Hace cinco años Phil Lord y Chris Miller dirigieron la genial La Lego Película. Hoy nos llega su continuación directa, pero lo hace tras varios spin-offs y envuelta en una amplia maniobra comercial. Es buen momento para comprobar hasta dónde llega el legado audiovisual de estos simpáticos bloques.
La primera tentativa de dar el salto a las imágenes en movimiento no vino de la compañía danesa, sino de sus entusiastas consumidores. Fundada en 1918 por el danés Ole Kirk Christiansen, Lego era inicialmente un negocio de carpintería que luego de la Gran Depresión había ido menguando el tamaño de sus muebles hasta convertirse forzosamente, apenas quince años después, en una exitosa empresa juguetera. Corrían los años setenta cuando nacieron unas pequeñas piezas audiovisuales desarrolladas por fans, y por entonces Lego ya se había convertido en un absoluto gigante, suponiendo sus ganancias el 1% del PIB de Dinamarca, habiendo fundado parques temáticos, y tras introducirse poco a poco en el mercado internacional.
Dichas piezas eran los Brickfilms, y Lego inicialmente no tenía nada que ver con ellos. Realizados a través de un primitivo stop motion y con gran escasez de medios, títulos como Journey to the Moon de los hermanos Hassing (1973) o el ambicioso The Magic Portal de Lindsay Flea (1989) constituían un logro de tantos para la empresa juguetera: sus dirigentes comprobaron lo mucho que había calado entre sus usuarios la filosofía Lego de estimular la iniciativa propia por encima de instrucciones o fórmulas predefinidas. La compañía no dudó en establecer comunicación con este apasionado sector del público para premiar sus esfuerzos, y de hecho empezó a usar técnicas similares para rodar sus propios cortes publicitarios, mientras el Brickfilm iba más allá de estas manifestaciones y llegaba a infiltrarse en otros ámbitos de la cultura, como en el videoclip Zap de la banda Ether Real producido a finales de los ochenta. Una pieza anecdótica, pero clave dentro de la relación entre Lego y el cine y que ya empezaba a perfilarse, pues dicho videoclip era, en su mayor parte, una recreación de Apocalypse Now (1979) con piezas de Lego.
Los Brickfilms fueron el comienzo de todo, pero su mayor contribución fue despertar el interés de la compañía por coquetear con el cine, algo que sin embargo no alcanzó un auténtico punto de inflexión hasta 1998. Este año Lego registró las primeras pérdidas de su historia debido a la competencia con los videojuegos, y su directiva se lanzó desesperadamente a un acuerdo con Lucasfilm que le permitiría desarrollar juguetes basados en Star Wars durante los próximos diez años. También por entonces fue desarrollada la línea Lego Studios, consistente en una serie de sets ambientados en rodajes de películas famosas con nombres como Dino Attack (para Parque Jurásico) o Temple of Gloom (para Indiana Jones), y que siempre incluían la figura de un señor con barba, gafas y gorra llamada “el director”. Y sí, obviamente se trataba de Steven Spielberg.
Así como Lego Studios y el acuerdo con Lucasfilm supusieron la configuración del cine como punto de partida para desarrollar nuevas ideas y juguetes, los inicios del siglo XXI también trajeron otro rasgo fundamental a la hora de estudiar la relación entre este medio y la compañía danesa: el metalenguaje. La reedición en DVD de Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (1975) incluía entre sus extras un corto de apenas un minuto y medio de duración que recreaba una escena de la película de los Monty Python con figuras Lego. Dicha escena, un número musical que incluía bailes ebrios sobre la mesa, yelmos utilizados como percusión, y un prisionero colgado en las mazmorras del castillo a punto de morir, era prácticamente igual a la ideada por la agrupación cómica, con una única diferencia: la inclusión de un loro que uno de los caballeros estampaba contra la mesa, y que conformaba un claro vínculo con otro famoso sketch de los británicos.
Este tipo de decisiones daba cuenta, por tanto, no sólo de la habilidad de la compañía para fundirse con otros medios, sino también del cariño que parecía exhudar cada uno de estos acercamientos: un cariño con el que se conseguía trazar una visión panorámica del objeto pop de turno, y en base a este conocimiento privilegiado, probar combinaciones, tender puentes y, en una palabra, jugar.
En busca de una historia
Monty Python and the Holy Grail in Lego no era un Brickfilm hecho por un fan con mucho tiempo libre —aunque la fundación de Brickfilms.com en el año 2000 empezara a facilitar la realización de obras mucho más ambiciosas realizadas por este sector del público—, sino que había sido producido en el marco de la propia compañía danesa, enfocando los inicios del nuevo siglo como una forma de reinventarse y sobreponerse a las caídas de ventas. Una de las principales estrategias para ello también data de estos años, y supone el lanzamiento de la famosa línea Bionicle. Destinados a un consumidor de entre 6 y 16 años, estos juguetes se distanciaban de los rasgos bondadosos y simplones de aquella minifigura inventada en 1978, para componerse en su mayoría de anatomías mucho más estilizadas y articulables, con máscaras agresivas y predisposición al combate.
No obstante, la importancia de Bionicle no vino tanto por esa suerte de deferencia que Lego quiso rendirle al público adolescente, supuestamente más interesado por la violencia y los diseños molones, como por todo lo que rodeaba a estos juguetes. Siguiendo el ejemplo de otras propiedades intelectuales como los Transformers de Hasbro, la compañía se preocupó por definir una línea argumental en la que los distintos sets y moñecos oficiaran de capítulos dependientes unos de otros, depositando un mimo especial en la construcción de un universo y una mitología llena de paralelismos con el imaginario polinesio. Pese a que, al poco de comenzar dicha andadura, este batiburrillo cultural desembocara en una demanda para Lego por apropiarse de términos maoríes, los Bionicle fueron todo un éxito, ampliando su proyección a novelas y cómics que profundizaban en la historia de los Toa, los Matoran y demás gaitas, y al primer proyecto cinematográfico impulsado por la compañía. Y es que en 2003, contando con la distribución de Miramax, se lanzó para el mercado doméstico Bionicle: La Máscara de la Luz, dirigida por David Molina y Terry Shakespeare: la primera Lego Película de las muchas que vendrían.
Este film estaba totalmente volcado al argumento tejido con anterioridad por los juguetes, de forma que sólo los conocedores de la franquicia pudieran entender un carajo de lo que pasaba ahí, pero eso no evitó que el trato con Miramax se extendiera a dos películas más —Bionicle 2: Leyendas de Metro Nui en 2004 y Bionicle: La red de las sombras en 2005, con los mismos directores—, y que posteriormente incluso se quisiera iniciar una segunda trilogía de la mano de Universal con Bionicle: La leyenda renace, en 2009 y de la mano de Mark Baldo. No obstante, los intentos de complementar cinematográficamente la línea de juguetes se quedaron ahí, pues en los últimos años Lego, paralelamente, había experimentado con otros formatos y llegado a la conclusión de que no tenía por qué limitarse a estos robots malencarados —o lo que fueran, la verdad es que nunca, ni siquiera ellos, lo habían tenido muy claro— para expandir sus horizontes.
En 2005 y 2008 la compañía había producido dos cortometrajes animados que recreaban el universo de Star Wars e Indiana Jones, bautizados con limitado ingenio Lego Star Wars: Revenge of the Brick y Lego Indiana Jones and the Raiders of the Lost Brick. Mientras que el primero repasaba de forma muy libre (y con un atroz acabado estético) los acontecimientos de La venganza de los Sith estrenada ese mismo 2005, el segundo era un resumen de los principales acontecimientos de la trilogía del arqueólogo —por entonces, afortunadamente, aún era una trilogía—, y ambas tareas eran resueltas con un bienvenido sentido paródico, similar por otra parte al tono de los videojuegos correspondientes de Traveller’s Tales.
No hablábamos, por supuesto, de un sarcasmo comparable al empleado en Robot Chicken para su especial de Star Wars emitido en 2007, pero sí había la suficiente inteligencia como para que esos escasos minutos fueran realmente divertidos y expresaran una idea definitoria: la de los personajes de Lego teniendo la habilidad de construir cosas en tiempo récord. En el caso de Revenge of the Brick esto se lograba gracias al uso de la Fuerza, mientras que en el de Raiders of the Lost Brick ya ni siquiera era necesaria una coartada argumental: los personajes de Lego eran capaces de construir muy rápido cosas Lego porque sí. Porque todo formaba parte de la misma materia prima.
De la confluencia entre la ambiciosa narrativa de Bionicle y estos hilarantes cortometrajes nació, en 2010, el primer largometraje Lego con trama autónoma y sentido completo: Las aventuras de Clutch Powers. Dirigida por Howard E. Baker, esta película —lanzada también para el mercado doméstico y con prolongada redifusión en TV— estaba protagonizada por una especie de agente secreto/ingeniero/aventurero caracterizado por su talento para construir todo tipo de artilugios y edificaciones a toda velocidad, cuyas misiones tenían lugar tanto en Lego City (uno de los sets de mayor éxito de ventas de la compañía) como en otros mundos de ambientación fantástica o sci-fi. El film, sin embargo, no destacaba tanto por su loquísima mezcla de géneros —en beneficio de la cual Clutch se enfrentaba tanto a monstruos de piedra como a brujos malvados que querían desestabilizar la monarquía del imaginario mundo de Ashlar—, como por la esforzada construcción del personaje protagonista, un héroe fanfarrón muy similar a Indiana Jones o Han Solo que tenía que aprender tanto a trabajar en equipo como a lidiar con el traumático recuerdo de su padre.
El sentido del humor, por su parte, era bastante ingenuo, pero se las apañaba para conservar ligeramente el toque referencial mediante cámaras lentas malogradas a fuerza de golpazos graciosos, o héroes enamorándose a primera vista con el tiempo ralentizándose y sonando música pop de fondo; un chiste que nació quemado pero que se chamuscaría aún más en incursiones posteriores. Y así, junto con la emisión de la serie Ninjago: Masters of Spinjitzu en 2011 y el lanzamiento de Lego Batman: La película. El regreso de los superhéroes de DC en 2013 —donde la posesión de diversas licencias permitió un crossover que antecedió en el tiempo y llegó a superar el resultado de la Liga de la Justicia de Zack Snyder—, es como se fue allanando el camino para la llegada de Phil Lord y Chris Miller.
Todo es fabuloso, como no podía ser de otra forma
Ninjago: Masters of Spinjitzu compartía con la tetralogía de Bionicle la idea de llevar una línea de juguetes y toda la historia que ésta enmarcaba a un nuevo medio, conservando tanto los personajes y sus subtramas como los festivos coqueteos con la apropiación cultural —en este caso, desarrollando un mundo fantástico inspirado en diversos imaginarios asiáticos—, y conectando habilidosamente con un público infantil menos pendiente de fruncir fuerte el ceño que el target de los Matoran. Asimismo, Lego Batman: La película. El regreso de los superhéroes de DC, dirigida por John Burton, partía directamente del conocimiento de otras adaptaciones audiovisuales anteriores, haciendo referencias tanto a El caballero oscuro (2008) de Christopher Nolan como al antológico spray antitiburones del Batman de los sesenta, sin que eso entorpeciera la típica historia superheroica de valentía, alianzas y enemistades.
Ambos experimentos salieron razonablemente bien —sobre todo Ninjago, que tras el fin de Hora de Aventuras se ha convertido en la serie más longeva de Cartoon Network— y esto, unido al buen sabor de boca que habían dejado los simpáticos videojuegos de Traveller’s Tales, animaron a los ejecutivos de Warner, aliados con la empresa danesa desde 2004, a preparar una producción destinada a los cines que aglutinara todo lo aprendido hasta ahora. Incluso se llegó a fundar una nueva división para el empeño, Warner Animation Group, mientras que eran contratados Phil Lord y Chris Miller—recién llegados del éxito de Lluvia de albóndigas (2009) y de esa pieza capital de la comedia cinematográfica que es Infiltrados en clase (2012)— y también, en una jugada muy significativa, se requería la ayuda de Chris McKay, uno de los cerebros tras Robot Chicken.
El estudio australiano Animal Logic se encargó de la mayor parte de la animación de La LEGO Película, que desde el principio fue concebida como un homenaje a los primeros Brickfilms y se quiso que, pese al formato íntegramente digital que presentaba, tuviera un estilo stop motion. La película puede ser entendida por tanto como una fusión de todas las narrativas, estilos y mecánicas tratadas por Lego de una forma u otra desde los años setenta, con esa inequívoca estética, el metalenguaje, el aprovechamiento de las licencias para dar pie a crossovers impensables —Dumbledore y Gandalf en un mismo fotograma, pues claro que sí—, el exquisito conocimiento de estos referentes y todo su significado, los personajes teniendo que aprender a trabajar en equipo y, sí, el chiste del pavo que se queda embobado mirando a una tía buena. Todo esto podía haber bastado para lograr una película estupenda, pero se necesitaba de dos genios como Phil Lord y Chris Miller, finalmente encargados de dirigir, para darle el toque final que la convirtiera en un clásico.
Ya se ha hablado por aquí de por qué Spider-Man: Un nuevo universo es un logro tan excepcional. Y es que, aunque no cuente con Miller al guión, la más reciente adaptación del trepamuros comparte unos rasgos íntimamente relacionados con todo lo que hizo grande La LEGO Película de 2014, y que parten de una cultura pop totalmente asimilada con la cual juguetear y a la que moldear en todo tipo de ideas nuevas, que desembocan tanto en los crossovers mencionados —con la aparición estelar de Milhouse, por el amor de Dios—, como en una relectura del inevitable viaje del héroe en clave de comedia. La genialidad, sin embargo, no está en la inteligencia que late tras todo este ejercicio de posmodernidad —de la que por supuesto va sobrado—, sino en el cuidado de los ingredientes emocionales sobre los que se asienten esta serie de comentarios, pulidos a través del amor extremo que los guionistas sienten hacia estos referentes y, sobre todo, por la historia que están contando y los personajes que la pueblan.
Lord y Miller son unos absolutos expertos en este tipo de encaje de bolillos, y siendo toda Spider-Man: Un nuevo universo un ejemplo idóneo de eso, quizá sea más ilustrativo recordar esa escena de Infiltrados en clase donde, luego de un tiroteo en el que Jenko (Channing Tatum) emulaba a sus héroes policíacos disparando como una máquina de matar, se iba corriendo con Schimdt (Jonah Hill) y ante sus comentarios de admiración no acertaba a hacer otra cosa que potar, mareado y traumatizado por lo que acababa de hacer. ¿Gracioso? Sin duda. ¿Emotivo? Por supuesto, y de una forma doblemente impactante al proceder de un artefacto donde primaba inicialmente la vasta cultura del que caza las referencias al vuelo, antes que el genuino interés por unos personajes que, gracias a este tipo de secuencias, de pronto parecían vivos, parecían personas.
Esto es exactamente lo que hace grande a La LEGO Película, aunque aquí el cauce metarreferencial sea mucho más complicado de asimilar cuando, tras aprender a querer a Emmet como a un mejor amigo, el guión se marque esa memorable pirueta y resulte que, desde el comienzo, el film no era otra cosa que la historia de un padre (Will Ferrell) y un hijo llamado Finn (Jadon Sand) con ciertos problemas de comunicación. Por supuesto, este giro acaba de convertir a La LEGO Película, también, en una de las publicidades más sobreelaboradas de la historia, pero el guión es tan hábil que, al no dejar de asociar su conflicto con la defensa de la creatividad por encima de cualquier restricción —y que hasta ahora se ha querido definir como un modo de combatir la distopía capitalista de MegaPresi, llamado President Business en la versión original—, consigue redondear la propuesta puramente emocional del film, y lograr que llores, que te alegres de ver a Will Ferrell y a su vástago construyendo juntos y, por supuesto, que quieras comprarte todos los sets de Lego del mundo mundial.
Lo que se dice una jugada maestra.
Recomponiendo las piezas
La LEGO Película obtuvo tanto una excelente recaudación como unas elogiosas críticas a las que no le importaba pasar por alto las contradicciones ideológicas del invento —como voy a tratar de pasar por alto yo, de hecho—, y el efecto que causó en los planes del Lego transmedia fue inmediato. Ya antes de que se estrenara la película de Lord y Miller, la empresa había empezado a afianzar sus tentáculos en torno a todas las licencias que pudiera, prosiguiendo su idilio con DC, guiñándole un ojo a su eterno competidor en el cortometraje Lego Marvel Super Heroes: Maximum Overload (2014), y lanzando una serie de episodios de Star Wars dentro del conjunto de Las crónicas de Yoda.
Todas estas obras estaban destinadas al mercado doméstico o directamente a la televisión, así como compartían el tono infantil de Clutch Powers y asociados, pero la relevancia de La LEGO Película se hizo notar incluso en productos tan cuadriculados y pendientes de abaratar costes como éstos. En 2016 Rick Morales, poco después de haberle puesto su firma a la entrañable Batman: El regreso de los cruzados enmascarados, dirigió Lego Scooby Doo! Hollywood Encantado dentro de un nutrido catálogo de películas directas a DVD protagonizadas por el perro de Hanna Barbera. La novedad, por supuesto, radicaba en que esta vez sus personajes y el escenario estaban hechos de Lego, pero de un Lego post-La Lego Película, lo cual quería decir que sus guionistas tenían libertad para ponerse todo lo meta que quisieran.
Así, Hollywood Encantado supone una traducción literal de los episodios clásicos pasada a bloques —manteniendo sus inmortales efectos de sonido y el carácter de los protagonistas—, pero pagando el peaje que éstos ya parecen exigir transcurrido el 2014, y convirtiéndose por tanto en otro artefacto autoconsciente. Chistes canónicos como el de la resolución de la identidad del villano son sistemáticamente saboteados —en uno de ellos de hecho se llega a desenroscar sin querer la cabeza del susodicho porque claro, ¡son figuras de Lego!—, y gran parte de la trama se ofrece como un homenaje a los monstruos de la Universal y al Hollywood clásico “que fue construido ladrillo a ladrillo por películas de este tipo”, según nos cuenta una visionaria Velma, que también opina que “lo más terrorífico con lo que nos podemos encontrar aquí son las secuelas”, y sobre el final decide que pueden desarrollar una estupenda película found footage con las grabaciones de las cámaras de vigilancia.
Phil Lord, Chris Miller y los suyos habían creado una nueva forma de entender Lego y las narrativas que debían emanar de la marca, y esta forma pugnó por hacerse asfixiante nada más llegar el siguiente film destinado al cine: Batman: La LEGO Película, dirigida esta vez por Chris McKay y sirviendo de spin-off de La LEGO Película a costa de su particular Batman, que anteriormente desempeñaba un papel secundario. Esta versión del Caballero Oscuro, como no podía ser de otra manera, era una vacilona, exagerada y nacida a rebufo tanto de los memes como de de varias décadas de adaptaciones en diversos medios, de forma que —aunque no tuviera coherencia dramática alguna— en el film resultante se pudieran hacer chistes de Tim Burton, de pezones y de, por supuesto, mallas sesenteras de colorines.
No obstante, los guionistas de este nuevo film fallaron allá donde Lord y Miller consiguieran coronarse, y el intento de darle humanidad a Batman se redujo a una trama paternofilial demasiado evidente —por más divertido que fuera ver a un Robin doblado por Michael Cera—, y a un machacón mensaje familiar que te recitaban de mil y una maneras, logrando que el Bruce Wayne de Will Arnett acabara siendo casi tan brasas como el de Christian Bale.
Lo curioso es que la estrategia es idéntica a la que luego siguió el mismo Lord a la hora de plantear Spider-Man: Un nuevo universo, y vistas una frente a la otra casi se puede percibir Batman: La LEGO Película como un ensayo de ésta. Se identifican a la perfección, de hecho, cuáles fueron las decisiones concretas que acabaron dando forma a un producto tan decepcionante, y lo limitado de las ideas absurdamente geniales empleadas, como aquélla que sacaba de la Zona Fantasma a todo tipo de villanos pertenecientes a otras sagas o películas —de Voldemort al Ojo de Sauron de El señor de los anillos—, para ser eclipsada por el empeño del Joker en que Batman confesara que era importante para él.
Esta dualidad entre retranca y sensiblería fue mucho mejor llevada en La LEGO Ninjago Película (Charlie Bean, Paul Fisher y Bob Logan), estrenada el mismo 2017 con la intención tanto de adaptar al cine la exitosa serie de televisión que llevaba en el aire seis años como de acoplar dentro de ella el estilo de La LEGO Película que tantos aplausos recibía por parte del público. Así, el nuevo film retorcía la historia ya considerablemente avanzada del show televisivo para reducirla a sus más básicas esencias, y dibujaba a partir de ellas una serie de elementos humorísticos más o menos sofisticados. El concepto, sin embargo, aquí estaba mucho más apegado a su génesis, de forma que La LEGO Ninjago Película era una obra mucho más infantil que sus precedentes pero igual de inteligente que todas ellas, y prueba de ello es una de las primeras escenas del film.
Ésta encuentra a Lloyd, el protagonista, recibiendo una llamada por error de su padre Garmadon poco antes de que éste se lance a arrasar Ninjago y, en directa consecuencia, a un nuevo enfrentamiento con el Ninja Verde. La conversación resultante es incómoda no sólo porque Garmadon abandonó a su familia hace años, sino porque Lloyd en realidad es el mismo Ninja Verde, y ha de defender como buenamente pueda su identidad secreta. Una situación en sí misma graciosa, e incluso humana, de la que ni siquiera es necesario contar con el referente de la dinámica Darth Vader/ Luke Skywalker —tomado a gloriosa solfa durante toda la película— para disfrutar en toda su amplitud.
Es la tónica general de La LEGO Ninjago Película, que absorbe con cuidado los detalles más efectivos de la anterior LEGO Película y defiende una propuesta en la que el espectador no necesita saber quién es Jackie Chan (que realiza un cameo de cierta importancia), ni tampoco entender exactamente por qué la gran amenaza es un gigantesco gato live action (idea que proviene directamente del giro Ferrell acaecido en el desenlace del film fundacional), para disfrutarlo todo furiosamente. Al final, Ninjago certifica que el potaje posmoderno no lleva a ningún sitio si no va asociado con un drama bien construido, y se apresura a adoptar la doctrina Lord/Miller justo a tiempo para no caer en el pequeño desastre de Batman: La LEGO Película. Y de ahí sólo podíamos ir para arriba.
La tragedia de Rex Dangervest
(A partir de aquí, ligeros spoilers de La LEGO Película 2)
Las cosas no pintaban demasiado bien para la continuación directa de La LEGO Película. El cliffhanger con el que se cerraba la obra de Lord y Miller se centraba en la invasión de los Duplo (los juguetes de la hermana de Finn) al mundo de Emmet, y hacía presagiar lo que los mismos guionistas no tardaron en confirmar: que esta secuela se centraría en cómo juegan las niñas frente a cómo juegan los niños.
Dado que una maquinaria imparable y voraz como Lego no parecía muy dispuesta a tratar condicionamientos de género y jardines relacionados, era fácil creer que no estarían a la altura, y más si Lord y Miller se bajaban del barco. Pues en efecto, ambos rechazaron dirigir aduciendo que tenían que encargarse de Han Solo: Una historia de Star Wars —sólo para ser despedidos después—, limitándose a firmar rápido un libreto y someterlo a la reescritura de Raphael Bob-Waksberg, uno de los genios tras BoJack Horseman al que, sin embargo, parecía haberle tocado tratar de salvar los restos del naufragio. Pero, por suerte, no ha sido así.
La LEGO Película 2 es una dignísima segunda parte que, contrariamente a lo que hubiera sido más fácil y menos insensato —sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias de su producción—, se arriesga a apuntalar el discurso de la película anterior y a complementarlo con nuevos y efectivos elementos. Unos que, por suerte, no se centran tanto en el alegre machismo con el que las empresas jugueteras —y entre ellas la propia Lego, como demuestra su línea de juguetes Lego Friends y las películas y series derivadas— delimitan el alcance de sus productos según el género. También se recurre al consabido eje emocional que esquiva estas problemáticas ramificaciones y permite que al final lo importante, más que a lo que jueguen tanto Finn como su hermana Bianca (Brooklynn Prince, volviendo a robarnos el corazón tras The Florida project), sea el hecho de que jueguen juntos.
La película que han dirigido Mike Mitchell y Trisha Gum esquiva habilidosamente y durante la mayor parte de sus tramos —pifiándola puntualmente con chistes rancios de vampiros adolescentes o enlaces matrimoniales como única forma de consumar la alianza— cualquier tipo de referencia contemporánea que le pueda descuadrar el discurso, pero eso no significa tampoco que se haya refugiado cobardemente en lo feel good. A La LEGO Película 2 no le faltan arrestos para identificar claramente un adversario que obstaculice la saludable relación de Finn con su hermana, y éste no es otro que la masculinidad tóxica, representada en ese Rex Dangervest que, por supuesto, no podría ser más molón con ese corte de pelo y esa máquina del tiempo pilotada por velocirraptores, pero que está tan absorbido por unas agotadoras expectativas de dureza, madurez y arrogancia que se revela como un villano con tanto impacto, si no más, como Will Ferrell y su MegaMalo.
Éstos son los nuevos elementos que podemos encontrar en La LEGO Película 2, y los mismos que permiten hacer de ella otra obra clave de la animación de los últimos años. Y, por supuesto, éstos también van acompañados del previsible caudal metarreferencial que ahora, y para alegría de cualquier espectador con dos dedos de frente, se combina en ciertos compases con el musical humorístico, y la potencia que puede tener el concepto de Todo es fabuloso como punto de partida para hablar de hacerse mayor y asimilar la tristeza como parte indivisible de la vida. Podría decirse, en efecto, que en su habilidad para empatizar con el público y psicoanalizarlo atendiendo a sus referentes, Lego se está equiparando con fuerza a Pixar, pero ya que la empresa fundada hace más de un siglo ha vendido muchos más juguetes, es fácil erigir directamente a un ganador.