Celebramos el 100 aniversario del nacimiento de Jack Kirby como se merece, a lo grande, con un recorrido visual por las monstruosas criaturas que precedieron el nacimiento del Universo Marvel.
El legado de Jack Kirby es inabarcable. Pionero del comic book norteamericano, en 1941 se sumó en alianza con Joe Simon al nacimiento de los superhéroes con El Capitán América y a los posteriores géneros de moda (romance, crimen, terror) de la edad dorada de los tebeos. Pero su nombre siempre estará ligado al nacimiento del Universo Marvel y la creación de muchos de los personajes que lo pueblan. Su aportación fue indispensable, pero por falta de reconocimiento se fue a la competencia, DC Comics, para regresar años después. Una época, la última de su carrera, donde una mayor libertad creativa se tradujo en series como Kamandi, El Cuarto Mundo o Los Eternos, entre otras, cuyo monumental desparrame creativo aún nos sigue asombrando.
Entre tanta viñeta fabulosa, para nuestro homenaje hemos decidido centrarnos en una etapa breve y muy concreta por la que sentimos devoción desmesurada. Se trata de las historietas de monstruos gigantes que dibujó entre 1959 y 1961, es decir, justo antes del nacimiento del Universo Marvel. De hecho, hoy se puede decir que aquellas criaturas fueron sus habitantes iniciales mientras los superhéroes que vinieron luego comenzaron como su prolongación reformulada, algo que la portada del fundacional primer número de Fantastic Four (noviembre de 1961) deja muy claro.
Todos esos seres de tamaño descomunal que Jack Kirby dibujó esos años explotaban un imaginario fantástico construido a base de monster movies, entrañables películas de serie B donde se reflejaban sin florituras los miedos de la Guerra Fría y el terror atómico. Los argumentos eran siempre similares: saurios mutados por la radiación, alienígenas con malas pulgas, criaturas abisales con mal despertar o experimentos de laboratorio que salían torcidos. En los tebeos, esas tramas estaban aún menos elaboradas, que ya es decir, pero a cambio aumentaban los niveles de delirio y destrucción porque no requerían efectos especiales.
Junto a la prosa rimbombante de Stan Lee y los títulos espectaculares, siempre entre exclamaciones y a menudo formulados en primera persona (“¡Yo desperté a La Cosa del abismo!” y similares), uno de los mayores encantos de aquellas criaturas era la riqueza de lenguaje con que fueron bautizados. A partir de la sonoridad propia de las onomatopeyas, remisiones alteradas a criaturas ya conocidas y toda variación posible de determinadas palabras surgieron nombres como MONSTROLLO, MONSTEROSO, MONSTROM, GIGANTO, GARGANTUS; GOMDULLA, GORGILLA, GROTTU, BRUTTU, GRUTO, KRANGG, GOOM, METALLO, MECHANO, MORRGO, RORGG, SHAGG, SPORR, SPRAGG, VANDOOM, ZARKORR o ZZUTAK. El resultado es un fastuoso recital poético que para sí querría la lírica dadaísta.
Durante años, las historietas protagonizadas por todos estos seres fueron usadas de relleno cuando los contenidos principales no daban para todas las páginas. Era fácil darse de bruces con alguno de ellos al llegar al final de un tebeo, e incluso había quien valoraba su presencia para decantar sus compras. De una forma u otra, quienes de niños se toparon con los monstruos de Jack Kirby recibieron una sobredosis de sentido de la maravilla del que aún hoy no se han recuperado. La galería que hemos preparado a continuación deja claro que había motivos para que eso sucediera.
El viejo Jack y el viejo Stan, en la época que se menciona en el artículo, usaban (y abusaban) de un género que en los 50s había tenido mucho éxito en el cine, pero dejando de lado el aspecto artístico (mucho mejor que la mayoría de cosas que hicieron en los siguientes dos o tres años), terminaron por agotarlo por mera repetición. En un arrebato de genialidad, aparecieron los «4 F» en una de las colecciones… y Marvel aprovechó para cambiar la historia del comic. Kirby evolucionó gráficamente y en la segunda mitad de la década de los 60s daria lo mejor se si mismo.