‘Makgia sin lágrimas’, o cómo Aleister Crowley hizo de profesor por correspondencia

Aleister Crowley siempre fue consciente de la dificultad que generaban el hermetismo y la oscuridad del Libro de la Ley. Por ello, dedicó gran parte de su vida a escribir una obra más clara y sencilla, para que cualquier profano en la materia pudiera iniciarse en el culto a Thelema más "fácilmente". Una Makgia que no desesperase, que no hiciera llorar.

No parece una locura afirmar que Makgia sin lágrimas -obra póstuma de su autor publicada por primera vez en castellano gracias a la editorial Aurora Dorada– es una especie de manual para un posible curso por correspondencia de iniciación a la Makgia y al culto de Thelema, como los de CCC. Fuera bromas, el propio Aleister Crowley adopta la perspectiva de un profesor que, a través de las más de ochenta misivas que componen el libro, responde a todas las cuestiones que le formula una alumna, a la que se dirige por el nombre de Soror Fiat Yod. En su labor docente, La Gran Bestia trata de exponer conceptos teóricos sobre esoterismo con la mayor claridad posible, y no duda en recurrir por ejemplo al símil para explicar de una manera más didáctica, como todo buen maestro haría, su pensamiento místico y filosófico de modo que cualquiera pueda ser capaz de comprenderlas, aunque en alguna ocasión termine cayendo en digresiones con más erudición que contenido. También comenta fragmentos y lecciones del Book 4 y de El Libro de la Ley, entre otros, consciente de que estos textos pueden resultar farragosos hasta a un iniciado.

Sin embargo, Makgia sin lágrimas no fue su primer intento de escribir una obra que sirviera de iniciación, pero sí el más logrado. Como bien señala Jonathan Marqués en el prólogo a la edición española -encargado también de la traducción-, Crowley ya buscó esa finalidad didáctica en Book 4 y en Makgia en teoría y práctica, pero ambas terminaron siendo igualmente oscuras. Aunque no faltan en Makgia sin lágrimas pasajes cuya asimilación requiere una lectura detenida, su autor es consciente de la dificultad de abordar ciertas cuestiones sobre ocultismo y espiritualidad sin recurrir a un lenguaje abstracto.

A este respecto, el mago se defiende argumentando que esa dificultad se le podría señalar igualmente a Introducción a la física matemática, de Bertrand Russell, para la que hace falta cierto bagaje y conocimientos si se quiere comprender. Por ello, para facilitar la labor de iniciación, propone numerosos ejercicios: meditación, yoga, tarot, lecciones de astrología y de la cábala, uso de talismanes, cómo realizar correctamente un ritual y qué vestimentas llevar en él, cómo erigir un templo, e incluso recomienda pasear en busca de la inspiración -una actividad que señala habitual en los filósofos, pues ayuda al pensamiento-; a través de la práctica de estos ejercicios parece más sencillo el acercamiento a la Makgia y al culto de Thelema, por poner un ejemplo, anima a cuestionar y a discrepar ideas concebidas mediante la experiencia propia -de hecho, en un pasaje habla de drogas y del desconocimiento que existe sobre su consumo (aunque esto suena un tanto chocante teniendo en cuenta sus problemas con la heroína)-. Crowley comenta que no todo se aprende en los libros, que lo que estos enseñan es «parcial», «incierto» y «ajeno a la realidad»; no obstante, considera que el saber teórico es tan importante como el práctico (o más), el conocimiento del lenguaje ocultista es fundamental, y, aparte obviamente de los suyos, recomienda textos clave para el conocimiento, como el Tao Te Ching, El Libro de la Magia Sagrada de Abramelín el Mago o Dogma y ritual de la Alta Magia de Eliphas Lévi.

Aparte de todo eso, Crowley medita y opina sobre multitud de conceptos como la compasión, el miedo, el poder, la razón o la moral; sobre si el fin justifica los medios o cómo la familia puede resultar un obstáculo en el acercamiento a la Gran Obra; habla de guerra, de política, de cuestiones cotidianas; expone consideraciones sobre la OTO y las diversas tendencias mágicas y religiosas de su época; pero también menciona aspectos de su vida: cómo Aiwass le dictó El Libro de la Ley, cómo llegó a Villa Caldarazzo -lugar donde comenzó a redactar esa obra que sirviera de iniciación a Thelema- y habla en varias ocasiones de su afición a la escalada o de esa tirria que tiene a la cerveza, originada probablemente por el hecho de que su familia se dedicaba a la elaboración de esta bebida: «Existían muchas cerveceras bajo el nombre Crowley y eran frecuentadas por los jóvenes sin oficio y beneficio«, comenta Julio Tovar en un artículo sobre la vida del mago.

«Un lenguaje que entendieran fácilmente la asistenta y el deshollinador»

Por su pretensión de escribir una obra accesible a cualquier público, uno de los aspectos más interesantes de Makgia sin lágrimas es el del lenguaje humano. Sobre este tema medita Crowley en gran parte del libro: expone cuestiones de etimología; aborda el asunto de la arbitrariedad de las palabras, mostrando a este respecto ideas muy cercanas a las del lingüista Ferdinand de Saussure; y, especialmente, reflexiona sobre la dificultad de hablar de cuestiones como la teoría mística del Universo sin recurrir a un lenguaje abstracto. Sobre este último punto, llega a comentar que no existen palabras con las que expresar sus ideas y que el lenguaje, al estar construido desde tiempos inmemoriales, guarda secretos del pasado que hay que descifrar -por ello se detiene en cuestiones de etimología-, una idea que manifiestan otros tantos esoteristas, caso por ejemplo de Valle-Inclán en La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales (La Felguera, 2017). El propio Crowley confiesa que «todo cuanto he escrito es de alguna manera farragoso y oscuro, a pesar de mi frenética lucho en pos de lucidez» y que, mientras redactaba el Book 4, Soror Virakam le pedía que renunciase al estilo oscuro y que «lo escribiera en un lenguaje que entendieran fácilmente la asistenta y el deshollinador«; pero insiste en que hay que dominar el código ocultista si se quiere llegar a conocer esos saberes enigmáticos que las palabras esconden, aunque sea una tarea complicada, en la que hay que armarse de paciencia para lograr el objetivo de acabar «pensando automáticamente en el lenguaje que se ha esforzado en adquirir«. Es decir, sería un proceso similar al de aprender otro idioma. Tal y como comenta Carlos M. Pla en Ocultismo y videojuegos (Archivos Vola, 2019): «No podemos obviar que el lenguaje ocultista, a lo largo de la historia, ha intentado transmitir una serie de informaciones y valores de naturaleza eminentemente secreta entre sus iniciados e iniciadores, conformados jerárquicamente en diversas órdenes herméticas. Lo esotérico se rige por un simbolismo ineludible a nivel formal, el cual juega un papel fundamental para ser entendido, casi como una especie de lenguaje o código visual secreto al alcance de unos pocos». 

Símbolo de Thelema

Crowley explica el origen divino y simbólico de algunas letras y fonemas, y cómo las palabras son mágicas porque son sonidos articulados a los que hemos atribuido un significado que permiten que transmitamos pensamientos de una mente a otra. Por ello, al articular una frase podemos crear efectos en otros, tal como postula la teoría de los actos de habla que se iniciase con las propuestas de los filósofos del lenguaje J. L. Austin y John Searle. De este modo, una invocación o un ritual no dejaría de ser un acto «locutivo» (el hecho físico de hablar), «ilocutivo» (dar un significado a ese sonido articulado) y «perlocutivo» (la reacción que se provoca con los dos actos anteriores), pero para conseguir tales efectos deseados habría que conocer el código que permite llegar a ellos, en este caso a la «Gran Obra». Por ello, Crowley insiste en el aprendizaje porque, como dice la célebre cita de Nietzsche, «a lomos de todos los símbolos cabalgamos hacia todas las verdades«. Algo muy similar comenta Servando Rocha sobre la «alquimia del verbo» en el prólogo de Ángeles fósiles, de Alan Moore (La Felguera, 2014): «En inglés, spell significa conjurar o hacer un hechizo, pero también deletrear o escribir. Escribir es, sin lugar a dudas, un acto mágico de invocación y transformación, de alquimia en acción».

¿Qué es la Makgia?

Crowley la llama así, añadiendo una K (en inglés Magick), tomada del griego kteis (vagina), para diferenciarla de la magia destinada al espectáculo o de «charlatanería». Aunque la primera misiva de Makgia sin lágrimas la define punto por punto, es en la Epístola Última, la nº83, donde Crowley resume todo su sistema mágico; ahí vuelve a señalar su conocida definición de la Makgia como «la ciencia y arte de causar cambio que ocurra en conformidad con la voluntad» y señala que la labor esencial del mago es la del «logro del Conocimiento y Conversación de Santo Ángel Guardián» -lo que llama Gran Obra-. Y añade en otra misiva, la 81, «la Makgia explora y aprende a controlar aquellas regiones de la Naturaleza que yacen más allá de los objetos del sentido. Alcanzando las partes superiores de estas regiones, llamadas divinas, se procede mediante la exaltación de la conciencia a identificarse con esos Entes ‘celestiales‘». Es decir, comunicarse con ellos. La Makgia es el método con el que poder acercarse a esos seres superiores. 

Como complementaria de la Makgia, Crowley recomienda la práctica del yoga, que enseña a controlar la mente y a separar el cuerpo astral del físico para «viajar más allá del mundo de los sentidos«. Aunque no obligatorio, pues hay magos que lo desconocen, sí cree que el yoga sirve de ayuda para la meditación y concentración necesarias en técnicas como la Memoria Mágica -ésta sirve para conocer vidas anteriores y, según Crowley, perder de este modo el miedo a la muerte-. Hay que señalar que, a lo largo de todo Makgia sin lágrimas, hace hincapié en el autoconocimiento y la meditación.

Por último, no hay que olvidar el carácter sexual de la Makgia de Crowley que queda fijada en su archiconocida máxima «Amor es la Ley, Amor bajo Voluntad. Haz tu Voluntad, será el todo de la Ley«. La Gran Bestia realizó numerosos experimentos de magia sexual en la Abadía de Thelema, erigida en Cefalú (Sicilia). Simplificando mucho, para obtener un cambio mediante magia sexual habría que utilizar la energía que se consigue cuando se llega al orgasmo: «El sexo es, directa e indirectamente, la herramienta más poderosa en el arsenal de Mago», comenta Crowley en una de las misivas de Makgia sin lágrimas. Por su parte, el filósofo francés Alexandrian, en su fundamental Historia de la filosofía oculta (Valdemar, 2014), comenta sobre la magia sexual que «en realidad se trata de una ascesis que algunos se imponen a fin de obtener éxtasis sobrehumanos o poderes cómicos»; y de Crowley, aparte de decir que era «refinado a la vez que depravado«, señala que «empleó la sexualidad con frenesí, intentando gozar peligrosamente, con un paroxismo que hacía estallar los nervios de sus compañeras» y que es «el que mejor ha realizado la hipnosis sexual que permite a la pareja explorar el mundo invisible».

Los alumnos destacados del profesor Crowley

Interior de la Abadía de Thelema

Poco se puede añadir a lo ya comentado sobre el legado de Aleister Crowley: desde ese «no tienes derecho más que a cumplir tu voluntad» que toma el «amor libre» del movimiento hippie, a su conocido influjo en música –The Beatles, Led Zeppelin, Black Sabbath o Celtic Frost– o en cine –La semilla del diablo (1968) o las películas de Kenneth Anger-. En la década de 1990, su nombre se pronunció en el juicio a los Tres de West Memphis: la acusación utilizó una mención a Crowley en una carta escrita por Damien Echols para acusar a éste de satanista e incriminarlo en unos asesinatos que no había cometido. En sus libros Vida después de la muerte (Orciny Press, 2019) y High Magick, Echols reconoce que gracias a la Makgia pudo sobrellevar los dieciocho años que pasó en el corredor de la muerte.

Respecto a la Makgia, no se puede hablar de qué vino después sin hacer una breve mención a la Magia del Caos o «caoísmo». Suele atribuirse el origen de esta al artista y ocultista Austin Osman Spare, quien llegó a pertenecer a la orden A.·.A.·. fundada por Crowley, cuyo Libro del placer (Auto-amor) (Aurora Dorada, 2019) es considerado uno de los textos clave del esoterismo en el siglo XX. Y, junto a este, también resulta importante S.S.O.T.B.M.E. (Aurora Dorada, 2019), de Ramsey Dukes. Ambas obras han influido en otros magos como Peter J. Carroll o Ray Shervin, considerados también propagadores del caoísmo mediante sus escritos y la fundación de órdenes. En nuestro país, cabe mencionar al cineasta Carlos Atanes, autor del ensayo Magia del caos para escépticos (Dilatando Mentes, 2019) y gran experto en Aleister Crowley, sobre cuya figura dirigió un mediometraje: Perdurabo (Where is Aleister Crowley?) (2003).

Símbolo de la Magia del Caos

Pero quizá el caoísta más conocido sea Alan Moore. En el ya mencionado Ángeles fósiles habla del arte en términos cabalísticos, la «alquimia del verbo», como metáfora del proceso creativo. Para Moore «convertir una idea en una película, un libro, una obra musical, algo que los demás puedan experimentar» es magia, ya que «el acto definitivo de magia consiste en crear de la nada«. Aunque reconoce el influjo de Crowley, frente al carácter egomaníaco de este, quien quería poder y control ante todo, el autor de Watchmen es un mago anarquista que cuestiona el sistema de poder, tal como explica Servando Rocha en el prólogo de la citada obra. Junto a La Gran Bestia, Moore ha reconocido también el influjo de los mencionados Dukes y Osman Spare, entre otros muchos escritores de magia.

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