Hugh Hefner ha muerto a los 91 años. Edad más que venerable para el hombre que creó el imperio Playboy, estuvo entre los pioneros de los reality shows y fue el primero en hacer abiertamente de la masculinidad una identidad consumista.
Ha muerto a los 91 años el Walt Disney del sueño pornográfico. Aunque la mayoría de obituarios elegirán destacar su importancia como empresario, su preferencia por la decoración de interiores al hecho de salir de casa o su relevancia en términos socio-políticos, nosotros preferimos recordar a Hugh Hefner por la más intangible de sus cualidades: haber sido el arquitecto del ideal contemporáneo de masculinidad.
Antes de Playboy la pornografía era algo grosero. Desprovista de cualquier elegancia o interés. De ahí que lo que hiciera Hugh Hefner es no dignificarla, ni siquiera aprovechar el interés de la época por el sexo -pues definirlo como adalid de la libertad sexual es, como poco, discutible-, sino edificar una nueva idea de hombre. Pues si hasta los cincuenta el hombre, para ser considerado como tal, debía ser alguien educado, con un trabajo estable y desvivido por su familia, el hombre-Playboy debía ser, al mismo tiempo, un erudito, un interiorista y un pornógrafo. Alguien sin afectos ni apegos emocionales. Es decir, un connoisseur de los placeres sensuales.
De ese modo, con desnudos de buen gusto, una importante nómina de escritores —Kurt Vonnegut, Jack Kerouac, Ray Bradbury o incluso Haruki Murakami han pasado por sus páginas— y una marcada obsesión por la arquitectura demarcada en el concepto de que los hombres necesitaban espacios propios, creó una nueva forma de masculinidad. Ese hombre playboy inteligente, juguetón y que ve en la mujer ya no a una esposa o una madre, sino un juguete equivalente a un whiskey, una foto o una revista.
Es por ello que, según a quién se pregunte, Hefner fue o bien un héroe o bien un villano o bien un monstruo. Pues aunque quisiéramos hacerle de menos, es innegable que Hefner fue capaz de cabalgar la ola de los tiempos, creando una idea muy particular de masculinidad que extendería a través de la espectacularización del valor del hombre. Ahí reside su éxito. No ser el líder ni referente de la libertad sexual, sino del capitalismo. Convertir la masculinidad no en algo más abierto, sino en algo más cerrado: un proceso de consumo constante de objetos a través de los cuales encontrar una satisfacción permanentemente pospuesta.
Por extensión, no es que hiciera que la pornografía fuera aceptable, sino que todos los aspectos de la vida de los hombres se convirtieran en pornográficos. Convirtió todo en consumibles.
El problema es que, al final, esa espectacularización de la vida, que le llevó a ser incluso pionero de los reality shows, acabó pasándole factura. Con Playboy al borde de la desaparición, con su imperio tambaleándose entre escándalos y fracasos financieros, al hacer que todo fuera consumible no pudo competir con el hecho de que el mundo entero descubriera que también ellos podían ponerse a la venta sin necesidad de intermediarios. Pues Internet, el abstracto Hugh Hefner del siglo XXI, le ganó la partida desde el mismo momento que éste fundara Playboy allá por 1953.
De ahí que Hefner fuera importante, que se merezca un obituario. Porque, al final, dos de las personas más importantes para entender la segunda mitad del siglo XX son Hugh Hefner y Guy Debord.