¿Y de qué hablamos con eso del chaqueterismo ilustrado? Pues de la habilidad que tienen Bobby Gillespie y sus socios para dar arriesgados saltos estilísticos saliendo indemnes del entuerto. En realidad pocas, muy pocas bandas practican este ejercicio de funambulismo con la aparente facilidad con la que juegan a ello Primal Scream.
Porque, efectivamente, para ellos no es más que un juego. Un juego en el que MC5 son tan importantes como Kraftwerk o Augustus Pablo. Donde The Rolling Stones son deidades, del mismo modo que también lo son New Order o The Stooges. En realidad tiene sentido, coges toda la música que te gusta y te sirves de ella para después recrearla con tus propias reglas. En sus manos parece sencillo: ahora me apetece algo más estoniano; en este momento estoy muy metido en el dub; después quiero tirar de techno de estadio…
Al principio fueron los Jesus
Bobby Gillespie mostraba hechuras de rock star desde bien temprano. En la primera mitad de los ochenta se le vio de machaca en bolos de Altered Images. También tocó el bajo en The Wake, venerada banda de culto, para más tarde llevar el peso rítmico de The Jesus and Mary Chain. Con un set de percusión primitivo, claramente inspirado en el que Moe Tucker utilizaba en los días de The Velvet Underground, el bueno de Bobby aporreaba una caja y un timbal, haciendo historia junto a los hermanos Reid. Con estos grabó Psychocandy (1985) –ahí es nada–, pero el crecimiento de los Jesus precisaba de un baterista centrado plenamente en ellos, así que Gillespie declinó continuar con los hermanos, focalizando esfuerzos en su banda, unos aún verdes Primal Scream.
Pese a al poco rodaje, no tardarían en mover ficha. Editaron un par de siete pulgadas a través de Creation, el sello de Alan McGee, amigo escolar de Gillespie. Uno de los cortes incluidos, Velocity girl (1986), formaría parte del histórico casete recopilatorio C-86, sample pop generacional lanzado por el semanario musical NME. Sorprende lo bisoño de esas primeras grabaciones, inspiradas en un jangle pop por el que aún transitarían parcialmente en su elepé debut. Sonic flower groove (1987) contiene buenas canciones pop, pero no les da el empujón que buscan. Tampoco lo acaba de hacer Primal Scream (1989) reválida de título homónimo en la que dejan atrás toda esa candidez pop para adentrarse en las turbias aguas del rock de corte clásico. Resulta cuanto menos imprudente que a sólo dos años vista de su primera referencia en largo y sin apenas reputación, den su primer volantazo, generando no poca discordia entre fans y medios. Primer aviso de lo que sería su carrera.
Cambio de década
Lo cierto es que, lejos de lo que tocaban por aquel entonces los Scream, el contexto cultural y musical del Reino Unido de finales de los ochenta y primeros noventa miraba hacia el acid house, Madchester y todo lo relacionado con el hedonismo ravero. Y es ahí, en las raves, donde la banda encuentra nueva inspiración. Hacen buenas migas con Andrew Weatherall, DJ y productor habitual en este tipo de fiestas. Su nuevo colega rehace I’m losing more than I’ve ever had, medio tiempo con forma de balada rock incluido en su segundo disco y le añade un sugerente beat roto, dándole otro aire a la canción, permitiendo que esta adquiera un registro más propio de la boyante música de baile del momento. Este remix acaba convirtiéndose en Loaded primera piedra de lo que sería su obra cumbre Screamadelica (1991).
Siguiendo las mismas pautas y con la colaboración de The Orb y cómo no, Weatherall llevando la manija en el estudio, la banda registra un trabajo inspirado, bailable, lleno de house y soul, adelantándose a su tiempo. Canciones como Higher than the sun o Come together impulsan un cambio de paradigma a través del cual las cajas de ritmos y los sintetizadores asumen enorme protagonismo. Un clásico contemporáneo aún celebrado.
Cuando parece que por fin han dado con la tecla, llega un nuevo cambio de rasante con Give out but don’t give up (1994) disco de corte sureño y funk con bandera confederada en portada incluida. Vuelven las críticas tibias y el desconcierto, problema menor si lo comparamos con los excesos tóxicos que se ciernen en el seno de la banda. Eso no quita para que entreguen dos de los mayores hits de su carrera, Rocks y Jailbird, eternos pepinazos de rock bailable, rabiosamente estoniano, que serían y son pinchados hasta la saciedad, formando además parte innegociable de su repertorio en directo.
Tras un periodo confuso de tres años en los que no publican material, vuelven a reinventarse. Vanishing Point (1997) primer disco en el que colabora Mani, hasta entonces en los por aquel entonces recién extintos The Stone Roses, les presenta narcóticos, imbuidos en un ambiente de cadencia jamaicana. El álbum homenajea la película de igual título, road movie de los primeros setenta que haría las veces de inspiración conceptual para el disco. Prolijo en samples, empapado de delays, Vanishing point trae a unos Primal Scream inspirados, que amplían su ya de por sí generosa paleta estilística gracias a cortes psicodélicos como Burning wheel, Kowalsky o Star, donde los ecos y el dulce, inconfundible soplo de la melódica del invitado Augustus Pablo ocupan un lugar predominante.
Siglo XXI: Distopía
Y con el nuevo siglo parece que Primal Scream siguen, por primera vez en tres lustros, un patrón evolutivo lógico con el que facilitar las cosas a industria y fans. XTRMNTR (2000) mantiene el extraño toque inquietante de su antecesor, solo que esta vez en lugar de mirar a Jamaica miran hacia un futuro bélico y distópico, en el cual el caos ardiente de The Stooges se funde en la gélida electrónica de The Chemical Brothers. XTRMNTR es, para muchos, tanto o más bueno que Screamadelica. No es para menos: latigazos como Swastika Eyes, Kill all hippies o Accelerator ponen a Bobby y los suyos en la pole de bandas llamadas a liderar el cambio de siglo musical junto con los Radiohead de Kid A (2000). La incorporación de Kevin Shields, cerebro de My Bloody Valentine, como miembro relativamente estable de la banda tanto en estudio como en directo, no hace sino facilitar ese salto hacia las texturas densas y corrosivas que recorren el álbum.
Con Evil heat (2002) mantienen la pulsión caótica en lo que muchos han considerado la versión menor de XTRMNTR, consideración algo injusta si nos atenemos a lo enjundioso de sus canciones. Un listado que va del kraut ensoñador de Autobahn 66 a la recuperación del sonido Detroit/MC5 con la espitosa City. Vale que el anterior es una obra maestra, pero a Evil heat no se le ha concedido el tratamiento que merece su contenido. Como muestra un botón: ahí está Kate Moss ejerciendo de musa en la espectacular relectura de Some velvet morning, clásico sixties del tándem Lee Hazlewood / Nancy Sinatra.
Tras la edición de Evil heat la banda edita Dirty hits (2003), recopilatorio en cuya versión extendida se incluye un disco extra con remezclas. En esos años la banda gira mucho, repasando su carrera en conciertos memorables (como el que les trajo a la edición 2004 del Primavera Sound). Actuaciones incendiarias en las que un Gillespie sobreexcitado da muestras de que los malos hábitos seguían asomando la cabeza.
Vuelve el r’n’r y llega el bajón creativo
Tras un largo silencio editorial, Riot city blues (2006) irrumpe bajo una gran expectación. Hacía tiempo que Primal Scream no rockeaban como en los viejos tiempos, y eso se disponen a hacer. No dudan en aparcar los experimentos electrónicos, enchufar sus amplificadores y escribir unas canciones nutridas por el sabor perecedero de The Who, New York Dolls, Rolling Stones y demás tótems de la vieja guardia del rock and roll más irreverente. El recibimiento es más bien tibio a nivel de prensa; no así entre los fans. Una vez más, la correspondiente gira de presentación del disco les muestra, como cabe esperar, en plenitud de facultades.
Recuperando el tiempo perdido entre Evil heat y Riot city blues, se ponen manos a la obra y en tan solo dos años nos presentan Beautiful future (2008), su obra más irregular en años. Como siempre, hay buenas canciones (Can’t go back, Suicide bomb), pero el conjunto se diluye llegando a hacerse algo pesado, lejos de aportar singles memorables a su retahíla de hits (si acaso Can’t go back, pero muy justito). Cuentan con la colaboración de Lovefoxxx (CSS) en I love to hurt (You love to be hurt).
Esta vez, toca esperar un largo lustro para que More light (2013) vea la luz. Más elaborado y ambicioso, su nuevo y extenso elepé basa sus canciones en largos desarrollos y unas trabajadas texturas. Más inspirados, recuperan elementos de su esencia que andaban algo perdidos, como las canciones de corte acústico adornadas con percusión (River of pain) o aquellos largos, caóticos trances de antaño (2013). Con More light la banda experimenta cambios; Mani vuelve a unos recuperados The Stone Roses, dejando una importante vacante a las cuatro cuerdas. Ésta es cubierta en primer lugar por Debbie Googe (My Bloody Valentine) y en la actualidad por Simone Butler.
Chaosmosis
La previa de su nuevo artefacto vino marcada por un adelanto, Where the light gets in, en el que Gillespie vuelve a establecer dúo vocal con una artista fememina. Tras Kate Moss y Lovefoxxx, el turno es en este caso para Sky Ferreira, controvertida estrella del planeta pop yanqui, no exenta de polémica ni de talento. El resultado de esta unión es un tema de pop electrónico que coquetea con el dance fm, el olvidado electroclash y New Order. De hecho, los autores de Blue monday aparecen también en títulos como 100% or Nothing, donde los coros femeninos recaen esta vez en las hermanas Haim. Aunque este nuevo trabajo no formará de las obras más celebradas de los de Glasgow, sí les brindará una buena excusa para pasear sus nuevas canciones por festivales. Y es que nadie le hará ascos al groove ‘screamadelico’ de Trippin’ on your love. O a la profundidad dramática de I can change, una de las mejores del álbum y, si me apuran, de sus últimos discos.
Quizás la gran noticia es que, tras más de treinta años de carrera artística, con sus (muchas) luces y (menos) sombras, Primal Scream siguen haciendo música interesante e inspirada. Habrá quien diga que sus mejores años ya pasaron y posiblemente esté en lo cierto, pero cuando hablamos de los creadores de Movin’ on up. Burning wheel, Jailbird o la mencionada y más reciente I can change, conviene no precipitarse a la hora de enterrarles. Sin ir más lejos, aquí les tenemos de nuevo con nuevo álbum bajo el brazo y, parece ser, bastante que decir aún.
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