El director catalán Carlos Marqués-Marcet ha logrado el reconocimiento con sus tres primeros largometrajes. El estreno de Los días que vendrán cierra una trilogía que comenzó con 10.000 KM y Tierra firme y con la que ha explorado las nuevas formas de entender la pareja en el presente, mostrando relaciones que ya no son el terreno de certezas y seguridad que eran en el pasado.
Ahora que Julia Roberts y Hugh Grant solo podrían salir juntos en pantalla en un episodio de Black Mirror, es el momento de preguntarse qué ha pasado con las comedias románticas. Mejor dicho: qué ha pasado con el amor en el cine. Los nuevos tipos de relaciones han sido claramente reflejadas en las ficciones audiovisuales contemporáneas, en un viraje que va de la idealización al rechazo.
A lo máximo a lo que se podría aspirar hoy en día es a un romance virtual, siendo Joaquin Phoenix en Her (2013) el mejor representante de la tinderización amorosa. En el presente, la pareja es entendida como un imperativo, algo que deja claro Yorgos Lanthimos en Langosta (2015). O nos enamoramos o nos convertimos en un animal. O nos enamoramos o nos vamos al bosque a vivir con otras almas solitarias. El amor ha quedado reducido a un mito creado por el propio cine. Solo quedan relaciones que fluctúan entre la defensa de la individualidad y la incapacidad de compromiso.
El espacio físico y simbólico que suponían la pareja o el matrimonio durante la modernidad se ha marchitado. En la actualidad, esos mismos espacios se entienden como un lugar para la búsqueda del yo, un lugar en el que no se cede la individualidad ni se prestan los cuidados afectivos necesarios. La destrucción del mito del amor romántico ha llevado a la consolidación del manido término baumaniano de amores líquidos, concepto en el que se engloban todas la relaciones intermitentes, a distancia, destructivas, dañinas, fallidas. El amor ya no resuelve los conflictos, es un nuevo campo de batalla.

Toda esa inestabilidad se ve reflejada en una serie de obras, y el cine español es un marco en el que también se ha exhibido esa crisis de las relaciones tradicionales. Una de las mejores ilustraciones de este conflicto ha sido realizada por Carlos Marqués-Marcet en su Trilogía de la Pareja, concluida recientemente con el estreno de Los días que vendrán (2019), película ganadora de la Biznaga de Oro a mejor película en el Festival de Málaga. De ella también forman parte 10.000 KM (2014) y Tierra firme (2017).
«Nos pareció el cierre natural a una trilogía accidental en la que, desde 2014, hemos intentado reflexionar sobre la dificultad de una vida en común en el marco de una sociedad obsesionada con la búsqueda de la felicidad personal«, explicó el director barcelonés. «Pero esta vez no se trataba de hacer una película a partir del recuerdo de una experiencia pasada (como hicimos en 10.000 KM) ni de una anticipación sobre el futuro (como estábamos haciendo en Tierra firme), sino a partir de la documentación de un presente inmediato. Y esta vez existían imperativos temporales: si todo iba bien el bebé nacería en nueve meses, así que no tuvimos otro remedio que ponernos manos a la obra inmediatamente».

Esta necesidad de grabar se debe a que la pareja protagonista de Los días que vendrán − también pareja en la vida real−, María Rodríguez Soto y David Verdaguer, conocieron la noticia del embarazo durante el rodaje de Tierra firme. Verdaguer, actor predilecto de Marqués-Marcet, estaba en Londres en ese momento preparando su papel. Cuando el director se enteró de la noticia, nació en él el germen de este tercer film, que ha registrado el embarazo en tiempo real, aunque ficcionando las vidas de los personajes que aparecen en la historia.
Carlos Marqués-Marcet, que antes de empezar esta trilogía ya había rodado un puñado de cortometrajes y el documental De Pizarros y Atahualpas (2009), se enfrentó con 10.000 KM a su primer largo de ficción. En él se habla sobre la imposibilidad de mantener una relación mediada por la tecnología. Esta cinta, con la que ganó el Goya a mejor dirección novel y su primera Biznaga de Oro, cuenta la historia de Alex (Natalia Tena) y Sergi (David Verdaguer) una pareja de Barcelona que está pensando en tener un hijo hasta que ella recibe una beca y tiene que irse a vivir a Estados Unidos durante un año.
Las habitaciones conectadas, en este caso entre Los Ángeles y Barcelona, no evitan que la relación se vaya erosionando. Las interfaces y los esfuerzos cotidianos no sirven para paliar la distancia. La escena final de 10.000 KM es una muestra de su incapacidad para volver a relacionarse, aunque sea físicamente. «La película traduce bien la falacia de la relación tecnológica que impone una falsa presencia, una complejidad puramente formal (vinculada al medio). Se plantea entonces la cuestión del espacio (físico y simbólico): espacio de realización personal, que necesita Alex y ha ido a buscar fuera, espacio deshabitado en el que se ha quedado Sergi, lugar de vacío y de carencia, carencia acentuada por la creación de otro espacio físico, material, que habita exclusivamente ella«, analiza Gérard Imbert en su libro Crisis de valores en el cine posmoderno (2019).
La segunda cinta de este tríptico, Tierra firme, ahonda en la idea de la pareja contemporánea como algo inestable. Igual que el barco en el que vive la pareja protagonista −formada por Eva (Oona Chaplin) y Kat (Natalia Tena)− su amor se tambalea sobre las aguas del Támesis cuando la primera decide que quiere quedarse embarazada. Por su parte, Kat quiere que todo siga igual. Es con la llegada de Roger (David Verdaguer) a Londres, en el que Eva ve a un potencial donante, cuando las diferencias entre ambas se acentúan. Así, en Tierra firme no solo se habla del fin de la estabilidad de la pareja, también se muestra sin estridencias que la heteronormatividad no es el único modelo válido de relación.
La lucha por la individualidad y la imposición del yo es la causa de que los proyectos vitales se distancien. El miedo al compromiso y la incapacidad para aceptar un modelo de vida que no es el propio son representados en esta cinta. Esta asimetría, que surge cuando una de las personas de la pareja quiere tener descendencia y la otra no, ya estaba presente en 10.000 KM. De nuevo Marqués-Marcet habla de la incapacidad de ceder nuestra individualidad en una sociedad que enseña que la autorrealización es lo más importante para alcanzar la felicidad.
Tras estas dos cintas, esta trilogía se ha cerrado con Los días que vendrán. Si en las dos obras anteriores se hablaba de la posibilidad de ser padres, en esta Lluís (David Verdaguer) y Vir (María Rodríguez Soto) van a serlo. Aunque apenas hace un año que se conocen, aunque el embarazo haya sido un accidente. Esta decisión, que podría querer contradecir las mismas cuestiones de las otras dos películas, acaba siendo una muestra nítida de los mismos problemas: la individualidad y la lucha por imponer una forma de vida.
Porque la llegada de un hijo pueda ser todo lo bella y poética que quiera, pero no va a evitar los mismos conflictos. Decidir el nombre del bebé, escuela pública o privada, el dinero, el trabajo que elegimos para pagar las facturas, parto natural o cesárea. Todas las decisiones son batallas en las que se lucha por imponer una visión del mundo sobre la otra. Aun así, a pesar de todas las dudas sobre el amor, en el cierre de este film el director catalán abre un hueco a la esperanza gracias al nacimiento de la hija. Si no es posible esforzarse por el otro, al menos que sea por el ser humano que traemos al mundo.
Con estas tres obras, Carlos Marqués-Marcet ha representado un dilema generacional: la aceptación de la pareja como algo inseguro y, por tanto, el fin del amor eterno. En un momento en el que todos los ideales que parecían estables se van disolviendo, las relaciones no podían ser menos.