Un año más, os traemos el resumen de lo mejor de 2018. Películas, series, videojuegos, comics, e incluso nuestra puntilla con lo peorcito de estos doce meses que acaban. Empezamos con las mejores películas del año.
No está de más dejar claro que ninguno de nuestros tops del año pretende ser definitivo ni completista. Simplemente, nuestros colaboradores escogen sus artefactos culturales favoritos y escriben sobre ellos. Las ausencias serán más que las presencias pero, en cualquier caso, estos son algunos de los imprescindibles de 2018.
Con el viento
Ha sido un año prolífico para las directoras españolas, muchas de ellas debutantes. Ya el año pasado, Carla Simón cautivó a propios y extraños con Verano 1993, mientras que este, han sido Carmen y Lola de Arantxa Echevarría, Ana de día de Andrea Jaurrieta o Las distancias de Elena Trapé las que han acaparado la atención de buena parte de la crítica. Hay un emergente talento en nuestro país, fresco, de sensibilidad femenina. Son muchos los orígenes de esta nueva ola de directoras, a menudo se nos presentan como voces individuales, pero algunas tienen un punto de partida común: Barcelona. El proyecto Cine en curso ha reunido a un grupo de prometedoras cineastas, siendo Carla Simón la primera en haber despuntado. A partir de esta asociación, un sentido de comunidad ha surgido para dar lugar a una particular visión de la realidad, vinculada con la naturaleza y las raíces. Un grato ejemplo de ello ha sido el de Diana Toucedo, con su destacable cinta Trinta lumes, que retorna a su Galicia natal para traer a las salas una autentica experiencia sensorial que se adentra en las profundidades místicas de la Sierra del Courel (Lugo), en una suerte de monstruo narrativo entre el documental, la ficción y la exploración romántica de la naturaleza.
Sin embargo, ha sido Con el viento de Meritxel Colell el film que más atención ha acaparado dentro de este círculo. Una vez más, volvemos a las raíces de su autora, que retrata con virtuosismo los áridos parajes de Burgos, de impresión asceta. Así, la catalana refleja en su obra un entrañable interés por el campo, la naturaleza y lo tradicional, un entorno ahora frágil. El carácter documental, muy presente en Trinta lumes, queda velado en esta cinta sin que desfallezca su verosimilitud. A ello ayuda un magnífico reparto encabezado por Mónica García, Concha Canal, la veterana Ana Fernández y Elena Martín –que destacó el pasado año con la sobresaliente Júlia Ist –. Con el viento narra sin excesiva carga dramática el estado emocional de una bailarina que, tras la muerte de su padre, regresa a la venta familiar para ayudar a su madre. Es en este vaivén de bellas, sencillas y a veces abstractas imágenes donde Meritxel Colell reflexiona sobre el desarraigo y el reencuentro, con la familia y con uno mismo. Todo el conjunto es aderezado por una fría fotografía, un sonido sinérgico y un magnífico montaje obra de la galardonada Ana Pfaff, otra de las grandes promesas de este particular grupo tan prometedor. Carlos Campoy
El hilo invisible
Paul Thomas Anderson lleva una trayectoria de auteur sorprendente; ajena a cualquier moda y que se ha decantado por un manierismo que vira entre el hallazgo y lo insoportable. En ningún momento “insoportable”, El hilo invisible es una sutilísima y triste deconstrucción de una relación que no debería tener lugar. Todo lo contrario a una comedia romántica, un drama con ecos del mejor Bergman, resulta en un filme americano raro e inteligente de Hollywood perdido entre la invasión de superhéroes. Un excelente melodrama que en cada mirada o cita entre Daniel Day-Lewis y Vicky Krieps esconde una sabiduría sobre las relaciones, ¡en un guión propio!, que vuelve a encumbrar a Thomas Anderson como uno de los mejores cineastas de Estados Unidos. Pocos filmes han hecho explícito y doliente, con una admirable estética jansenista, aquel tópico de “odiamos lo que amamos”. Película necesaria, fuera de tiempo, y que ficcionaliza a esas miles de parejas unidas en su odio a ritmo de la punzante banda sonora de Jonny Greenwood. Julio Tovar
Han Solo
El fiasco de Disney de este año, la nueva entrega de la saga galáctica creada por George Lucas es una rendición a la serie B clásica en dónde cabe el western, el cine negro, la space opera y el regusto a tebeos antiguos. De la mano de Lawrence Kasdan y Ron Howard, dos militantes de la vieja guardia, Solo es la película pasada de moda que ningún fan del blockbuster actual parece haber cogido. Usando los referentes que probablemente hubieran utilizado de rodarla hace cuarenta años, este par de carcamales han hecho una cinta bien estructurada, escrita como como un western clásico con el sello Kasdan en cada plano. Su influencia se nota más allá de su labor en El Imperio contraataca, a la que invoca en el corredor de Kessel; también se ve al guionista de Indiana Jones y la última cruzada en su carácter episódico o esos villanos que buscan lo mismo que el héroe siempre un paso por delante.
Aunque, más bien, Han Solo es el equivalente de Las aventuras del joven Indiana Jones, la versión Lucasfilm de la juventud, los orígenes, de un aventurero adulto, encarnado en ambos casos por Harrison Ford. También tiende más a mirarse en el cine de aventuras clásico, no tanto a la space opera galáctica como el cine de piratas añejo al estilo de El Hidalgo de los Mares y El capitán Blood en la que el viejo galeón se llama Halcón Milenario. Y el cine de piratas se extiende a La isla del tesoro (1883), en la que la relación de un joven ingenuo y un viejo pirata da un arco de cine de iniciación que se replica en la relación de Solo y Beckett. En definitiva, como un puro Space Western, con las primeras correrías del contrabandista camuflada como una obra rescatada de la era dorada Jim Henson en los ochenta, cuyo trabajo también fue clave en la iconografía de la saga clásica de Star Wars, recuperando el compromiso de usar muñecos, marionetas y disfraces reales casi el cien por cien de las ocasiones. Un espíritu coherente, retro y bien narrado, con recodos de guion que siempre guardan una sorpresa, y acción rodada con gusto, bien explicada y sin aturullamientos sordos. Jorge Loser
Génesis
Génesis es un film al servicio de una mirada encendida. La mirada encendida reflejada en el rostro de quienes atisban el amor y sienten vértigo al contemplar la profundidad de quienes les gustaría ser. Philippe Lesage vuelve después de Los demonios y de ofrecer una cáustica reflexión sobre un niño que codifica el mundo adulto a través de un realismo mágico tan ingenuo como certero. En este caso apuesta por el travelling y el plano secuencia como descriptores del rumbo de miradas de millennials confusos en fiestas e internados. Guillaume conecta con los entresijos de la amistad y la masculinidad en un internado que castra expectativas y exacerba la represión. Charlotte aprende a amar, a abrazar la sexualidad naciente y perder su mirada por los paisajes que se difuminan a través de la ventanilla del tren. El epílogo que protagoniza Félix evoca el nacimiento del amor, el travelling como interpelación y el plano secuencia la unión miradas que se cruzan. En definitiva, donde algunos creen haber visto confusión, eternos planos y personajes que no se aclaran, la SEMINCI premió acertadamente el film de Lesage y recompensó la candidez con la que apresa miradas encendidas. Javier Acevedo
Infiltrado en el KKKlan
Si una época tan terrible como la que vivimos no iba a resucitar al mejor Spike Lee (al cinematográfico, que como documentalista lleva tiempo demostrando que su grandeza puede extenderse a muchos otros ámbitos), nada iba a hacerlo. Tras ofrecer una suerte de síntesis de todo lo aprendido a lo largo de su carrera en la inmensa Nola Darling, remake en forma de serie de una de sus primeras obras maestras, el director neoyorquino llegó a las memorias de Ron Stallworth a través de Jordan Peele, que no bien estrenada Déjame salir buscaba nuevas y originales formas de denunciar el racismo, y había encontrado en la historia de un policía negro infiltrado en el Ku Klux Klan a finales de los setenta el material idóneo. Lo que en un principio se iba a convertir, sin embargo, en otro juguete intragéneros con lectura social de fondo para mayor lucimiento del realizador —al estilo de un Plan oculto (2006)—, la urgencia de la realidad fue convirtiéndolo en mucho más.
Pero sin, tampoco, apartarse del genial entretenimiento que Lee nunca quiere dejar de hacer. Es fascinante cómo Infiltrado en el KKKlan se las apaña para darle placer al público a un número de niveles y registros prácticamente inaudito, con una confianza en sí misma tal que, a los veinte minutos y de manera fulminante, consiguió hacer que quien esto escribe ya se imaginara incluyendo su título en todas las recopilaciones de lo mejor del año que se le pusieran por delante. La película de Spike Lee es una descacharrante comedia. También un film de corte histórico cuya inmersión más eficaz no la consigue un cuidado diseño de producción (que también), sino una escena con Too Late to Turn Back Now de fondo que nos recuerda lo bien que este hombre ha sabido siempre rodar a la gente bailando. Una obra de autor, por supuesto, siempre. Ah, y claro está, una aventura policíaca, consiguiendo así como quien no quiere la cosa una buddy movie rabiosamente entrañable, gracias a la interpretación de Adam Driver y a la sutil construcción de su personaje.
Sutil. Supongo que tendríamos que acabar pasando por aquí. Infiltrado en el KKKlan, cierto, no es demasiado sutil, porque ante todo es una denuncia social y una llamada a la acción que prefiere invertir tiempo en insultar a los putos racistas antes que profundizar en su background, y en poner en su boca frases de Donald Trump antes que proveerles de una construcción dramática convincente. Un tratamiento que se ha ido encontrando con bastantes detractores estos meses, pero al que le ha sobrado tiempo para quedar refrendado. Ya sea por la propia película, cuando la victoria de Ron Stallworth se revela insuficiente ante la descripción de lo ocurrido en Charlottesville en los últimos minutos, o por la propia realidad ante la cual Infiltrado en el KKKlan, en detrimento de cualquier discurso estético o narrativo, opta por medirse. Es su decisión, y en la época tan terrible que vivimos qué duda cabe de que es la única decisión posible. Alberto Corona
Roma
Roma, de Alfonso Cuarón, tiene un aire experimental que recuerda a las grandes obras del cine italiano de finales de la década de los cincuenta. Tiene elementos del barroco, pero a la vez, un aire profundamente íntimo que la equipara a las meditadas obras de autor de Tarkovsky. Entre ambas cosas, Cuarón ha creado una pequeña obra de arte de excelente factura que resulta en una experiencia visual hipnótica y también, una profunda reflexión sobre el dolor, el desarraigo y la soledad. Roma, con todo su aire de vieja postal y su magnífico guión, es otra prueba que Cuarón tiene un sentido del cine emparentado de manera directa con la percepción de lo bello, lo conmovedor y lo cotidiano. Todo bajo una pátina elegante y pulcra.
Con su buen manejo de cámara y, también, su reflexión anecdótica sobre el dolor y el miedo, Roma avanza entre primeros planos cerrados en contraposición con otros muy abiertos, que otorgan una percepción variada sobre el punto de vista de la película. Desde el aire íntimo y evocador hasta el pertinaz ojo observador de la cámara como registro, Cuarón (que también dirige la fotografía de la película), medita sobre la violencia con una sutil belleza que resulta desconcertante. La historia, que cuenta la masacre de ciento veinte personas durante una manifestación estudiantil en el Corpus Christi del año 1970, podría haberse convertido en manos menos hábiles en un gran sermón moral. Pero en lugar de eso, es una meditada versión sobre la fe, el peso del dolor y la culpa colectiva. Para Cuarón se trata de un triunfo argumental resonante y quizás, su obra más personal. Aglaia Berlutti
The Florida Project
Es posible que The Florida Project no sea la mejor película del año. Pero creo que es un título que aunque en el momento de su estreno fue laureado, ha quedado algo olvidado en las listas de lo mejor de 2018, tal vez por haber sido estrenada en el primer trimestre. Pero el nuevo trabajo de Sean Baker es una pequeña gran cinta. Tanto en su ejecución como en el tamaño de las criaturas que pueblan sus películas y que gracias a una inteligente y cromática puesta en escena, se convierten en pequeñas figuras de un ecosistema ahogado por la representación de un nirvana y una sociedad de consumo (representada por un asgardiano Disneyworld) que sirve de contraste con las dramáticas realidades de la clase media-baja norteamericana, aplastada por un mundo de sueños artificiales que saturan sus sentidos hasta el límite de transformar el entorno y la situación en la que viven. El resultado es un trabajo acerca de la percepción del mundo desde la infancia tan crudo como conmovedor. Felipe Rodríguez Torres
A Silent Voice
2018 ha sido un buen año para el cine de animación. Con grandes estrenos como los mencionados por mis compañeros y otros interesantísimos trabajos –Spider-Man: Un nuevo universo, Ralph Rompe Internet, Teen Titans Go o Cavernícola-, está claro que ha habido variedad y calidad entre este tipo de propuestas. A pesar de ello, uno de los pocos filmes que de verdad ha logrado conmoverme es de 2016, aunque a España llegó en marzo. Se trata de A Silent Voice, la delicada adaptación del exitoso manga homónimo de Yoshitoki Ōima, que ha sido dirigida por Naoko Yamada.
La película es una narración sobre las consecuencias del bullying, las inseguridades, la discapacidad, los problemas de salud mental y la necesidad de saber perdonar a los demás y, sobre todo, a uno mismo. A través de un grupo variado de adolescentes y especialmente centrándonos en dos de ellos -la joven sorda Shoko Nishimiya y el inseguro Shoya Ishida-, descubrimos una historia sobre amor y amistad llena de aristas, que evidencia lo sencillo que resulta convertirse en víctima y verdugo. Gracias tanto al amplio abanico de personajes y a su enriquecedora diversidad como a la preciosa y cuidada estética lograda por el estudio Kyoto Animation, es fácil disculpar las carencias de una narración llena de luz y detalles -en sentido literal y figurado- que sabe ganarse el corazón del espectador gracias a su esperanzador relato sobre las emociones y relaciones humanas. Elena Crimental
Mandy
La película más hermosa del año es una película de terror, con una clara intención artística, pero honesta y desacomplejada, que no necesita trascender el género mirando por encima del hombro a las que pudiesen carecer de esa intención. Panos Cosmatos pone el énfasis en las emociones tanto como en la sangre, golpeando el corazón del espectador al ritmo del legado de Jóhann Jóhannsson y conduciéndolo, por la vía del metal y la psicodelia, desde unas montañas de California hasta un paisaje de espada y planeta (¿”motosierra y planeta”?); y cuando llega la hora de las tortas, le presta a Nicolas Cage una copia de Viernes 13, 7ª parte (1988) para que se empape (esto es así, lo ha comentado en varias entrevistas).
Tiene también una intención conceptual, como historia de venganza, que es la de otorgarle al sujeto de la misma tanta presencia como a su objeto: empieza a hacerlo desde el título, y culmina con esa Mandy iluminada (en rojo) que se carcajea de su inminente verdugo, como si la Carrie de De Palma le hubiese dado la vuelta a aquel “se reirán de ti”. Mandy, la película, es una máquina de fabricar (y reciclar) iconos, una impresora 3D de carne de gallina, y es todo lo opuesto a eso que se suele llamar condescendientemente “una obra fallida”, porque convierte cada una de sus intenciones en un triunfo. Andrés Abel
Hereditary
Resultaba arriesgado creer en un hype como el que acompañó el estreno de Hereditary, y que la colocaba en la línea de sucesión de clásicos del terror como La semilla del diablo o El resplandor. Y sin embargo, todo aquel el hype era cierto. Ari Aster no ocultaba estos referentes (póngale también ahí su cuarto y mitad de Amenaza en la sombra) a la hora de urdir esta historia malsana y asfixiante de desasosiego y horror, este prodigio de asombro y sustos existenciales, de atmósfera y construcción, como lo eran las casitas y miniaturas que arma de la madre protagonista. Hereditary hacía un requiebro en su último tramo y abandonaba todo realismo, lo que resultó demasiado para todos aquellos (fundamentalistas de la trama o de una manera de entender el terror) que no quisieron o no supieron ver el significado de la película, del cual esta ya avisa desde su mismo título: que el mal y la enfermedad son hereditarias; que nuestras taras y defectos congénitos, ya sean aprendidos o codificados en nuestros genes, son una brea primordial de la que intentamos escapar pero que más pronto que tarde nos termina alcanzando. Santi Pages
Loving Vincent
Recién comenzado el año llegaba a nuestro país esta pequeña joya de la animación sobre los últimos días de vida del pintor neerlandés en la localidad francesa de Auvers-sur-Oise. De manera fascinante, los cuadros de Van Gogh cobran vida ante nuestros ojos y son ellos los encargados de guiarnos por los paisajes, los personajes y las extrañas circunstancias que poblaron los momentos finales del artista. Durante los 95 minutos de metraje tenemos la oportunidad de observar el mundo tal y como él lo veía, gracias a 65.000 fotogramas pintados a mano por 125 pintores diferentes de todo el mundo que emularon sus cuadros originales al óleo.
Sus pinturas adquieren una nueva dimensión en la pantalla y los personajes que aparecen en ellas reviven con las actuaciones de Robert Gulaczyk como Vincent van Gogh, Douglas Booth, Jerome Flynn –nuestro amigo Bronn de Juegos de tronos (2011-)- o Saoirse Ronan, que se acaban convirtiendo también en pintura y pasan a formar parte de los cuadros como si siempre hubieran estado allí. Una aproximación al autor y a su obra que irradia belleza, cariño y dedicación por todos sus poros, en un trabajo titánico que no podía faltar en esta lista de lo mejor del año. Ana Rodríguez
Vengadores: Infinity War
La tercera parte de Vengadores, decimonovena de la gran saga que es el Marvel Cinematic Universe, representa un gran hito en la historia del blockbuster. Desde la primera Vengadores Marvel cambió las reglas del juego, tomando el testigo del Universo Expandido Star Wars y llevándolo más lejos incluso que la franquicia galáctica. Al timón, un Kevin Feige que algún día logrará su merecido reconocimiento junto a otros grandes visionarios de la producción palomitera y unos hermanos Russo que llevan cuatro años demostrando su eficacia.
Es cierto que el peso de ser una película tan importante a nivel de marca puede haber aplastado los elementos más exquisitos y notables de sus predecesoras (cabe destacar el enorme trabajo de fotografía y dirección en Doctor Strange, Thor: Ragnarok o Black Panther). Pero es ahí donde entra la eficacia de los Russo y compañía para orquestar todos los elementos de forma comprensible, entretenida, visualmente solvente y narrativamente satisfactoria para una historia mayor que ninguna anteriormente presentada en este universo. Un reto donde otros habían fracasado antes (Raimi, Nolan, Snyder…). Ante todo, y más allá del Arte, la gran importancia de Infinity War es su valor como demostración de lo que una corporación malvada puede hacer con la suma de tantos talentos. Disney aquí ha puesto un listón impensable hace diez años a quienes quieran seguir su estela. Pablo Fluiters
Maquia, una historia de amor inmortal
Mari Okada siempre va con los sentimientos por delante. Acusada no pocas veces de sentimental y melodramática, sus guiones siempre hacen un gran esfuerzo para que el espectador empatice y comprenda cómo se sienten sus personajes, sin por eso descuidar la historia que nos pretende contar con ellos. Y eso es lo que nos ofrece en su primera película como directora, Maquia, una historia de amor inmortal. Una impresionante obra de orfebrería donde demuestra tener un pulso perfecto para el drama, el romance y la tensión, con algunas de las escenas e imágenes más evocadoras del año. Un auténtico tratado sobre lo que significa ser madre, mujer, ser humano. Es decir, una película sobre por qué cómo nos sentimos cómo nos sentimos y cómo, mientras atesoremos esa clase de sentimientos, nunca dejaremos de ser humanos. Álvaro Arbonés
Teen Titans Go To The Movies
En condiciones normales hubiera dicho que la mejor película del año era Tang ren jie tan an 2, el segundo Detective Chinatown, vaya. Pero supongo que si hay que elegir entre lo que se ha estrenado en España queda tan descartada como ese enorme éxito que es Crazy Rich Asians que tampoco hemos podido ver. Así que… bueno, entre lo que se ha estrenado en España este año está esta crítica, comentario, expansión -y todas esas cosas que se suelen decir de las películas de superhéroes- a partir de la serie posiblemente más irreverente que hay en la actualidad sobre, precisamente, superhéroes, ha cristalizado en un espectáculo que es difícil saber si está más dedicado a los pequeños o a los fanes de este tipo de películas que han llegado a controlar la taquilla hasta niveles casi ridículos. Al menos ellos han sabido reírse de la necesidad de películas reconociendo, a la vez, que quieren más. Jónatan Sark
Mission: Impossible – Fallout
Tenía que pasar. Tom Cruise se hace mayor. Ahora con 56 años ya se aprecia el enorme esfuerzo que le supone trepar por la cuerda de carga de un helicóptero que sobrevuela Cachemira. Dos veces.
M:I-F recorre la franquicia de cabo a rabo desde el primer minuto, como un grandes éxitos interpretado por una orquesta mucho más afinada, y es la entrega más especial de la franquicia. Primero, por ser la única que repite director, algo completamente lógico si echamos la vista al “episodio anterior”, donde Christopher McQuarrie se desenvolvía como nadie en la entrega más vibrante hasta el momento de la safa de su colega Cruise. Lo que pasa es que ahora entregan la mejor película de espías de la historia del cine. Otra vez. Kiko Vega
Night is Short, Walk on Girl
Cuando decimos de un artista que es imprevisible, por norma nos referimos a que no sabemos por dónde irán las historias que cuenta o qué género será abordado. En el caso de Masaaki Yuasa, el director de Night is short, walk on girl, esa frase se eleva: es que ni siquiera sabes cómo lo va a contar ni qué medios usará para ello.
Esta película cuenta los desquiciados intentos de un chico por conquistar a una chica durante una noche muy intensa. Esa es la parte que todos comprendemos y que nos hace identificarnos con los personajes. Pero también habla de sociedades secretas, licores mágicos, teatro de guerrilla o un mercado hostil y sobrenatural de libros. Esa es la parte que nos conquista, que condimenta (sin saturar nunca) el argumento y nos hace entender que Yuasa y su equipo tienen un talento mágico para la ternura y la comedia.
Poco más os puedo contar, porque las obras de Masaaki Yuasa no se pueden resumir, hay que vivirlas sin pestañear, porque cada fotograma es un estallido de imaginación. Por cierto, esta película es una sucesora espiritual de Tatami Galaxy, una serie de Yuasa que merece su distribución en España de una vez y que es aún más asombrosa. Adrián Álvarez
Girl
El impactante y polémico final de Girl lo deja claro: no es una película complaciente. Pero sin acudir a spoilers ni polémicas y sin que Lukas Dhont recurra al efectismo, hay una escena que impresionó aún más a quien esto escribe. Es uno de los momentos de felicidad para la protagonista, Lara, a quien conocemos con 15 años una vez se ha identificado como una niña nacida en el cuerpo de un niño, cuando ya se encuentra en proceso de transformación y admitida -al fin- en una escuela de danza clásica que no la discrimina a priori por su condición. En la escena encontramos a Lara ejerciendo de ama de casa en una celebración familiar, sirviendo el vino a los invitados mientras se relajan a la mesa. Ella está feliz y radiante, como una ama de casa (años 50) en Mad Men. Si no fuese transexual hablaríamos de roles tradicionales de género y de cómo la sociedad discrimina en función de ellos, pero en Girl todo ello adopta un nuevo, ideológica y moralmente complejo, significado. Ahora las disciplinas que producen a la mujer (la familia, el ballet, la medicina…) se enfrentan a un cuerpo extraño, que se expone consciente y voluntariamente a ellas. Girl es una película clínica sobre el tema, pero sobre todo anclada en la vivencia y el cuerpo concreto de Lara (interpretada por un enorme actor revelación, Victor Polster) impidiendo así que nadie se abstraiga en pajas discursivas sin comprender sus daños (y pequeñas alegrías). Es una película magnífica con un personaje formidable. Alberto Hernando
En las estrellas
Víctor e Ingmar comparten un presente lleno de tristeza y precariedad, pero también plagado de robots y localizaciones de películas que han visto juntos. En las estrellas va sobre sueños (casi) imposibles, pérdidas y resilencia. Un trabajo de esos necesariamente reivindicables. 86 minutos de regalo a la imaginación y ternura, a pesar de que al protagonista y a su hijo les superen continuamente las desgracias. Este rico relato padre-paternofilial es el Cinema Paradiso patrio de cartón-piedra y cocteleo de imágenes evocadoras. En cada plano observamos ese cine auténtico que no vende tanto en taquilla. A Méliès, desde lo alto de su luna, le gusta esto. Joe Pachorra
Lazzaro feliz
A pesar de su trayectoria de premios y aplausos de la crítica, no fueron muchas la salas en nuestro país donde pudo verse esta delicia italiana. El film retrata con crudeza el salto de unos desdichados moradores de un sistema feudal anacrónico a una urbe democrática y libre pero igualmente injusta. Y traspasando ambos mundos, sin inmutarse por lo ocurrido y ni tan siquiera ante el paso del tiempo, encontramos a Lazzaro, el protagonista “feliz” que encarna la simpleza de la bondad y la creencia en otros seres humanos. La directora viste con poesía, y a ratos con humor y mala leche, el vagar de un ser cándido y sin maldad por las emociones y ruindades del ser humano de este tiempo o de cualquier otro. Zaida Santiago
Lo que esconde Silver Lake
Ya bordeando casi las últimas horas del año llegan dos de las películas más complejas, exquisitas y rabiosamente pop de 2018. Una es la deliciosa Spider-Man: Una nueva realidad, sin duda la mejor película del Trepamuros de la historia y dura contendiente por ser la que mejor ha entendido el fenómeno superheroico desde Robocop. Pero esa va a tener exégetas de sobra, porque sus virtudes brillan como una supernova. Lo que esconde Silver Lake es algo más críptica, aunque también se presenta al espectador desnuda y sin subterfugios, como una explosión de ingenio y devoción por el lado oscuro nuestra cultura.
La nueva película del director de It Follows se disfraza de intriga detectivesca de aires clásicos para desgranar una conspiración en la que el Halcón Maltés no es un mcguffin, sino Todo Lo Que Importa. Rebosante de guiños que enriquecen la trama pero no la interrumpen, llena de humor y coqueteando con el fantástico, salpimentada con ese angst juvenil tan difícil de capturar en pantalla y que David Robert Mitchell sabe retratar tan bien, Lo que esconde Silver Lake es un regalo para detectives de la cultura popular, pero también para quienes simplemente quieran despedir el año con el mejor thriller patafísico de 2018. Todos ganamos con Silver Lake porque, como explica la película, la partida estaba perdida de antemano. So put another dime in the jukebox, baby. John Tones
Isla de perros
Llevaba años esperando el regreso de Wes Anderson a la animación stop-motion después de la memorable adaptación del El Superzorro de Roald Dahl y no me ha decepcionado. En su última película el director tejano continúa su tendencia de soltar lastre a nivel de guión para convertir sus películas en experiencias sensoriales únicas y personales donde la estética es un elemento más del discurso. Isla de Perros es un paso más allá, el alfa y el omega de esas simetrías naif y planos frontales que parecen extraídos de la imaginación de un niño que aún no ha desarrollado al cien por cien la percepción del espacio tridimensional.
Isla de Perros es la certificación de que la imaginería de Anderson funciona mejor en versión animada que en imagen real y condensa a la perfección toda la esencia de su obra (incluyendo también el mayor de sus problemas: el triste tratamiento de los personajes femeninos). Solo puedo aplaudir tal compromiso con el estilo propio y la voz autoral en permanente evolución y desarrollo, aunque muchos no vean más allá de un envoltorio bonito y una historia hueca sobre un un niño que ha perdido a su perro. Nacho MG