Los monstruos de Neil Gaiman: ser uno mismo y nocivo para otros

En Neil Gaiman encontramos secundarios que roban escenas a los protagonistas. Héroes que deben su heroísmo a pura supervivencia en lugar de a una audacia ciega y dioses olvidados que subsisten a base de timos más o menos elaborados. Monstruos que aprenden a usar cuchillo y tenedor, y acaban siendo más aterradores que antes. Y sobre todo, aprendemos que los monstruos existen, y que lo mejor que podemos hacer para derrotarlos es reconocerlo. Empezamos. 

Neil Gaiman está viviendo un momento muy dulce: American Gods y Good Omens adaptados en formato serie en Amazon, rumores de otra, esta sobre Sandman, en Netflix y la publicación de su historia corta Snow, Glass and Apples una deliciosa versión art nouveau de la historia de Blancanieves ilustrada por Colleen Doran, como novela gráfica. 

Una de las cosas que caracteriza a Gaiman desde sus inicios en Sandman es su habilidad para tomar personajes arquetípicos, tan antiguos que son puro hueso seco, y hacerlos vibrar de nuevo, como lo haría un luthier mágico, con una tonalidad distinta. Sus personajes hacen resonar una parte de nosotros que los identifica como reales, como auténticos. Algunos acaban por incorporarse a su particular cosmogonía, como las Tres en Una; diosas primigenias, oráculos, fu- rias, brujas y narradoras al mismo tiempo. Eternas y cambiantes, pero siempre las mismas 

Además, nos encontramos con secundarios que son a la historia el stacatto de un tacón en el suelo de la biblioteca: efímeros, breves, pero que se llevan toda la atención del lector durante su tiempo en escena. Así, tenemos versiones edulcoradas de los mismos que acaban por protagoni- zar spinoffs por su cuenta. Una espera su vuelta en continuaciones, secuelas, o historias total- mente distintas. Ese cameo de nuestra personificación favorita de la locura, o Delirio, en Ameri- can Gods vale oro. 

Si pasamos a sus villanos, podemos encontrar dos tipos: en el primer gran grupo hay malvados muy obvios, totalmente caricaturescos, aunque no por ello menos peligrosos. Desde el señor Zorro y el señor Lobo en Neverwehere a los goblins de El Libro del Cementerio. Son monstruos de pesadilla infantil, primaria. Esa en la que eres consciente de que acabarán por alcanzarte, por mucho que corras. Esa en la que tienes la certeza absoluta de que acabarán comiéndote, por absurdo que parezca. 

Tema aparte supone Coraline, otra de nuestras historias favoritas para niños raros o adultos que no quieren dejar de leer cuentos. Aunque es cierto que en la versión animada pierde gran parte de su fuerza, no podemos dejar de hablar de La Otra Madre. Un ser de puro amor caníbal, que teje su hogar de niños perdidos a base de reflejos de un mundo real. Una copia que quiere ser mejor que la realidad. Más brillante, más mágica. Mejor. Por eso desconfiamos. Por eso Coraline lo identifica justo a tiempo como un mundo de pesadilla que nosotros también reconocemos. Una de las peores, en la que alguien te quiere tanto que te comería. Y precisamente este personaje empieza la tradición gaimanesca de malvados que en realidad no lo son del todo. De monstruos que hacen lo que tienen que hacer para sobrevivir, o porque está en su naturaleza, y no pueden evitar ser lo que son. 

Coraline

Te quieren tanto que te comerían

Así como la Otra Madre no es sino ella misma, una araña que devora a sus crías, la princesa sin nombre de Snow, Glass, Apples asume su naturaleza. No puede evitar matar a su madre al nacer, ni a su padre por pura hambre. Como el animal salvaje que es, satisface sus ansias cuando le vienen. Y la única solución, tal como su madrastra nos cuenta demasiado tarde, habría sido acabar con ella. De varias formas distintas. Y asegurarse, como sabemos que hay que hacer con todos los monstruos, de que no queda nada que pueda recomponerse. 

Al no hacerlo a tiempo, a la princesa le da tiempo a vivir salvaje. A conocer e intimar con otros monstruos como ella. Y cuando vuelve, feral, luminosa, y en todo su esplendor, ni está sola ni se mueve por deseos. Sabe lo que es la venganza. Y la ejecuta, respaldada por su príncipe, con la brutalidad de un animal y la ironía de una persona civilizada. Probablemente justo antes de comer perdices y ser felices. 

Piel blanca como la nieve, labios rojos como la sangre

Podemos hablar así de otro tipo de malvados en el universo de Neil Gaiman, los que se mueven por venganza. En el núcleo de este grupo nos encontramos cara a cara con Deseo, que tiene literalmente todo el tiempo del mundo para vengarse de su hermano. No sabemos muy bien a qué obedece dicha venganza. La afrenta no queda clara, ni interesa demasiado. A estas alturas podemos decir que está relacionada con una apuesta, y que Deseo, como todos los ganadores habituales, tiene muy mal perder. 

Además de tiempo, paciencia, y recursos ilimitados, cuenta con la capacidad de usar al resto de su familia como peones, conscientes o no. Desesperación se ve arrastrada en las maquinaciones de su melliza, y Delirio, que se olvida de las cosas importantes, recuerda a su hermano, al que fue tierno con ella cuando todo empezó a cambiar. Lo quiere de vuelta, más que nada en el mundo. Y el resto, en fin, es Historia. 

Deseo, de Los Eternos

Deseo es capaz de pensar con siglos de antelación. Y sospechamos que su venganza tiene más que ver con un aburrimiento eterno, o con encontrar algo en lo que entretener su tiempo, que con un insulto real por parte de Sueño. Que sí, que puede ser muy intensito. Orgulloso. Retorcido y rencoroso. Pero es familia, al fin y al cabo. 

Hablando de villanos con tiempo que matar, otros son encarnaciones de dioses olvidados, cubiertos de capas de polvo. Algunos ni siquiera tienen un nombre, como la Mujer Pájaro o el Tigre de Los hijos de Anansi. Lo que sí poseen, no obstante, es una memoria excepcional. Los dos recuerdan perfectamente todas las veces que Anansi, la Araña, los humilló. El Tigre recuerda un mundo anterior, en el que todas las historias eran suyas, hasta que se las robaron. En ambos ca- sos, Anansi fue el culpable. Y esperarán lo que haga falta para poder vengarse, en él o en sus hijos. Porque en el mundo en el que habitan, Anansi y sus hijos son la misma idea. Comparados con Low Key o Wednesday de American Gods, la Mujer Pájaro y el Tigre parecen simples bocetos de lo que pueden llegar a ser. Estos últimos se mueven exclusivamente por la venganza. Los primeros urden un plan que, si sale bien, les permitirá volver a lo que fueron. 

Todo lo que tiene nombre existe. Los cuentos dan forma a la realidad

En American Gods malviven versiones de la B a la Z de dioses que llegaron cuando América aún se enorgullecía de acoger a los hambrientos y los olvidados. O antes, mucho antes. Mientras nosotros íbamos en busca de bacalao y volvíamos sin mirar atrás, huyendo de esa tierra desconocida en la que jamás se comería como en casa, algunos se quedaron. Hicieron sus ofrendas. Murieron y fueron enterrados allí, junto con sus dioses, en una tierra que no los quería, sin espacio para deidades propias o ajenas. 

Obligados a permanecer en una América que no guarda tiempo ni espacio para ellos, Wednesday y Low Key, como en el resto de panteones, sobreviven en los márgenes, sin creyentes, sin ofrendas, sin sangre, como timadores de poca monta. Inadaptados en un mundo que no los ve, o que mira para otro lado al cruzarse con ellos. 

«¿Os acordáis de cuando le rapé la cabeza a Sif?»

Eternamente al otro lado de la ventana, expuestos al frío y hambrientos de creyentes, se unen para sobrevivir hasta que pergeñan un plan épico wagneriano, lleno de ruido y furia. Un último gran golpe tras una existencia que durante demasiado tiempo ha sido pura subsistencia, usando todo su ingenio, toda su capacidad de manipulación. 

¿Héroes o villanos? Protagonistas, sin duda. Porque en Neil Gaiman, los villanos vienen en parejas. Siempre hay uno que dirige de forma más o menos sutil, y otro que le hace el trabajo sucio. Algunos tienen arcos largos, casi eternos, como en Sandman, y a otros se les coge tanto cariño que vuelven para hacer cameos, como el zorro y el lobo de Neverwhere, que vuelven a aparecer en Objetos frágiles con su particular marioneta. Para él, como para el protagonista de la historia, es demasiado tarde para convertirse en una persona de carne y hueso. Con lo fácil que habría sido ver lo que hay, y no salirse del camino. 

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