A principios de la década de los ochenta, el cómic estadounidense comenzaba a revolucionarse internamente para siempre. En esta vorágine de emergente underground, tres hermanos conocidos artísticamente como Los Hernández Bros. dieron pie en 1981 a uno de los pilares de la historia del tebeo universal.
Love and Rockets desafía cualquier definición que la intente acercar a una novela gráfica al uso, siendo más bien un auténtico universo propio dividido en dos carreteras eternamente paralelas a partir de un cajón de sastre de experimentación con las viñetas. De forma interrumpida pero continuada desde sus inicios ochenteros, una sucesión de personajes viviendo, envejeciendo y experimentando situaciones cotidianas o fantásticas han ido evolucionando a la par que el propio medio que les vio nacer.

Los Hernandez Bros. son tres hermanos nacidos en una familia estadounidense de origen mexicano, aunque en realidad solamente dos de ellos se acabaron dedicando habitualmente a escribir y dibujar sus propios cómics en cada uno de los números de la colección. Mario Hernandez, el tercer hermano y uno de los miembros fundadores del concepto, fue reduciendo sus apariciones de forma cada vez más frecuente según su vida familiar iba siendo cada vez más compleja y satisfactoria, hasta finalmente casi desaparecer, limitándose a aparecer en especiales de aniversario, sintiéndose -en sus propias palabras- irrelevante ante el talento de sus hermanos.
Tres hermanos unidos para siempre en la autopublicación
Aunque el primer número de Love and Rockets, fechado en 1981, fue autopublicado por los propios tres hermanos, rápidamente su propuesta llamó la atención de la editorial de cómic independiente Fantagraphics Books (responsables, entre otras cosas, del reciente éxito sin paliativos Lo que más me gusta son los monstruos). Algo tuvieron que ver en ese sueño casi interno familiar, y tuvieron el ojo suficiente para saber identificar antes que nadie y a la primera lo que acabaría siendo un auténtico clásico del medio. Un año después, y bajo su sello, Love and Rockets volvía a relanzar su primer número, esta vez como parte de una serie regular que originalmente acabaría tras cincuenta entregas en 1996.

Dentro de estas primeras páginas podemos encontrar ya los elementos e historias propias que van a comenzar a definir y personalizar la nueva propuesta. Con todas sus características de cómic pulp, el protagonismo absoluto femenino se ve a ratos potenciado por un auténtico deseo de representación y empoderamiento y por otro por una continua exploitation del físico que resulta muy común dentro del subgénero. A pesar de sus muchos puntos en común –a nivel gráfico, pero también narrativo– los temas que interesan a Gilbert y a Jaime Hernandez son muy diferentes desde el mismo punto de partida.
En un principio Jaime se verá atraído por la ciencia-ficción y la fantasía pulp, y dará pie con sus dos personajes estrella –Maggie y Hopey– a una serie de aventuras en las que caben desde los superhéroes hasta las amazonas africanas o los elementos retrofuturistas. Poco a poco se va alejando de ese foco inicialmente centrado en lo fantástico para poner su atención en la vida cotidiana y observacional de sus personajes, dando lugar a lo que se conoce como su gran serie –aunque, como todo aquí, obedece a términos más generales que una serie–, Locas.

Por su parte, Beto Hernández opta por el camino de la nostalgia y de la postal costumbrista. En su gran saga, Palomar, se nos muestran los devenires históricos de un ficticio pueblo situado en plena América Latina, partiendo de los recuerdos de la infancia y marcando un tono en todo momento más cercana al realismo mágico que tanto tiene que ver con la cultura literaria de la zona. Aunque Beto siempre ha reconocido que su dibujo es menos reluciente que el de su hermano, también ha conseguido por méritos propios formar parte del conjunto inseparable que supone Love and Rockets, dos caras de una misma moneda que podríamos decir que miran cada una a las narraciones populares de cada mitad del continente americano, y también a la propia evolución del tebeo como medio.
Locas: mecánicas, punk y revolución sexual
Para hablar de Locas tenemos que hablar antes que nada de su personaje principal, Maggie Chascarrillo. Maggie es chatarrera por vocación, una chicana punk movida por la anarquía y también por sus ansias de aventuras y de cambio. Eternamente acompañada desde su primera viñeta y aparición por su mejor amiga y amante Hopey Grass -inicialmente, sobre todo, una necesaria voz de la razón-, quiere cambiar piezas en un garaje porque cree que es el primer paso para cambiar el mundo. La vida de Maggie es puramente sexual, y se ve movida como es esperable por tropos del exploitation que pueden resultar cuanto menos cuestionables, pero en su cómputo global acaba resaltando por su reivindicación sin tapujos de una heroína de acción no especialmente común: malhablada, egoísta, torpe, bisexual, y además rematadamente de clase obrera. Si por algo sigue resonando un personaje como el de Maggie es porque, ante todo. sigue llamándonos la atención como algo diferente.

Algo que siempre habían tenido claro los dos hermanos, y un punto en común que compartían en su imaginario, era que si querían contar largas historias que se continuasen, los personajes principales tenían que envejecer casi a tiempo real. El paso del tiempo –quizás uno de los temas fundamentales a tratar por cualquier tipo de arte desde que la humanidad decidió empezar a contar historias- era un concepto que siempre, desde chicos, les apasionó. La posibilidad de crear unas vidas ficticias de las que ser capaz de hablar con nostalgia, por tanto, aparecen como una opción demasiado jugosa para ser desaprovechada.
Por eso no es extraño que los inicios más fantásticos y pulp propios del cómic independiente de la época fueran virando lentamente hacia el costumbrismo y el toque de slice of life que más bien acabaría realmente apoderándose de la periferia del medio. Locas consiguió en definitiva convertirse en lo que siempre había ansiado, en un universo con entidad propia en la que el tiempo pasa y los propios objetivos vitales cambian junto a las expectativas. Recientemente se estrenó en España, en formato de novela gráfica, una de las últimas aventuras publicadas dentro del universo Locas. Se trata de ¿Es así como me ves?, y nos sirve para reencontrarnos en el presente con unas Maggie y Hopey que ya no son, para su fortuna y la nuestra, las mujeres que eran a principios de los ochenta.

Palomar: los encuentros de la memoria
Como ya hemos mencionado, el trazo de Beto es mucho menos perfeccionista y que el de su hermano, decantándose por lo tanto por una vertiente mucho más expresionista. El contenido de Beto se posiciona visualmente también de ese modo: mucho más emocional, directo y confuso, como partiendo directamente de los recuerdos propios pero sin renunciar tampoco a los elementos fantásticos o de extrañamiento.
Los ciudadanos del ficiticio pueblo de Palomar, por otra parte, le sirven a Beto Hernandez para crear la composición que supone su mitad de Love and Rockets. Aquí volvemos a encontrar remarcable el protagonismo absoluto de los personajes femeninos, una vez más pasando ineludiblemente por la problemática de la sexualización y la fetichización, que encuentran su contrariedad ante la también cierta complejidad de los mismos. La protagonista absoluta de Palomar es Luba, de armas tomar, promiscua, energética y llena de ideas inamovibles. Junto con Luba podemos encontrar las desventuras de su prima Ofelia, y también la de todos sus amantes, en unas historias entrecruzadas que nos permiten conocer en profundidad su entorno.

Los pequeños relatos que se van insertando en la narrativa desde su mismo inicio ayudan a convertir a Palomar en una obra completa y en continua evolución. Manteniendo la ideología base que ya mencionamos con su hermano, es decir, el estudio del envejecimiento casi a tiempo real de los propios personajes, el paso del tiempo se vuelve aquí a convertir en caso de estudio. Palomar ha acabado encontrando su hueco dentro de la historia de la novela gráfica por méritos propios, lo que también ha ayudado a la propia carrera de Beto –o Gilbert– por separado, que ya fuera del proyecto común de Love and Rockets ha firmado otros trabajos en solitario o con compañía como Tiempo de canicas o Una oportunidad en el infierno.
En 2016, una cuarta colección de Love and Rockets volvió a salir al mercado, con historias completamente nuevas de ambos hermanos. Se sigue publicando hoy día. El continuo regreso de la propuesta y su aceptación continuada ponen de manifiesto que sigue siendo una marca referente dentro de la burbuja del cómic independiente estadounidense, aunque sea solamente por la nostalgia de un tiempo pasado que supuestamente fue mejor, algo de lo que saben mucho los Hernandez Bros.
