Lemmy Motörhead: su vida en 11 canciones

El líder de Motörhead se ha ido, pero nos ha dejado un reguero de ruido, ritmo y diversión con el que podemos seguirle los pasos. Desde los sesenta melenudos a sus últimos pasos hacia el Valhalla, esta guía te ayudará a conocerle mejor.

No habrá otros como él. Parte motero con diesel en vez de sangre, parte señor cortés y atento (aunque más duro que el Alcoyano), Ian Fraser Kilmister, alias ‘Lemmy’deja un hueco irrepetible en la historia del rock, tanto como líder de los descomunales Motörhead como en su papel de fuente viva de anécdotas sobre la historia de la música popular y, a ser posible, estruendosa. Tras la muerte del músico británico, que nos dejó en la noche de ayer a los setenta años, sus compañeros de grupo animaban a los fans «tomarse unas copas, contar viejas historias y celebrar la vida, algo que este hombre amable y enérgico hizo hasta el final». Así pues, tras dedicarle el obituario de rigor, nosotros nos secamos las lágrimas de los ojos, pedimos un trago de algo fuerte y dedicamos un espacio en CANINO a recordar una vida accidentada e irrepetible. Y la recordamos, además, mediante el mejor testimonio que esa vida pudo darnos: sus temazos hiperveloces y saturados de bajo con distorsión. A tu salud, Lemmy.

El hijo del cura se vuelve mod

Nacido el día de navidad de 1945, Ian Fraser Kilmister no procedía de una familia bien estructurada, que digamos: su padre (biológico) era un capellán de la Royal Air Force que se separó de su madre cuando él tenía tres años, y al que apenas conoció. Cuando su progenitora volvió a casarse (con George Willis, un futbolista de tercera división, literalmente), el joven Ian se trasladó a Gales, donde habría de convertirse en un golferas mod y adolescente. Mientras muchos otros grandes del rock se dejaban influir por el blues y sus derivados, nuestro hombre aprendía a tocar fusilando canciones de los Beatles, los Easybeats y otros titanes con pelo de tazón. Hasta tal punto fue así que el tema más aclamado de los Rockin’ Vickers, su primera banda, fue una versión de Dandy, de los Kinks. Por entonces, eso sí, Lemmy no se había atrevido aún a cantar.

El roadie más duro de Londres

Tras la disolución de los Rockin’ Vickers, y mientras pasaba de grupo en grupo sin excesiva suerte, Lemmy compartió un piso en Londres con Noel Redding, el bajista de la Jimi Hendrix Experience. Algo que le sirvió para asegurarse una relativa estabilidad económica trabajando como ‘pipa’ para el grupo… y que también le valió correrse unas cuantas juergas con el guitarrista de Seattle (no sabemos si también compartieron alguna partida de Risk que otra, pero lo sospechamos). Como testimonio de sus meses junto a Hendrix, al que siempre describió como un señor muy amable y educado, nuestro héroe acabaría componiendo We Are the Road Crew, una canción que, se dice, puso al borde de las lágrimas a más de un encallecido roadie.

Viajando al espacio con Hawkwind

El grupo más alucinado y estruendoso de la escena hippie británica buscaba un bajista competente y técnico… y acabó encontrando a un macarra con bigotón cuyo instrumento era la guitarra, y que había aprendido sobre la marcha a desenvolverse con las cuatro cuerdas. La conjunción entre Lemmy y los Hawkwind, todo sea dicho, fue de lo más feliz: no sólo resultó en varios de los mejores discos del grupo (de Doremi Fasol Latido -1972- a Warrior on the Edge of Time -1975-) sino también en Silver Machine, un tema que fue el único éxito comercial de Hawkwind, y sobre todo en una larga retahíla de directos gloriosos. Para colmo, el escritor Michael Moorcock (compinche habitual de la formación) rebautizó a nuestro hombre con un apodo a la medida de su descomunal afición por el speed: ‘Conde Motörhead’. Un apodo que, como sabemos, acabaría haciendo historia.

Cabeza de motor

Dado que Lemmy esnifaba anfeta como si le fuera la vida en ello (y en sus últimos años así fue, ya que mantuvo el consumo por prescripción facultativa), no sorprende saber que su expulsión de Hawkwind vino dada por una redada antidroga en la frontera con Canadá. Abandonado por sus ex compañeros, de vuelta en Londres y sin un duro en el bolsillo, Lemmy juntó a unos cuantos puntos filipinos, cosechados entre lo más florido y granado de la escena okupa de Lardbroke Grove, y montó con ellos un nuevo combo que (tras las inevitables dificultades) debutó con un álbum para la mítica discográfica Chiswick en 1977. El grupo respondía a un nombre que, en el argot de la época, designaba a los consumidores habituales de speed… y que también servía como título a la última canción que Lemmy había compuesto para Hawkwind, basada a su vez en aquel mote que le había puesto Michael Moorcock. No sabemos vosotros, pero cuando la línea de bajo de Motörhead suena en nuestra redacción, tiembla el misterio.

«I know i’m born to loose…»

«And gambling is for fools. But that’s the way i like it, baby, i don’t want to live forever!». Si te gustan Mötorhead, habrás reconocido de inmediato los versos que sirven de puente a Ace of Spades, la canción más conocida del grupo. Pieza titular del disco homónimo (lanzado en 1980, tras los igualmente eximios Bomber Overkill -ambos de 1979-), Ace of Spades no sólo sirvió como himno de los ‘cabezas de motor’, ni para convertir a Motörhead en un nombre de referencia para la New Wave of British Heavy Metal, sino también para dejar testimonio de otra de las grandes pasiones de Lemmy: el juego. Con decir que eso de ‘Lemmy’ viene de «lemme a fiver» (la frase con la que nuestro héroe solía atorrar a sus amigos, pidiéndoles monedas para echar a toda máquina tragaperras que se ponían a su alcance) está dicho todo.

Buenas compañías delante de la cámara

Si bien no especialmente prolífica ni distinguida (que era carne de cameo, vamos), la carrera de Lemmy en cine y TV daría para un artículo muy jugoso: podríamos hablar, sin ir más lejos, de su relación con la productora Troma (ejerciendo como coro shakespeariano, nada menos, en Tromeo and Juliet -1996-) o de Gutterdamerung, ese proyecto pendiente de estreno en el que participó junto a Henry Rollins, Grace Jones y otras bestias titánicas). Pero a nosotros nos merece más atención su debut, Eat the Rich (1987), básicamente porque en él se alió con una figura casi tan cafre como él: el grandísimo Rik Mayall, honor y prez de la comedia británica más desfasada. Lo cual propició la composición de temas tan cabestros como el que puedes oír arriba.

Todo un truhán, todo un señor

En una entrevista con la publicación británica Spinhace tres años, Lemmy señalaba que las leyendas según las cuales había conocido íntimamente a más de 2.000 chicas eran una exageración: en el mejor de los casos, su curriculum amatorio no superaba el millar de conquistas. Como suele ocurrir con los titanes del ruacanrol, y dados sus bruscos modales, nuestro héroe no era precisamente un galán, pero no nos confundamos aquí: la innata gañanería del señor Kilmister (combinada, podemos suponer, con los traumas derivados de su azarosa vida familiar) no le incapacitaba para respetar y valorar a las mujeres, especialmente si estas eran capaces de armar tanto escándalo como él en un escenario. Para probarlo, échale una oída a sus colaboraciones con Girlschool, uno de los pocos grupos británicos de rock duro formados íntegramente por chicas. Unas colaboraciones que, a veces, venían firmadas con el nombre de HeadGirl. Ay, qué romántico…

Métete tu heavy metal por donde te quepa

Como señor acostumbrado a llevar la contraria, Lemmy no tenía ni malditas las ganas de que le encasillaran en un género. Y, si ese género era el heavy metal, menos todavía: desde que Motörhead empezó su andadura, Lemmy dejó claro que lo suyo era rock’n’roll de la vieja escuela, con raíces en la música surf y el el pop de los 60, y que eso de poner los cuernos no iba con él. En todo caso, puntualizaba, se sentía más afín a la escena punk: no en vano dedicó una de sus canciones más memorables (y más intensas) a cierto grupo de Forrest Hills que podía rivalizar con el suyo en contundencia y ganas de festejo. ¿El nombre de la canción? Pues cuál va a ser: R.A.M.O.N.E.S.

Un hombre en guerra

Citemos otro lugar común: en contra de las apariencias, Lemmy era un gran lector aficionadísimo a los tochos de historia militar… y un gran aficionado a coleccionar memorabilia bélica, especialmente piezas de la II Guerra Mundial. Esta propensión a llevarse a casa reliquias adornadas con esvásticas y otros símbolos siniestros no convertía a nuestro héroe en un belicista tronado: el líder de Motörhead estaba muy al tanto de que un campo de batalla es, ante todo, un grandísimo infierno, y ello le llevó a componer una de sus mejores canciones. También una de las más inesperadas, porque 1916 es nada menos que un sombrío e introspectivo tema a base de sintetizadores. En contra de todas las expectativas, el tema (que encabezaba el disco homónimo, lanzado en 1991) se convirtió en uno de los emblemas de su grupo, ganándole lo que se suele llamar «una nueva generación de fans». Escúchalo, y coincidirás en que se lo merecía.

Tratos con el Maligno (y con los Cenobitas)

Llegado 1991, Lemmy se arrimó a un compadre de más o menos su misma edad, tan bandarra como él y con una personalidad igual de decisiva en el canon del rock estruendoso. Hablamos de Ozzy Osbourne, el ex cantante de Black Sabbath, para cuyo disco No More Tears (1991) echó una mano como compositor y letrista. Uno de los temas del álbum, titulado Hellraiser, fue también grabado por Motörhead en su disco March ör Die (1992) e incluido en la BSO de Hellraiser III Infierno en la Tierra. Lo cual, videoclip mediante, permitió que Lemmy se enfrentara a un desafío digno de un tahúr como él: echarse unas manos de póker con el mismísimo Pinhead. Seguro que, en el día de hoy, la escena ha vuelto a repetirse en el inframundo, y que el blasfemo engendro sadomaso creado por Clive Barker ya ha perdido hasta la camisa.

¿Vieja gloria? ¡Tu puta madre!

Con cerca de 40 años de carrera, la discografía de Motörhead es amplia y variada, tanto para lo malo (sinceramente, nos lo pensaríamos mucho antes de recomendarte discos como Another Perfect Day Snake Bite Love) como para lo bueno (a ver, valientes, buscadle pegas a No Sleep ‘Til Hammersmith). Pero, si algo puede decirse de ella, es que Lemmy nunca dejó que flaqueara el ritmo de su maquinaria: este mismo año, entre problemas de salud y el peso de la maldita edad, nuestro héroe se permitió el lujo de editar Bad Magic, tremendo discazo que suena sucio como el infierno, idóneo para enganchar a los fans y para ganarse el respeto de los no-fans. Dando caña hasta el final, como quien dice.

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