El anuncio de Netflix de que estaba produciendo una serie basada en Cien años de soledad, la obra maestra del realismo mágico de Gabriel García Márquez, ha despertado sorpresas y suspicacias. Desde su abundancia de personajes a lo enrevesado de sus tramas, pasando por su experimentación formal, Netflix se enfrenta a un proyecto del que, sin embargo, puede salir airosa. Revisamos los principales desafíos que ofrece la adaptación y algunas formas de superarlos con éxito.
Ilustraciones de Luisa Rivera, que ha ilustrado una edición de Mondadori conmemorando los 50 años del clásico. Extraídas de la web Culto.
Cuenta Cien años de soledad que el coronel Aureliano Buendía nunca olvidaría la primera vez que tocó el hielo. El recuerdo emerge en la primera página del libro y flota sin conexión por casi doscientas páginas hasta casi como por arte de magia, encontrar un lugar en el que encaja de manera perfecta. Para entonces, la historia ha dado las suficientes vueltas en círculo para sorprender y desconcertar al lector, pero también, para dejar muy claro que hay un mundo nuevo que descubrir bajo el sol caribeño de un pueblo recién nacido en la serranía colombiana. Una mirada asombrada hacia la realidad, pero también, un recorrido desconocido hacia una nueva forma de contar historias que logró cautivar al mundo entero.
Pero no se trató de un fenómeno inmediato. Publicada el 5 de junio de 1967, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, sorprendió a público y a crítica, aunque no tanto como podría suponerse. El principal elemento del libro, el llamado realismo mágico (término usado por primera vez por el crítico de arte Franz Roh y después popularizado por la autora chilena María Luisa Bombal) ya había sido introducido en la literatura latinoamericana por el venezolano Arturo Uslar Pietri y el cubano Alejo Carpentier. No obstante, la novela seminal de Márquez, con su aire casi épico y su reconstrucción de la narrativa en un nuevo tipo de argumento circular casi laberíntico, terminó por asombrar al mundo.


Clic para agrandar. Publicado originariamente en La Voz.
Después de todo, Cien años de soledad es un gran experimento narrativo que depende de un tipo de tensión interna que rara vez resulta exitoso en la literatura: una línea argumental que comienza de manera inesperada y que sólo encuentra su origen a mitad de la narración. Se trata de un triunfo de creatividad, pero también de un cuidadoso pulso literario: desde su primera frase hasta el capítulo en que la historia se retrotrae hacia sus propios orígenes, la narrativa de Gabriel García Márquez logra construir un relato que tiene mucho del pensamiento originario.
Las ficciones originarias
Márquez encontró la manera de contar la historia del ficticio pueblo de Macondo y replicar una mitología plácida y caribeña desde el origen del mundo hasta un final de pura apoteosis, semejante a otros grandes ciclos mitológicos en los que el final es una destrucción poética de todo lo creado. Lo hizo, además, con una libertad y audacia que sostiene una brillante reconstrucción del monomito de Campbell en algo más elaborado. El escritor creó un simbolismo único que se alimenta de sí mismo y se hace robusto a medida que la historia se hace más densa. Para su última gran escena, Cien años de soledad encontró no sólo el ojo de la tormenta —literal y figurado— sino el centro neural de una poderosa nueva mirada literaria a la fantasía.
Pero el libro no es sólo una sucesión de episodios novelados de una épica rural convertida en algo más universal: Gabriel García Márquez utilizó la historia para parodiar, criticar y elevar a los altares de la memoria literaria de su país y el continente latinoamericano sus propias obsesiones. Hay mucho de las simpatías políticas del autor en su coronel Aureliano Buendía, en la poco disimulada visión antiyanqui que se exhibe sin pudor en algunos de los tramos más duros de la novela y la sublimación del sufrimiento de la pobreza y la clase obrera.
Poco a poco y en mitad de nubes de mariposas amarillas, mujeres de incomparable belleza que ascienden al cielo entre sábanas recién lavadas y un peligroso incesto con consecuencias imprevisibles, Márquez aprovechó la oportunidad para mostrar el clima político de la Colombia que le tocó vivir, con los primeros movimientos de izquierda contra la oligarquía reaccionaria de por entonces y su control absoluto del poder. Por eso, Cien años de soledad no es del todo inocente, sino en realidad, toda una progresión enigmática de las dimensiones del discurso. Una elucubración comedida y sustanciosa sobre la historia latinoamericana en clave de epopeya. En otras palabras, Cien años de soledad no es sólo es un libro: es una recombinación de diálogos políticos, culturales y morales, una reconstrucción de la Latinoamérica profunda que buena parte de los amantes de la literatura del continente consideran un tesoro de inestimable valor.
La versión Netflix
De modo que, cuando Netflix reveló el 6 de marzo de este año que había adquirido los derechos de la novela para convertir la historia en una serie, la reacción fue tan emocional como visceral. Hasta entonces y por más de cuatro décadas, Gabriel García Márquez se había negado a considerar la posibilidad y después, sus hijos habían respetado la intención de su padre. La noticia produjo una mezcla de miedo y emoción que de inmediato, llevó a la palestra pública una discusión que abarca no sólo el hecho mismo de la adaptación —cómo, quiénes y dónde— sino su significado. ¿Es posible convertir en una serie para consumo masivo una de las historias más complejas, emocionales y querida de la literatura universal? La pregunta pareció saltar a la gran conversación de las redes sociales incluso antes de obtenerse cualquier detalle al respecto y quedó muy claro que la reacción va más allá del amor que despierta la novela en lectores de todas las edades: está el hecho que Cien años de soledad es quizás el gran ciclo mitológico moderno de un continente adolescente. Es la primera vez que el libro se adaptará para la pantalla, lo cual convierte al proyecto de Netflix en una odisea extravagante con una responsabilidad casi histórica.
Claro está, no es la primera vez que alguien tiene la intención de hacerlo: Rodrigo García Barcha —hijo de Márquez y productor ejecutivo del proyecto— contó en una entrevista publicada por New York Times el mismo 6 de marzo que su padre recibió cientos de ofertas durante su vida, pero que se negó a todas por el mismo motivo: estaba convencido que la estructura de la novela era por completo irreproducible en cine o televisión. ¿El motivo? El mismo que hace que al lector le lleve casi dos centenares de páginas descubrir la importancia de esa primera ocasión en que Aureliano Buendía tocó el hielo y se espantó. “Quema” dijo el niño, al no poder traducir de otra manera la sensación, y es ese pensamiento el que sostiene al adulto coronel cuando se encuentra cerca de la muerte.
¿Cómo expresar en un guión lineal una estructura semejante? ¿Cómo añadir los fragmentos de historia que se dividen, subdividen, se abren y se hacen un largo recorrido por la historia de la familia Buendía? No se trata de una empresa sencilla y Rodrigo Barcha (que también es director de cine) no cree que lo sea. Pero al menos, los principales requisitos que exigía el autor se cumplieron: no debía ser una película, será filmada en Colombia y con actores colombianos y cualquiera que se embarcara en semejante proyecto, debía asumir un hecho incuestionable: el cuerpo de la historia debía mantenerse intacto. Inaccesible al desaliento y embarcando en el proyecto a su hermano Gonzalo, García Barcha decidió que era el momento que toda una nueva generación —y audiencia— conociera la historia de los Buendía.
Pero… ¿es posible hacerlo? Se trata de una interrogante que García Barcha y su hermano tratarán de resolver creando desde el principio y los cimientos el Macondo imaginario de su padre. Tal vez el único mecanismo que pueda lograr que el mundo que creó el patriarca José Arcadio Buendía llegue con buen pie al formato serializado sea el compromiso de la experimentación en una época en que Roma (2018) de Alfonso Cuarón y la inesperada nueva temporada de Twin Peaks (2018) de David Lynch demostraron que la televisión y el público están mucho más abiertos a todo tipo de técnicas revolucionarias.
Por el momento, la fase de producción apenas comienza pero hay decenas de opiniones que insisten que a pesar de la conocida sentencia sobre el hecho que Cien años de soledad es “inadaptable”, en realidad se trata de una cuestión de contexto y evolución del lenguaje cinematográfico. En la actualidad, la posibilidad de crear guiones que se basen en juegos de flashbacks y reconstrucciones de la realidad a través de guiones surrealistas, así como discursos introspectivos y subjetivos basados en imágenes, es una posibilidad cierta. Se habla que cada línea argumental se entrecruzará con otra al estilo de Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino o que podría probarse el esquema de dimensiones y capas de información sugeridas que Christopher Nolan probó con éxito en Memento en el año 2002. También, la experiencia de Jaco Van Dormael en Mr. Nobody (2009) con su superposición exitosa de líneas argumentales y narrativas, hasta crear un todo complejo pero consistente, podría servir de ejemplo para los momentos más enrevesados de la novela. Pero más allá de eso, para el argumento laberíntico que va desde la introspección a la mirada más amplia sobre el Universo de Macondo en apenas algunas líneas.
Otro ejemplo que probablemente se aplicará al anudar los hilos conductores de la novela será el de Andrei Tarkovski en Mirror (1975). Para la ocasión, el director elaboró una combinación de argumentos, escenas e historias que la cámara sigue con atención y que, al final, se complementan unas a otra. No es descabellado suponer que los directores de la serie (según García Brancha los más probable es que cada capítulo tenga uno de forma independiente), podrán innovar para sustentar la base misma de Cien años de soledad en una narración que se entrelace para sustentar tanto la psicología de los personajes como el mundo que les rodea.
¿Y qué ocurre con el tan celebrado realismo mágico? Ya Terrence Malick ha creado el precedente perfecto: en El árbol de la vida (2011), el director logró crear toda una búsqueda del sentido de la existencia a partir de símbolos y una realidad aumentada, en la que la fantasía se extrapola a la realidad con una sutileza de enorme y conmovedora belleza. Entre epidemias de sueño, las canciones del trashumante Francisco El hombre y la llegada del Judío Errante, con sus alas y pezuñas de pesadilla, es muy probable que Macondo cree un tipo de fantasía por completo distinta a las versiones edulcoradas de Tim Burton para Big Fish (2004) o incluso, versiones más profundas que las epopeyas levemente cursis de Steven Spielberg. Con todo su radiante belleza caribeña y su poder para la evocación, Cien años de soledad con toda seguridad está llamada a crear una versión del pacto de incredulidad basada en las emociones antes que en lo fastuoso.
¿Quienes podrían encarnar a los inolvidables personajes de la serie? Se trata de un terreno movedizo que aún no se debate en público y que pertenece al terreno de la pura especulación. No obstante, buena parte de los periódicos y revistas colombianas comienzan a analizar posibles listas de actores que podrían brindar rostros quizás a los nombres más queridos en la cultura del país. Se habla que el actor Gustavo Angarita podría encarnar al gitano Melquiades (ya lo hecho dos veces en producciones teatrales) y que el primer actor Enrique Carriazo podría dar vida al Patriarca de Macondo y base fundamental de la novela, José Arcadio Buendía. Por su lado, Carmiña Martínez, una conocida actriz de teatro (famosa por su actuación reciente como Úrsula Pushaina en la película Pájaros de verano del 2019 bajo la dirección de Cristina Gallego y Ciro Guerra) podría encarnar a Úrsula Iguarán, núcleo femenino de la historia y quizás el personaje más entrañable entre la pléyade de ramas familiares de los Buendía.
Para dotar de cuerpo y rostro al enigmático coronel Aureliano Buendía, se rumorea que la producción acaricia la posibilidad de incluir en el elenco a Julián Román, conocido por el gran público por su interpretación del cantante mexicano Juan Gabriel en la serie Hasta que te conocí de 2016 y, también, del asesino de Jorge Eliécer Gaitán, Juan Roa Sierra, en la obra de teatro El crimen soy yo estrenada en Colombia el 17 de abril del 2017. Para José Arcadio, el hijo mayor de los Buendía, la producción podría escoger al actor John Álex Toro, uno de los más reconocidos del país y famoso por su capacidad para brindar sustancia y elaborada psicología a los más dispares personajes.
Por lo pronto, el proyecto continúa en marcha desde una rara discreción y no es para menos. Según el autor colombiano Héctor Abad “Macondo es mucho más real que muchas ciudades de la vida real, y el coronel Aureliano Buendía, que nunca existió, es más real que casi todos los coroneles”, lo que pone a Netflix en la singular perspectiva de cómo crear un mundo inédito a partir de las primeras palabras inolvidables de un clásico que forma parte de los lectores de más de cinco generaciones. Una mirada al mundo que el coronel Aureliano Buendía descubrió en su infancia, la primera vez que apoyo la mano sobre el hielo y descubrió que quemaba y que la realidad, era un lugar mucho más extraño de lo que podría suponer jamás.