Aunque pasó a la historia como uno de los asesinos más dementes, enigmáticos y garrulos de la historia del cine, el actor que se escondía tras la máscara de Leatherface, el matarife de La matanza de Texas (The Texas chainsaw massacre, Tobe Hooper, 1973), era en realidad un hombre culto, tranquilo y con un gran sentido del humor.
Lo sabe cualquiera que haya visto los excelentes extras que acompañan las recientes ediciones de aniversario del clásico de Tobe Hooper: Gunnar Hansen no era Leatherface. De hecho, parecía su opuesto exacto y nunca estuvo del todo satisfecho con esa fama de sanguinario que le había regalado la indescriptible pesadilla tejana de los setenta. Hoy sabemos de su muerte con 68 años.
Hansen nación en Reykjavik, pero con solo cinco años de trasladó a vivir a los Estados Unidos. Hasta los once vivió en Maine y después se mudó con su familia a Texas, donde conseguiría la fama. Como una aportación personal al asesino, Hansen siempre destacó que había incorporado en su forma de moverse gestos propios de niños discapacitados.
Después del éxito, no se dejó ver en demasiadas películas, siempre restringidas a la serie B y en modo cameo. Quizás la más divertida sea su intervención en Hollywood Chainsaw Hookers (Fred Olen Ray, 1988). En poco tiempo se dedicó a tiempo casi completo (aunque se reconcilió con los fans y el cine de terror en los últimos años, y empezó a multiplicar y diversificar sus papeles en más películas) a la escritura y la enseñanza. Escribió el libro sobre su país de origen Islands at the Edge of Time, A journey to America’s Barrier Islands y, sobre todo, sus memorias sobre el rodaje de la película de Hooper Chain Saw Confidential, imprescindible para entender la dimensión mítica del personaje que le dio la fama.
Descansa en paz, Leatherface. Nos vemos bailando al amanecer.