Los mejores discos de 2018

Un año más, os traemos el resumen de lo mejor de 2018. Películas, series, videojuegos, comics, e incluso nuestra puntilla con lo peorcito de estos doce meses que acaban. Seguimos con esa cosa tan antigua del mejor disco del año.

No está de más dejar claro que ninguno de nuestros tops del año pretende ser definitivo ni completista. Simplemente, nuestros colaboradores escogen sus artefactos culturales favoritos y escriben sobre ellos. Las ausencias serán más que las presencias pero, en cualquier caso, estos son algunos de los imprescindibles de 2018.

Violética, de Nacho Vegas

Una de las primeras canciones de Nacho Vegas que obtuvo cierto éxito fue, hace la friolera de diecisiete años, El ángel Simón, perteneciente a su primer álbum en solitario tras la marcha de Manta Ray, Actos inexplicables. Un corte crudísimo, de ritmo cadencioso y una falta de complejos a la hora de introducirse en la más cruda canción de autor —con una letra larga y carente de estribillos— que no podía ni quería coartar la que, desde ya, se proclamaba como la característica definitoria del músico asturiano: una sinceridad inmediata que cierto sector del público iba a abrazar con entusiasmo en tanto ésta se refería a desamores, drogas y otros glamurosos tropos, pero que probablemente torciera el gesto en cuanto se dirigiera a otros lugares más comprometidos con la realidad social y, por supuesto, la política. Esa maldita política que viene a jodernos el rock and roll.  




He de admitir que yo fui el primero al que una cosa como Resituación (y antes de éste, el E.P. Cómo hacer crac, nacido a rebufo del 15-M) no le acabó de seducir, con sus letras evidentes y demasiado apegadas a lo terrenal, añorando cuando el amigo Nacho nos hablaba de sus jodidísimos daddy issues en El ángel Simón, pero las cosas han cambiado bastante tanto para mí como para el asturiano. Ajeno a las críticas y a la concepción de que el mejor disco que podía salirle de las entrañas ya no estaba dentro de él —pues han pasado siete años de La zona sucia—, el músico asturiano ha entregado con Violética una obra que no sólo aglutina gran parte de las temáticas y tonos que han vertebrado su carrera, sino que además supone una airada y burlona respuesta a quienes dudaban de la pertinencia de una Canción para la PAH entre sus polvorientos vinilos. En Todos contra el cielo, Nacho canta: «Se ha promulgado una ley prosoledad / La guerra es ahora entre el mal y lo neutral / Y va ganando el mal / Lo siento, pero va ganando el mal». Y la culpa es nuestra.

Violética, disco doble en el que cabe todo, no sólo nos presenta a un cantautor con más confianza en sí mismo que nunca y consciente de que siempre ha tenido razón; también hace lo propio con un letrista en la cumbre de sus facultades que sigue haciendo activismo y cantando sobre lo que le dé la gana amparándose en una imaginería cada vez más elaborada y una capacidad para el escalofrío como no la sentíamos desde los puntos más chungos de El manifiesto desastre. Temazos apocalípticos como Desborde o A ver la ballena conviven con momentos donde Nacho sigue rindiendo pleitesía a sus ídolos —y logra en Bajo el puente de L’Arán la más perfecta fusión con Nick Cave—, se reencuentra con Christina Rosenvinge, nos pone al corriente de todas sus contradicciones en la paradigmática Ideología y, por lo demás, vuelve a demostrar por qué es uno de los mejores músicos que tenemos en nuestro país, aunque a veces no nos lo merezcamos. Alberto Corona

Astronauta, de Zahara

Tres años después de su fantástico Santa (2015) se publica el quinto álbum de la cantante ubetense, que llegaba pisando fuerte con Hoy la bestia cena en casa, un sencillo tan potente como polémico, centrado en la crítica a los vientres de alquiler y a los políticos cínicos. Sin embargo, Astronauta es mucho más que eso, pues el disco navega entre el pop rock bailable y la nana introspectiva. La maternidad y la soledad son los telones de fondo de una obra que reflexiona acerca de los altibajos que llenan nuestras vidas, moviéndose a través del dolor provocado por las las rupturas, el desamor (El diluvio universal) y las malas compañías que es mejor dejar atrás (El fango), pero surcando también sentimientos como la ternura y felicidad que nos embarga gracias a las personas de nuestro entorno (Adjunto foto del Café Verbena y El astronauta, dedicada a su hijo). Zahara es experta en poner música a los vínculos que nos unen y a las sensaciones que nos abruman. Por eso aquí nos habla de cambiar, de aprender a dejar atrás la “gran colección de temores” y enfrentarse a nuevos retos, sobrellevando y entendiendo el sentimiento de melancolía y desamparo como una parte más de la vida.

Además, este trabajo cuenta con las colaboraciones de lujo de Santi Balmes de Love of Lesbian como acompañante en Guerra y paz y la letra y voz de Miguel Rivera de Maga en Big Bang. El cuidadoso resultado se aprecia también en su estética presentación, que nos adelanta el mimo con el que ha sido tratado y la calidad que aguarda tras el envoltorio. Y es que con un sonido más complejo y multitud de referencias pop (como ejemplifica el tema que abre el álbum: David Duchovny), pero igual de atractivo e interesante que el resto de sus discos, la cantante nos lleva de viaje espacial a través de las emociones. Así, Zahara ha vuelto a evidenciar su potencial y, con este despegue interespacial se confirma como una de las artistas más interesantes de nuestro panorama musical actual. Elena Crimental

Leather Teeth, de Carpenter Brut

Quítale el increíble trabajo artístico de Førtifem, responsables de la portada y las ilustraciones interiores del disco, y por ende del sofoco que te entra cuando despliegas la carpeta del vinilo; quítale la historia que lo convierte en un álbum conceptual -chico conoce chica, chica ignora chico, chico se achicharra en el laboratorio tratando de crear una poción de amor y se convierte en una estrella psicópata del rock-, el primero de una nueva trilogía tras aquella serie de epés que quedó recopilada en Trilogy (2015); quítale los videoclips que recrean dicha historia usando escenas de clásicos como Entrenamiento mortal (1987) o Muerte a 33 revoluciones por minuto (1986); quítale las aportaciones vocales de Kristoffer Rygg (todavía cabalgando la gran ola tecnopop con que Ulver nos sorprendieron el año pasado) y Mat McNerney de Grave Pleasures emulando a un Billy Idol satánico; quítale la traslación a un espectáculo con guitarrazos y batería en directo (Adrien Grousset y Florent Marcadet, de la banda francesa Hacride) y juegos fálicos de luces y proyecciones que obligan a la organización a prevenir a potenciales ofendidos. Quítale todo eso a Leather Teeth, y todavía seguiría siendo el mejor disco del año. Andrés Abel

20 años 21 canciones, de Lori Meyers

Los banda granadina de pop-rock –como se definen ellos mismos- celebraban este año uno de los momentos más especiales de toda su carrera con la publicación de un disco recopilatorio por sus veinte años en la carretera. Estructurado en dos CDs, la primera parte de este recopilatorio recoge algunos de los grandes éxitos que pueblan su discografía, con temas convertidos ya en himnos –quién diga que no le gusta Mi realidad miente y lo sabe- y coreados por cada festival en el que aterrizan. Emborracharme, Luces de neón, Alta fidelidad o ¿Aha han vuelto? –mi favorita– son algunos temas que no podían faltar, con los que recuerdan a los fans todo lo que han conseguido alcanzar desde que saliera aquel primer disco llamado Viaje de estudios en 2004.

Pero eso no es todo: el recopilatorio cuenta con un segundo CD donde encontramos verdaderamente la magia del mismo, con veinte rarezas de la banda repartidas entre maquetas de algunos de estos temazos, versiones –Necesito poder respirar de Albert Hammond o Esperando nada de Antonio Vega-, la BSO que interpretaron para Los juegos del hambre: En llamas (2013) y algunas canciones inéditas como Mangosta o De mi lado, que ponen el colofón a un disco redondo y que marca un antes y un después en la carrera de Lori MeyersAna Rodríguez

Knowing what you know now, de Marmozets

Vivimos unos tiempos maravillosos para los amantes del hardcore y el punk, y en buena medida es gracias a la invasión de la escena por parte de bandas con propuestas que distan mucho del engorilamiento testosterónico y metalero propio de finales de los noventa y los primeros dosmiles. El debut de Marmozets en 2014 ya ofrecía una experiencia completamente distinta, apoyada en el fuerte liderazgo sonoro de Becca MacIntyre, y este segundo trabajo es la confirmación de que bandas como esta están destinadas a abrir una nueva etapa para todos. Knowing what you know now es un producto caótico pero al mismo tiempo milimetrado, en un orden complicado de asimilar pero muy fácil de disfrutar. Saltar por este Lp es ir de riffs sencillos y ritmos básicos a complejas estructuras de rock y hardcore, picando sonidos y elementos tanto de dentro como de fuera del género y dándote siempre algo nuevo, diferente, refrescante y, sobre todo, intenso. No es un disco perfecto, pero sí es una muestra del tipo de discos que necesitamos en abundancia. Pablo Fluiters

Age of, de Oneohtrix Point Never

Si hay un músico que es el pulso del presente, ese es Daniel Lopatin. Desde sus discos de vaporwave hasta este último disco, Age of, toda su música es la perfecta representación de la era Internet. Y eso se puede ver especialmente bien aquí. Colaborando con todo el mundo que es alguien en el underground, tirando de falsa nostalgia ochentera para hacer vanguardia y redefiniendo radicalmente no sólo su estilo, sino nuestro entendimiento de los géneros musicales (por la imposibilidad de meterlo en ninguno), Age of es una obra maestra de la contemporaneidad. Un disco que sólo tiene sentido hacerse en este mismo instante. Un disco del ahora. Álvaro Arbonés

El mal querer, de Rosalía

Indudablemente el álbum que más ha dado de hablar este año. Arropado con unos incontestables videoclips con imágenes potentísimas, poniendo encima de la mesa cuestiones como apropiación cultural, capitalismo, o la enésima discusión (¿arbitraria?) sobre las esencias del flamenco. El segundo disco de Rosalía ha demostrado que la cantante catalana no se quedaba en el (maravilloso) homenaje de su primer álbum (Los Ángeles). La artista sido capaz de crear una perfecta obra de marketing con un más que evidente talento a sus espaldas. Canciones como Malamente, Bagdad o Pienso en tu mirá convertidas en hits que hace diez años consideraríamos bastante improbables, porque si hay algo que es Rosalía es puro 2018, aquí y ahora. José Manuel Sala

Our Raw Heart, de YOB 

Invocar imágenes y metáforas procedentes del campo semántico del dolor de barriga para hablar del doom metal, el dubstep y otros estilos musicales de graves profundos y desarrollos tortuosos quizá sea, a estas alturas, un recurso manido. Aunque, en este caso, la tentación es muy grande, así como lo es la de reconocer relaciones de causa-efecto entre las siete canciones que forman este disco y el flirteo con la muerte por vía del dolor abdominal extremo que sufrió el año pasado Mike Scheidt, cantante y guitarrista de YOB, y que él mismo se encargó de contar en esta pieza maestra del periodismo gonzo autoconfesional.

Ya sea entendido como consecuencia directa de ese trabajo de campo hospitalario o como simple resultado de la evolución orgánica de un combo que ya lleva años destacando como farallón rocoso en el agitado mar del metal extremo, lo cierto es que Our Raw Heart, su séptimo LP, bate sus propias marcas en lo que a densidad instrumental y aspereza vocal se refiere. El rotundo piñón fijo de The Screen (el single) produce sensación de asfixia, los drones que abren In Reverie y los desarrollos ambientales que ocupan algo más que una buena mitad de Lungs Reach tampoco se quedan cortos a la hora de sugerir experiencias claustrofóbicas y así, claro, cuando llega la conmovedora The Beauty of Fallen Leaves nos coge por sorpresa y hasta puede que se nos escape una lagrimita. No pasa nada, Original Face y el tema titular, que además se encarga de cerrar el disco, nos devuelven a la dura realidad a base de patadas… en el estómago. Félix García

The Rat House, de Liance                                        

Oriente no para de multiplicarse y expandirse no solamente a nivel meramente demográfico o económico, sino también a la hora de producir corrientes cada vez más influyentes (k-pop, j-pop) y numerosas células creativas infiltradas dentro de la escena anglosajona que, hoy por hoy, emulan con igual o mejor pericia que sus referentes. En ese sentido, 2018 ha sido un año boyante en lo que respecta a propuestas surgidas tanto en los rincones más insospechados de aquella parte del mundo como incorporadas dentro la escena occidental. Singapur ha brillado con el folk preciosista de Hanging Up The Moon y el power-pop de Sobs; la impredecible China con la revelación indie-pop de vieja escuela –Everything But The Girl en el retrovisor- de Lonely Cookies; y la omnipotente Japón –una de las tres industrias musicales más importantes del mundo- ha alumbrado confirmaciones como el shibuya-kei de Sayonara Ponytail o el reggae sintético de Natsu Summer.

Desde Reino Unido el trío londinense –con cantante japonesa al frente- Kero Kero Bonito se han sobrepuesto a un irregular debut con un excitante y vitaminado –más guitarras y menos sintes- Time ‘n’ Place y el hongkonés –pero afincado en Brighton- James J Li, motivo principal de esta crónica, ha realizado uno de los discos más talentosos de folk contemporáneo: The Rat House, bajo el nombre de Liance (su faceta ambient y de electrónica abstracta queda para su alter-ego como Ministry of Interior Spaces).

The Rat House viene en el formato ideal –ep de 5 canciones, más o menos el estándar que puede asumir el oyente actual- y es un dechado de orfebrería sentimental que puede recordar a otros maestros del susurro a media luz como Kings of Convenience o At Swim Two Birds. Se abre con la breve pero perfecta Bernie Rally, que trata sobre un flechazo en mitad de un mitin de la campaña electoral del demócrata Bernie Sanders. La igualmente austera Milk habla sobre los excesos tras una fiesta desproporcionada y musicalmente no está nada lejos de cosas como Iron & Wine, para dar paso a continuación al momento más estremecedor y rotundo del disco: la propia The Rat House, con referencias directas a grupos como Apples in Stereo y con el suicidio revoloteando en cada verso: “Not before taking photographs of each object / like a forensic scientist taking evidence of my upcoming death”. Julian y In My Own Skin mantienen el nivel óptimo de inspiración y cierran un prodigio de concisión sedante como pocos, que no dejará de reverberar en nuestros corazones. Edgar Ducasse

BSO Crazy Ex-Girlfriend

Podemos decir que más allá de los álbumes hay una vida nueva en esta época de streaming y contenido internetero. Suena a buena excusa pero en realidad podemos decir que hay un álbum, o dos, o los que hagan falta. Los van sacando con cada final de temporada de la que es la mejor serie musical que hay actualmente en televisión. No solo eso, también es la más variada. Todo tipo de estilos, músicas y canciones. Siempre con nuevas composiciones interesantes como la de ahí arriba. Y es que al final son tantas las cosas por descubrir que no viene mal hablar sobre lo que es música al fin y al cabo. Y esperad a que os hable del musical de Bob EsponjaJónatan Sark

Francis Trouble, de Albert Hammond Jr

Apenas cuatro en doce largos años de carrera para que la guitarra rítmica de The Strokes tuviera un disco con verdadera personalidad. Y hay una razón para que lo último de Hammond (Jr) tenga vida propia: es el disco formado por todo lo que nunca ha podido decir al hermano gemelo que nunca conoció. La madre de Hammond estaba embarazada de gemelos, pero Francis, uno de ellos, murió mientras Albert seguía creciendo. El guitarrista se enteró de esta historia hace un par de años, el tiempo que ha tardado en crear su trabajo más elaborado, elegante y redondo, donde el Bowie berlinés o la nueva ola neoyorquina crean una nueva vida musical que merece ser recordada. Si no me crees, prueba con Tea for TwoUn homenaje a mi gemelo muerto y a mi nacimiento, como a las complejidades de identidad que surgen desde este vínculo”. Viva Francis. Kiko Vega

Arroz con cosas, de Camellos

En la entrevista que les hacíamos hace unas semanas intentábamos destilar la alquimia del estilo de Camellos. Ellos no lo tenían muy claro y nosotros ya nos hemos cansado de intentarlo, pero eso es lo de menos: la informe pero coherente mixtura de chistes viejos («Sonrisa Colgate, escupite y matate«), retruécanos finos («Y todos los días / Tocando techo y fondo / Como anoche, cuando llegaste /  Con Juan y Medio, con Juan y con medio«) aguda observación de lo cotidiano («Cuando te echan siempre es viernes«, «Cuando entra al bar / Sale con tres chaquetas«), humor negro («Flores en la acera / Cojo dos porsifo«) funciona como un cañón.

Ya funcionaba, de hecho, en su estupendo primer disco, Embajadores, pero en el EP Arroz con cosas afianzan el estilo de percusión punk, guitarreo alt-rock y originalísimas duovoces, permitiéndose incluso explorar nuevas vías sonoras, como en la sensacional y evocadora Avances 1, 2, 3, que no solo tiene el mejor chiste del año («Engendramos nuestro hijo mientras aparcábamos / Parkin-son«), sino que hace prácticamente imposible determinar por dónde van a tirar en los próximos meses estos heterodoxos de afiladísimo ingenio. John Tones

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