Este pasado 18 de septiembre se cumplían cincuenta años de la primera emisión del clásico televisivo Misión Imposible, una serie que revolucionó entre 1966 y 1973 el entretenimiento catódico y el género del espionaje y cuya influencia aún se siente en nuestros días gracias a la saga de películas protagonizadas por Tom Cruise. Rindámosla un merecido homenaje.
Estos días andamos celebrando varios quincuagésimos aniversarios televisivos. Por ejemplo, el de la emisión del primer capítulo de la serie original de StarTrek (1966-69), del estreno de Green Hornet (1966-67) o del comienzo del rodaje de El Prisionero (1967-68). Ahora le toca el turno a Misión Imposible (1966-1973), que debutó un sábado 18 de septiembre de hace cincuenta años en la CBS en medio del boom de la ficción de espías que aún se vivía por entonces. Un boom al que pudo sobrevivir unos cuantos añitos gracias a su renovado planteamiento y a sus, ejem, imposibles planes, siempre articulados en rocambolescas tramas que incluían a dictadores sudamericanos, neonazis empeñados en recuperar el tesoro de Hitler o escuelas de espías soviéticos que eran réplicas exactas de ciudades americanas.
La serie se alejaba de la formula estándar de aquellos días porque en vez de presentar a un único héroe, un agente secreto de increíbles habilidades como John Drake en Danger Man (1961-66) o Jim West en Jim West (1965-69), o a una pareja de buddies, como en El agente de CIPOL (1964-68) o Yo soy espía (1965-68), Misión Imposible presentaba un equipo de agentes de habilidades y talentos complementarios que además variaban de misión en misión. Tú, el jefe. Tú, el musculitos. Seductora, manitas y el infiltrado.
Cada episodio comenzaba con una fórmula que se hizo tan popular como para convertirse enseguida en un cliché propicio a la parodia: el jefe de un equipo de operaciones encubiertas llamado Impossible Mission Force (IMF), interpretado por Steven Hill en la primera temporada y por Peter Graves en las siguientes, recibe instrucciones para su próxima misión en algún lugar aislado -una cabina de fotos, una tienda de discos, una fábrica abandonada- en forma de una grabación que se autodestruye entre ácidos y humo al cabo de unos segundos. Después, el jefe elige de entre un catálogo de agentes aquellos que considera más adecuados para el trabajo.
Entre estos agentes había actorazos como Martin Landau, especialista en disfraces e identidades encubiertas, y amigo personal de Bruce Geller, el creador del show. Geller no podía prever que aunque había creado la serie para gloria de su amigo, sería Peter Graves quien con su estupendo porte y sus modos paternales se haría la figura más célebre del equipo. Después Landau sería reemplazado ni más ni menos que por Leonard Nimoy, llegado de la recién cancelada StarTrek, de donde también vendría George Takei, que interpretó a otro especialista en infiltraciones en varios episodios. Completaban este elenco, bastante diverso en comparación a los que se estilaban en la televisión de entonces, el afroamericano Greg Morris, experto en telecomunicaciones, y la enigmática Barbara Bain, que más tarde sería sustituida por la fascinante Lee Meriwether, la Catwoman de Batman (1966-68).
El punto que hacía que Misión Imposible fuera diferente al resto de series de su género, y que además le otorgó su longevidad, fue su combinación de las convenciones de la ficción de espías (viajes a localizaciones exóticas, gadgets y megavillanos) con los elementos clásicos de la heist movie, el género de robos y atracos milimétricos y elaborados que también por entonces vivía una época de esplendor gracias a la -en la humilde opinión de quien esto escribe- algo aburrida Topkapi (1964). Por eso los episodios de Misión Imposible están llenos de planos que muestran a los agentes haciendo acrobacias, sudando, improvisando, manipulando objetos, ganzúas, cuerdas, micrófonos. Sus planes a menudo consistían en engañar al enemigo recreando una realidad completa, como un tren de pasajeros o una calle entera, una idea que tendría su eco en El golpe (1972). Las circunstancias de las misiones se describían con mucho detalle para demostrar al espectador que eran, en efecto, imposibles, pero los planes del equipo apenas se detallaban, dejando así a la audiencia con un gran interrogante: ¿cómo se las iba a arreglar el IMF para salirse con la suya una vez más? Lo único de lo que podemos estar seguras es que su plan será un mecanismo de relojería impecable; cuanto más retorcido, mejor.
Otra de sus diferencias con respecto a productos coetáneos es que la serie huía de la acción directa, que no del suspense. Apenas había tiroteos o luchas a puñetazos, un recurso muy habitual en la televisión de aquellos años para resolver cualquier trama. Cuando el equipo de Misión Imposible tenía que sabotear al enemigo, rescatar a un rehén o recuperar unas cabezas nucleares, iban, veían y vencían de la manera más sigilosa posible, y como buenos timadores dejaban a sus enemigos con cara de tonto. Los miembros del IMF hablaban muy poco entre ellos durante las misiones: son profesionales, personas reservadas que hacen su trabajo y después desaparecen. No había tiempo para hablar de su vida personal ni ganas para romances ni mandangas. Con este uso parco tan parco de los diálogos y el empleo de los silencios para elevar la tensión, la serie también se alejaba de la verbosidad que atenazaba aún a muchos productos televisivos, un medio aún en su primera infancia por entonces y todavía atenazado por cierta teatralidad.
Misión Imposible tendría una segunda pero lastimosa vida a finales de los 80, ya con Bruce Geller fallecido. En 1996 Brian de Palma se encargaría de resucitar a la IMF con excelente tino. Y aunque en la franquicia de estupendas películas que nació entonces y que dura ya veinte años el Ethan Hunt interpretado por Tom Cruise tenga un protagonismo que nunca tuvo ningún miembro del equipo original, hay algo que no ha cambiado en estas cinco décadas: su inolvidable sintonía, obra del maestro Lalo Schiffrin, quizá la mejor que se haya compuesto nunca para una serie de televisión.
Hay un capítulo que es delirante (y maravilloso) en el que creo recordar que intentaban hacer creer a un espía ruso que había viajado a la edad media y estaba condenado a muerte. El objetivo era que entre los nervios y el estrés el espía revelase los planes del enemigo.
O lo de Martin Landau. Era un genio del disfraz, pero en todas las misiones tenía que suplantar a alguien que casualmente tenía su misma cara.
Más allá de lo delirante, la verdad es que la serie es una joyita.
Incluso hubo uno en que se hicieron pasar por extraterrestres para sacar información a un espía…
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