La ficción televisiva de nuestro país parece hallarse en uno de los momentos más dulces de su historia. Series como El Ministerio del Tiempo -que ha conseguido que el fandom más allá de los audímetros comience por fin a adquirir cierta influencia en la parrilla- o la recentísima Las chicas del cable -desembarco de la todopoderosa Netflix en España- dan fe de ello, y logran que una serie como Los hombres de Paco, vista hoy y sopesada en toda su locura y anarquía, resulte aún más rocambolesca. Siete años después de su final, repasamos la trayectoria de la ficción creada por Daniel Écija y Álex Pina.
La expresión jumping the shark (“saltar el tiburón”) lleva brotando de las bocas de los críticos de televisión desde el año 1985, encontrando posteriormente nuevas locuras a las que aplicarse de forma ininterrumpida. La escena de Días Felices (1974-1984) en la que Fonzie (Arthur Winkler) hacía esquí acuático sobre un tanque lleno de escualos estableció el rasero con el que medir todas las veces en que la serie de turno pierde el rumbo. Otros ejemplos clásicos: el circo sci-fi en que se convertiría la entrañable sitcom Cosas de casa (1989-1998), gracias al transformismo de Steve Urkel, los escarceos de Rachel y Joey en aquella infausta temporada de Friends (1994-2004), o lo que sea que demonios esté ocurriendo en The Walking Dead ahora mismo. Entre otros muchos, muchísimos, ejemplos.
Los hombres de Paco, producida por Globomedia y emitida por Antena 3 entre 2005 y 2010, fue una serie que saltó constantemente sobre el tiburón. De manera tan orgullosa como desesperada, buscando conservar a cualquier precio una audiencia más o menos digna, la ficción protagonizada por Paco Tous, Pepón Nieto y Hugo Silva pasó de ser en sus primeros compases de un inofensivo “Los Serrano con pistolas” a autodenominarse Los hombres de Paco 66.6, un absoluto y delirante batiburrillo en el que confluían robots, superhéroes maquillados, exorcismos e investigaciones policiales destinadas a combatir al mismísimo Satán. Todo precedido, por cierto, de un espectacular episodio que tenía lugar íntegramente en una boda, cuya ejecución habría hecho aplaudir de gozo a George R.R. Martin.
La pregunta a plantearse no sería, sin embargo, en qué punto la cosa se les fue de las manos a los guionistas sino, más bien, cuántas veces sucedió esto. Y, para dar con la respuesta, hemos de remontarnos al comienzo de todo, y al origen de la enésima apuesta de Daniel Écija por ensamblar un show repleto de personajes cercanos y humildes en cuya compañía pudiera disfrutar toda la familia… con especial hincapié en, cómo no, esa señora de Cuenca que vela por la supuesta rentabilidad de todas las series nacionales.
Bienvenidos a San Antonio
En primera instancia, Los hombres de Paco no se alejaba mucho del resto de productos pergeñados por Globomedia -inaugurada en 1993- hasta aquel momento, apuntalando una larga tradición que por entonces ya había hallado sus principales hits en series como Médico de familia (1995-1999), Periodistas (1998-2002) o Siete vidas (2003-2008). Todas éstas, series corales cuyas incombustibles tramas se articulaban en torno a un escenario -o a una profesión- concretos, y que definían su atractivo en función a personajes de diversos rangos de edad y características reconocibles, guiados por un guión que solía entrecruzar varias historias para contextualizarlas con leves apuntes de actualidad.
Las características reconocibles de estos personajes encontraron en Los Serrano (2003-2008) una suerte de consolidación, cuando el simpático costumbrismo del que ya había hecho gala el exitoso show inicial de Emilio Aragón alcanzó sus cotas más histéricas en la figura de Antonio Resines y su escobilla del váter. Los personajes masculinos de esta serie creada por Daniel Écija -uno de los fundadores de Globomedia- y Álex Pina eran todos bonachones, crédulos, expresaban sus emociones a grito pelado, y decían mucho la palabra “cojones”. Dos años después, con la serie aún en emisión -todavía quedaban otros tres para que el pobre Diego despertara-, Écija y Pina volverían a unir fuerzas, manejando los mismos presupuestos, y desarrollarían Los hombres de Paco.
La idea, una vez alumbrado el imprescindible juego de palabras con título de serie estadounidense viejuna, era enormemente sencilla: traspasar todos estos caracteres a un ambiente policíaco, confiando en que la mera imagen del españolito gritón con pistola ya diera juego suficiente para las cuatro temporadas de rigor. Paco Tous fue elegido así para ponerse en la piel del protagonista Paco Miranda, un honrado policía que, al comienzo de la serie, ve cómo una monumental pifia hace que dé con sus huesos -y con los de sus compañeros Mariano (Pepón Nieto) y Lucas (Hugo Silva)- en la comisaría del conflictivo (y ficticio) barrio de San Antonio. Una vez allí, el pobre Paco tendrá que soportar las iras de su nuevo jefe, Don Lorenzo (Juan Diego) -que además, en una jugada magistral del guión, ¡resulta ser su suegro!-, así como lidiar con el floreciente romance entre su hija adolescente Sara (Michelle Jenner) y su amigo Lucas. Además, sí, de liarla esporádicamente en algún caso que otro.
Este ajustado reparto se complementaba con el resto de atolondrados profesionales que merodeaban por la comisaría, así como con varios de los vecinos de la familia de Paco, y todos y cada uno de ellos, como no podía ser de otro modo, se reunían al final de cada jornada -y cada capítulo- en un único y acogedor bar: Los Cachis. Allí, las distendidas veladas caña en mano eran ocasionalmente ambientadas por la música en directo de Pignoise, cuyos miembros se pasaban de vez en cuando por la serie haciendo pequeños papeles, y cuyo tema Nada que perder servía de sintonía de la serie.
Con todos estos ingredientes -en absoluto novedosos para el panorama televisivo de la época-, filtrados por un guión cuya comicidad se basaba sobre todo en los malentendidos y las interpretaciones excesivas y teatrales –los berrinches de Don Lorenzo pronto se convertirían en la principal seña de identidad del show-, la directiva de Globomedia esperaba hallarse ante otro éxito, pero algo falló. Una vez emitido el primer capítulo en la noche del domingo 9 de mayo de 2003, el cómputo de espectadores no hizo sino bajar a partir de entonces, desembocando en la retirada de Los hombres de Paco de la programación tras únicamente ocho entregas emitidas. No obstante, Antena 3 dejó clara su intención de darle otra oportunidad a la serie en el futuro, justificando este temprano fracaso con una insuficiente inversión publicitaria y, según parece, manteniendo su confianza en el producto. Meses después, la comisaría de San Antonio volvería a nuestras televisiones bastante cambiada.
El españolito contra las cuerdas
Algo que, sin embargo, la audiencia no percibió sino gradualmente. Tras el forzado parón, Antena 3 resolvió emitir lo que quedaba de la primera temporada y la segunda de manera consecutiva -práctica que luego convertiría en habitual-, de modo que no se percibiera a simple vista el brusco cambio de rumbo que los guionistas, aterrados ante la imprevisible dinámica del share, le imprimirían a la serie. Sólo cuando en un mismo capítulo se intercaló el asesinato de un testigo protegido que involucraba a Sara Miranda con las tentativas de los intrépidos policías de San Antonio por conseguir semen de toro -vestidos con traje de luces para la ocasión-, pudo haber quien pensara que esta serie empezaba a no ser tan reconocible.
Y, sin embargo, estas decisiones obedecían a cierta lógica creativa, más allá del desesperado intento por mantener el interés del espectador en base a cliffhangers violentos. Porque sí, es obvio que la estrategia funcionó -el capítulo final de la nueva etapa sería líder de audiencia, mientras que los espectadores que anteriormente le habían dado la espalda a la ficción se pondrían al día vía Internet-, pero lo es también que esta inyección de gravedad le sentó de maravilla a la serie a efectos narrativos: los personajes eran igual de furiosamente humanos -es decir, de caricaturescos y llorones- que en los capítulos iniciales, pero el que ahora se vieran metidos en embolaos de gravedad creciente suponía un buen estímulo para una audiencia generalista a la que desde el principio se buscaba emparentar con los habitantes de San Antonio. No se trataba más que del atractivo de vernos a nosotros mismos reaccionar de manera creíble –o algo parecido– en situaciones increíbles.
Un panorama muy prometedor que no haría sino subir la apuesta en temporadas siguientes, mientras que tampoco se olvidaba de desarrollar en su seno la excusa perfecta para no descartar la cuota adolescente de la ecuación: la historia de amor prohibido entre Lucas y Sara iría obteniendo, así, una relevancia cada vez mayor, hasta el punto de ser clave en el ya mencionado y exitosísimo season finale. Al mismo tiempo iba siendo eclipsada, en consecuencia, una angustiosa subtrama que encontraba a José Luis Povedilla (Carlos Santos), becario de la comisaría, a punto de morir asfixiado al ser enterrado vivo durante el cumplimento del deber. Españolísima siempre, Los hombres de Paco.
Huida hacia adelante
En vistas del éxito obtenido por este viraje en el tono de la serie, era obvio que los guionistas no harían sino aumentar el drama y la acción de bajo octanaje en los capítulos inminentes. Teniendo como garantía a unos actores siempre dispuestos a darlo todo por sus personajes -y, como atestigua cierto número musical entonando el Agradecido de Rosendo, sin el más mínimo miedo a caer en el ridículo-, los libretos de Los hombres de Paco fueron haciéndose cada vez más complejos y ambiciosos, plegándose por vez primera toda la nueva temporada a una única línea argumental: un peliagudo caso de corrupción policial que revelaba oscuros secretos en el pasado del protagonista, y que encontraba continuidad inmediata en una cuarta andanada de episodios rodados al rebufo de los estupendos datos cosechados.
Así, pese a reservar un espacio cada vez más exiguo para las tramas cómicas -centradas por lo general en los nefastos equívocos cometidos por la entrañable tropa compuesta por Kike (Enrique Martínez), Curtis (Fede Celada), Rita (Neus Sanz) y Povedilla-, la serie insistió en cargar las tintas dramáticas, y en colocar a los personajes en situaciones que no le anduvieran a la zaga a cualquier otra serie policíaca con sus tiroteos, sus persecuciones y sus explosiones. Precisamente fue el atentado con bomba cometido en Los Cachis -y que se llevó por delante a Bernarda (Neus Asensi), la novia de Mariano- el momento cumbre de esta etapa, acabando por confirmar que ya no había ni rastro de Los hombres de Paco que conocimos en 2003…
… con la excepción, claro está, de lo explícito y tontorrón de varios de sus diálogos, que más o menos por entonces alcanzaron sus mayores niveles de cursilería. La costumbre de iniciar los capítulos con la voz en off de alguno de los personajes lanzando reflexiones prepúberes al más puro estilo Scrubs (2001-2010) ya había sido asentada anteriormente, pero todo empeoró cuando se hubo de combinar con la movida del amor adolescente de Lucas y Sara, y la introducción del personaje de Aitor (Mario Casas) para darle un poco de vidilla al asunto, en forma de socorrido triángulo amoroso. Apasionante trama que un par de temporadas después encontraría un giro inesperado cuando Hugo Silva se marchara de la serie, y una Sara casada y futura policía se fuera apañando con el susodicho Aitor en lo que volviera el cónyuge.
Haciendo historia de la televisión
Tras un notable clímax en el que la comisaría de San Antonio era tomada por los malosos, Globomedia se tomó un descanso de cara al rodaje de la quinta temporada. Estando planeado que Los hombres de Paco volvieran a principios de 2008, los ejecutivos de Antena 3 debieron de recordar cómo la audiencia en diferido había contribuido a que la serie consiguiera remontar el vuelo tras la desorientada primera temporada, y a modo de agradecimiento -en una decisión totalmente inédita en España- decidieron colgar el primer capítulo de la nueva andadura en su página web dos días antes de su estreno en televisión.
Este inicio, enormemente publicitado y recibido con entusiasmo por el público, introdujo otras dos temporadas muy similares a las anteriores, mientras comenzaba a percibirse la persecución del “más difícil todavía” en la que se habían embarcado unos guionistas cada vez más desbordados por los designios de la cadena, que exigían la elaboración prácticamente constante de capítulos durante casi un año entero. Dicha sobreproducción anteriormente se había cargado Aquí no hay quien viva (2003-2006), pero no hubo de afectar de forma significativa a los estándares de la serie, sabiéndose conciliar con mayor o menor tino las idas y venidas de unos actores saturados con la pirotecnia y el dramatismo culebronero que se buscaban de manera constante.
Así, mientras que el estatus de “pupas” de Povedilla acababa por ser incómodo cuando durante una infiltración en la cárcel el antiguo becario era confundido con un pederasta y violado en consecuencia, el eterno toma y daca de Lucas y Sara se nos hacía por fin digerible gracias a su conversión en buddy movie con besos, notitas en la almohada y una canción insoportable frente al mar. Una posterior tanda de episodios donde el personaje de Hugo Silva fallecía presuntamente para a continuación resucitar y casarse con su gran amor devenía, asimismo, en otro palomitero y absurdísimo final de temporada.
Pero, si es de finales de temporada de lo que hablamos, es inexcusable recurrir a lo que sucedió dos temporadas (seguidas) después, el 15 de abril de 2009. El día en que Los hombres de Paco trascendería su propio concepto, se hubiera convertido en lo que se hubiera convertido éste. El capítulo titulado Todos los planes de Lucas Fernández, teóricamente serviría para clausurar la intriga desarrollada a lo largo de los episodios anteriores, relatando el enfrentamiento final de los policías de San Antonio con la Camorra italiana -tras encargarse de antagonistas con nombres tales como Salazar o el Kaiser, lo raro era que los guionistas no hubieran recurrido a ella antes-, y concluyendo de forma triunfal con la boda de Silvia (Marian Aguilera), hija de Don Lorenzo/cuñada de Paco/exmujer de Lucas, y Pepa (Laura Sánchez), hermana de Paco.
No obstante, la situación había emprendido una marcha imparable para entonces. Los hombres de Paco ya no se conformaba con ser espectacular, sino que además quería ser épica, y en este sentido no había idea loca que los guionistas se atrevieran a desaprovechar. Fue así como nació Blackman (Asier Etxeandía), un superhéroe de gran fuerza, resistencia y habilidades psicoanalíticas -en serio- que entraría a colaborar con el ceño extremadamente fruncido en la comisaría de San Antonio un año después de que El caballero oscuro llegara a las pantallas y nos demostrara a todos que los espantajomanes eran cosa seria. Su cara a cara con una jueza italiana dentro de un ascensor en este capítulo final suponía un clímax en sí mismo -o lo habría supuesto hace unas tres temporadas- pero la serie actual podía permitirse despacharlo como una subtrama más, porque lo mejor sucedía en otra parte.
Antes de que el término “boda roja” empezara a usarse como sinónimo de capítulo que lo cambiaba todo en una serie gracias al 3×09 de Juego de Tronos (titulado Las lluvias de Castamere), la ficción de Globomedia experimentó algo extremadamente parecido. En medio de la boda de Silvia y Pepa, los hombres del capo conocido como “el Gordo” irrumpían pegando tiros, y como consecuencia morían hasta cuatro personajes importantes, diseminados sus cadáveres a lo largo de las casi dos horas que duraba el episodio. El suspense y genuina angustia conseguidos hasta ahora eran implacables y dejaban sin aliento a todos los espectadores que formaron parte de ese histórico 27, 2% de share, pero la serie aún se tenía guardado un as en la manga, y fue entonces cuando todos los protagonistas, sintiendo la muerte muy cerca, entonaron a coro el Se me olvidó otra vez de Juan Gabriel, llorando y desafinando como benditos. Porque desde siempre el costumbrismo, en Los hombres de Paco, se había entendido así.
Los hombres de Paco 66.6., y el acabose
Por mucho que semejante burrada de capítulo acabara con una innecesaria secuencia en la que los muertos miraban a cámara diciendo las chorradas sensibleras a las que nos tenían acostumbrados los guionistas (“Porque ahora sé que seguir viviendo no es pasar hojas de un calendario, sino entender que cada hoja de ese calendario es única e irrepetible”, y tal), el humor y la frivolidad ya habían sido desterrados definitivamente de Los hombres de Paco. El iracundo Blackman, y los supervivientes y traumatizados policías de San Antonio así lo atestiguaban. La audiencia había acompañado hasta entonces con lealtad y fruición, y ése fue el germen que dio pie a la última insensatez de los guionistas: Los hombres de Paco 66.6. Una temporada con nombre propio en la que nuestros queridos polizontes se enfrentarían a la mayor amenaza de todas. Satán, para más señas.
Los guionistas tenían interiorizado que tras su particular boda roja nada volvería a ser lo mismo, y en función a ello Los hombres de Paco sufrió el cambio más drástico de una historia que no había andado precisamente escasa de ellos. Se introdujeron hasta seis actores nuevos con seis nuevos personajes para cubrir las bajas, dos de los cuales –Patricia Montero y Marcos Gracia-, ya habían participado en la serie anteriormente con pequeños papeles. Se cambió el opening metiéndole arreglos siniestros al temazo de Pignoise. El grupo madrileño dejó de tocar en Los Cachis dejándole sitio a Pol 3. 14. Demonios, si es que hasta se introdujo un robot, Win-E (World Interactive Navigator Evolution), para hacer de compañero de un Povedilla barbudo, cojo y malhumorado.
Con este lavado de cara a base de salfumán, las opciones que tenía la serie eran escasas: o se mantenía a flote o se hundía sin remisión. Ocurrió lo segundo. Pese a que el envalentonamiento de los guionistas produjo una tanda de trece episodios en absoluto desdeñables -o, bueno, no mucho más que la media de las hiperbólicas temporadas precedente-, el público le dio la espalda al thriller sobrenatural que proponía Globomedia, exhibiendo ésta la misma sonrisa tensa y obsequiosa con la que ya había cambiado el género de su ficción dos veces antes. En un caso similar a lo sucedido con Scrubs -serie de Bill Lawrence con la que ya la comparábamos anteriormente, y que también supo jugar con los géneros como si tal cosa hasta que en la novena temporada cambió a gran parte de la plantilla y se fue al carajo-, Los hombres de Paco llegó a su fin el 19 de mayo de 2010, fruto de una arriesgada decisión que, sobre el papel, tampoco lo había parecido tanto, y justo cuando sus tramas por fin hacían gala de una sofisticación ligeramente resistente a la distancia irónica.
La exageración, la sobreexposición dramática y el sainete se localizaban en el ADN de Los hombres de Paco mucho antes de que éstos saltaran al tiburón por primera vez. Y estos mismos ingredientes se mantenían intactos en el inesperado spin-off satánico, como pudimos comprobar en el abrupto desenlace de la temporada -uno más, por desgracia el último-, registrándose la mayor tasa de abrazos masculinos, gritos y “cojones” que se había dado hasta ahora en la serie. Para que, al final, todo acabara con Paco en la comisaría, con lágrimas en los ojos, viendo cómo su patrulla al completo entonaba un no por reiterativo menos catártico “¡¡como un puto equipo de remo!!”, y dando por finalizado, así, uno de los episodios más interesantes, más locos, y más dignos de recordar de la historia de nuestra ficción.