Joy y La gran apuesta son dos de los muchos títulos que optan a llevarse algún Oscar el próximo 28 de febrero pero, aparte de sus nominaciones y su intención de adaptar historias reales, ambas cintas no pueden ser más diferentes en su mensaje, honestidad y vínculo con la realidad.
Con el estreno esta semana de La gran apuesta (2015), la cartelera española pone ante nosotros una difícil decisión. Una decisión que ya hemos tomado y hemos visto tomar innumerables veces a lo largo de los años. ¿Qué prefieres?, te pregunta la película. ¿La pastillita roja o la pastillita azul?
La pastilla azul, el soma o la píldora de azúcar, se títula Joy (2015) y es la última creación del equipo formado por David O. Russel, Jennifer Lawrence, Robert de Niro y Bradley Cooper. En esta dramedia —inspirada en la vida de Joy Mangano pero no basada en ella porque tampoco es plan de pagar por los derechos—, Jennifer Lawrence se pone en la piel de la inventora de «la mopa milagrosa» una mujer, cabeza de familia, asediada por las deudas que, tras superar todas las adversidades, consigue crear su propia empresa millonaria. Joy no es sino una nueva recreación del sueño americano. Una promesa, una historia cliché que después de ser contada tantas veces parece increíble que siga funcionando.
Pero lo hace. Al menos hasta cierto nivel. Joy, y su inspirador mensaje “si trabajas duro, con una sonrisa en la cara, conseguirás lo que te propongas” parece ser necesario para que algunas personas sobrevivan a su curro de catorce horas, mal pagado, aferrándose a la esperanza de que, con esfuerzo, llegarán algún día a encargado (que está igual de mal retribuído, pero tiene el control de los horarios). Joy se sitúa en un universo que pretende ser el nuestro pero que no puede serlo. Un universo lógico y justo donde la persona que lucha obtiene una recompensa que sin duda se merece.
La gran apuesta, por otra parte, es la píldora roja. La que no se traga con un vaso de agua sino que hay que dejar debajo de la lengua. Puede que en un primer momento su cobertura de comedia te engañe. Es una trampa. Puedes reírte tanto como quieras que su verdadero sabor amargo va a terminar por aflorar para dejarte no sólo mal sabor, sino mal cuerpo. La gran apuesta no es un cuento. La pastilla roja es la dura realidad. La narración real sobre cómo unos cuantos pequeños grupos de economistas consiguieron predecir la crisis del 2007 y cómo usaron esa información para apostar en bolsa contra el sector que la originó (el mercado hipotecario norteamericano que había concedido, y escondido después, demasiadas hipotecas de riesgo).
A diferencia de Joy, La gran apuesta no trata la vida privada de los personajes de su cinta (aunque también fueran personas reales) sino que se basa, casi de forma exclusiva, en hechos y cifras. La película es una clase de economía tan dura que el director y guionista, Adam McKay, debe recurrir a cameos de celebridades para que paren la trama y nos expliquen los tecnicismos allí donde nos hemos perdido. El mundo que nos presenta La gran apuesta no es lógico en el sentido narrativo pero es consecuente con nuestras observaciones diarias. Un mundo donde la estupidez, la corrupción y la ineptitud se aúnan en las cúpulas de poder y toman unas decisiones para las cuales deberían estar incapacitados. Sin justicia. Sin recompensa.
Paradójicamente, y obviando que Joy tiene mucho más de fantasía de lo que parece, es fácil unir a través del tiempo una cinta detrás de otra. La única forma de encontrarse en el 2007 con el universo de banqueros (y no banqueros) codiciosos, amorales y desinformados que presenta la cinta de McKay es la existencia de un periodo de opulencia tan desenfrenado como el que nos encontramos al final de la cinta de O.Russel (es interesante, por ejemplo, ver la enorme casa que se ha comprado Joy, sabiendo que esas viviendas multimillonarias fueron de las primeras abandonadas en la época en la cual se sitúa La gran apuesta).


Joy.
Cálculos erróneos
Simplificando todo, es el falso enriquecimiento producido durante los noventa (lo que se ha conocido luego como «la burbuja económica») lo que ha propiciado una crisis tan dura al final de los dosmiles. Los ricos no quieren dejar de ser ricos y eso les lleva a mentir, falsear y corromper todo lo que está a su alcance. En una de las escenas de La gran apuesta la trabajadores de una empresa de calificación comentan a los protagonistas que saben que los productos bancarios que califican (en este caso aglomeraciones de hipotecas) no se merecen la nota triple A que le otorgan, pero que lo tienen que hacer de todas maneras por la sencilla razón de que si los bancos quiebran ellos también se quedan sin trabajo. Según presentan en la película, toda la economía ha sido construida encima de un endeble pilar que, además es inventado (se basa en unas hipotecas que tasan unas viviendas y la capacidad de sus inquilinos para pagarlas, muy por encima del valor real). La mansión de Joy, sobrepreciada y pagada con el dinero de un pelotazo, funcion como símbolo de lo que nos trajo a la situación actual.
No es extraño que existan ambos tipos de cintas pero sí que es curioso que ambas hayan sido producidas el mismo año y que vayan dirigidas de forma aparente al mismo público: la masa cinéfila que se deja seducir por los grandes premios. Cuando una productora considera un guion no mira sólo la calidad del mismo sino que, entre otras cosas, realiza análisis de mercado para descubrir el interés y el posible beneficio que les repondrá la futura cinta. Al parecer, tanto Fox como Paramount dedujeron que sus cintas -radicalmente opuestas- eran el producto más apropiado, al analizar ambas el mismo mercado.

Joy.
Cuando Fox se implicó en la producción de Joy, aparte de valorar la rentabilidad segura de la pareja Lawrence-Cooper, se basó presumiblemente en la tendencia histórica que muestra que en épocas de crisis la gente va al cine a evadirse, mientras que la historias más reivindicativas y dramáticas suelen pegar con más fuerza en la época de vacas gordas siempre que se realicen con un carácter crítico y revisionista. Para Fox, Joy es el producto perfecto para esta época, no sólo porque tiene a dos de los actores del momento, sino porque le da al público la posibilidad de creer que tiene el control necesario para mejorar su vida.
Y aunque la tendencia es real, Fox no ha sabido interpretarla. La prueba más clara de su error es que —dejando a un lado la nominación de Lawrence— la cinta ha sido un relativo fracaso, cerrando su distribución mundial con apenas algo más de diez millones en beneficios (muy lejos de los más de 120 conseguidos por El lado bueno de las cosas –2012-).
El error de la productora radica en que, aunque es cierto que la gente quiere evadirse, esta generación tiene una forma diferente de hacerlo. Mientras que nuestros abuelos disfrutaban viendo un universo lujoso que algún día aspiraban a tocar, los consumidores de hoy se alejan de esos mensajes, que suenan a mentira y les recuerdan la desigualdad y dificultades actuales sobre las que están bien informados, para imaginar que solucionan los problemas políticos en una galaxia muy, muy lejana o que reparten un estilo de justicia, simplificada hasta lo infantil, vestidos con armaduras de brillantes colores básicos.


La gran apuesta.
Inversiones demenciales
¿Pero qué pasa con La gran apuesta? En un primer momento podría parecernos que Paramount está realizando una inversión casi tan arriesgada y loca como la que proponen los protagonistas de la cinta. Sin embargo, al igual que en la ficción, con los datos en la mano nos vemos obligados a cambiar nuestra impresión. Para empezar, esta compleja cinta, casi tan densa como un documental de nicho, ha doblado los beneficios de Joy casi antes de salir de su país de origen y ha conseguido cuatro nominaciones más a los Oscars que su competidora.
La clave está en que tanto Adam McKay como Paramount han logrado identificar una nueva tendencia de consumo y aplicarla al cine. Reconocer que hay un gran grupo de consumidores que no sólo se preocupa por estar informado sino que se interesa y tiene la capacidad para buscar y analizar la información que desea. Este público demanda actualizaciones constantes y exige opiniones y análisis certeros. Lo único que hace McKay es proporcionárselo mediante la irónica voz en off del alabado Ryan Gosling.
Y hay que hablar también de lo que las cintas nos dicen de forma inintencionada. Lo que ambas reflejan y nos cuentan de forma subyacente. Para contarnos una historia sobre «el sueño americano» y que suene creíble, O.Russel ha tenido que ambientar su Joy a principios de los noventa, en una época en la que aún algunas personas podían soñar con tener más e incluso con cambiar su vida.


La gran apuesta.
Los de marketing, que en este caso han estado muy avispados, se han visto obligados a darle una vuelta a todo para intentar hacer la cinta apetecible. A su ambientación noventera se suma un tráiler y un teaser en el cual la voz de Joy nos dice que las aspiraciones son imposibles de lograr porque todos conspiran contra ti, mientras un coro de niños nos repite una y otra vez que «no siempre podemos tener lo que queremos». Un mensaje nada sutil pero mucho más acorde con la situación actual.
Por otro lado La gran apuesta nos sitúa antes de ayer mismo. En un 2007 desastroso durante el cual algunos comenzaron a escuchar que quizás el trabajo prometido cuando acabaran la universidad nunca iba a llegar, el inicio de una crisis mundial cuyas consecuencias podemos ver hoy mirando por la ventana. Ni su trailer ni su sinopsis necesitan cambiar el enfoque de una cinta que da lo que muchos piden.
Parece que las tendencias cambian. Ahora es la píldora azul la que necesita engañarnos para que nos la traguemos. La gran apuesta es una cinta que deja tocado pero, «¡Hey!», decimos nosotros, «mejor triste que ignorante, ¿no es cierto?»