La ucronía, cambiar los acontecimientos históricos al estilo de El hombre en el castillo, es un género político como política es cualquier forma de analizar la Historia. En España se ha cultivado menos de lo que daría de sí el acervo patrio pero más que suficiente para un análisis sobre sus tics, sus virtudes y sus defectos.
La ucronía no es un género neutral. La historia alternativa es siempre política, porque cambiar los acontecimientos implica seleccionar un factor o factores concretos que se consideran decisivos, igual que la bondad de los resultados. Lo habitual, para que haya conflicto y leerlo tenga gracia, es que estas ucronías sean distopías, con la recurrente victoria del Reich en la II Guerra Mundial como máximo exponente. La versión española sería un escenario de victoria republicana en la Guerra Civil con el que se han atrevido hasta documentales -muy sosos, eso sí- de La Sexta.
Juan Ignacio Ferreras proponía en su ensayo La novela de ciencia-ficción (1972) que el género era una suerte de “romanticismo hacia delante”. Si los románticos del XIX idealizaban el pasado decepcionados con el presente, los románticos del XX idealizan el futuro. Aunque restrictiva y con problemas, la definición atañe a la ucronía o el steampunk en tanto la necesidad de volver atrás, la sensación de que algo se hizo mal y que éste está muy lejos de ser el mejor de los mundos posibles. En el caso español las ucronías, girando sobre todo alrededor del Imperio y de la Guerra Civil, más que presentar distopías como la de una Alemania nazi victoriosa, tienden a idealizar lo que pudo haber sido. Aunque, como hablamos de la Guerra Civil, veremos que hay versiones de todo tipo.

Mención especial para Alejandro y las águilas de Roma (2007), de Javier Negrete, que pese a no ser una ucronía sobre la Historia de España es obra de uno de los autores patrios más destacados tanto en fantaciencia como en novela histórica sobre la Antigüedad clásica. El contrafactual de un Alejandro que sobrevive y se acaba enfrentando a Roma ya lo planteaba Tito Livio el siglo I d.c. En el caso de la novela de Negrete, la novela quedó pendiente de una segunda parte que, nos tememos, nunca verá la luz.
El Imperio que nunca existió
Se cita siempre como la primera ucronía española, en la prehistoria de la ciencia-ficción ibérica, Cuatro siglos de buen gobierno (1883), de Nilo María Fabra, que parte de la supervivencia del príncipe Miguel de la Paz, nieto de los Reyes Católicos e hijo de Manuel I de Portugal, que en el mundo real murió siendo un niño. Miguel establece una dinastía de buenos gobernantes y la unión de España y Portugal evoluciona hacia un imperio colonial benévolo y avanzado tecnológica y socialmente hasta la época en que el relato fue escrito, finales del XIX, siendo una versión latina de la Commonwealth y el Imperio Británico.

La misma idea de una monarquía alternativa a Austrias y Borbones la baraja, desde fuera, G K Chesterton, en su artículo Si don Juan de Austria se hubiera casado con la reina María de Escocia, recopilado póstumamente en El hombre común (1950). El título no dejar lugar a dudas, aunque son más fantasías de un católico británico sobre meter en vereda a su herético país y una hegemonía hispano-británica apoyada en la supremacía de la Iglesia romana. El creador del Padre Brown tenía cierta fijación con el hermano bastardo de Felipe II, a quien también retrató en su poema Lepanto (1911). En cualquier caso, tiene la curiosidad de presentar, muy brevemente y a modo de ensayo, un contrafáctico en el que el Imperio español sobrevive y eso es “bueno”… escrito por un inglés.
Ganadora del Minotauro y gloria del steampunk patrio, Danza de tinieblas (2005), de Eduardo Vaquerizo, -junto a sus continuaciones Memorias de tinieblas (2013) y Alba de tinieblas (2018)- parte de la base también de un gobierno de don Juan de Austria tras la muerte accidental de Felipe II. El Imperio sobrevive en los años 20 del siglo XX gracias a haber creado su propia Iglesia con el rey a la cabeza a la manera anglicana y con la tecnología del carbón como dominante. Los judíos forman una pequeña élite administrativa, ya que la Cábala es utilizada como una especie de burocracia informática del Imperio, a la manera de La máquina diferencial (1990), de William Gibson y Bruce Sterling, que también recoge Imperio (2006-2016), la BD ucrónica de Jean-Pierre Péceau e Igor Kordey en la que Napoleón domina la India.

Danza de tinieblas se puede considerar una respuesta castiza a las anglosajonas Pavana (1968), de Keith Roberts, y Britannia conquistada (2002), de Harry Turtledove, ambas presentando una victoria de la Armada Invencible y la ocupación de las islas británicas por parte de Felipe II. La primera, clásico del género, presenta un mundo steampunk en un sentido extenso, pues la victoria española ralentiza el desarrollo de la tecnología. La explicación final de la novela, en la que solo vemos Inglaterra y ninguna otra zona del presunto Imperio español, habla de una alteración de la Historia para impedir la evolución técnica que acaba llevando a un apocalipsis nuclear.
Turtledove, por otro lado, es el rey del género en cualquier idioma, con decenas de novelas sobre victorias nazis en la Segunda Guerra Mundial, o del Sur en la Guerra de Secesión, o en las que Mahoma se convierte al cristianismo y el Islam no existe… En fin. La gracia de Ruled Britannia es la presencia de Lope de Vega como guardaespaldas y carcelero de un William Shakespeare obligado a escribir las glorias del invasor hispano, pero el retrato del Imperio español resultante reúne todos los tópicos sobre inquisiciones, honor y aliento de ajo que suelen ser habituales entre los autores anglosajones.
Los mundos de Pavana y el de Danza de Tinieblas son perfectamente compatibles, a pesar de que partan de supuestos diferentes -en la una la Armada Invencible triunfa, pero en la otra no llega a existir-. Las dos atribuyen al Imperio Habsburgo la capacidad de retrasar el desarrollo tecnológico… o al Británico la de acelerarlo. Y aunque Pavana es un clásico del género y de la ciencia-ficción en general, para el lector local la versión de Vaquerizo es más ecuánime con lo que describe e imagina, menos distópica, más castiza -el Madrid alternativo en el que Lavapiés sigue siendo judería es descrito con todo lujo de detalles-, con un toque de ‘Alatriste steampunk’ que la hace más única.
Más se perdió en Cuba
Categoria aparte se lleva Fuego sobre San Juan (2004), de Pedro A. García Bilbao y Javier Sánchez Reyes, sobre todo por lo arriesgado de la propuesta: una victoria española en la Guerra del 98 contra EEUU. La novela casi parece admitir la dificultad de lo que explica planteando una ucronía imperfecta, en la que los acontecimientos cambian por intervención de un viajero del tiempo. Paradójicamente es la mejor documentada de las presentadas hasta ahora, describiendo las operaciones militares y cómo pudieron cambiar las tornas con todo detalle, permitiéndose el gustazo de matar en el frente al mismísimo Teddy Roosevelt.
Extranjeros: ¿Sabes que hay novelas que plantean cambios en la historia que conocemos, como que los nazis ganan la II Guerra Mundial?
Españoles: Aguántame el Anís del Mono.
Además, se atreve con una conclusión pesimista y optimista al mismo tiempo: la victoria -empate técnico más bien, pero que permite a España conservar sus colonias unos pocos años más- abre la puerta a una reforma total del sistema de la Restauración, adelantando la II República casi 30 años y a la misma liderar décadas después la versión de la Unión Europea de dicho universo, tan avanzada que descubre el viaje en el tiempo. No añade cuántos mundiales de fútbol ganamos en el interín, pero es de suponer que más que Brasil.
El problema del ‘Otro’
Lo que se echa de menos en la producción española son versiones de El libro del mensajero (2009), de Edgardo Civallero; La redención de Cristóbal Colón (2012), del mismísimo Orson Scott Card; o El conquistador (2006), de Federico Andahazi. La colonización inversa, versiones en las que no se produce el “Descubrimiento” o sucede en diferentes circunstancias. En fin, una historia alternativa de España sin Imperio y, por extensión, una historia del mundo sin colonialismo, lo que las convierte en artefactos de críticas mucho más políticos que el habitual “los nazis son malos” -aunque vistas cómo están las cosas en la actualidad no esté de más recordarlo a menudo-.
Civallero, investigador argentino especialista en la cultura de los pueblos originarios de América Latina, plantea en su novela el naufragio de la expedición de Colón, que sirve para poner sobre aviso a las culturas del Caribe y, copiando la tecnología dejada atrás por los españoles, devolver la visita en pocos años. Por su parte Anahazi, también argentino, no escribe tanto una ucronía como una novela histórica con grandes licencias. El protagonista es Quetza, un joven mexicano que viaja a Europa tras tener la premonición de la Conquista y recorre en secreto el Viejo Continente, horrorizándose con la cultura cristiana y comparando los autos de fe con los sacrificios humanos aztecas.

De nuevo más interesante, mucho más loca y casi tan política es la versión de Orson Scott Card, que aparte de presentar personajes robots al estilo Asimov, siempre verbalizando grandes conceptos como quien pide la hora y enamorándose en dos páginas -con el girito mormón de la homofobia y condenar el sexo prematrimonial así como por la cara aunque no venga a cuento-, presenta una gran complejidad temática. Apoyándose en La conquista de América. El problema del Otro (1982), de Tzvetan Todorov, y en una exhaustiva documentación sobre los pueblos originarios del Caribe, Card lanza un alegato ecologista y anticapitalista en el que intenta imaginar las vías posibles para la comunicación cultural a los dos lados del Atlántico de forma pacífica.
La BD francesa reciente sí que ha dado sus propias versiones, aunque con la habitual reducción de la colonización a “lo europeo” que les permite hablar, en realidad, solo de Francia. En Luxley (2005-2011), de Valérie Mangin y Francisco Ruizgé, el mismísimo Robin Hood se enfrenta a una invasión inca que pilla a los ejércitos europeos en las Cruzadas. Es más una serie de acción que juega con la cultura POP asociada a la baja Edad Media, excelentemente dibujada, eso sí. En Colomb Pachá (2013), escrito por Fred Duval y Jean-Pierre Pecéau y dibujado por Emem, dentro la serie El Día D, dedicada precisamente a las ucronías, el Almirante arriba a las Américas a las órdenes de una Península aún musulmana, aunque el resultado viene a ser más o menos el mismo. La condena del colonialismo, en fin, se produce apenas con la puntita, aunque hay un alegato contra el extremismo religioso.

El hombre en el Palacio de Cibeles
El mayor ‘boom’ de novelas ucrónicas sobre la Guerra Civil se produjo, curiosamente, justo tras la muerte de Franco, en 1976, y ninguna de ellas tuvo a un autor habitual de ciencia-ficción a los mandos. Una de ellas llegaba desde el Franquismo reformista, la otra desde el troskismo y la tercera ganó el Premio Planeta. Aunque parezca mentira, la más interesante, mejor escrita y más entretenida es, precisamente, esta última.
La ucronía ‘distópica’ es El desfile de la victoria (1976), de Fernando Díaz-Plaja, que presenta una dictadura socialista al estilo del otro lado del Telón de Acero como consecuencia de la victoria republicana, en la que un grupo de jóvenes falangistas se opone al Régimen en busca de la libertad. No es tanto propaganda falangista -Díaz-Plaja fue opositor al Franquismo desde la derecha y su obra censurada en algún momento- como una defensa de que “los extremos se tocan”, conclusión muy del momento histórico que se vende poniendo un espejo a cada institución franquista y sustituyéndola por otra asociada a la República, de tal manera que los jóvenes rebeldes y airados en vez de comunistas, pues son falangistas.

Con una intención propagandística mucho más explícita y escrita como si fuese un manual de historia del mundo paralelo que presenta apareció Historia de la II República española (1976), de Víctor Alba, pseudónimo del profesor troskista y exiliado republicano Pere Pagès. Tiene como curiosidad que no parte de una victoria republicana, sino de la ausencia de guerra: el presidente Casares Quiroga desmantela el Golpe antes de que se produzca. El acontecimiento clave es la invasión alemana, que se da por inevitable, y en la que Franco es el héroe de la resistencia al estilo De Gaulle en Francia y García Lorca y Miguel Hernández son asesinados igualmente. Después de la misma, se funda una III República que se acerca a unas elecciones vitales en 1977 justo al final de la novela, cuyo último capítulo es el discurso del candidato de las izquierdas invitando a los españoles a superar sus diferencias y construir un país más justo. Sutil.
Finalmente, En el día de hoy (1976), de Jesús Torbado, ganadora del Planeta y la más conocida por méritos propios y ajenos. Tendría una gran serie en manos de Javier Olivares, si nos está leyendo. La novela apenas abarca un año, entre la victoria republicana en 1939 y la invasión nazi de España en 1940 tras la caída de Francia. El punto Jonbar, como en la versión de Díaz-Plaja, es la batalla del Ebro, en la que el levantamiento del bloqueo a la República por parte de Francia permite la entrada de armas por los Pirineos y da ventaja al bando gubernamental. El socialista Indalecio Prieto, presentado como el más práctico y posibilista de los líderes republicanos, es una especie de héroe secundario en una historia que se filtra desde el punto de vista de Hemingway.

Más de una década después llegó Los rojos ganaron la guerra (1989), de Fernando Vizcaíno Casas. Comedia muy de derechas, pero comedia al fin y al cabo, con el propósito de parodiar el nuevo estado de las autonomías que tan poca gracia le hacía el autor. Tras la victoria republicana, España se convierte en la Unión de Repúblicas Soviéticas del Estado Español (URSEE) presidida por La Pasionaria. Los más jóvenes del lugar no recordarán a Vizcaíno Casas, pero en su momento este tipo fue un best-seller. Lo que habría disfrutado el buen señor con la actual política española no está en los escritos.
Más interesante y canónica como ciencia-ficción es El coleccionista de sellos (1995), de César Mallorquí, novela corta ganadora del premio UPC y, como muchas otras de su década, alejada de los planteamientos políticos para adentrarse en la experimentación con el género. Un inspector de la policía de Madrid en 1939, cuando apenas quedan días para que se confirme la victoria republicana tras un atentado que acabó con la vida de Franco y le dió la vuelta la guerra, debe enfrentarse a un misterioso asesinato. No suena muy original, pero el planteamiento de fondo es el mismo que el Card en La redención de Cristóbal Colón, acerca del sacrificio de la felicidad personal por un bien mayor. Aunque, eso sí, sus conclusiones son inversas.
Y por supuesto, Franco, una historia alternativa (2006), antología de relatos con el dictador como protagonista -versión local de Hitler victorioso (1990)- y participación de firmas ilustres de la ciencia-ficción ibérica, como los ya mencionados Eduardo Vaquerizo y Javier Negrete más otros como Juan Miguel Aguilera. En la selección es llamativo Ñ, de David Soriano, en el que a la muerte de un dictador catalán de extrema derecha, con Lleida como capital de Espanya, la nación castellana alrededor de Valladolit clama por sus derechos históricos (sin comentarios). O Baraka, de Rafael Marín, en el que Franco anciano y moribundo viaja en el tiempo para advertirse a sí mismo en 1937 de todo lo que ocurrirá después… y dándose ánimos, que todo acaba bien para él.
Y una nota curiosa sobre ucronías de Franco. En una de las series de novelas de Harry Turtledove, The War That Came Early (2009-2014), sin traducir al español, la Segunda Guerra Mundial arranca en 1938 con la invasión de Checoslovaquia. Pues bien, el punto de divergencia de este mundo es que el general Sanjurjo sobrevive a su accidente de avión en 1936, dirige a los golpistas durante la Guerra Civil y, al contrario que Franco, es directamente hostil con Gran Bretaña y Francia, lo que precipita los acontecimientos. Los anglosajones parecen tener al Generalísimo por un moderado.
Mención final para La luz prodigiosa (1990), de Fernando Marías, y El ingenioso hidalgo y poeta Federico García Lorca asciende a los infiernos (1979), de Carlos Rojas, que podríamos llamar ucronías de Lorca. En la primera, Federico sobrevive al fusilamiento pero pierde la memoria, y llega a la actualidad -los años 90- como un mendigo que recorre las calles de Granada. En la segunda, el propio Lorca, desde el infierno, imagina diferentes derroteros para su vida: en uno se convierte en uno de los célebres ‘topos’, escondido en casa de su amigo falangista Luis Rosales, años después de finalizada la guerra; en otro huye a EEUU, se convierte en profesor y acaba casándose con una mujer y teniendo hijos. Las dos novelas parecen concluir que la obra de Lorca, para estar completa, necesitaba de su muerte trágica.