Muere Tobe Hooper, poeta de la miseria y las motosierras

Tobe Hooper, el autor de La matanza de Texas, El misterio de Salem's Lot, Poltergeist Lifeforce (Fuerza vital), nos ha dejado a los 74 años. Recordamos los méritos de un artista que cambió el cine de terror para siempre a base de mugre, polvo y humor cruel.

Ya ocurrió cuando George A. Romero abandonó el mundo de los vivos. Y había ocurrido antes, y ha vuelto a ocurrir hoy. Porque, cuando muere un titán del cine de género, es necesario recordar que sus logros no se limitan sólo a inventar nuevas formas con las que meterle yuyu al patio de butacas. También hablamos de cineastas visionarios (ellos sí) capaces de innovar en la puesta en escena, de conectar con las inquietudes de su época y, en último extremo, de forjar mitos. Mitos que perduran.




Tobe Hooper, que falleció ayer en Los Ángeles a los 74 años de edad, fue uno de esos artífices. Como él mismo explicaba, el origen de La matanza de Texas (1974) no fue sólo la historia del socorrido Ed Gein, o los demás sucesos truculentos en los que se basó para dar forma a los crímenes de Caracuero (Gunnar Hansen, en aquella película) y de su putrefacto clan de matarifes. En aquel filme elaborado con cuatro perras, de financiación dudosa y rodaje espartano, estaban también el caso Watergate, la guerra de Vietnam y las demás tormentas sociales de su época. Acerca de ese rótulo (más falso que Judas, claro) que proclamaba como reales los hechos narrados en el filme, el cineasta comentaba: «Si el gobierno miente, ¿por qué no puedo mentir yo?».

Tras el terremoto que supuso La matanza de Texas, con polémicas y prohibiciones a granel, Hooper volvería a rodar otras obras maestras. La primera, El misterio de Salem’s Lot  (1979) adaptaba la novela de Stephen King acertando allí donde aquella acertaba: en su forma de quitarle el glamour a los relatos de vampiros, reduciéndolos a su esqueleto primario de hambre, sordidez y paranoia. Después, Steven Spielberg lo llamó para encargarse de Poltergeist (1982), una película cuya autoría ha sido severamente discutida.

Pero, más allá de los rumores sobre un Spielberg que usa a Hooper como testaferro, o del triste destino de la niña Heather O’Rourke, lo cierto es que Poltergeist vuelve a retratar hechos atroces desde el punto de vista de la gente de a pie, sin divagaciones ni falsas esperanzas (ahí queda ese final, con la familia hacinada en un cuartucho de hotel, para confirmarlo).

A aquellas alturas, Hopper pactó con el diablo. Es decir, con la incalificable productora Cannon, bajo cuyo sello estrenó la película de su filmografía que más complicidad requiere por parte del espectador. Hablamos de Lifeforce: Fuerza vital (1985), un desparrame de vampiros cósmicos realizado con mimbres muy nobles: guión de Dan O’Bannon (Alien, el octavo pasajero) Patrick Stewart en uno de los roles principales.

Y, tras el remake de Invasores de Marte (1986), llegó la guinda de la tarta: Masacre en Texas 2  (1986) hacía explícito el subtexto político de La matanza de Texas recurriendo a las viejos y nobles recursos de la bufonada y la autoparodia. No era ya que Dennis Hopper interpretase a un padre tronado y vengador, sacándole partido a su histrionismo. Era que cada miembro de la familia Sawyer encarnaba un tópico de la white trash, ese lumpen de blancos pobres al que los EE UU ‘de orden’ temen casi más que a las minorías raciales. Sólo con recordar aquel parque de atracciones (siempre en proyecto, por desgracia) que iba a llamarse ‘Vietnamlandia’, creemos que el chiste queda claro.

El chiste era, como suele pasar, a costa del público, pero el público no lo pilló… o lo pilló demasiado bien, quién sabe. El caso es que, a partir de entonces, la carrera de Hooper se repartió en series de TV (Las pesadillas de Freddy, Cuentos asombrosos, Historias de la cripta y, claro, Masters of Horror) y en largometrajes que, como La masacre de Toolbox (2004) apenas obtenían repercusión fuera de los fans del género. Su última película, Djinn, llegó a los cines en 2013.

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