Al Qaeda, el Estado Islámico y demás organizaciones dedicadas al negocio de la guerra santa han construido una nueva estrella popular: el terrorista que se inmola. Repasamos los hitos y parodias de este emergente mundo mediático islámico.
El 9 de septiembre de 2006, en la revista Times, el escritor británico Martin Amis afirmó a su entrevistadora Ginny Dougary que “los musulmanes deben pagar por sus actos (…) No deberían poder viajar, tendrían que ser deportados y estar sujetos a una restricción en su libertad…Una discriminación total, para que esto afecte a sus hijos”.
El humorista Chris Morris, que había galvanizado a la opinión pública del Reino Unido con su programa satírico Brass Eye (1997), leyó el texto con sorpresa y le recordó en el tono al imán radical Abu Hamza al-Masri. Bajo la idea de retroalimentación del fanatismo, Morris respondió de esta manera en el diario The Guardian: “Los conceptos son más complejos de lo Amis nos hace creer. Esta falta de visión le permite agrupar a los musulmanes que buscan que los adolescentes dejen de dispararse entre ellos con aquellos que degüellan felizmente a judíos”
No lo decía como boutade progresista: Morris llevaba años preparando su película sobre la yihad y había estudiado durante largo tiempo el fenómeno. Se convenció del potencial cómico del terrorismo, algo que ningún humorista por aquel tiempo creía, al leer el libro Al-Qaeda: Casting a Shadow of Terror de Jason Burke. Allí se narraba que un grupo de terroristas se ahogó…al hundirse su bote por el peso de los explosivos, según declaró a AV Club. El concepto del terrorista como tipo mediocre, probablemente no muy inteligente, construye así su excepcional filme Four Lions (2010).
Siguiendo la vida de cuatro terroristas, Omar, Faisal, Barry y Waj, Morris filma una versión satírica de una célula islamista en Inglaterra. Las mecánicas sociales entre ellos, recuerda el director, actualizaban la serie británica Dad’s Army (1968) a algo tan propio del mundo moderno como el terrorismo islámico. Sam Ilott en New Postcolonial British Genres recuerda que “el conflicto interno y las contradicciones aseguran que en la película de Morris los personajes musulmanes no son un único modelo, significando que el Islam no puede homogeneizarse y fijarse como el otro”.
¿Cuál es el objetivo de este “pelotón chiflado” con barba? Atentar contra el próximo maratón de Londres. En una muestra de absoluto genio, presenta allí a sus protagonistas vestidos de iconos populares como las tortugas ninja. La idea subyacente, totalmente sagaz, no es casual: el terrorista islámico en la aldea global busca la fama universal. Y, de manera sorprendente, quiere que esta sea póstuma. Morris declaró al propio The Guardian, en 2010, que el hecho terrorista suicida, la guerra asimétrica que le llamó el politólogo Jorge Verstrynge, era una fama parecida a la que obtuvo Lady Di con su fallecimiento. Lo resumió como “una forma de la cultura de ser famoso en sentido fallido”.
De ahí lo excepcional de la escena con la que se abre la película: una parodia del clásico vídeo mal grabado por terroristas…en el que el fusil es de juguete. El terrorismo en el filme parece ser, y así se confirma con los detenidos en los últimos atentados en Francia, una especie de divertimento para jóvenes airados que quieren obtener sus cinco minutos de fama. Warhol subvertido por el profeta Mahoma, en una idea que fascinaría a teóricos como Guy Debord.
La gran pergeñadora de mitos mediáticos en EE.UU., Rolling Stone, se arrodilló ante el hecho del “terrorismo pop”, y dio portada al joven airado Dzhokhar Tsarnae, de gran parecido al cantante de los Artic Monkeys Alex Turner.
Este chico, que cometió el atentado del Maratón de Boston con poco más de 20 años, salió en primera página para agosto de 2013 con el elocuente título “The Bomber”. El subtítulo no puede ser más definitivo: “cómo un estudiante popular y prometedor falló a su familia, cayó en el Islam radical y se convirtió en un monstruo”. Faltaba un adjetivo a monstruo: “famoso”.
El terrorismo como final del aburrimiento
El nobel Mario Vargas Llosa abre su libro de ensayos La civilización del espectáculo (2012) con el recuerdo de cómo los fotógrafos de los tabloides de Nueva York hacían guardia en los principales rascacielos de las grandes empresas en plena crisis. ¿La razón? Vargas Llosa lo explica de manera clara: “Retengamos un momento esa imagen en la memoria: una muchedumbre de fotógrafos, de paparazzi, avizorando las alturas, con las cámaras listas, para captar al primer suicida que dé encarnación gráfica, dramática y espectacular a la hecatombe financiera”
En los hechos de París del pasado 13 de noviembre, el dueño de la pizzería Casa Nostra vendió el vídeo del ataque de los yihadistas. ¿El precio? 50.000 euros para el tabloide Daily Mail, que proyectó pronto la grabación a las redes sociales, donde se expandió de manera meteórica. Así, el mundo del radicalismo islámico, que emerge como pata del rearme cultural mediático árabe (El canal Middle East Broadcasting Center aparece ya en 1990 y Al Yazira se funda en 1996), va a explotar este tremendismo con la aparición del vídeo viral por streaming en Internet.
Ahora, eso sí, en vez de clásicos inocuos como Two Girls One Cup o el célebre Tecnovikingo, los terroristas islámicos buscarán filmar las mayores atrocidades como catarsis en la aburrida sociedad occidental. Desde los primeros vídeos de decapitaciones de Al Qaeda a la figura del fallecido Jihadi John, se puede hablar de una guerra multimedia que aspira tanto a la celebridad como al miedo de occidente.
El citado John alcanzó una trayectoria audiovisual, de autoría, al convertirse en la estrella pop por antonomasia del Estado Islámico. Empezó decapitando al periodista James Foley para seguir con Steve Sotloff y continuar una larga lista de descabezados. Lo fascinante de esos vídeos es que disfrutaron de una postproducción y en muchas ocasiones los saltos de eje o cuadro son evidentes. Como una estrella Youtuber, Jihadi John construía su propia ventana mediática con meticulosidad.
La atracción de esos vídeos, que sirven como instrumento de captación, es posible gracias a “el menor número de guardianes de la información en la era de Internet”, como afirman en Global Terrorism and New Media: The Post-Al Qaeda Generation. Los nuevos canales multimedia, recuerdan los múltiples autores de este libro, son un “método de transformación” social que permiten la fácil comunicación y expansión.
Se crea, así, una nueva estrella popular, un tipo de guerrero mitológico que no necesita un panegírico en texto: simplemente una cámara sirve para atestiguar sus hazañas. La aplicación de la tecnología no es partícipe de ideas más abiertas. De hecho, los canales pioneros en el proselitismo religioso fueron los estadounidenses, donde los pastores más reaccionarios podían llegar a construir mayorías sociales en temas tan absurdos como la creencia de que los hombres convivieron con los dinosaurios o que «los Nintendos” (otro célebre vídeo viral) eran satánicos.

El niño predicador, Nezareth Castillo Rey, uno de los televangelistas más célebres en Internet. Negaba el darwinismo con la frase “el mono y la mona hacen monitos” (sic)
Recuerda Jon Anderson en el mismo Global Terrorism… que estos nuevos canales en el mundo islámico, tanto en televisión como en Internet, “son totalmente ortodoxos en teología, pero expresan esto en un idioma más moderno que atrae a una audiencia trasnacional entre las clases sociales medias”.
En esa lucha por las conciencias todo vale: incluidos los muñecos de felpa.
Felpa por Alá
Hemos visto las ejecuciones, los noticieros islámicos… ¿pero y los niños? La televisión palestina tuvo la respuesta exacta: “Los pioneros del mañana”.
En un pequeño plató colorido, una niña llamada Saraa Barhoum presenta un programa entre lúdico y noticioso junto a un Mickey Mouse tróspido. Las leyes de copyright, que actúan de manera muy difusa más allá de Estambul, permitieron subvertir un icono estadounidense como el ratón Mickey –verdadero satán para la izquierda radical- y transformarlo en una propagandista para la yihad.
El ratón se llamaba Farfour y, entre lecciones de matemáticas y recomendaciones culturales, a veces hace una imitación de un AK-47 y clama querer acabar con “Bush y Condolezza Rice” imitando la voz de pito de ratón de Disney. Verá su final en una trama rocambolesca, en la cual los servicios secretos israelíes le dan una paliza por no entregar los territorios -que heredó de su padre- a los colonos.
La escena delirante, un muñeco de felpa golpeado por un matón judío, va mucho más allá de lo que cualquier humorista de riesgo en el canal Adult Swim jamás pudiera idear. Luego de mostrar el vídeo, Barhoum dice con toda frialdad al volver al plato “Sí, amigos, Farfour ha muerto” y clama su recuerdo como guía moral. Poco después, las llamadas telefónicas de los niños palestinos en Gaza son definitivas: “¡MATEMOS A TODOS LOS ISRAELÍES!”.
El programa duró de 2007 a 2009, llegando a las cuatro temporadas. A Farfour le siguió la abeja yihadista Nahul, otro muñeco, que afirma en el programa querer seguir “el camino del Islam, del heroísmo, del martirio y de los muyahidines”. Lo sigue: muere como mártir al no tener medicinas por el bloqueo israelí a Gaza. Le sustituyó el peluche de un conejo de pascua, Assud, que clamó su propósito de “comerse a los judíos” y que fallece igualmente en un bombardeo a Gaza en una ficción. Sobrevivió el oso Nassur, que duró hasta el final de emisión con su mueca entre siniestra y divertida.
Fue el último mártir de felpa de la mayor creación de humor macabro de los últimos años. Pero esta vez los niños no se quedarían huérfanos: los dibujos animados yihadistas siempre estarán ahí.
Saddam and Osama
En la industria de mártires en que se ha convertido el eterno conflicto palestino-israelí han series de dibujos animados, algunas glorificando el destino manifiesto judío, otras la propia causa palestina. Toda una creación constante de iconos audiovisuales para formar las conciencias de los jóvenes allí, en los dos lados, de manera mucho más obsesiva que cualquier idea terrorista en occidente.
En el lado israelí la pionera película stop-motion Joseph and the Dreamer (1961) adapta un tema bíblico, pero poco a poco han aparecido piezas revisionistas como Vals con Bashir (2008), que buscan una visión más amplia de este conflicto. Si bien es cierto que, dada la presión de los sectores más conservadores, el propio estado de Israel llegó a producir este mismo 2015 un pequeño dibujo animado para Youtube donde comparaba a Irán con el Estado Islámico. El país judío acusó en otro dibujo animado a la prensa extranjera de hacer “la vista gorda” sobre el fanatismo en Gaza. La asociación de prensa pidió la retirada de este último vídeo, lo que se realizó poco después.
En el lado musulmán, la serie The child and the invader (2008) muestra un trasunto de película de Pixar donde un soldado judío poco avispado acaba siendo golpeado por una trampa de niños palestinos. Las series animadas locales proyectan siempre la lucha de los palestinos frente a fuerzas muy superiores a ellos, enraizando a los niños en la causa de resistencia. Otras piezas de animación, como Abbas the brave knight o Haidara ofrecen una visión heroica de los tiempos clásicos árabes, donde se recuerdan sus conquistas. Son las dos versiones moras, perdonen el casticismo, de nuestro Capitán Trueno, solo que con notable menos piedad con los “herejes”.
Muchas de estas piezas adaptan el tebeo estadounidense, su épica jingoísta, a la cosmovisión del mundo árabe. Conociendo la propaganda que inundaba Oriente Próximo, el humorista neoyorkino judío Robert Smigel decidió forzar todavía más la subversión de iconos americanos. Utilizó de este modo a Sadam Hussein y Osama Bin Laden, con los que escribe un divertido cartoon al estilo GI-Joe donde los héroes de la “súper-yihad” pueden transformarse en cualquier cosa para evitar a los “cerdos imperialistas”.
Basó esta sátira en el modelo de su otra gran parodia animada, “El dúo ambiguo gay”, que dominaba esta sección llamada TV Funhouse en el programa cómico Saturday Night Live.
Ahora bien, esta vez el filo tiene mucho más riesgo: entre las andanzas de Sadam y Bin Laden aparecen anuncios que hacen sátira de la propaganda árabe. Estos anuncios, que destruyen cualquier límite moral y podrían ser objeto de denuncia, muestran a Batman perseguido por sus enemigos (todos judíos), una sátira del mártir y sus 72 vírgenes con las gemelas Olsen y la colección de piedras palestinas con Pokémon dibujados. En ese vídeo se muestran niños bailando, felices con sus piedras contra Israel, con vídeos reales de la intifada palestina. Humor de riesgo, sin duda, que superaba cualquier límite moral.
Pero, y esto es parte del discurso de Smigel en un clásico como Zohan: Licencia Para Peinar (2008), un método agudo de acabar con el discurso de los radicales de cualquier tipo: la sátira. De la misma manera que es imposible tomarse ETA en serio después del programa de ETB Vaya semanita y sus “Batasunis”, Smigel destruye tanto el discurso sionista en Zohan como el yihadista en Sadam and Osama.
Esa quizá sea la única forma, a pesar del riesgo (véanse los atentados de Charlie Hebdo), de acabar con el fenómeno más actual: el terrorista como estrella del pop. Quedémonos con la sintonía de inicio de Sadam and Osama, igual en texto a los comunicados del Estado Islámico, como buen resumen:
“¡Sadam y Osama!
Escapando de los imperialistas estadounidenses comedores de cerdo
Satán quiere pillarlos
Pero están dotados de sorprendentes poderes de transformación
¡Gloria a Alá!
¡Sadam y Osama!”
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