Acaba de llegar a nuestras pantallas Wilson, la conversión al cine de una de las últimas novelas gráficas de éxito del dibujante y escritor de tebeos Daniel Clowes. Como en otras ocasiones, el propio autor firma el guion de la que es su tercera adaptación hasta la fecha. Una nominación al Óscar, influencias en otros autores de cine indie y un universo alternativo a su obra en papel que va tomando forma película a película. Bienvenidos al mundo en movimiento del mejor creador de cómics actual.
“Creo en el poder transformador del cine. Sólo a través de esta experiencia de sueño compartido podemos trascender las minucias opresivas de la existencia cotidiana y encontrar alguna conexión espiritual en la mucho más profunda realidad de nuestro deseo mutuo.»
Daniel Clowes
No hace falta explicar por qué Clowes es una estrella en el mundo de los cómics. Su prolífica carrera, que comenzó en la segunda mitad de la década de 1980, acumula montones de historietas, colaboraciones, obras completas, ilustraciones y tiras serializadas. Su mundo de viñetas es vasto y se mueve entre la ciencia-ficción retro, el noir surrealista, el thriller onírico, el oscuro drama de personajes, la comedia ácida y descacharrantes manifiestos misántropos. No es fácil catalogar su trabajo bajo una misma etiqueta, y mucho menos, por supuesto, adaptarlo. Habría que rogar a algún dios primigenio para que David Lynch se atreviera con Como un guante de seda forjado en hierro (1993), David Fincher con David Boring (2000) o James Gunn con El rayo mortal (2004-2011), pero ese tipo de historias, por el momento, no han tenido cabida en su universo cinematográfico.
Es su vertiente más humana, más dramática, sarcástica y cómica la que ha tenido mejor representación en la pantalla grande. En cierta manera, su mejor adaptación no es ninguna de sus adaptaciones. No por casualidad, el autor hizo una ilustración para el poster de la película Happiness (1998). La segunda obra de Todd Solondz es lo que debería aparecer como primera entrada en google al teclear “comedia corrosiva”. Nadie ha sabido captar como él la salvaje psicología sociopática de cómics como Pussey! (1989) o la tristeza aterradora y amarga de Caricatura (1998) con tan mala hostia.
Pero centrémonos en lo que hay. Las visiones de vocación indie que mejor podían cuadrar con planes de distribución menos suicidas. No hemos incluido The Origin of Atherton (2007), un corto que adapta parte del cómic El rayo mortal, por completa falta de información o manera de acceder al mismo, ni tampoco se incluye HowardCantour.com (2012) de Shia LaBeouf, por no ser una adaptación oficial, sino, como es sabido por todo Cannes (el tipo tuvo bemoles de presentarlo allí) un plagio de la historieta Justin M. Damiano publicada en la antología The Book of Other People (2008), por el que el actor se disculpó públicamente.
Ghost World (2001)
La muerte de los noventa, la década vacía, tuvo como una de sus primeras consecuencias el florecimiento de una sensación de decepción generacional en la que el grunge, el cine independiente, las referencias pop y la música alternativa dejó de ser una moda inconsciente para revelarse como una forma de vida embuchada, empaquetada y puesta en circulación por el sistema. En el albor de esa era, Clowes creó en el clásico de culto Ghost World uno de sus trabajos más inusuales, puesto que mostraba una faceta relativamente cándida en su representación de la adolescencia. A través de Enid Coleslaw y Rebecca Doppelmeyer, dos chicas marginales y fuera de onda, el autor redefinió el concepto de rebeldía el mismo año que se puso de moda el peinado estilo Amélie (2001) y cayeron las torres gemelas. El autor se alió para escribir el guion junto a Terry Zwigoff, el creador del popular documental sobre Robert Crumb, y su esfuerzo obtendría una nominación al Oscar al mejor guion adaptado.
No se puede decir que la película arrasara (apenas llegó a cubrir el presupuesto), pero sí que ayudó a que el nombre de Clowes sonara mucho y hubiera cierto interés por el mundo de las novelas gráficas. El cómic se estaba haciendo literatura y el movimiento dio paso incluso a una adaptación de American Splendor (2003) que tuvo más resonancia en circuitos más culteranos al prescindir del factor adolescente. Lo cierto es que Ghost World conseguía ser emocionalmente efectiva, un sucesor espiritual de El club de los cinco (1985) o Mallrats (1995) en cuanto a su retrato de las actitudes de la cultura pop, la alienación y el malestar de los adolescentes en el momento exacto de la explosión de Internet, previos al gran crack económico que los convertiría en generación perdida.
Al mismo tiempo, el guion de Clowes trata de buscar su voz cinematográfica, suaviza muchos aspectos y crea subtramas sobre viñetas elongadas para la ocasión. La relación de Enid con un cuarentón aburrido y pasota (gran Steve Buscemi) está bien integrada en la historia pero no puede dejar de percibirse como un añadido algo forzado, que va dando pistas de la mayor problemática de todas las adaptaciones por venir: las tramas. La cohesión narrativa funciona cuando se establece un ritmo interno de viñetas secuenciadas, pero el atasco de los nudos del tercer acto acaba presentando dificultades. Tampoco ayuda que los proyectos sean, por lo general, aventuras de presupuesto ajustado sin demasiado interés en trasladar el peso visual del estilo de los cómics al formato cinematográfico. Pese a todo, es un acercamiento recomendable al espíritu cáustico del dibujante.
El arte de estrangular (2006)
Clowes vuelve a aliarse con Terry Zigoff e intentan repetir éxito creativo con una extensión lógica del mundo adolescente disfuncional de la anterior, contando la historia de un joven artista en la escuela de artes posterior al instituto. Como si uno de los amigos raros de Enid y Rebeca tuviera un spin-off, El arte de estrangular narra las desventuras de un dibujante más o menos normalito dentro de un mundo de aspirantes a pintores sin talento, snobs y demás fauna del mundillo vocacional. Basándose en una de las mejores historietas cortas publicadas en su revista Bola Ocho (1989- 2004), Art School Confidential, Clowes elabora una historia larga y muy accidentada. Deriva un tema de su vertiente más sarcástica y social hacia el cine negro, como si fuera una versión paródica de Brick (2005) mostrando una cara de algunos de sus primeros cómics que no acaba de cuajar con su vis más cómica.
El resultado es que durante la mayor parte del tiempo hay una serie de viñetas bastante brillantes, con la vertiente más misantrópica del autor, que ridiculizan las némesis de sus creadores, pero que no acaba de encontrarse a sí misma, hasta derivar en un desenlace algo enrevesado y sin el mismo interés que despertaban sus brillantes líneas sardónicas del inicio. No son los terceros actos los fuertes de la pareja creativa y es por ello que, pese a su facilidad para los diálogos fluidos, no consiguen sustituir el vacío que dejan al abandonar el formato y, de nuevo, tropieza a la hora de concluir un gran texto. Por supuesto, carece de la emotividad y sensibilidad de Ghost World, pero si su mezcla de géneros no estuviera tan enfrentada con su propia naturaleza indie podría haber funcionado. Con todo, la actitud del proyecto es oro puro para cualquier seguidor de Fantagraphics y cía.
David Goldberg (2011)
Este pequeño corto, introducido por Jena Malone, adapta unas cuantas páginas de la novela gráfica Ice Haven (2005). En concreto, las primeras, en las que se explica quién es el personaje del título y una pequeña secuencia de tiras con las andanzas de un par de amigos, uno de ellos un pequeño psicópata en potencia. No hay demasiado que reseñar en cuanto a que la adaptación traslada los diálogos casi viñeta a viñeta, pero al menos Ione Skye trata de captar el estilo sincopado de la narración típica de la mayoría de cómics del de Chicago y hace un esfuerzo por imitar el estilo visual. En cierto modo, es la adaptación más exitosa del grupo.
Wilson (2016)
La buena relación en el mundo del largometraje con el director de Ghost World ha conocido su fin, de momento, con la aparición de Craig Johnson, un joven director indie que parece entender bien el espíritu de Clowes. El dibujante se encarga aquí del guion él solo, con resultados algo más sólidos de lo habitual y adapta Wilson (2010), una novela gráfica a base de historietas de una página, a modo de tiras de periódico que van hilando una historia, más o menos fácil de seguir, pero siempre supeditada al efecto del corte de mangas final en la última viñeta de cada uno de esos pequeños capítulos. De esta forma, el medio cinematográfico impone abrillantar esa capacidad cohesiva de la historia para crear una experiencia completa en una hora y media.
Wilson fue una novela gráfica que sorprendió por su tono de humor costumbrista, en una época en la que Clowes se adentraba en obras más complejas a nivel narrativo. No obstante, su mirada convertía una comedia negra en sitcom depresiva por su formato. No tendría una mala salida como serie de animación. Es fácil imaginar a un personaje dibujado por los creadores de Bojack Horseman (2014-), compitiendo con Wilson para ver quién es más capullo. Pero la versión cinematográfica no es precisamente un producto libre y marginal. Distribuye Fox y sirve como producto-vehículo para Woody Harrelson, quien trata de salirse de los moldes de sus caricaturas habituales y encarna a una fantástica recreación del personaje que puebla las viñetas de la novela gráfica. Los escépticos pueden respirar tranquilos, puesto que el guion del propio Clowes trata de captar a máximo la trama y el espíritu incómodo del cómic. Y sí, en ese aspecto no se le puede poner mayores pegas que la falta de fluidez: le es difícil vencer el tono episódico del relato y al unirlo en una trama compacta que deje todo claro en su conclusión.
Casi irremediablemente, hay un cierto lavado en la crueldad habitual hacia sus personajes, en parte por el hecho de que muchos de los cortes finales contribuían a darle un tono muchísimo más subversivo al material en cuatricomía. Aquí, al estar integrados en secuencias o diálogos más elaborados resultan menos impactantes. Pero es hacia el final en dónde se deja notar que Clowes ha aflojado la acidez de la tinta en la pluma. El proceso cinematográfico edulcora las conclusiones para un ser despreciable porque es consciente de que, en su patetismo, ha ido conquistando al espectador frase incómoda tras frase incómoda y por ello, su tercer acto es una coda agridulce que muestra a un Clowes evolucionado y maduro. El efecto general es el de estar viendo una comedia negra indie de los noventa, un regreso suave a Happiness. Da la impresión de estar viendo una obra de un Todd Solondz adocenado que pasa a ser un Alexander Payne cabreado con el mundo. A los espectadores no familiarizados con el cómic les parecerá una especie de peli hermana a St. Vincent (2014) de Theodore Melfi.
Para nada es una mala adaptación, suma en cuanto a la fantástica caracterización de Harrelson, la siempre perfecta Laura Dern y en general, su notable dirección de actores, algo no tan evidente en el resto de adaptaciones. Pero clava una nueva espinita en el espectador que presencia cómo un nuevo director no aplica un tempo narrativo que cree el efecto de los diálogos de la forma en la que fluyen en sus cómics. Y es que en relación al mundo de Daniel Clowes en 35 mm, aún falta un director con capacidad para mostrar el eco de sus expresiones caricaturescas mirando al lector, la frialdad estéril de sus viñetas. Nombres como Jarmush o el propio Solondz se vienen a la cabeza, pero aun así, su mundo de color nos exige a un director con más capacidad para conectar con el universo visual del papel. Ahora, parece que Clowes trabaja en un tratamiento para llevar su volumen Paciencia (2016) al cine y no se a ustedes, pero a uno solo se le ocurre el nombre de Nacho Vigalondo para llevar un proyecto retuercementes como ese a la pantalla.
Lo de los 90 » la década vacía» lo será para ti, millenial de los cojones.