Entre el paseo cultural y la crónica de sucesos, entre el Mediterráneo y la Huerta, repasamos algunas de las cosas que están pasando y pasaron en la ciudad de Murcia. Un lugar agitado con mucho que ofrecer (artistas, músicos, misterios…) más allá de los chistes y su gastronomía.
Glasgow tiene fama de ser la ciudad más fea de Gran Bretaña. Durante décadas fue sede de grandes astilleros y otras industrias muy contaminantes, es una de las urbes más lluviosas de Europa y presenta una esperanza de vida sorprendentemente baja que ha sido objeto de numerosos estudios y es impropia de un país desarrollado. Pero existe una anomalía mucho más agradable a propósito del lugar más poblado de Escocia: es la ciudad natal de multitud de músicos y el caldo de cultivo ideal para muchas bandas que han terminado alcanzado el éxito internacional. Mark Knopfler nació en Glasgow, pero también los miembros de Lloyd Cole and the Commotions, Belle and Sebastian, Franz Ferdinand, Travis o dos grupos fundamentales para la música de los ochenta y noventa respectivamente: The Jesus and Mary Chain y Teenage Fanclub. En mayo, estas dos formaciones visitaron Murcia para participar en el festival Warm Up y esto nos sirve como excusa para pensar que quizá las escenas culturales más vigorosas surgen en los lugares más inesperados.

En Murcia llueve aproximadamente seis veces menos que en Glasgow pero, como la ciudad escocesa, suele ser despreciada sistemáticamente por los habitantes del resto de su país mientras no deja de ofrecer figuras a la literatura, la música pop o el arte contemporáneo. Más allá de los chistes y las tradiciones archiconocidas y fomentadas por la Administración, en esta ciudad de algo menos de medio millón de habitantes y, como hace años que ocurre en Granada, se ha desarrollado un paisaje cultural rico y que involucra a artistas de todas las disciplinas. Una universidad de prestigio, una vida nocturna vibrante y ser la ciudad peninsular con la media de edad más baja también ayudan a afianzar lo que hace años era un rumor (“¿qué pasa en Murcia?”, solían preguntarse los periodistas musicales), y que ahora es todo un tejido tan variado y valioso como el de algunas ciudades mucho más pobladas y de más prestigio. Siempre conviene hacer un alto para tomar “una marinera y un quinto” en alguno de los estupendos bares de la ciudad pero existe y ha existido mucho más a lo que merece la pena asomarse.
Literatura y crimen en la huerta
Pedro Boluda fue un borroso poeta murciano que vivió entre la alucinación y la esquizofrenia, enfermedades que a menudo surgen contiguas a la obsesión por la literatura. Boluda, barbero de profesión, fue un precursor del ultraísmo que a principios del siglo XX acudió en varias ocasiones a las tertulias organizadas por Ramón Gómez de la Serna en el famoso Café Pombo. Allí, los vanguardistas hacían burla de sus aspavientos; y cuenta la leyenda que fue salvado por Edgar Neville de beberse un frasco de tinta engañado por otros poetas que lo habían convertido en objeto de sus bromas crueles. A Pedro Boluda el entendimiento y la lucidez se le habían extraviado durante una procesión, la de los Coloraos en el Miércoles Santo de 1889. Entonces desapareció su hijo de apenas tres años y dieron con él ya muerto, con un espantoso tajo en la garganta, a orillas del Río Segura. Este escabroso suceso nunca fue esclarecido y sirvió para alimentar la leyenda del “Sacamantecas”, muy temido a principios del siglo XX en toda España.

El ejemplar en la Biblioteca Nacional de su libro La Paz Mundial (1919) sirve como testimonio último de la obra ínfima y de la vida desgraciada y sin gloria de Pedro Boluda: hace décadas que alguien, en la portada, garabateó la palabra “animal”.
Un siglo más tarde, Miguel Ángel Hernández Navarro es escritor, crítico de arte y profesor en la Universidad de Murcia. Ha dado conferencias por todo el mundo y nadie se ríe de él cuando viaja hasta Madrid para hablar de sus libros, acompañado por Vila-Matas o por Fernando Castro. La última novela de Miguel Ángel se titula El dolor de los demás (2018) en alusión a un ensayo de Susan Sontag. Esta obra, publicada por Anagrama, supone la reconciliación del autor con el episodio más tenebroso de su pasado, acontecido en 1995, año en el que otro asesinato marcaba una noche de celebraciones religiosas en la Región.

Durante aquella Nochebuena, el mejor amigo de Miguel Ángel, que entonces tenía dieciocho años, mató a golpes a su propia hermana y después se suicidó. La novela es una búsqueda, la de alguien que intenta relacionarse con una parte de su memoria que no entiende y que hasta el momento había preferido ignorar. También es el primer ejemplo contemporáneo de novela ambientada en la huerta murciana, pues el crimen que la vertebra tuvo lugar en las zonas de limoneros y cultivos, de barrancos y acequias, que rodean la ciudad.
Si Chirbes consiguió hacer universal el ambiente característico del Mediterráneo valenciano tras la crisis económica, empiezan a surgir escritores que ofrecen un tratamiento similar de las peculiaridades murcianas, desde el propio Miguel Ángel hasta Leonardo Cano o Diego Sánchez Aguilar. Los dos publicados por Candaya, el primero cuenta en La Edad Media (2016) los padecimientos de un joven en un agobiante colegio privado de la ciudad durante los años ochenta, mientras que el segundo desarrolla en Factbook (2018) una distopía que tiene lugar en La Manga del Mar Menor.
Zizek y el consejero magullado
El llamado “Crimen de la Huerta” pasó relativamente desapercibido cuando se cometió. En los noventa, una década durante la que Internet todavía no se había extendido, y tras el suicidio del culpable evidente, este triste suceso dejó estupefactos a quienes conocieron al delincuente y a su hermana (la víctima), pero no ofrecía ningún enigma interesante para la prensa nacional, que lo despachó con unas pocas líneas. Sin embargo, en enero de 2011, otro incidente mucho menos grave pero más misterioso llevó a una figura central de la cultura murciana de los últimos quince años a la portada de todos los medios, dando lugar además a multitud de especulaciones y teorías más o menos disparatadas.
Pedro Alberto Cruz Sánchez se doctoró en Historia del Arte en 2001 y en 2003 impulsó la creación del CENDEAC (Centro de Documentación y Estudios Avanzados en Arte Contemporáneo), institución pública que desde entonces ha desempeñado un papel muy importante en la difusión del pensamiento y el arte contemporáneos en la ciudad. Director del Centro hasta 2007, Pedro Alberto ocupa entre 2008 y 2014 el cargo de Consejero de Cultura del gobierno de la Región de Murcia, presidido entonces por Ramón Luis Valcárcel, del Partido Popular. Durante estos años se vive una explosión de actividad cultural en la ciudad, que empieza a ser visitada por pensadores de la talla de Ernesto Laclau, Gianni Vattimo o Gilles Lipovetsky, indispensables para entender ideas como el populismo o la postmodernidad. Además, se pone en marcha el festival SOS 4.8 que combina una programación musical con bandas de nivel medio y con una potente sección, Arte, a la que acuden figuras de repercusión mundial. Y otra, llamada Voces, que propuso conferencias de filósofos y escritores como Slavoj Zizek en 2008 o Fernando Arrabal y Michel Houellebecq en 2010.

Decían entonces los más críticos con la gestión de Pedro Alberto Cruz que, tras una programación tan espectacular, quedaba desatendida la cultura de base, esa que se hace en las bibliotecas de barrio y en las asociaciones vecinales, y que derrochaba el presupuesto de su consejería en eventos elitistas con escaso impacto para la vida de los ciudadanos de a pie. Es cierto que sus políticas fueron una singularidad que convirtió, al menos durante unos años, a Murcia en la ciudad más rica de España en cuanto a agenda cultural; pero también que estos años fueron los más duros de la crisis económica reciente y resultó difícil para muchos entender ese dispendio que coincidía con lo peor de los recortes impuestos por el gobierno regional. En cualquier caso, el debate razonado se interrumpió en enero de 2011 y se convirtió abruptamente en algo mucho peor.
“Salvaje agresión al consejero de Cultura Pedro Alberto Cruz” titulaba La Verdad de Murcia. La noticia seguía así: “El consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz, ha tenido que ser intervenido de urgencia tras haber sufrido una agresión esta tarde en una calle de Murcia por al menos tres individuos jóvenes. Al grito de «sobrinísimo hijo de puta» —el exconsejero es sobrino de la esposa del entonces presidente de la Región— los agresores se abalanzaron sobre él y le golpearon con un puño americano en diversas zonas de la cara y la cabeza.”
Chistes costumbristas aparte, Murcia es en la actualidad una de las ciudades más activas en lo cultural de la península. Revisamos algunas de sus últimas propuestas, desde novelas inspiradas en crímenes reales a pop experimental en galerías de arte.
Jorge Guillén escribió que en Murcia se puede respirar la luz y alabó en varios versos la claridad de unas calles entre las que vivió mientras fue catedrático de Literatura en la Universidad. Sin embargo, todo se vuelve oscuro cuando se trata de averiguar algo sobre el contexto, la motivación o la autoría de esta brutal agresión. Multitud de medios han recogido la gran variedad de rumores que durante años han sacudido la ciudad al respecto de este episodio sin resolver. No está claro nada de lo que sucedió, puesto que el primer detenido como presunto autor, un joven que pasó 72 horas en comisaría, fue puesto en libertad tras no ser reconocido por la víctima. Después, la Policía ha manifestado en varias ocasiones mantener el caso abierto, pero sin que se haya producido ningún avance al respecto.
Pregunto a un par de amigos de la ciudad, insomnes y siempre al tanto de la mitología local. Su respuesta es, por duplicado: “no te metas en esos jardines”. Y es que a esta distancia del incidente, solo queda olvidarlo, como parece que hizo hace tiempo quien lo sufrió; o atender a los chismes que se propagaron entonces en multitud de foros y blogs, que entretienen bastante pero aclaran más bien poco. Permanece el recuerdo de unos años durante los que Murcia fue parada obligatoria para las celebridades de la filosofía contemporánea y de un festival que ha cambiado de nombre y de prioridades pero que algo ha influido en la eclosión de bandas de sonido indie que vive la ciudad.
El teatro en llamas y el festival completo
Una leyenda truculenta más atraviesa la vida cultural de la ciudad: la maldición que pesa sobre su principal teatro. El Teatro Romea fue construido a mediados del siglo XIX en terrenos que pertenecieron a la Orden de Predicadores (monjes dominicos) y que habían pasado a manos del ayuntamiento durante la Desamortización de Mendizábal. Se cuenta que un monje maldijo el edificio durante su construcción, profetizando tres incendios: el primero, como aviso, sin víctimas; el segundo, otro aviso algo más trágico, con una única víctima mortal; y el tercero, ya devastador, que acabaría con todos los espectadores en una noche de aforo completo. A principios del siglo XX ya se habían producido los dos primeros incendios y, desde entonces, la superstición obliga a dejar vacía una de las mil ciento setenta y nueve butacas para evitar que se alcance el aforo completo y así esquivar la tercera parte de la maldición.
Donde no quedó ninguna entrada por vender fue en la última edición del Festival Warm Up Estrella Levante, heredero de aquel SOS 4.8 (se celebra en el mismo recinto aunque su orientación ya no es tan transversal). Cada año, el primer fin de semana de mayo la ciudad alcanza el máximo de ocupación hotelera y es aquí cuando da comienzo la larga temporada de grandes festivales de verano.
Durante el festival, grupos como Second, Varry Brava o Viva Suecia juegan en casa, pero también llenan las salas de toda España en invierno. Con un sonido fácil y que se podría ajustar a la contradictoria pero elocuente etiqueta “indie comercial”, son lo más conocido de una escena musical muy desarrollada.
En el otro extremo, el de los músicos emergentes o con propuestas más arriesgadas, Marcelo Criminal es un jovencísimo cantautor low-fi que recuerda a Daniel Johnston y ha fascinado incluso a Jota de Los Planetas, Yana Zafiro empieza a tener éxito entre los seguidores del “bedroom pop” con su primer EP, Mi perro se va a morir (2019); y Crudo Pimento, bueno, Crudo Pimento (imagen de cabecera) fabrican artesanalmente la mayoría de sus instrumentos, cantan en idiomas inventados, van del calipso al rock progresivo, desde las atmósferas caribeñas hasta Black Sabbath y son un secreto a voces (las de su cantante, Raúl Frutos, y las de sus seguidores, que son cada vez más).

Por cierto que a finales de mayo la policía estuvo a punto de disolver un concierto de Crudo Pimento durante la inauguración de una exposición en la Galería T20, una de las más consolidadas de la ciudad. El galerista Nacho Ruiz explica que buscaba desde hace tiempo una ocasión para que el grupo tocase en su espacio y esta le pareció inmejorable: inauguraba la primera muestra individual del artista cubano-norteamericano Félix González Torres —tema central de Arco 2020— en España y el concierto, a oscuras, pronto fue “un flipe colectivo”. Hasta la puerta de la galería acudieron agentes de la Policía Nacional, alertados porque alguien había avisado de que se estaba produciendo un “tumulto”. Afortunadamente, entendieron que era mejor no interrumpir (ni sancionar) un momento tan emocionante y la actuación pudo terminar sin más sobresaltos. En palabras de Nacho: “Aquello no se nos va a olvidar nunca. Félix González Torres, Raúl gritando, los muros blancos, la luz azul… era Murcia pero podía ser el Soho en 1978.”
Está claro que Murcia no se acaba nunca. Y, por si fuera poco, hace mejor tiempo que en Glasgow.