Narrando a Charles Manson: Cómo ‘Mindhunter’ y Tarantino utilizan la realidad

Cincuenta años después del verano del 69, los ojos de la nostalgia se detienen en lo macabro. Los asesinatos de Tate-LaBianca han inspirado este año tanto a Quentin Tarantino en Érase una vez en... Hollywood como a David Fincher y su serie para Netflix, Mindhunter. Pero las representaciones de La Familia en estas ficciones no pueden ser más diferentes. Y en ellas encontramos las claves de cada una de las obras.

(Este artículo contiene spoilers del final de Érase una vez en… Hollywood, y del quinto episodio de la segunda temporada de Mindhunter)

A Tarantino no le interesa la verdad. A nosotros, como sociedad, tampoco. Conectemos o no con el director de Érase una vez en… Hollywood lo cierto es que no podemos evitar compartir con él su faceta más elemental: su pasión por las historias. Su amor por los cuentos. Y es que todos preferimos la tranquilidad de la narrativa, un relato cerrado, lógico y coherente, a las aristas, las dudas y el ruido que acompañan a la verdad. 

Para muchos psicólogos, detrás de la afición al cine de terror, al true crime o a la lectura compulsiva de creepy pastas no hay otra cosa que un saludable sentimiento de autoprotección. El mal nos fascina. La sangre y la violencia capturan nuestra curiosidad. Retienen nuestra mirada. Y poder observar protegidos por las historias, resguardados por la narrativa, es una oportunidad valiosísima de aprender. De interiorizar cómo no convertirse en una víctima y de racionalizar qué es lo que les sucede a los verdugos. De asimilar el hecho de que sí, el peligro existe y nos rodea, pero hay una serie de normas que podemos seguir para reconocerlo y evitarlo.

Precisamente porque lo que nos gusta son los cuentos, pedirle veracidad histórica a cualquier relato basado en un caso real es imposible. Todos los autores, incluso aquellos que se ganan la vida con la documentación exhaustiva. Aquellos que disfrutan contrastando las transcripciones de los juicios con la pruebas aportadas por la fiscalía son capaces de hacer la vista gorda con aquellos detalles que no cuadran con la historia que quieren contar. Y es que siempre es más satisfactorio para el que escribe -y para el espectador- encontrarse con una construcción lógica, una motivación razonable y un final purificador. Una historia con moraleja -no te fíes de los extraños, no camines solo de noche…-, espejo de los cuentos infantiles, que nos reafirman tanto como nos asustan.

No importa los cambios que Tarantino haga con respecto a la realidad. En Érase una vez en… Hollywood La Familia de Charles Manson es la personificación del lobo. Aquel peligro que, una vez superado, sirve para unir a los protagonistas y dirigirlos hacia el buen camino tras haber andado perdidos. En este caso, la caracterización de estos jóvenes viene directamente de la cultura pop y bebe del relato que los medios de la época construyeron para purgar sus demonios. Una ficción que Tarantino utiliza para dibujar su versión de los sesenta. 

En la segunda temporada de Mindhunter, estrenada el mismo fin de semana que la novena de Tarantino, la jugada se sucede igual. La historia, no obstante, es diferente. Aquí Manson y sus seguidores no son el lobo sino la posibilidad de iluminación. Un ejemplo claro de cómo la ciencia puede arrojar luz sobre los ídolos para volver a convertirlos en personas. Pero nunca es fácil. Que la serie de Fincher use más “hechos reales” que la película de Tarantino no hace que su relato sea verdad. Ambas ficciones escogen ver lo que necesitan ver. Aquellos elementos que refuerzan el universo de sus historias. Y por el camino, ambas nos dan una lección. La de que las aristas escondidas en las verdades no son más que caminos esperando su oportunidad.

Sangre Pulp: Un retrato de familia en la cultura pop

Pensemos en todo lo que sabemos de La Familia Manson y el asesinato de Sharon Tate. Acudamos juntos a repasar lo que ya forma parte de la memoria colectiva. El 8 de agosto de 1969, en el 10050 de Cielo Drive, California, Sharon Tate se encontraba celebrando una velada íntima en la casa que compartía con su marido Roman Polanski. Embarazada de ocho meses, la actriz se había rodeado de personas de confianza —Jay Sebring, Voytek Frykowski y Abigail Folger— para que le ayudaran en su día a día mientras que su marido se encontraba en Europa terminando de rodar. 

Cerca de la medianoche cinco jóvenes -un hombre, cuatro mujeres, vagabundos. Hippies todos ellos- se colaron en el domicilio de la actriz y la emprendieron a cuchilladas contra todos, alterando posteriormente el escenario del crimen con pintadas sangrientas entre las que se encontraban “muerte a los cerdos” y “Helter Skelter”, título de una conocida canción del álbum blanco de los Beatles

La policía, desde el principio, encontró muchas dificultades para investigar. Además de la enorme presión que ejercía la prensa de la ciudad y los numerosos homenajes que ralentizaban los interrogatorios, estaba el hecho de que no encontraban nada sospechoso ni en el círculo de Tate, ni en el de Polanski, ni en el de los demás. Tendrían que esperar hasta octubre para encontrar una respuesta. Una que no solo aclararía la matanza de Cielo Drive sino el asesinato del matrimonio LaBianca. 

Detenida por el robo de un coche, Susan Atkins no dudó en presumir ante su compañera de celda de haber participado en el crimen que aún entonces seguía dando que hablar. A la confesión de Atkins le siguió la detención de todos sus compañeros y, bajo presión, uno tras otro, empezaron a señalar a diferentes culpables hasta llegar a Charles Manson, un viejo conocido de la policía que, a pesar de no haber empuñado un cuchillo, fue declarado como el ideólogo de los crímenes y motivo principal por el que unos jóvenes cien por cien americanos decidieron dejar a un lado los códigos morales y empezar a matar.

Foto de la Familia en el rancho Spahn

Por la prensa sabemos que Manson era músico. Un hombre carismático y obsesionado por la fama. Sabemos que vivía como un hippie acompañado por sus seguidores -la mayoría chicas que apenas superaban la mayoría de edad- y que en cierto momento se presentó ante ellos como el hijo de Dios y el mismo Lucifer. Sabemos de su obsesión por los Beatles. Conocemos lo de la secta y lo de la guerra racial. ¿El problema? Que este cuidado relato tiene poco que ver con la realidad.

En Érase una vez en… Hollywood Tarantino juega con el simbolismo que los crímenes de La Familia han adquirido en la cultura popular para que, al evitarlos -en la cinta Rick Dalton y Cliff Booth matan a los integrantes en lugar de ser masacrados- cambie, no solo el destino de los personajes, sino el de toda la historia del cine en general. Para varios autores, especialmente aquellos que escriben sobre el caso en retrospectiva, los asesinatos liderados por Charles Manson supusieron el final de los sesenta, un abrupto portazo a una década que quiso definirse por la existencia de un movimiento contracultural basado en la paz y en el amor. Evitando que estos “hippies malvados” lleven a cabo su macabro plan, Tarantino garantiza que en su universo de ficción de los sesenta -con sus spaghetti westerns y sus temazos sonando a todo volumen por las autopistas de California- no acabarán jamás.

La propuesta de Tarantino es especialmente inteligente porque en lugar de usar a La Familia tal y como era en realidad juega con la percepción de los hechos que tiene el público de ella antes de entrar en la sala. Con eso consigue, en primer lugar, hacer que nos preocupemos por el personaje de Margot Robbie y su fatídico destino y, en segundo, conseguir que el final no solo sea optimista para los dos protagonistas sino que se perciba como feliz para toda la sociedad.

Pero para valorar correctamente la jugada de Tarantino es importante saber qué es lo que el director y guionista elige y que es lo deja en la estacada a la hora de caracterizar a sus principales villanos. Y es que aunque en Érase una vez en Hollywood se refuerce la idea de que Manson y sus seguidores eran miembros de la cultura hippie (un ejemplo de esto es la escena en la que el personaje de Margaret Qualley insulta a los policías y los llama “cerdos” para hacer después el símbolo de la paz) y, por tanto, sus crímenes de alguna manera pueden simbolizar el fracaso de la ideología del amor, la verdad es que en el rancho Spahn esta subcultura no era precisamente bienvenida. 

ÉRASE UNA VEZ EN… HOLLYWOOD de Tarantino y la segunda temporada de MINDHUNTER de Fincher tienen un elemento en común: Charles Manson. Analizamos la presencia del mítico criminal en ambas ficciones y cómo ambas manipulan la realidad.

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Como señalan Sami Nye y Vanessa Richardson en los especiales de Female Criminals dedicados a las mujeres de La Familia, la mayor parte de las seguidoras de Manson provenían de hogares extremadamente conservadores, eran muy religiosas y habían sido criadas en unos valores que la sociedad norteamericana identificaba como tradicionales. Lejos de romper con la educación que les habían dado en la infancia para abrazar el pacifismo, la igualdad y el anticapitalismo y dejar de lado el patriotismo que la subcultura hippie rechazaba, estas mujeres se sintieron atraídas por Manson en un primer momento (y más allá de la manipulación emocional) por la capacidad de éste para ofrecerles un sucedáneo de la cultura hippie totalmente despolitizado. 

En consecuencia, las drogas que entraban en el rancho Spahn no tenían intención de abrir la mente sino de ser usadas en las numerosas fiestas con las que Manson pretendía ganar la amistad y la influencia de personas más poderosas que él. El amor libre también había sido trastocado y en vez de disfrutar con naturalidad de una sexualidad abierta y experimental, las mujeres de Manson organizaban su sexualidad en torno a él, manteniendo relaciones no solo con el líder sino con cualquiera al que éste quisiera agradar.

Un buen ejemplo de cómo era la vida en realidad dentro del rancho lo encontramos en Las chicas (2016), una novela de ficción en la que Emma Cline se inspira en La Familia para construir un relato sobre las consecuencias que tiene entrar en contacto con un grupo similar. Durante la historia no vemos que Evie y sus compañeras se preocupen de manera especial por la guerra ni que reflexionen sobre la situación de los más pudientes. Anhelan la fama y la belleza de la misma manera que lo hace su ídolo. Su revolución pasa por cuidar de ellas y velar por las demás.

Aunque la novela de Cline no es fiel (ni lo pretende) a los hechos, sí que resulta eficiente en las pocas pinceladas que da del alter ego de Manson. En lugar de dibujarlo como un genio del control mental, el villano es un exconvicto fracasado y drogadicto, obsesionado por triunfar. Un tipo que sabe qué decir en el momento adecuado pero que lejos de ser (o presentarse) como un líder espiritual, no deja de ser un racista y un ignorante, que cree que se lo merece todo.

Pero mientras que el gran éxito de Manson fue disfrazar ideas de extrema derecha (en su concepción del Helter Skelter la población afroamericana ganarían la guerra racial para posteriormente, y debido a su ignorancia, ser esclavizados por La Familia) como algo moderno y parecido a una revolución, el triunfo de los medios fue conseguir que ignoráramos estos mensajes para quedarnos con lo superficial. En hacernos creer que las matanzas habían sido causadas por la radicalización de unos hippies que odiaban a los más pudientes. Por la perversión del amor y la paz.

La criminalización de esta contracultura gracias a los Manson llegaba en el momento perfecto, justo cuando el demócrata Lyndon B. Johnson dejaba la presidencia a cargo de un republicano Nixon que buscaba hacer a Estados Unidos grande otra vez y devolver los valores tradicionales a la ciudadanía. En esta historia los buenos americanos eran las víctimas (personas hechas a sí mismas) atacadas en la intimidad de su hogar por aquellos que rechazaban lo que simbolizaba el país. Pero si buscamos en las motivaciones reales encontramos algo menos poético y mucho más mundano. Algo que ya señalaron los verdaderos cazadores de mentes.

Más allá del mito: Manson contra los cazadores de mentes

A pesar de tomar el nombre de la biografía oficial de John E. Douglas, la serie Mindhunter hace suya la historia del nacimiento del departamento de Perfiles Criminales del FBI. Fincher y su equipo optan por dejar de lado partes de la realidad y por dividir en dos al carismático y trabajador John Douglas para hacerlo más digerible, conocedores de que el público tendría dificultades para asimilar una personalidad tan oscura en un personaje que se define, ante todo, por ser social. Así nacen Holden Ford, interpretado por Jonathan Groff, para cargar con los rasgos más intuitivos, ambiciosos y obsesivos de Douglas, aquellos que lo llevarían a sufrir un peligroso ataque de estrés post traumático activado por la sobrecarga de trabajo, y Bill Tench para representar las partes más carismáticas, cercanas y caseras de su personalidad.

Pero mientras que los guionistas representan a sus protagonistas como coherentes, cercanos y comprensibles, personajes fácilmente asimilables por los espectadores, saben que no pueden hacer lo mismo con los asesinos que se asoman a la ficción. Parte del juego de Mindhunter es ver cómo los protagonistas intentan descifrar mentes que para todos nosotros son un misterio y, por tanto, presentar a estos criminales como seres unidimensionales -blancos, negros, sin grises- haría que los espectadores perdieran interés por el trabajo que vehicula la ficción. Los asesinos en Mindhunter están llenos de contradicciones pero eso no significa que se muestren sin ángulos negros o de forma parecida a como eran en realidad.

https://www.youtube.com/watch?v=wIazdDw4tao

En la segunda temporada de la serie, Ford y Tench anticipan diferentes versiones de Manson según como lo perciben. Ford, el más dado a dejarse llevar por su pasión y a idealizar a los asesinos con los que trabaja, lo cree un experto en manipulación y control mental. Tench, más realista pero con mucho menos instinto que su compañero, piensa que es solo un loco que debe ser declarado culpable de los asesinatos de La Familia en el papel de instigador.

El encuentro con Manson que vemos en pantalla no proviene del libro de Douglas sino que está sacado directamente -anécdota de las gafas incluida- de El que lucha con monstruos (1995), biografía del brillante agente Robert K. Ressler, el criminólogo que formuló la clasificación de asesinos en serie que aún utilizamos hoy en día. Tanto en la realidad como en la serie, durante su entrevista con Ford y Tench, Manson niega tener cualquier tipo de control en sus seguidores. Su comportamiento es excéntrico (el que esperaríamos en una persona con un largo recorrido de consumo de drogas) y es incapaz de articular ningún pensamiento coherente. La idea se explicita directamente: la visión que tenemos de Manson no es más que un cuento inventado por el fiscal y extendido por la prensa.

Cuando los agentes protagonistas abandonan la prisión, la serie no se decanta por ninguna de las visiones propuestas con anterioridad. El reloj del agente Tench se ha parado como alegoría de que quizás Manson sí tiene algo de mágico mientras que el agente Ford ha podido comprobar en primera persona como sus supuestas manipulaciones no son más que engaños. Una burda forma de venderse. Una campaña de marketing. Esta idea se refuerza posteriormente cuando Ford, solo Ford, entrevista a un Tex Watson que le confiesa no estar seguro de si hubiera matado o no de no haber conocido a Manson. Porque lo que este hizo fue desinhibirlos, pero de ninguna forma obligarlos desde la posición de líder. 

La caracterización de La Familia como una secta es algo que aún se discute hoy en día. Nadie parece dudar de que Manson era un manipulador que practicaba mecánicas de poder sobre sus seguidores. Sin embargo, y según las descripciones del resto de La Familia, esta manipulación era exclusivamente emocional, aprendida, según el propio Manson, de los chulos con los que compartió celda en su juventud. Nada similar a las dinámicas de control mental que ponía en práctica, por ejemplo, el reverendo Jim Jones entre sus acólitos.


Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten durante el juicio en 1969

Según la periodista especializada en true crime y presentadora del programa Let’s Talk About Sects, Sarah Steel, una secta se identifica por tres factores fundamentales. El primero es la presencia de un líder carismático que controla la libertad de sus seguidores y les impone su ideología. El segundo el hecho de que este líder se presente como el único acceso a la verdad, situándose tanto por encima como en contra de los demás. La última condición es el secretismo. Un pacto entre los miembros de la secta para que esta sea inaccesible para todos los que no pertenecen a ella.

Aunque es fácil categorizar a Manson como un líder carismático, el grado de control que ejercía en los demás es bastante cuestionable. Los habitantes del rancho entraban y salían a placer y muchos de ellos mantenía relaciones fuera de la comunidad. Por otro lado, hay pocas pruebas de que La Familia se creyera verdaderamente la historia de la guerra racial que, al parecer, surgió durante un colocón de LSD. Las pintadas en las paredes no fueron idea de Manson sino que surgieron de Bobby Beausoleil buscando culpar a los Panteras Negras del asesinato de Gary Hinman, al que él y Susan Atkins habían matado tras negarse a devolverles el dinero que habían pagado por una droga de baja calidad. Repetir las pintadas en los escenarios de las masacres de Tate-LaBianca pretendía confundir a la policía. Hacer que relacionaran todos los casos, soltaran a Beausoleil (al que Manson necesitaba) y centraran su investigación en las Panteras Negras, que en ese momento acababa de ser clasificada como un peligroso grupo terrorista por parte del FBI.

La visión de Manson que vemos en Mindhunter es gris e inespecífica porque el propio Manson lo era. Aunque la investigación de Ford y Tench quiera acercarnos a la realidad esta historia nos muestra que siempre hay un límite, un ángulo de oscuridad que ni los más profesionales pueden llegar a saltar. Sepultado por la imagen que quería proyectar de sí mismo -las anécdotas que conocemos de su infancia, como que su madre lo vendió a cambio de una cerveza, nunca se han podido probar-, por la leyenda que él mismo se esforzó tanto por destruir como por levantar en cada una de sus apariciones, es casi seguro que Manson se sentiría orgulloso al ver el extraño reflejo que ha dejado en la cultura pop. El hombre que mató a los sesenta en la prensa, un lobo para Tarantino y un misterio precisamente para aquellos que debían desentrañarlos. 

Es difícil contar la historia de Manson porque la realidad nunca jamás nos fascinará tanto como lo que creemos saber. ¿Por qué elegir a un líder sin fuerza, a un hippie sin discurso o un colgado del LSD cuando puedes quedarte con el villano definitivo? Nos gustan las historias. Y esta, desde luego, es de nuestras favoritas.

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