Dos novelas de género posapocalíptico editadas al unísono por Gigamesh ofrecen una doble aproximación al género: la de un recuperado clásico de 1949 como ‘La tierra permanece y la descarnada perspectiva desde el hoy más inmediato de Apocalipsis suave. Las analizamos y comparamos aquí.
Toda sociedad genera sus propios monstruos y con ellos alimenta ficciones de horror que no son más que la expresión de los miedos colectivos. A partir de esa certeza, no es arriesgado señalar el fin de nuestra civilización y la supervivencia posapocalíptica como el gran tema del fantástico contemporáneo. Al unísono y bajo el sello editorial de Gigamesh han aparecido dos novelas cuyo contraste y lectura paralela resulta sugerente por múltiples razones. Una es La tierra permanece de George R. Stewart, escrita en 1949 y, por tanto, pionera en la materia además de descomunal clásico de necesaria reivindicación. Apocalipsis suave de Will McIntosh es la otra, y sus páginas cargadas de desazón describen un derrumbe social lento y definitivo que no sabemos si ha comenzado o no, pero sin duda es nuestro miedo.
Pese a contar con cinco distintas ediciones a cargo de Minotauro (la primera en 1962, la última en 2004) y estar considerada una de las cumbres de la ciencia-ficción, La tierra permanece tiene aquí algo de clásico extrañamente arrinconado. Por eso es una buena noticia que Gigamesh apueste por volver a publicarla con una nueva traducción, pues es de esa clase de obras que nunca deberían quedar descatalogadas. Respecto a su inmerecido lugar entre nosotros (pero no en EEUU), podría deberse a que forma parte de esos títulos que, como 1984 o Un mundo feliz, el canon literario viejuno colocaba al margen del género precisamente por su calidad literaria, un razonamiento lleno de prejuicios pero hoy bastante superado. También influye que sea la única novela de anticipación escrita por George S. Stewart, un autor más dado al ensayo geográfico, etnográfico y/o las ciencias naturales.
Además de ser una lectura enorme y adictiva, imbuida de una lírica muy personal, la novela tiene el mérito de ser una de las primeras en tratar el tema de la supervivencia tras el apocalipsis con perspectiva contemporánea. Ese rasgo pionero la enriquece con una aproximación muy pura y libre de influencias dentro de un subgénero cuyo paisaje imaginario está ya muy codificado. De hecho, algunas constantes parten de sus páginas y si remite a alguna obra concreta es a Robinson Crusoe en un primer tercio marcado por la soledad del protagonista.
A Stewart no le interesa explicar qué ha pasado, tampoco su personaje puede saberlo, pero sí el periplo del personaje en busca de otros que, como él, han sobrevivido a una enfermedad que con rapidez ha exterminado a la raza humana casi por entero pero dejando intacto un legado de progreso sin continuidad posible. Serán la naturaleza y el paso del tiempo quienes lo derriben por completo, algo que se va describiendo en pequeños paréntesis intercalados en el relato. Más adelante, cuando la novela llega al punto de narrar las desventuras de una reducida comunidad humana, aislada pero no única, la novela plantea cuestiones como el regreso de la religión ante el fin de la razón científica o, y eso es todo un acierto, la decadencia del ser humano convertido en carroñero de lo que queda de un pasado cuyos recursos tienen fecha de caducidad. Otro aspecto que llama la atención es que apenas se aborda la cuestión, clásica en el género, del hombre como principal enemigo del hombre, y cuando lo hace esta desprovista de esa violencia a la que ya nos hemos acostumbrado.
Tras una obra maestra como La tierra permanece, que además se conserva poderosa en su lectura, dar paso a Apocalipsis suave resulta muy injusto por buena e interesante que esta sea, que lo es. Escrita en 2011 por Will McIntosh, doctor en psicología social, no muestra ambición de trascendencia, es hija de un tiempo con miedos diferentes a los de 1949 -con el recuerdo reciente de la bomba atómica y una guerra fría aún muy incipiente- y acumula a sus espaldas todo lo que el subgénero ha dado de sí durante décadas, que es mucho. De hecho, su tema es otro. No se trata de explicar qué pasa tras el holocausto de nuestra civilización sino de cómo se llega a este o, mejor, de una crónica de sus últimos días en la tradición de la ciencia-ficción que plantea un futuro a la vuelta de la esquina.
La crisis económica y la fatalidad que instaurada en nuestro subconsciente colectivo ha dejado claro que el apocalipsis no será un espectáculo blockbuster firmado por Roland Emmerich sino que más bien se parecerá a una película de Ken Loach y, sobre todo, irá tan despacio que probablemente no nos demos cuenta hasta que sea inevitable. El primer gran acierto de McIntosh es tomar ese punto de partida extirpando de su relato el típico big bang fulgurante. Evitar que ese planteamiento alrededor de una debacle parsimoniosa, cuyos personajes apenas intuyen, haga de su novela una lectura lenta y sin ritmo es el segundo acierto. La solución es proponer saltos en el tiempo en la vida de sus protagonistas, elipsis de meses o años para recorrer una década que va de 2023 a 2033, un recurso efectivo que permite ver cómo la situación ha ido cambiando a peor.
Con un inicial paisaje de crisis económica y decadencia social, donde los cada vez más numerosos desahuciados, sin techo ni trabajo, van formando colectividades nómadas, veremos crecer la desigualdad, cómo los que aún conservan un estatus social de clase media se vuelven cada vez más reaccionarios y proteccionistas mientras crecen las economías alternativas y, poco a poco, va estallando la violencia, primero con grupos de filosofía nihilista y luego con terrorismo hacker, ecológico y biopunk. Todo en un contexto donde la gente sigue teniendo telefonía móvil, chats de citas, fiestas y estrellas pop surgidas de Youtube y no porque estén ciegos, sino porque el caos y la necesidad lúdica del ser humano no están reñidas. Se trata de ir tirando, de intentar pasar un buen rato aunque cada vez sea más difícil o arriesgado porque, en cierta forma, se sabe que el “No Future” no fue lema sino profecía punk. La línea editorial de Gigamesh siempre ha prestado especial atención a la ciencia-ficción con contenido político, social y/o económico: El jinete de la onda del shock de Frank Brunner o Leyes de mercado de Richard Morgan son buenos ejemplos a los que se suma ahora Apocalipsis suave, que tiene aire a relato de Warren Ellis y un demoledor e impactante tramo final.