James Rhodes es lo más parecido a una estrella de rock que tendrá la música clásica en décadas. Club de fans, cientos de miles de ejemplares de su oscura autobiografía vendidos, entradas agotadas en la mayoría de sus recitales... El pianista británico James Rhodes se ha convertido a golpe de tecla (aunque no la de un Steinway, sino la del ordenador donde escribió su primer libro), en una auténtica celebridad capaz de despertar el amor por la música clásica entre una generación que prácticamente se había olvidado de que había grandiosas melodías más allá del Primavera Sound.
Su carácter divulgador, volcado en Instrumental, no acabó al ponernos a todos a escuchar a Glenn Gould -considerado uno de los mejores pianistas del siglo XX- sin descanso o tras descubrirnos que Bach es probablemente el mejor compositor de la historia. Qué va. Rhodes es ambicioso si hablamos de la capacidad sanadora del arte. Por eso, ahora nos enseña a tocar el Preludio número 1 en Do Mayor de Bach en seis semanas. Sí, en tan sólo mes y medio. O, al menos, eso es lo que él asegura: “Sólo necesitas dos manos. Un simple teclado o un piano Steinway. Unos 45 minutos al día durante seis semanas. Y ganas. Ganas de lograrlo. Olvida el móvil, cierra el ordenador, apaga la televisión. Silencio. Toca el piano”, reza el resumen editorial de su nuevo libro, Toca el piano, publicado por Blackie Books (editora también de su primera obra), traducido al castellano por Ismael Attrache e ilustrado por David de las Heras.
Una apuesta tan directa como la de Rhodes conlleva un riesgo evidente: la respuesta del público. En Instrumental, su vida privada se hizo pública de una manera tan cruda y oscura como optimista. Rhodes, como César, anunció un «alea jacta est» –literalmente, «los dados están lanzados»– y la jugada le salió bien; no fue fácil, pero logró publicar su libro y llevar su popularidad más allá del público de sus programas en Channel 4 y del grupo relativamente escaso que adoraba sus discos. Lejos de continuar con la fórmula del éxito, se lanzó a la carretera para buscar el contacto directo. También es cierto que la afluencia a sus recitales ha cambiado desde que su primer libro se convirtiera en 2016 en un fenómeno editorial en Reino Unido y, sobre todo, en nuestro país. Madrid, Barcelona, Zaragoza, Bilbao, Donostia, Santiago de Compostela, Gijón, Palma de Mallorca o Cartagena son sólo algunas de las ciudades donde ha actuado o actuará en nuestro país, donde ya es habitual que cuelgue el cartel de “entradas agotadas”. Tal ha sido la acogida que ha tenido en España que el pianista ha decidido incluso cambiar de residencia y mudarse a Madrid.
En todos sus conciertos, Rhodes se jacta de incumplir el protocolo no escrito que reina entre los intérpretes clásicos: vestido con una camiseta y unos vaqueros y con el pelo despeinado, el músico incluso se dirige al público entre interpretación e interpretación para explicar por qué tal pieza es tan importante o cuál era el momento vital que atravesaba su compositor cuando la creó. Una vez más, su vocación divulgativa le ha embarcado en la tarea de bajar a la tierra una música inaccesible en la práctica por culpa, según él, de las élites intelectuales con pocas ganas de compartir su tesoro musical. Ha sido su convicción de que no es necesario saber música para tocar el piano lo que le ha llevado a publicar este segundo libro, un extremo que no compartirían muchos docentes de conservatorio. Seguramente tampoco estarían de acuerdo en que se puede aprender a hacerlo en seis semanas con un libro y siguiendo los vídeos del pianista en su página web. Esta es la apuesta de Rhodes; el resultado dependerá, una vez más, de la entrega de su público.