¿Había sido manipulada la imagen de Lena Dunham en la portada de Tentaciones? Ni lo sabemos, ni importa demasiado: protestando contra la supuesta alteración de su fotografía, la autora de Girls ha puesto de relieve un problema que afecta a cualquier mujer que se mueva en la esfera pública.
La polémica saltó al ruedo hace diez horas, aproximadamente. Sus protagonistas: la actriz, productora y guionista Lena Dunham y la revista Tentaciones, suplemento del diario El País. La razón de la discordia: el supuesto trabajo de photoshop realizado por la publicación para hacer que la responsable de Girls se ajustara a los cánones de atractivo convencional. O, en cristiano, para quitarle kilos. «Es un honor ser vuestra portada, y me encanta que hayáis comprado una fotografía de Ruven Afanador, que siempre me hace salir divina. PERO mi cuerpo NO es así, y nunca lo será: la revista ha usado más ‘photoshop’ de lo habitual», protestaba la actriz, productora y guionista. Poco después, Tentaciones respondía con una carta abierta en la que negaba el tratamiento de la imagen, afirmando que sólo la había recortado para que se ajustase a su maquetación. Y, además, le ofrecía una suscripción a la cabecera «para que puedas comprobar que nos gusta reflejar las cosas tal y como son».
Que sepamos, ni Dunham ni sus representantes han hecho pública una respuesta a Tentaciones. Y, por otra parte, toda la controversia parece haberse desarrollado dentro de los cauces de la buena educación. De esta manera, estaríamos hablando de una tormenta en un vaso de agua, máxime cuando la actriz ya causó un revuelo en 2014, después de que la web Jezebel publicase las imágenes sin retocar de su photoshoot para Vogue. Pero, aun así, a nosotros nos parece que el follón viene a cuento. No por la anécdota en sí, ni porque (a juzgar de algunos que comentan sobre el caso) Dunham haya metido la pata hasta el fondo, sino por una serie de cosas que se infieren de ella.
Una advertencia, antes de seguir: como pueden apreciar si ven la columna de la izquierda, quien firma este artículo es un tío. Lo cual no es demasiado procedente, dado que el ‘embellecimiento’ vía photoshop afecta sobre todo a mujeres: actrices, músicos y otras celebridades de género femenino son siempre las primeras en pasar por el Mac del maquetador o la editora gráfica de turno, a fin de reducir cinturas, eliminar accidentes cutáneos y, en general, reconvertir sus fotos en exponentes de un ideal de belleza, más que en testimonios visuales. «Hiperrealidad», dirían algunos. Aun así, cabe señalar una cosa: esta clase de manipulaciones no sólo desvirtúan el aspecto de un individuo, generalmente el de una mujer. También le privan, en numerosas ocasiones, de su capacidad volitiva o, si se prefiere, de su ‘agencia’ para decidir qué look quiere presentar ante el mundo.
Ante lo dicho, muchos profesionales (fotógrafos y editores gráficos, sobre todo) podrían protestar: en esta clase de situaciones es cuando salen a relucir los «arréglame con el Photoshop» de una actriz tras una sesión de posados, o las pataletas de publicistas y representantes exigiendo que las imágenes de su cliente sean retocadas ad hoc antes de ir a imprenta (adelgazándole los tobillos, por ejemplo). Pero esto son casos puntuales, y, si nos fiamos de otros ejemplos, no marcan necesariamente la tónica: resulta difícil creer que cada instantánea de Beyoncé, de Kate Winslet o de Jennifer Lawrence llegue a internet o a los quioscos sin haber sido mirada con lupa por un pequeño ejército de agentes de relaciones públicas. Y, sin embargo, esas tres celebrities son sólo algunas de las que han protestado tras ver fotos suyas retocadas en medios de difusión internacional. En el caso español, y por razones obvias, hoy corre de boca en boca (y de teclado en teclado) el ejemplo de Imma Cuesta, quejándose por haberse visto transformada «casi en una muñeca sin expresión» al aparecer en el dominical de El Periódico.
Pongámonos en la piel de cualquiera de estas mujeres, y meditemos: si bien convertirse en celebrity implica siempre un cierto grado de comercio con la propia imagen (el Espectáculo, es lo que tiene), descubrirse a una misma alterada hasta los mismos límites del Valle Inquietante por una decisión editorial tiene que escocer. Máxime cuando una no ha podido darle el visto bueno al asunto. Como señala Esther Miguel en Magnet, es verosímil que esta posibilidad constante de una transformación acabe creando en ciertas artistas una forma particular de sufrimiento: un perpetuo síndrome del «esa no soy yo», que podría llevar, sin ir más lejos, a ver photoshopeados donde no los hay. Imagina una foto tuya durante aquellas vacaciones en Mazarrón sometida a un tratamiento ‘de revista’. Ahora, imagina que una red social se sintiese libre de realizar esa clase de operaciones (en las cuales el programa de manipulación de imágenes reemplaza al quirófano) según su libre voluntad, y según unos cánones de estética con los que bien puedes no comulgar. Para rematarlo, añade el hecho de que dichas imágenes no pertenecerán a tu esfera privada, sino que también ayudarán a perpetuar un estándar por el cual se te medirá a ti, y se medirá también a otras personas. Seguro que, si esa posibilidad fuera cierta, la ansiedad no tardaría en morderte donde duele a poco que tus neuronas funcionasen bien.
Y, una vez más, hay que hablar del doble rasero: si bien las fotos de los hombres también se publican photoshopeadas, su caso no es el mismo ni de lejos. Alguien tan cortito en apariencia y tan astuto en el fondo como Brad Pitt ha convertido en un timbre de nobleza su derecho a lucir arrugas, exigiendo que W publicase como foto de portada un primer plano suyo, en blanco y negro y sin retocar, que hacía patentes las huellas de la edad. Según el fotógrafo Chuck Close, autor de la instantánea, la intención de Pitt era dejar claro que «no se puede ser un chico guapo para siempre». Pero, claro, esta cultura es la que es: una cultura en la cual las patas de gallo son un sello de dignidad senatorial para un hombre… y una alarmante señal de decadencia en el caso de una mujer. Poco podemos decir acerca de esta constante, salvo que es lamentable. Bueno, también podemos citar a Jamie Lee Curtis, explicando en 2002 por qué había decidido publicar una sesión de fotos ‘al natural’ para More. «“No tengo buenos muslos. Tengo los pechos grandes y la barriga gorda. Y tengo la espalda gruesa. La gente da por hecho que siempre voy por ahí con vestidazos, y eso es asqueroso», comentó entonces la diva. «Y no quiero que las mujeres desprevenidas de cuarenta y cuatro años piensen que soy así. Eso es un fraude. Y yo soy la que ayuda a perpetuarlo”. Tal vez Curtis fuera demasiado dura consigo misma al sentenciar esto último, pero a ver quién se atreve a quitarle la razón.