataque a Charlie Hebdo de 2015-, encontramos auténticas bestialidades, chistes que atacan a la extrema derecha y al poder sin miedo, y que se ceban con Martín Villa, ministro de Gobernación, al que acusaban de permitir las acciones de estos comandos e, incluso, de saber quién había sido el culpable.

Pero algo cambió tras este atentado. Según Casals, hubo una reacción interna y un toque de atención a los mandos policiales que llevaron el caso, para empezar. El atentado a El Papus supuso también el inicio del declive de la extrema derecha de carácter escuadrista en Cataluña.

Manifestación de apoyo a El Papus tras el atentado.

Manifestación de apoyo a El Papus tras el atentado.

Pero El Papus ya había quedado marcado por el atentado, y lo estaría hasta su desaparición en 1987. Primero, provocó la salida de Gin y Óscar Nebreda, que comenzaron a colaborar con El Jueves. Fer, Carlos Giménez y Ventura & Nieto también abandonaron meses después, por causas diversas. El atentado tuvo una profunda influencia en los años siguientes, especialmente por el cierre en falso del juicio, que dejó una herida abierta en la redacción. Aunque algunos especialistas hablan de una moderación ideológica tras el atentado, lo cierto es que repasando la revista no se ve nada de eso: más bien, redobló su crítica al gobierno, y recordaron periódicamente el atentado en sus páginas, y la falta de iniciativa gubernamental para frenar a la extrema derecha.

De forma paralela, los responsables de la revista se negaron a rendirse, e iniciaron un largo y frustrante proceso judicial para esclarecer los hechos, en el que agotaron todas las vías legales, sin éxito. Como explica María Iranzo en su reciente tesis doctoral sobre El Papus, la negativa a conceder una indemnización y la suma de dinero invertida en la lucha en los tribunales pasaron factura económica a la revista, lo que, sumado al descenso de las ventas de la que llegó a ser una de las revistas más vendidas de la transición, acabó provocando el cierre de El Papus en 1987.

La extrema derecha que quiso acabar con El Papus y que mató a Joan Peñalver no podía sospechar que hoy, cuarenta años después, el atentado aún nos recordaría que la transición estuvo lejos de ser un proceso pacífico y no violento, y que quedan aún cuestiones por resolver.

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