La reciente publicación en España de la primera novela gráfica larga de Maliki, Ídolo: una historia casi real (Random House, 2019) da a conocer al público español a esta gran dibujante de dilata carrera, centrada sobre todo en la autobiografía.
Marcela Trujillo, alias Maliki (Santiago de Chile, 1969), es una de las autoras de cómic más importantes del ámbito latinoamericano. Pionera del género autobiográfico en su país, su contacto con el cómic norteamericano y europeo enriqueció su estilo y su discurso. Un reciente viaje a Chile me permitó conocer a Maliki y realizar esta entrevista.
GERARDO VILCHES (GV): Me gustaría comenzar hablando un poco de tus inicios. Tú llevas haciendo cómic desde los ochenta, ¿verdad?
MALIKI (M): Sí. Estudié Arte en la Universidad de Chile, entre 1988 y 1993, y siempre dibujé de chica: era lo que más me gustaba hacer. Era mi pasatiempo favorito, y leía muchas historietas: del Pato Donald, de la Pequeña Lulú, que era mi historieta favorita. Crecí leyéndolas. Nunca leí cuentos ilustrados para niños, no existieron en mi infancia, salvo alguna excepción. Por lo que mi enseñanza visual sobre cómo contar cosas con dibujos me vino de los cómics. Por eso me decidí a estudiar Arte, aunque cuando yo estudiaba no había asignatura especialidad de Dibujo. Había Grabado, pero no me gustó, era muy lento… Entonces, me metí a Pintura, para aprender. Pero justo antes de empezar, durante un año, la universidad se cerró por un problema político y quedé sin clases. Un amigo me invitó entonces a hacer un cómic para la revista Trauko. Era una publicación de Antonio Arroyo y Pedro Bueno, con sus mujeres, que también eran editoras. Llegaron de España para hacer este proyecto, con financiamiento del Estado español, pensando que en Chile iba a haber un destape cultural que nunca ocurrió. Llegaron en el 87; Pinochet se fue en el 89, y estaban en esa transición. Hasta hace poco, Trauko fue la primera y la única revista para adultos. En Chile no existía ese concepto. Todos los autores que participaban en la revista eran hombres, excepto yo.

GV: ¿No había ninguna otra autora?
M: No, no había ninguna otra. Creo que la mujer de Karto, Nena, hacía los diseños de Kiky Bananas, una serie de la revista; se ocupaba de diseñar el vestuario, pero no era la autora del cómic. Y yo trabajé con el Huevo Díaz, un amigo. Éramos punks y hacíamos historias inentendibles, con puros personajes punks.
GV: Cuándo hacías esto, ¿teníais alguna referencia de algo que se hiciera ya en Chile? ¿O algo que os llegara de fuera?
M: Nada. Yo no entendía nada, solo que quería ser muy cool y muy punk. Pero, cuando visité la casa de los editores de Trauko, descubrí todos los cómics españoles y norteamericanos que tenían. Cosas de Nazario, Max, Robert Crumb, los Freak Brothers de Gilbert Shelton… Tenían un montón de cosas que yo después compré cuando fui a España. El underground del cómic español era muy, muy bueno, y muy divertido, con unas cosas muy punk. Y tenían también las obras de Moebius, Jodorowsky… Yo no las entendía entonces, me parecían superpretenciosas y filosóficas. Como yo era punk y odiaba todo lo que fuera pretencioso, me quedé con Crumb y con la movida underground. Blanco y negro, muy sucio… Un poco imitando todo eso, hice mis cómics. Eran muy expresionistas, con el dibujo saliéndose de los bordes… Aunque las historias, en realidad, no se entendían mucho. Pero eso le gustó mucho a Toño de Trauko. Era fresco, distinto, y no tenía que ver con la realidad política chilena, sobre los detenidos, lo subversivo… Era el tema favorito de los dibujantes, pero nosotros hablábamos de la calle y de la libertad personal, básicamente. Publicamos muchas historias durante un año, hasta que nos censuró la Iglesia Católica una de ellas. Por faltar al respeto a la Virgen María, a la que dibujé pariendo con las piernas abiertas.

GV: ¿Y qué pasó, tuvisteis alguna consecuencia?
M: Yo no, pero la revista sí. Tuvieron que ir a juicio y pagar mucha plata, y presentarse a firmar durante un año o algo así. No me hicieron responsable, pero yo me hice conocida entre los dibujantes de Chile. Fue la primera vez que experimenté que mis dibujos tuvieran alguna repercusión. Pero en esa época, me centré en la pintura, porque me encantaba. Mis pinturas eran en realidad como dibujos pintados, muy figurativos… Me metí más en la pintura, pero siempre le di un espacio de cariño al cómic. Desde entonces me compré cómics, estaba atenta a lo que salía… En Chile no había muchos, pero tenía una amiga que había vivido en Francia, Verónica Frübrodth, también pintora, que tenía muchos. Y empezó a prestármelos, y eso fue una pasión privada, secreta, porque a ningún amigo le gustaba el cómic. El Huevo Díaz se fue a España a vivir. Lo único que hice en ese tiempo fue incluir un cómic autobiográfico en mi tesis doctoral. Mi primer cómic en esta línea. El proyecto que realicé consistía en una revista de arte ficticia, Brillo, donde me inventaba pintores, escuelas de arte… Y lo pasé súper bien. Incluí un cómic de seis páginas que ocurría en la Escuela de Arte, con mis profesores, y me vengué de un profesor que me había reprobado un dibujo porque yo era muy punk y no iba a sus clases. Hice que se cayera en un vómito [risas].
GV: ¿Esto ya fue en los años noventa?
M: Sí, 92 o 93. Ahora él es el director de la Escuela, así que yo no puedo trabajar ahí.
Hablamos con MALIKI, una de las grandes del cómic underground chileno, que acaba de publicar su primera novela gráfica, ÍDOLO: UNA HISTORIA CASI REAL.
GV: ¿Todavía te la guarda?
M: Sí… Pero es que mi tesis era muy linda, impresa en color, parecía una revista de verdad en un momento en el que Photoshop estaba empezando. La gente hacía las tesis escribiendo texto y pegando alguna fotografía, pero yo hice algo totalmente distinto. Se hizo muy conocida esa revista, y me invitaron a hacer una exposición con todo el material en el Museo de Arte Contemporáneo, que pertenece a la Universidad de Chile. Mi primera exposición profesional también fue allí. Unos años más tarde, en el 96, me fui a vivir a Nueva York. Aprendí inglés, trabajé de niñera, y después de conocer el idioma entré a estudiar en una escuela de pintura. Pero, todo ese tiempo, siempre compré cómics. Tenía mis librerías favoritas, y me hice fan de los cómics de Daniel Clowes, Charles Burns y todos los que habían salido en RAW: era la época en la que esos autores comenzaban a publicar sus libros. Joe Matt, Seth…

GV: ¿Conocías también a Julie Doucet?
M: Oh, por supuesto. Bueno, antes de irme a Estados Unidos, compré un libro que se llamaba Twisted Sisters, que fue la primera vez que leía a mujeres dibujantes. Yo no conocía, en Chile yo era la única. Cuando lo compré, no lo podía leer porque todavía no sabía inglés, pero lo encontré alucinante. Eran unas veinte autoras, súper punk. Hablaban de temas relacionados con la menstruación, lo terrible que era tener hijos… Derribaban todos los mitos. Me encantó, pero no se me ocurrió ponerme a dibujar un cómic. Yo era pintora y me tenía que ir bien en la pintura: ese era mi plan. Todas mis fichas estaban puestas en el arte. El cómic era más bien un amigo fiel. Pero mi plan en el arte nunca terminó de funcionar. La escuela en la que yo estaba no era muy importante, la competencia era fuerte… Yo competía con gente que estaba en instituciones muy prestigiosas. Me frustraba mucho, y en un momento dado, comencé a dibujar cómics autobiográficos, breves, donde explicaba cosas que me pasaban.
Porque yo ya sabía, gracias a los cómics que había leído allí, que esto se podía hacer. Había leído a Julie Doucet, que ya ni dibujaba. Conocía los cómics de Jessica Abel, Aline Kominsky, Phoebe Gloeckner… Lo que pasó fue que mis amigos, que eran todos pintores y artistas conceptuales, y no leían cómics, empezaron a leer los míos y les encantaron. Empezaron a pedirme salir en el cómic [risas]. Como no tenía la presión de ganar plata, porque trabajaba de niñera, y la pintura era algo que hacía por gusto, lo dejé y me puse con los cómics. Muy pronto visité el festival MoCCA, y conocí en persona a los dibujantes que me gustaban: Bob Fingerman, Nick Bertozzi, Jessica Abel, Matt Madden, Phoebe Gloeckner… Muy buena onda. Yo les mostré mis cómics y les encantaron.

Y vi una actitud muy diferente a los artistas, que son mucho más celosos… Es un mundo mucho más complejo en términos de relaciones humanas, porque lo que puedes llegar a conseguir en el mundo del arte contemporáneo es tan grande que se crean muchas envidias. Y las ferias de arte no son para los artistas: son para los galeristas y los compradores. Por lo que no hay un espacio para juntarse como sucede en el cómic. No hay una relación entre ellos, excepto cuando estás en la escuela de arte. Pero, en la feria de cómic, todos eran amigos y se ayudaban entre sí. Y eso yo nunca lo había visto, y aluciné. Me hice amiga de Jessica Abel, que hablaba español. Me invitó a la fiesta de inauguración de su casa, y allí estaban todos los dibujantes y no lo podía creer [risas]. Lo pasé muy bien, y vi que me querían ayudar, me daban nombres de editoriales… Sobre todo Jessica. Ella fue muy importante para mí, me dio muchos consejos, incluso sobre dónde comprar materiales. Yo le hice caso en todo. Todos los cómics los hacía para mí, aunque los enviaba a mis amigos y a mi hermana de Chile.
GV: ¿Pero nunca se te ocurrió hacer un fanzine o algo parecido?
M: No, a mí nunca se me ocurrió que yo pudiera publicar lo que dibujaba, hacía las historias para mí, para entretenerme. Todavía sentía que la pintura era mi profesión, aunque estuviera frustrada. Sentía, de algún modo, que el cómic era mi premio de consolación. Pero, en 2002, me llamaron del diario The Clinic, para ofrecerme hacer una página. Este diario era el más popular. Para cuando Pinochet entró preso, ya no quedaban diarios de izquierda, y el The Clinic apareció justo al año siguiente, y fue un éxito. Era un diario de puro hueveo, de puro chiste. Recuerdo que tuve que hablar con Jessica para que me dijera qué papel y plumillas me tenía que comprar [risas]. Lo hacía muy en serio. Le dedicaba mucho tiempo y lo quería hacer como si fuera una obra de arte, lleno de detalles. Los primeros cómics los hice sobre sexo, porque sabía que era un tema que ninguna mujer había tocado en Chile. Yo estaba en Nueva York, así que no me podía dar vergüenza [risas]. Todavía no había redes sociales, pero puse mi correo electrónico, y se me llenó de mensajes. Lo compraba gente de toda Chile.

GV: ¿Contándote anécdotas sobre el tema?
M: ¡Todo! Por ejemplo, hice una página sobre la masturbación, que en esa época era un tema que me interesaba. En el cómic contaba que, cuando yo me masturbaba, me acordaba de mis ex. Y no de la película porno, como los hombres. Me acordé de cuatro ex, todos norteamericanos, y les envié un correo para preguntarles si me dejaban hablar de ellos, y me dijeron todos que sí [risas]. Era muy explícito ese cómic, y fue el segundo que hice. Se hizo muy conocido y se me llenó el correo de hombres escribiéndome, que me decían que les había parecido muy bacán, que se habían calentado con el cómic… Pero esa no era mi idea [risas]. A las mujeres les dio mucho nervio, porque en Chile, incluso hoy, las mujeres están muy castradas con su sexualidad por influencia de la religión católica. Pero muchos hombres me conocen por esas páginas, y piensan que yo hago ese tipo de cómic.
GV: Claro, aunque tú has hecho cosas muy diferentes, ¿no? De todo tipo de temáticas.
M: Sí, pero tuvo ciertas repercusiones. Gente que me dice que yo soy la de los cómics guarros, familiares disgustados… Pero yo estaba allá [en Nueva York] y mis amigos lo encontraban súper chistoso. El hecho de que la gente me escribiera tanto y generara tan buena onda en Chile me hizo darme cuenta de que podía dedicarme a esto. Además, estaba reciente el ataque a las Torres Gemelas del 11-S, que cambió un poco el ambiente, había gente que pensaba que se volvía demasiado facho… Y llegó un momento en el que decidí que me volvía a Chile. Había pasado siete años en EE. UU. Pero, antes, con la plata ahorrada de haber vendido unas pinturas, decidí pasar una temporada en Europa. Y allí me encontré con muchos amigos que en la misma época en la que yo me fui a vivir a Nueva York se habían marchado a París, Londres, Madrid, Barcelona… Y visité todas esas ciudades. El Huevo Díaz, con el que hacía los cómics en Trauko, vivía entonces en Hamburgo. Fui a verlo, y tuvimos un romance muy apasionado, y quedé embarazada. Él quería tener hijos, y yo tenía treinta y cuatro años, así que dije que adelante. Fui a Chile a arreglar todos mis papeles y me fui a vivir a Alemania. Pero, en los seis meses que estuve en Chile, cambió la manera en la que me trataban en The Clinic. Me pidieron que fuera un poco más política, que hablara de actualidad, ya que estaba en el país…

GV: Y a ti eso no te interesaba…
M: ¡Nada! No me interesaba nada, yo quería hablar de mí. Así que dejé The Clinic y me concentré en el proyecto de tener una familia, algo que jamás se me había pasado por la cabeza. Yo lo único que quería era ser artista [risas].
GV: Vivir la vida bohemia [risas].
M: Más que eso, ser independiente, y obtener respeto por mi trabajo. No por ser esposa o mamá. Es la idea que tenía en la cabeza, y todavía la tengo. Siempre sentí que ser mujer era muy desventajoso: tenía que ser linda, la esposa de alguien importante, con plata y poder. Pero jamás tuve un pololo que tuviera dinero o poder [risas]. Siempre eran deprimidos… Eran los que me gustaban. Esas opciones no estaban ahí, y tener hijos era una responsabilidad que yo no sabía cómo asumir. Siempre vi a mi mamá entregada a su familia, y descuidándose ella. Todo era para su marido y sus hijos.
GV: ¿Era muy machista la sociedad de Chile, por aquel entonces?
M: Muchísimo, claro. Sobre todo en época de dictadura. Esta permeó no solo en términos políticos, sino también sociales y personales, psicológicos. El hecho de que estuviera un militar en el poder, un tipo muy inculto y ordinario, era una vergüenza. Era un déspota mentiroso. Y esa era la figura de poder que tuvimos durante mucho tiempo. Y en mi casa, mi papá era el jefe y el que determinaba lo que había que hacer. Yo me imagino que eso era por el modelo que había. Antes de Pinochet también, porque siempre fue un país muy catolico. Y la religión católica es machista. La mujer es una güeá que nació después, que es el pecado… Obviamente, yo nunca vi eso como algo bueno. Cuando quedé embarazada y mi pareja dijo que quería tener hijos, me agarré a eso. Además, me había decepcionado al volver a Chile, y su sociedad machista. Y parte del encanto que yo tenía como artista era que vivía en Nueva York. Vivir de nuevo afuera resultó para mí mucho mejor ideal. Me marché a Hamburgo, pero allí dejé de dibujar cómics y volví a pintar. Porque la pintura era el lugar donde podía ser simbólica.

En realidad, para mí, la familia, el matrimonio y la maternidad fueron cosas muy difíciles de afrontar. Y la pintura fue lo único a lo que pude agarrarme para no desarmarme entera. Me vino una depresión terrible y no entendía nada, porque se suponía que una tenía que estar feliz…No conocía a nadie allá, ni hablaba alemán. Pero sí me compraba cómics y veía lo que se hacía. Era muy diferente a los de EE. UU., muy artísticos. Conocí a Atak, un dibujante de Berlín del este que viene del expresionismo alemán, utiliza lápices de colores, acuarelas… Se parece al peruano Yaguas. Son cómics en los que la técnica usada está relacionada con la historia que cuentan, y eso yo no lo conocía, era muy diferente a lo que había visto. Aprendí mucho de mi estancia allí y me resultó muy útil, pero, al mismo tiempo, yo no quería estar en Hamburgo. Finalmente, nos volvimos a Chile. Después quedé embarazada de nuevo, para tener dos… Cosas que uno hace porque hay que hacerlas. Al final fue bacán, pero fueron unos años súper difíciles.
Después me separé, volví a trabajar, en la universidad… Antes de separarme me volvieron a llamar de The Clinic para que publicara cómics sobre mi vida de casada. Hice seis cómics, pero me parecía muy difícil reírme de mi situación, no me cuadraba, porque era todo muy difícil. Entonces me puse a pintar de nuevo… En esos años hice una exposición que llamé Maliki versus Trujillo, en la que expuse cuadros, páginas de cómic y una animación. Eso ya fue después de separarme. También daba clases de cómic en la Universidad Diego Portales, las primeras que hubo acá. Lo que yo enseñé era lo que tenía en casa, todos los libros que había ido comprando. Daba clase a partir de los autores que a mí me gustaban, y tuve muchos alumnos, y muchas mujeres entre ellos. Allí estaban Frannerd, Cristina Arancibia, Melina Rapimán… Muchas mujeres que después hicieron cómic. Luego también estuve en otra universidad dando clases de dibujo. De todos esos años como profesora, empezaron a aparecer en mis cómics muchas anécdotas, que también publicaba en The Clinic. Pero también los exponía, lo cual para mí era importante por considerarme artista, pensaba que tenía que haber una relación entre ambas cosas. Entonces fue cuando publiqué Las crónicas de Maliki 4 ojos en Feroces Editores (2010). Ese libro fue muy importante porque me invitaron a Venezuela y a San Francisco, a la universidad de Stamford, a un simposio sobre cómic latinoamericano. Empecé a sentir que mis cómics eran mi profesión. Desde entonces fui por un tubo, publiqué Diario íntimo de Maliki 4 ojos (RIL Editores, 2011), que incluía el material del anterior más cosas nuevas. También hice Quiero ser flaca y feliz (Planeta, 2015) con Karolina Lama, una psicológa. Es un libro que ayuda a bajar de peso. Fue súper bien, estuvo en el ránking de ventas mucho tiempo. Me hizo muy conocida, y la gente empezó a comprar mis otros libros gracias a este.

GV: Y luego ya vino Ídolo: una historia casi real.
M: Sí, en 2017.
GV: Tú has hecho mucha autobiografía y, como decías, los diarios son algo muy espontáneo. Hace unos años, cuando tuve la suerte de entrevistar a Julie Doucet, le pregunté si tenía algún límite en lo que mostraba en sus cómics, y me dijo que sí, que había muchísimas cosas que no contaba. ¿Tú te planteas esto, tienes algún filtro al ficcionalizar las cosas que te pasan?
M: Obviamente que sí, muchas cosas no las pongo. Por una cuestión de tiempo y espacio no se puede contar todo. Además, yo realmente uso la autobiografía no porque quiera que la gente sepa mi vida, sino porque, al sacar las cosas de mi cabeza, las puedo ver. Puedo hacer una reflexión acerca de eso. Y creo que eso me pasa a mí y le pasa a millones de mujeres, no creo que sea algo personal mío. Claro, hay cosas que no pongo, todos los días me pasan cosas. Pero creo que hay momentos que son breaking points. En los que todo cambia. Te pasa algo que es tan importante que te hace ver algo que tú no sabías de ti. Y te crea un conflicto. Esos momentos yo encuentro que son el mejor ingrediente de una historia. Quizá sea porque siempre me han gustado las historias, veo mucho cine, leo novelas… En general, me gusta que la gente me cuente cosas. Y ¿para qué voy a inventar historias si ya me pasan cosas que son así? Cuento lo que me pasa para entenderlo, porque es importante para mí. Y si lo es para mí, puede serlo para otras mujeres. Lo veo con mis alumnos, en mi taller de cómic: a la gente le sirve contar sus historias en cómic. Una buena historia es una que necesitas contar. Esas historias que te cambian la vida, que marcan un antes y un después. Uno no puede acordarse de todo, pero, si las dejas plasmadas en un cómic, ahí quedan, como una fotografía. Cuando yo releo mis diarios, no me acuerdo de todo lo que me sucedió. Como ejercicio de fijar las cosas es interesante.
GV: Ídolo es tu primera novela gráfica extensa, y va a publicarse en España, además.
M: Sí, así es. Ídolo nace cuando volví de una feria internacional en la que conocí a un autor con el que tuve un romance. Llegué y le conté a todo el mundo que me encontraba, porque era increíble. Y cada vez que contaba la historia, la gente ponía mucha atención. Por eso me di cuenta de que la historia era buena: todo el mundo me decía que no la podía creer [risas]. Decidí hacer una novela gráfica larga porque en Argentina conocí a Emilio Bernárdez, el editor de La Cúpula, al que le gustaron mucho mis cómics, pero me dijo que debería hacer una obra larga. Pero yo lo veía como algo muy complicado, como tener un hijo [risas]. Todo encajó y decidí convertir esta historia en la novela gráfica, que al final La Cúpula rechazó y publiqué con Random House, porque conocía al editor, Gonzalo. Pero la idea de hacer una historia larga a tinta china fue de Emilio. La cosa se complicó porque contacté con el hombre con el que había tenido el romance y me pidió cambios, en los nombres, la nacionalidad… Porque era un hombre casado. Yo, de buena onda, cambié todo, y así fue como llegué a la ficción. Era un lugar en el nunca había entrado.

GV: ¿De ahí que disocies un poco al personaje de la novela gráfica de tu personaje anterior, que aparece saliendo de un cómic?
M: Claro, claro: ahora Maliki es un personaje de Marcela, hay dos mundos paralelos. El de los autores de cómic que están en el festival de Lima, y está el mundo de los cómics, de los personajes de ella, que se conocen y tienen aventuras. Eran como partes de mi psiquis: Maliki era el espíritu creativo, artístico, que dominó mi juventud, la monja era el éxtasis religioso —cuando era niña, era muy católica, porque fui a un colegio religioso—, y la Volva que, en realidad, la inventó el hombre que conocí. Esta especie de bruja aborigen que representa el impulso sexual y que no habla. Salir de la autobiografía de esta forma, aunque al final se junte todo un poco, fue muy complejo. Fue un libro completamente distinto a otros trabajos, porque lo armé como una novela gráfica, de la que tuve que sacar capítulos enteros, poner personajes, preguntar a toda la gente que salía si me dejaban sacarlos y poner sus nombres… Salen todos mis amigos dibujantes que he conocido en los últimos años, que me ayudaron a hacer los diálogos: cuando hablan, los diálogos están escritos por ellos mismos.
GV: Qué bueno...
M: Fue un trabajo muy diferente y, al final, convertí esa historia en una mitología propia, porque me di cuenta de algo: yo me relacionaba con los hombres cuando había tomado alcohol. Desde que dejé de tomar, ya no tengo esa libertad, y tengo como una monja dentro que me regaña [risas]. Siempre me pasó que los hombres se echaban a llorar cuando me acostaba con ellos. Siempre pensé que era porque eran chilenos, estaban deprimidos, se separaron…. Y estaban tomados, como es habitual cuando uno mantiene relaciones casuales. Pero me pasó también con el que conocí en aquella feria, un tipo europeo, feminista, con otra mentalidad, pero que se puso a llorar más que nadie. Y ahí fue cuando me di cuenta de que el problema era mío, yo era la que provocaba eso. Por eso fue importante para mí hacer el libro. También me di cuenta de que a mí no me gusta llorar porque no quiero mostrarme vulnerable o tomar el rol de la mujer débil. Le tengo aversión, no quiero convertirme en esa figura. Fue una revelación. La historia en sí, lo que te pasó, no es tan importante como lo que aprendes de ti misma. Lo encontré tan alucinante que llegué a pensar que, a partir de entonces, tenía que hacer más libros así, pero también me demora mucho. Tres años para hacer un libro es mucho. ¡Un hijo te sale en nueve meses!

GV: Es como un embarazo de elefante [risas].
M: ¡Sí! [risas]. Yo tenía también la referencia de Craig Thompson, que puede tardar siete años en hacer un libro, e intentaba imitarlo, pero no era posible. Tras entregar el libro me dio una depresión atroz. Con ello, ahora estoy haciendo un diario, un libro llamado Diario oscuro, con puras escenas metafóricas con mi depresión. También está siendo muy importante para conocerme. Espero publicarlo a fines de este año.