Si hay algo que los japoneses veneran sobre todas las cosas, son los gatos. ¿Qué otro país tiene varias islas donde hay más gatos que humanos, cafés a los que ir a acariciar felinos y una estación donde una gata hace las veces de jefa? No hay lugar a error: ninguno. Porque quien ha pisado Japón ha podido comprobar con sus propios ojos que los gatos están por todas partes. La historia de este país con los felinos tiene más de mil años.
A pesar de que la cultura felina está sumamente instaurada en el país, lo cierto es que este animal no es autóctono del archipiélago japonés, sino que, como muchas otras cosas hoy ya arraigadas a la cultura japonesa, llegaron desde China. Lo hicieron como polizones en los barcos mediante los cuales los primeros monjes budistas llegaron a Japón a mediados del siglo VI. Estos viajes supusieron un antes y un después en la historia de Japón, pues iba a introducirse una nueva religión que más tarde se fusionaría con la autóctona, el sintoísmo. Pero los gatos no estaban en esos barcos como meros espectadores, tenían un cometido muy importante: matar a los ratones para evitar que estos se comieran los pergaminos con las enseñanzas budistas.
Tras su llegada a Japón, los monjes siguieron usándolos en los templos con el mismo fin, práctica que se extendió a las granjas para que los roedores no estropearan las cosechas. Pasaron los años y el gato fue haciendo de aquel nuevo territorio su propia casa, tanto fue así que en el siglo X no era un animal cualquiera y solo la nobleza podía permitirse el lujo de tenerlo. Pero siglos más tarde, concretamente en el año 1602, se aplicó una ley que prohibía la compra y la venta de gatos, y que ordenaba su liberación para que vagaran libres por ciudades y pueblos, pues nuevamente era necesaria su ayuda ya que los roedores estaban perjudicando horriblemente la industria de la seda, importantísimo motor en aquella época de la economía japonesa. Una vez más, el gato actuó como salvador, había defendido toda una religión y ahora hacía lo mismo con la prosperidad económica del país. ¿Qué mejor forma de empezar una relación de amistad que duraría siglos?
Maneki-neko: el gato amuleto
Es posiblemente uno de los símbolos más representativos de Asia oriental en Occidente, aunque en la mayoría de las ocasiones se piensa que proviene de China por esa tendencia a creer que todo lo asiático es chino. El maneki-neko (gato que atrae) apareció ya en pinturas del siglo XIX junto a comerciantes, gremio al que ha estado siempre unido por ser una especie de amuleto para atraer a los clientes y a la riqueza, así como para ahuyentar la mala suerte con el cascabel que lleva colgado al cuello. El origen de su significado como símbolo de prosperidad económica no es claro ya que hay varias versiones, aunque la más extendida es la que cuenta que un señor feudal, tras verse sorprendido por una fuerte tormenta, se encuentra con un gato que le hace un gesto con la pata, llamándolo al templo donde se encuentra. Agradecido por su ayuda, dona muchos campos de arroz al templo (Gotokuji, en Tokio), que se convierte en un lugar próspero.
La raza de este gato es bobtail japonés, y aunque la figurita clásica es de un gato blanco con manchas pelirrojas y negras (o más bien gata, pues las gatas calicó son casi siempre hembras), ahora se pueden encontrar de todos los colores, y dependiendo de este el amuleto tiene un significado u otro: blanco para la pureza, dorado para la riqueza y el éxito en los negocios, negro en contra de los malos augurios, y un largo etcétera. Cuando tiene la pata izquierda levantada atrae a los clientes, si es la derecha atrae el dinero y la buena suerte. No sabemos si atraerá o no a la riqueza, pero lo que sí es cierto es que ha terminado moviendo mucho dinero.
Los gatos de Utagawa Kuniyoshi
Tras siglos formando parte de la vida de los japoneses, no es de extrañar que los gatos acabasen siendo representados en el arte, pero fue en concreto durante el periodo Edo (1603-1868) cuando ganaron más protagonismo apareciendo en muchos grabados de ukiyo-e, unas ilustraciones xilografiadas de las cuales se hacían múltiples reproducciones y que se vendían a modo de postales. Pero hubo un artista especialmente fanático de los gatos y que los usó en su arte de casi todas las formas imaginables: Utagawa Kuniyoshi (1798-1861). Cualquiera que conociese un poco a Kuniyoshi sabía que su amor por los gatos era infinito; y los aprendices que trabajaron en su estudio (lleno de gatos, por supuesto) relataban que pintaba con un gato en el regazo y que cuando alguno de sus amigos moría lo llevaba a un templo budista cercano y le rendía honores como si de una persona se tratara.
Curiosamente, algunos de sus trabajos que más huella han dejado en el mundo del ukiyo-e fueron producto de la censura. En muchas de estas ilustraciones se mostraban los placeres de la vida flotante (la traducción de ukiyo), que no son otros que los placeres efímeros más físicos y de los sentidos, casi siempre relacionados con la noche. En estas pinturas la gente veía a hombres de clase alta agasajados por geishas en alguno de los barrios de placer por excelencia. El shogunato (gobierno militar) empezó a temer que las clases menos favorecidas, al ver esas representaciones, se diesen cuenta de la diferencia de clases y acabasen por sublevarse, así que se llevó a cabo la llamada reforma Tenpō, mediante la cual, entre otras medidas, se prohibía la representación en cuadros de actores de kabuki (un tipo de teatro japonés), geishas y cortesanas.
Esta reforma afectaba directamente al trabajo y la obra de Kuniyoshi, que supo adaptarse maravillosamente a la situación con la ayuda de sus amigos los gatos. No podía dibujar actores de kabuki humanos ni geishas humanas, pero sí a gatos de la forma que se le antojase. Así que comenzó a dibujar escenas del mundo flotante protagonizadas por gatos antropomórficos, gatos que bebían, fumaban, comían y se daban a los placeres nocturnos. Y su éxito fue brutal, pues a la gente le encantaba adivinar qué conocidos actores eran a través de las pistas que Kuniyoshi les dejaba en las pinturas. Como otros grandes artistas de la historia del arte, superó las barreras de la censura con la agilidad de un felino.
Los gatos no siempre son kawaii
Los gatos que solemos ver representados en productos japoneses son kawaii, el cuquismo llevado al extremo, pero en ilustraciones de ukiyo-e podemos encontrar gatos que nada tienen que ver con esas criaturas que enternecen a cualquiera, sino que son yokai (monstruos sobrenaturales). A estos gatos se los conoce como kaibyo (gatos sobrenaturales) y no son otra cosa que espíritus malignos en cuerpos felinos. La lista de estos seres es larga, pero hay unos cuantos que son los más representativos y cuyas leyendas son más conocidas.

Bakeneko
Casi todos estos gatos tienen algo en común: la edad. Si un gato sobrepasaba cierta edad se convertía en un monstruo. Los bakeneko (gatos cambiantes) al llegar a los 13 años, pesar más de cuatro kilos o tener la cola larga le roban el alma a los seres humanos y toman la forma de uno. Caminan erguidos y son capaces de volar y de resucitar muertos. Esta leyenda provocó que a los gatos se les cortara la cola por temor a que se transformaran, de ahí la conexión con los bobtail japoneses, que tienen la cola corta.

Nekomata
Los nekomata son similares a los bakeneko con la diferencia de que no se transforman en un ser humano, sino que imitan sus acciones y son seres mucho más inteligentes que los arriba mencionados; además de que se les divide la cola en dos al cumplir determinada edad. Este ser sobrenatural apareció por primera vez en el periodo Edo, pero en el siglo XII tan solo se lo consideraba un depredador más.

Gotoneko
Los gotoneko, por otro lado, son amantes del fuego, y los kasha son devoradores de cadáveres. Se decía que si un gato pasaba tiempo con un cadáver acaba por devorarlo, lo cual tiene parte de realidad, o llevaba el cadáver ante un juez si había cometido malas acciones a lo largo de su vida. Tal era el miedo a que un gato doméstico se convirtiera en un kasha que si en una casa fallecía un familiar, echaban a los gatos que viviesen con ellos para que no acabaran transformándose.

Kasha
Revisando obras artísticas del periodo Edo se pueden encontrar con gran facilidad múltiples representaciones de estos seres sobrenaturales, pero la cosa no acaba ahí: hay varios ejemplos de animes donde aparecen estos felinos, como Kirara en InuYasha y Espeon, un Pokémon de la segunda generación, ambos nekomatas.
A la literatura le gustan los gatos
«Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre. No sé dónde nací. Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugar umbrío y húmedo, donde me pasaba el día maullando sin parar«.
En Soy un gato (1905-1906), obra de Natsume Soseki que se fue publicando de forma periódica en una revista, el protagonista es un gato que, como bien dice en su primera frase, aún no tiene nombre. No es un gato cualquiera, es un felino filósofo que analiza la sociedad japonesa de la época, la era Meiji, en la que Japón se abrió (a la fuerza) a Occidente y comenzaron a adoptarse muchas costumbres de esa otra parte dominante del mundo. Soseki usa a este protagonista felino para hacer una sátira social de la burguesía tokiota de la época. El gato sin nombre vive con una familia de clase media y es espectador de las contradicciones humanas y de una época que cambiaba a la velocidad de la luz.
«—Pero, en el mundo de los humanos, si no sabes escribir, es que eres estúpido. Si no eres capaz de leer un libro o un periódico, es que eres estúpido. Las cosas son así.
—Pero tú sabes hablar con los gatos, ¿verdad?
—Sí —dijo Nakata.
—Y eso no puede hacerlo cualquiera, ¿verdad?
—En efecto.
—Entonces tan estúpido no serás, ¿no?«.
Una obra de nuestro tiempo en la que también encontramos gatos pensantes es Kafka en la orilla (2002) de Haruki Murakami, posiblemente el escritor japonés más conocido en Occidente, que tiene admiradores y detractores a partes iguales. En esta novela los gatos hablan entre sí y también con un humano, Nakata. Por otro lado, un personaje llamado Johnny Walker es un asesino de gatos que quiere usar sus almas para fabricarse una flauta cósmica. Encontramos aquí una referencia a una práctica común desde el periodo Edo que consiste en usar la piel de gato (y de perro) para fabricar shamisen, un instrumento de cuerda que es de los más icónicos del país, aunque esta práctica está en crisis por el creciente movimiento de los derechos de los animales.
En las últimas décadas el número de publicaciones editoriales sobre gatos ha superado las de otros animales; es más, se han publicado más libros sobre gatos que sobre budismo o deportes. Y en Japón, un país lector por definición, esto es un gran signo de que los felinos ocupan un puesto muy alto en su jerarquizada sociedad.
Gatos animados
Si hay un medio artístico de producción japonesa donde podamos encontrar gatos, ese es el anime. Además de los mencionados nekomata, tenemos a Luna de Sailor Moon (1992-1997), Meowth de Pokémon (1997-2002), Jiji de Nicky, la aprendiz de bruja (1989), el gatobús de Mi vecino Totoro (1988) o el misterioso gato de Susurros del corazón (1995). La lista es interminable, pero el gato más famoso del anime ni siquiera es un ser vivo, es un robot del siglo XXII. Hablamos indudablemente de Doraemon, el gato cósmico. Este gato fue creación del mangaka Hiroshi Fujimoto, cuyos mangas comenzaron a publicarse en 1969 y que empezaría a darse a conocer a nivel mundial con el anime que inició su emisión en los años setenta. Doraemon tiene cincuenta años, pero como un gato robot que es, no muere. A día de hoy, en Japón todavía se vende merchandising de la serie por todos lados y se siguen haciendo películas, aunque no todas llegan a distribuirse fuera de Japón. Uno de los personajes más icónicos del manga y del anime a nivel internacional no podía ser otro que un gato, porque pocos embajadores pueden representar mejor a Japón que un gato del futuro.
Neko Atsume: el amor por los gatos hecho videojuego
¿Qué placer mayor puede experimentar un amante de los gatos que coleccionarlos y agasajarlos cuales reyes? Todo esto nos lo proporciona Neko Atsume, un videojuego para iOs y Android que salió al mercado en 2014. Aquí, los jugadores se sitúan en el jardín y en el interior de una casa típica japonesa donde podrán ir atrayendo a gatos y sobornarlos con comida y juguetes para que se queden. Hay varios gatos coleccionables, algunos raros y más difíciles de conseguir. El jugador se recreará observando a los gatos y comprándoles comida dependiendo del tipo de gato, pues cada uno tiene unas necesidad específicas. El éxito del juego ha sido tal que en 2017 se estrenó en Japón una película basada en él.
Una gata jefa de estación
Las noticias excéntricas sobre Japón vuelan, y esta gata ya es conocida en todo el mundo. Tama fue la jefa de la estación de Kishi (Wakayama) después de su reapertura en 2006 tras ser cerrada por problemas económicos de la línea debido a la falta de pasajeros. Esta gata calicó acabó como jefa de estación porque era la única forma de que la gata pudiese vivir allí, favor que había solicitado su dueña al verse incapaz de ocuparse de ella por problemas económicos. Pero ¿qué podía hacer una gata en este puesto? Pues llevar un sombrero con toda la dignidad del mundo y saludar a los pasajeros que iban a diario a la estación. A cambio, recibía comida gratuita.
Pero lo que Tama proporcionó además no tiene precio, pues el número de pasajeros se vio incrementado de forma sorprendente en una zona cada vez más despoblada. La gente iba allí solo para ver a la famosa gata y hacerse una foto con ella. En 2015 Tama falleció y a su funeral acudieron nada menos que tres mil personas. Pero la historia no termina aquí: viendo los números en alza, la línea ferroviaria dueña de la estación no podía dejar escapar esta oportunidad de oro y el mismo año de la muerte de Tama nombró a otra gata jefa de estación: Nitama (Tama II, o Tama segunda). La rentabilización de esta curiosa anécdota ha llevado hasta la creación de un tren, el Tamaden, diseñado por dentro y por fuera para rendir homenaje a esa gata que parece corroborar que, efectivamente, las gatas calicó traen buena suerte.
Seguridad vial para gatos
En un intento de evitar accidentes viales que lesionen o maten a estos seres vivos tan adorados en Japón, una empresa japonesa de componentes para vehículos y un grupo de psicólogos de la Universidad de Kioto han diseñado un vídeo sobre seguridad vial para gatos. Sí, es un vídeo preparado por especialistas en el comportamiento animal par que los gatos presten atención y aprendan sobre seguridad vial. Para ello han usado sonidos de pájaros, maullidos y el ruido que hace un roedor al ser aplastado, todo para captar su atención y evitar que sean atropellados. El resultado es un video totalmente psicodélico con un final un tanto perturbador que avisa también a los conductores sobre dónde pueden aparecer gatos por sorpresa cuando van conduciendo.
Queda demostrado que Japón ama a los gatos en todo su esplendor, y todos los que amamos a los gatos amamos a Japón por ello. Ojalá jamás dejen de llegarnos noticias gatunas tan extravagantes y divertidas, porque un mundo con gatos es un mundo mejor.