Libros más útiles que una navaja suiza que lo mismo te invocan un espectro que redondean tus estadísticas en Tinder. Quien tiene un libro, tiene un tesoro, pero quien tiene un grimorio puede tenerlos todos. Si estás buscando ideas para regalar en el día del libro o eres el propietario de una microeditorial en crisis, te conviene echar un vistazo a nuestro informe sobre este género literario que nunca pasa de moda.
Grimorios. Libros de magia. La televisión y el cine nos los representan como volúmenes polvorientos encuadernados en piel humana o, a lo peor, de algún inocente cabritillo, guarecidos por poderosos sellos y dotados de recios candados que impiden que sus secretos acaben en manos de la persona menos indicada. Libros que portan maldiciones, que revelan los secretos de los muertos o que contienen toda la legislación relativa a pactos con Satanás y otras entidades poco recomendables. El tipo de fondo bibliográfico que es común en las bibliotecas del Vaticano y del instituto de enseñanza secundaria de Sunnydale.
Aunque tales libros existen, hay que decir que en la tradición oculta abundan más los tratados de magia natural, astrología y medicina; libros que enseñan a congraciarse con los arcángeles y a mantener conversaciones con los tronos celestiales. Libros de magia blanca, pero que darían con nuestros huesos en una celda de la Inquisición en menos de lo que se tarda en escribir la palabra TETRAGRAMMATON si los encontrasen entre nuestras posesiones, bueno, al menos durante la mayor parte de la historia europea.


El Necronomicon de Evil Dead no pasa de moda
Puestos a desmitificar, hay que decir que el negocio de los grimorios no se nutrió únicamente de incunables en latín editados a todo lujo, abundaban los libros de magia popular impresos en masa y comercializados a precios asequibles. En ellos el pueblo llano podía aprender a curar un resfriado común, bendecir el nacimiento de un ternero, desenterrar tesoros ocultos o doblegar la virtud de las damas cristianas, actividades estas que los emparentan con géneros tan en boga en nuestros días como los manuales para aprender a ligar o los tratados que enseñan a pensar como los ricos.
Fuentes antiguas
Para que puedan existir libros que revelen secretos perdidos y sabidurías ocultas es condición necesaria que antes existan tales cuerpos de conocimiento olvidados. La demonología babilonia y los misterios del antiguo Egipto son invocados con frecuencia como garante de la legitimidad de los textos. La tradición judeocristiana señala a varios personajes bíblicos, históricos o simplemente míticos como responsables de la transmisión de estos conocimientos.


Moisés, literato y grimorista
Enoch, el bisabuelo de Noé, sería la primera de estas autoridades antiguas, gracias a sus tratos con los hijos de Elohim, o sea, los ángeles, tal y como se recoge en El Libro de Enoch, apócrifo que forma parte de los famosos Manuscritos del Mar Muerto. Sin salir de tan ilustre familia, tenemos el caso destacado de Sem, segundo hijo de Noé y, de acuerdo con la doxografía, experto iniciado en magia babilónica anterior a la Caída. El tal Sem se las habría arreglado para poner a buen recaudo sus pergaminos y tablillas durante el Diluvio, bien escondiéndolos dentro del Arca, bien poniéndolos en un lugar seguro al que volvió a buscarlos cuando dejó de llover. En ambos casos, la astucia de Sem revela que la intervención divina para acabar con la idolatría de los hijos de Caín fue más o menos tan eficaz como las muchas intervenciones militares del ejército estadounidense por esa parte del mundo.
Moisés también tenía fama de taumaturgo detentador de saberes ocultos, seguramente transmitidos por Yaveh en sus frecuentes encuentros o anotados en la tercera tabla entregada en el monte Sinaí, la misma que el profeta rompió en un ataque de rabia producido por la veleidad de los israelitas. Otras versiones no menos autorizadas sostienen que Moisés habría aprendido magia de sus preceptores egipcios y habría destacado ya en su juventud poniendo en dificultades a los magos de la corte del faraón. No menos importante que la de Moisés es la autoridad de Salomón, cuya sabiduría, al parecer, no se limitaba a partir infantes por la mitad sino que se extendía al campo de la demonología, en el que destacó por la proeza de encerrar en botellas a setenta y dos demonios.
Simón el Mago, un obrador de prodigios contemporáneo y rival de Jesucristo, es otro personaje al que la tradición atribuye el tipo de magia sexual que actualmente asociamos a ciertas sectas gnósticas. Simón utilizaba tanto semen como flujo menstrual en sus operaciones mágicas, y los resultados no podrían ser más espectaculares. Las historias sobre él que circulaban en la Alta Edad Media nos lo pintan prácticamente como un villano de la Marvel, capaz de volar, de invocar a perros daimónicos para poner en fuga a los apóstoles y de volverse invisible como el mismísimo Aleister Crowley.
Fuera de la jurisdicción bíblica, destacan las figuras de Zoroastro o Zarathustra, el fundador del mazdeísmo, en el que algunos creen reconocer a un hijo de Sem o, incluso, al propio Sem, y Hermes Trismegisto, identificado alternativamente como un dios griego (Hermes), un dios egipcio (Toth) y un sabio helenístico, precursor indiscutible del Corpus Hermeticum, un batiburrillo místico con pegotes neoplatónicos de enorme influencia en la magia renacentista.
De todo esto,además de incontables papiros obra de magos anónimos de los primeros siglos de nuestra era, había en cantidad en la mítica Biblioteca de Alejandría. Naturalmente, casi todo se perdió en los fuegos encendidos por la Única Religión Verdadera, dejando el campo libre para la aparición de los grimorios tal y como los conocemos.
Grimorios Medievales y Renacentistas
Dado el crisol de culturas que poblaba la península durante la Edad Media, a nadie le cogerá por sorpresa que el grimorio más notorio de la época fuera elaborado en la España musulmana. Se trata del Picatrix, o Ghäyat al-Hakïm según su título original, una obra de magia talismánica de mediados del siglo XII que muestra influencias tanto de la tradición cabalística como de la magia astrológica que los árabes se habían traído de Persia. Traducido al castellano y al latín en la ciudad de Toledo por orden del rey Alfonso X el Sabio, el Picatrix es un texto claramente benigno en el que se enseña a elaborar amuletos y talismanes imbuídos con el poder de los astros, aunque también abunda en detalles pintorescos como rituales con espadas o sacrificios animales, por lo que no es de extrañar que fuera rápidamente identificado como un libro diabólico e incluído en el Índice de Libros Prohibidos, cuya primera edición española, ordenada por el inquisidor general don Fernando de Valdés, se publicó en 1559.
La mala fama del Picatrix vino a alimentar la leyenda negra de Toledo, ciudad que, al igual que Salamanca, se identificaba en la época como un conocido nido de nigromantes y demonólatras. La creencia popular afirmaba que la capital toledana estaba edificada sobre un sistema de cuevas donde los demonios se daban cita con sus adoradores. Este concepto psicogeográfico encontrará eco en uno de los cuentos incluídos por el infante don Juan Manuel en El Conde Lucanor ( el de el deán de Santiago y don Yllán) y será muy querido por el goticismo inglés y alemán, siempre dispuestos a ambientar sus horrores en países mediterráneos; es decir, papistas y, por ende, satánicos.


Cornelius Agrippa
El Renacimiento supone, como sabemos por haberlo estudiado en segundo de la ESO, un retorno a la cultura grecolatina por lo que repunta el interés por el Corpus Hermeticum y otras concepciones místicas propias del neoplatonismo en parte gracias a las flamantes traducciones de Marsilio Ficino. En cuanto a la producción grimorística de la época, destaca la figura de Cornelius Agrippa, cabalista neoplatónico y cristiano autor de un tratado, De Occulta Philosophia (Marburgo, 1559), que luego sería publicado como Los Tres Libros de Filosofía Oculta de Cornelius Agrippa. Se trata de una obra de magia natural en la que, entre otras muchas cosas, se establecen las jerarquías de ángeles y espíritus. Su popularidad, que ya era grande, aumentó desmedidamente con el añadido posterior al canon de un Cuarto Libro de Filosofía Oculta, denunciado como apócrifo desde el primer momento por los discípulos de Agrippa, y en el que se abordaban temas de demonología y nigromancia.
También por esta época comienza a haber constancia de la circulación del Clavícula Salomonis o Lemegeton. El texto está dividido en cinco partes: Ars Goetia, Ars Theurgia Goetia, Ars Paulina, Ars Almadel y Ars Notoria. La palabra “goetia” (en castellano, “goecia”) deriva de un término griego que designaba una especie de aullido o lamento considerado como una voz mágica y se usa para referirse al trato con los demonios. Sea como sea, la primera parte del Lemegeton es, de lejos la más influyente, en ella se detallan las características de setenta y dos demonios, conocidos como demonios goéticos, las formas de invocarlos y dominarlos.


Clavicula Salomonis, aullido anti-demonios
Ars Goetia es la fuente original de la jerarquía demoníaca que se ofrece en el apéndice Pseudomonarchia Daemonum, añadido a la obra del protestante Johann Weyer, De Praestigiis Daemonum (Basilea, 1563). Weyer era un escéptico que escribió su libro como denuncia de la superstición y falsedad que encerraban a su juicio los grimorios, pero le salió el tiro por la culata y el Praestigiis pasó a ser considerado unánimemente como un grimorio más.


La Goecia, oiga
La influencia del Clavicula Salomonis alcanza incluso al ocultismo contemporáneo a través de la edición revisada por McGregor Mathers y Aleister Crowley a principios del siglo XX. El Lemegeton se convertiría muy pronto, con el oportuno añadido de un manuscrito encontrado por Mathers en la parisina Biblioteca del Arsenal (El Libro de la Magia Sagrada de Abramelín), en la piedra angular de la doctrina de la Golden Dawn y derivados. En el Book 4 de Crowley, por ejemplo, todas las referencias a la goecia están tomadas del Ars Goetia.
Magia Ilustrada
El XVIII es un siglo de revoluciones y, al menos aparentemente, racionalismo, pero lo cierto es que al mismo tiempo que en los salones se discutía de ciencia y republicanismo, entre las clases populares francesas se vivía con pasión un revival de la magia y los grimorios. Este fenómeno se debe, en parte, a la creciente alfabetización, pero sobre todo a la labor de algunos editores avispados que decidieron poner en circulación libros de magia en ediciones baratas y adaptadas a los intereses del populacho dentro de lo que se vino a denominar la bibliothèque bleue.
Algunos de estos libros llegaron a circular por millares, constituyéndose en auténticos best sellers. Tal es el caso del Grand Albert, atribuido a Alberto Magno y, sobre todo del Petit Albert, obra de un tal Albertus Parvus Lucius. En el Petit Albert encontramos ya algunos de los rasgos típicos de este tipo de grimorios: lejos quedan las intenciones de conversar con los ángeles y comprender misterios teológicos, aquí de lo que se trata es de ofrecer un compendio de medicina popular y sortilegios encaminados a conseguir dinero y sexo gratis, como por ejemplo el que obliga a doce mujeres a bailar desnudas frente al mago.


Pequeño, pero matón: el Petit Albert
La mayor aportación del Petit Albert es sin duda la receta para fabricar una mano de gloria, un artefacto mágico que sirve para sumir en el sopor a las personas cercanas y así poder entrar en sus casas a robar sin peligro de ser descubiertos. La mano debe ser suministrada por un criminal ahorcado, una vez cortada debe envolverse en una mortaja y exprimirse hasta que esté limpia de sangre. A continuación se enterrará durante quince días en una solución que contiene, entre otras cosas, sal y pimienta negra, transcurrido esté tiempo se deja secar al sol o en un horno. La mano así momificada se usará para sostener una vela (o varias) confeccionada con cera virgen y la grasa del mismo criminal ejecutado del que obtuvimos la mano. Si la operación se ha hecho bien, mientras arda la cera de la vela, el aspirante a criminal podrá hacer lo que le venga en gana sin ser molestado.

Mano de gloria, making of
El siguiente gran éxito de la bibliotèque bleue será el Grand Grimoire (1759), el primer libro publicitado explícitamente como grimorio diabólico que se publica en Europa. El Grand Grimoire contiene las instrucciones necesarias para invocar al primer ministro de los Infiernos, Lucífugo Rofocale, y firmar un contrato con él. Teniendo en cuenta que Lucífugo ha sido puesto por el propio Satanás a cargo de “toda la riqueza de este mundo”, se entiende que firmar el susodicho contrato era materia de interés principal para los sufridos lectores. La fama del Grand Grimoire no hará más que aumentar en las décadas sucesivas y llegará a ser reimpreso bajo el título alternativo de Dragon Rouge.
Un ritual derivativo de los contenidos en el Grand Grimoire/Dragon Rouge que llegará a ser muy popular en la Francia de la época es el de la poule noire, que enseña los pasos necesarios para obtener de Satanás una gallina negra que pone huevos de oro o plata. Muchos pícaros usaban este ritual para desplumar a granjeros ingenuos, que les pagaban por sus servicios mágicos con la esperanza de acabar siendo los dueños de una de esas gallináceas y lo que se llevaban a cambio era un susto de muerte y la precaria explicación de que Satanás se había largado con toda la pasta.
El Libro de San Cipriano
San Cipriano de Antioquía fue un mártir cristiano del siglo III considerado como el santo patrón de los hechiceros. Su fama de mago empieza a elaborarse en el siglo IV a través de una serie de malentendidos, que acaban dando para tres libros donde se narra su vida, conversión y martirio. Al parecer, el bueno de Cipriano fue criado en el más estricto paganismo, consagrado al dios Apolo durante su niñez e iniciado en el culto a Mitra. Durante sus años formativos viajó a Babilonia, a Egipto y hasta al monte Olimpo, lugares donde aprovechó para aprender alquimia, astrología y magia caldea, así como para estrechar sus lazos con dioses y demonios. Con semejante CV no nos extraña que Cipriano decidiera ganarse la vida alquilando sus servicios mágicos al mejor postor, actividad por la que llegó a ser respetado y hasta un poco adorado por los paganos de Antioquía. Las especialidades de Cipriano eran, por lo que sabemos, la localización de objetos perdidos o tesoros y la magia amorosa, entendiendo por tal la elaboración de filtros y sortilegios que tenían más que ver con la popular burundanga que con las pociones que vemos en las películas.
Precisamente fue a través de el ejercicio de su especialidad como le llegó a Cipriano la conversión a la Única Religión Verdadera. Se le había encomendado la misión de doblegar la virtud de una casta mujer cristiana que respondía al conveniente nombre de Justa, para lo cual Cipriano había invocado a un demonio menor al que había enviado a casa de la interfecta con instrucciones de traerla “cogida por los pelos y las pestañas”. Sorprendentemente, su emisario se había tenido que retirar con el rabo entre las piernas al no poder quebrar la coraza de virtud de Justa. Lo mismo ocurrió con el siguiente y el siguiente; todos los demonios que enviaba eran derrotados por el poder de la cruz hasta que a Cipriano, que era un tipo pragmático y cabal, no le quedó otro remedio que aceptar la superioridad del cristianismo, quemar sus libros de magia y ordenarse obispo.
Afortunadamente, no todos sus documentos se perdieron, a juzgar por la gran cantidad de talismanes y escritos atribuídos a su persona que circularon por la Península Ibérica durante la Edad Media. La devoción por Cipriano era especialmente intensa en Galicia, región en la que se creía muy firmemente en la existencia de tesoros ocultos en recintos subterráneos, tesoros que podían ser localizados con la ayuda de la magia de Cipriano y -aunque a nadie se le escapa que recuperar un tesoro es más asunto de pico y pala que de varita- tesoros custodiados por gnomos, salamandras y otros espíritus elementales que tenían que ser neutralizados por medio de la magia. Tal era el oficio de los saludadores, una especie de médicos-brujos-buscadores de oro que recorrían el país ofreciendo sus servicios al mejor postor.
Ya en fecha tan temprana como mediados del XVII se tiene noticia de la existencia de gacetas, pliegos de una o dos páginas donde se detallaba la localización de tales tesoros. La última de estas publicaciones de la que tenemos noticia data de mediados del XIX; se trata de El Millonario de San Ciprián, donde se hace relación de todas las riquezas ocultas en las proximidades de la ciudad de A Coruña y viene firmada por un tal Adolfo Ojarak, cuyo apellido resulta ser la palabra “carajo” escrita al revés.
Así las cosas, lo único raro es que tardase tanto tiempo en aparecer un grimorio escrito en castellano y atribuido al santo, El Libro de San Cipriano o Ciprianillo, según la denominación astur-leonesa. Los primeros aparecen a finales del XIX y, bajo ese título, el lector podía encontrar dos cosas bien distintas: una era una traducción del Grand Grimoire francés, la otra una obra original de carácter pío y españolísimo que mezclaba salmos con encantamientos y exorcismos y que incluso llegaba a presentarse como de utilidad para los clérigos en el cuidado de sus parroquias. El gran éxito de crítica y público no llegó, no obstante, hasta que un anónimo editor tuvo la astucia de incluir en el mismo paquete un Ciprianillo y una gaceta; ¡por fin los gallegos tenían a su alcance a lista de todos los tesoros fabulados y los medios mágicos para hacerse con ellos!
American Grimoire
Una vez desaparecidas las restricciones que pesaban sobre la edición durante la época colonial, los Estados Unidos y, en general, todos los territorios del Nuevo Mundo se revelaron como un mercado ávido de consumir libracos de magia, cuantos más mejor y de todas las procedencias posibles. En un principio, como es fácil suponer, cada grupo étnico que se lanzó a hacer las Américas lo hizo pertrechado con sus propios textos prohibidos y, de esta forma, llegaron al continente las principales tradiciones mágicas. El Petit Albert se convirtió en un importante éxito de ventas entre la población afroamericana de las áreas de influencia francesa como New Orleans, poniendo las bases de la característica amalgama entre gnosis y animismo afro-caribeño con el que hoy asociamos a figuras como Marie Laveau o Michael Bertiaux.

Conjuros sicalípticos del ‘Petit Albert’
Pero para ver el primer grimorio made in USA tendremos que esperar a 1820. Se trata de Der Lang Verborgene Freund, más conocido como Long Lost Friend, obra del editor, autor, filántropo y católico romano en tierra de protestantes John George Hohman. El libro, compendio de consejos religiosos, mágicos y médicos a la manera de los populares almanaques del granjero, gozó de gran aceptación en las comunidades de pietistas radicales de etnia germánica del estado de Pennsylvania, la mayoría menonitas o amish. El Long Lost Friend es una obra eminentemente práctica, con la que lo mismo previenes el nacimiento de un ternero bicéfalo, expulsas de casa a esos molestos poltergeist o encantas unas escopetas, y, sobre todo, enseña a curar todo tipo de enfermedades sin tener que recurrir al médico. Resulta que Hohman desconfiaba de la medicina moderna, a la que consideraba una falsa ciencia y opinaba que si una dolencia no se cura con oración y ayuda del Espíritu Santo, difícilmente se va a a curar con inyecciones y bebedizos.
Claro que la mejor manera de prescindir de los servicios del médico es no ponerse nunca enfermo y hasta para esto sirve el Long Lost Friend, libro de propiedades talismánicas que protege de todo daño físico o espiritual a sus portadores, según nos informa el prefacio de la primera edición. Abundan las historias de soldados norteamericanos que se pasaron toda la guerra del Pacífico sin sufrir un rasguño y fueron a perecer atropellados por un tranvía en las calles de San Francisco por haberse dejado el libro en el barco.


Grimorios: anuncios por palabras
El Long Lost Friend se convirtió muy rápido en la herramienta de trabajo de los pow-wow doctors, la variedad local de médicos-brujos, de hecho, el libro seguirá editándose hasta bien entrado el siglo XX con el nuevo y comercial título de John George Hohman´s Pow-Wows. Aunque la percepción pública de los pow-wows era benigna en un principio, acabaron siendo demonizados por la prensa sensacionalista por asociación con los hex-doctors. La diferencia entre un pow-doctor y un hex-doctor no está clara, salvo por el hecho de que los segundos adoptaban un enfoque más proactivo a la hora de enfrentarse a las Fuerzas del Mal y que usaban preferentemente una obra titulada The Sixth and Seventh Books of Moses, de fama más siniestra que el Long Lost Friend, sobre todo por su implicación en una serie de sonados casos de asesinato durante los años diez y veinte del pasado siglo que se conocieron popularmente como hex killings y que habrían podido transformarse en el argumento de una precuela de True Detective.

Hex Killers y grimorios condenados
Necronomicones Apócrifos
El siglo XX estará marcado por el auge de los pulps, esas publicaciones dedicadas a los géneros populares y hechas en papel barato en las que, por supuesto, hubo un hueco para los grimorios. ¿Qué decimos un hueco? ¡Y hasta compañías especializadas en su publicación! Nos referimos a la editorial Delaurence, cuyos productos ostentaban “la marca inconfundible del buen gusto”, según su propia hoja promocional, y a la Dorene Publishing Company, fundada en NY en 1937 por un inmigrante ruso y músico de jazz improbablemente llamado Joe Kay. Precisamente estos últimos son notables por haber publicado el más representativo de estos grimorios pulp, estamos hablando de Black Herman: Secrets of Magic-Mistery and Legerdemain, que capitalizaba la imagen del célebre mago escénico afroamericano Benjamin Rucker. Rucker, que por aquella época actuaba regularmente en el local social de Marcus Garvey con gran éxito de público, aparecía en la portada vestido de traje, sentado sobre un globo terráqueo y portando un bastón o dildo gigante con la leyenda “POWER”. Demasiado empoderamiento negro para una América a la que aún le quedan décadas para la llegar a la blaxploitation.
Pese a todo, estaremos de acuerdo en que el grimorio más importante del siglo XX, si bien tiene su origen en el pulp, no fue publicado ni por Delaurence ni por Dorene. No fue publicado por nadie, de hecho, porque no existe fuera del universo narrativo de H.P. Lovecraft, o, al menos, no debería existir. Nos referimos,claro, al mítico Necronomicón, el libro más perverso del mundo, cuyas aplicaciones prácticas no pueden estar más alejadas del pragmatismo mundano que hemos visto hasta ahora; la lectura del Necronomicón sólo conduce a la locura, a hablar en lenguas guturales y a ser despedazado por entidades supramundanas como le ocurrió al propio autor de la obra, Abdul Alhazred, en un mercado de Damasco.
Pese a que la naturaleza ficticia del libro está firmemente establecida por el propio Lovecraft, o cierto es que, de manera inevitable, no son pocos los libros que desde entonces han aparecido en el mercado con la pretensión más o menos seria de ser el auténtico Necronomicón. El primero apareció en 1973, se trata de la edición de Owlswick Press de Al-Azif (The Necronomicon), a cargo nada menos que de L. Sprague de Camp. Al-Azif resultó ser una broma no demasiado bien elaborada, algo que, por otro lado, la editorial reconoció desde el principio, en la que en un manuscrito árabe del siglo VIII aparecen, ¡milagrosamente! párrafos enteros copiados literalmente de las obras de Lovecraft.
Algo parecido sucede con Necronomicon, The Book of Dead Names, un volumen publicado por Neville Spearman en 1978 y en el que estaban implicados nombres como los de Colin Wilson, Angela Carter y el reincidente Sprague de Camp.
Más convincente resulta el Simon Necronomicon, Simonomicón para los amigos, cuyo texto proviene de un manuscrito Sumerio adquirido por un iniciado de la O.T.O. conocido únicamente como Simon en una tienda de fruslerías mágicas de Brooklyn en 1970. En 1976 saldrá a la venta la primera edición de 666 copias del Simonomicón, a cargo de la corporación editorial fundada a tal efecto por el padre de un amigo drogadicto de Simon, Schlangekraft Publishing. Las malas lenguas afirman que este Necronomicón no es más que otro fraude, esta vez tramado por los excéntricos Andrew Prazsky, Peter Levenda, Michael Hubak y Steven Capo, que más o menos por la misma época habían inventado su propio culto religioso (The Autocephalous Slavonic Orthodox Church) y hasta lo habían inscrito en el registro oficial con la esperanza de librarse de ir a la guerra de Vietnam. Si el lector tiene oportunidad de hacerse con una copia del libro (en realidad cuesta unos anticlimáticos diez euros en amazon), debe andarse con ojo. Broma o no broma, los rituales contenidos en el Simonomicón funcionan o, al menos, así lo afirma una autoridad en la materia como es Kenneth Grant, fundador de la lovecraftiana y ufológica Typhonian Order. Si acabáis invocando a unos perros de Tíndalos luego no digáis que no os avisamos.
Un artículo muy inspirador, tendré que hojear unos cuantos de los libros aquí reseñados si tengo ocasión. Desde adolescente me ha atraído mucho el esoterismo durante la baja Edad Media, creo que el jdr Aquelarre tuvo algo que ver…
Muy chulo el artículo, no conocía la mayoría de los libros y me van a ser útiles para usarlos como inspiración.
Como nota, la inmensa mayoría se pueden encontrar gratuitamente en el proyecto europeo Europeana: http://www.europeana.eu/portal/es
Como, por ejemplo, el Clavicula Salomonis: http://www.europeana.eu/portal/es/search?q=Clav%C3%ADcula+Salomonis